CAPÍTULO 40
WHIT
Me doy la vuelta de inmediato. Prefiero enfrentarme con una manada de osos que con el Único que es Único. Demonios, preferiría sumergirme en un lago a rebosar de pirañas, meterme de lleno en una estampida de tiranosaurios o ponerme debajo de una división de infantería mecanizada… Podría seguir poniendo ejemplos.
Pero cuando tratamos de huir, entre las ramas llenas de hojas amarillentas de los árboles del bosque aparecen los camiones del N.O., cortando nuestra única vía de escape como si nunca hubiera existido. No hay forma de atravesar la barrera, no hay salida.
El suelo tiembla y la sacudida nos manda de espaldas hasta el centro del claro. Wisty cae de mi lomo y aterriza en el suelo con un gemido.
Está todavía demasiado ida por efecto de las drogas como para tenerse derecha, pero el Único no se anda con miramientos con ella. Tres raíces emergen del suelo y rápidamente la apresan dentro de un jaula de zarcillos de madera.
—¡Whit! —chilla—. ¡Estoy atrapada! ¡No puedo moverme!
No hay nada peor que oír a alguien a quien quieres chillar tu nombre con desesperación. La rabia hierve en mi interior. Me doy la vuelta y me lanzo al ataque. Doscientos y pico kilos de tigre siberiano listos para quebrar su cuello de calvorota como un palillo, preparados para clavar mis afilados dientes en la primera parte de su cuerpo que pueda alcanzar.
Por desgracia, el Único que es Único tiene otro plan. De repente, se desata un viento tan furioso que tengo que cerrar los ojos. Me siento como si fuera un tigre disecado, endeble como un peluche de feria, ante el cual hubieran encendido un ventilador gigante. Salgo volteado por los aires y pierdo la orientación. Las hojas y la tierra me golpean, atravesando incluso mi denso pelaje, y ¡un momento!, el viento acaba de pararse.
Por una fracción de segundo vislumbro el cielo.
Y entonces, oh no, ¡veo la tierra! Distingo la figura de Wisty abajo, tan abajo, inmovilizada en lo alto de la colina como si fuera un sacrificio humano. Debo de estar a unos trescientos metros encima de ella.
Escucho una risa. Su risa… con un eco como si todo el bosque se estuviera riendo de nosotros.
Ya no soy un tigre.
Solo soy yo, con mis ropas desgarradas.
Cayendo.
Indefenso.
Me ha despojado de mi poder, de mi magia, y mucho me temo que de mi propia vida.