CAPÍTULO 43
WHIT
Mientras Wisty cae al suelo, sollozando contra mi pernera, yo mantengo la nariz pegada al cristal y trato de ver los detalles sobre el día de la ejecución. En realidad no quiero conocerlos, pero tengo que conocerlos. ¿Cuánto tiempo tenemos? Para encontrar a nuestros padres, para planear nuestra huida…
Estamos entre dos paneles, y el tráfico empieza a ir más lento. Golpeo la pared del furgón de pura frustración. Estoy a punto de dejarme caer junto a Wisty, pero de repente me siento sacudido por la sensación de…
Celia.
Es su aroma, no hay duda. El perfume que llevaba el día que desapareció por primera vez. Es como si estuviera aquí, ahora conmigo, como si nunca se hubiera marchado.
Nunca había oído que pudiera abrirse un portal en un vehículo del Nuevo Orden en movimiento. ¿Es siquiera posible? Empiezo a palpar el suelo, las paredes, las puertas traseras, mientras grito su nombre.
—Whit, para —Wisty me mira con ojos enrojecidos—. Celia se ha ido. La has perdido. ¡La ejecución de papá y mamá ya tiene fecha! ¿Por qué estás…?
Aporreo de nuevo la ventana. Veo su pelo meciéndose delante de su cara en el siguiente cartel, a unos cientos de metros.
—Whit —dice Celia. Su voz suena amortiguada, como si viniera a través de un altavoz situado en el exterior—. Está bien. Estás haciendo lo correcto. No te rindas.
Aprieto mi cuerpo contra la puerta.
—¡Sácanos de aquí, Celia! —sé, o por lo menos lo pienso, que todo esto es una locura. ¿Cómo puede proyectarse en un panel? Pero parece tan real… hasta puedo olerla.
—¿Es que ni siquiera me escuchas, Whitford Allgood? He dicho que estás haciendo lo correcto.
Ni siquiera me importa su tono irritado. Me encanta. Me recuerda a cuando empezaba a contarme cosas sobre su examen de química en el vestíbulo de la escuela, y yo le daba un beso a mitad de cada frase. «¿Es que ni siquiera me escuchas, Whitford Allgood?», decía, y yo me sentía absolutamente feliz.
¿La estoy escuchando ahora? Lo estoy, en realidad. El sonido de su voz es como una droga de la que nunca tengo bastante.
El furgón se va acercando a la valla. Mi cara no podría estar más pegada a la ventana, mi cuerpo está a punto de atravesar la puerta. Estamos pasando justo al lado de su imagen, y casi puedo sentir el calor de su aliento en mi mejilla.
—Tienes que rendirte —continúa diciendo—. Ahora vas de camino a ver al Único. Es la única manera. Si quieres que estemos juntos de nuevo, es la única manera.
—¿Juntos de nuevo? —pregunto.
—Juntos de nuevo —repite mientras nos alejamos.
Y desaparece. Todavía estoy aturdido por la persistente imagen de Celia cuando atravesamos una puerta grandiosa con un letrero que dice EL EDIFICIO DE LOS EDIFICIOS.