CAPÍTULO 4

WISTY

Tan cierto como que me llamo Wisteria Rose Allgood, ahora mismo solo tengo un pensamiento: «Voy a quemarlo todo y a todos a mi alrededor. Quemarlo todo».

Empezaré con el escenario de la muerte, seguiré por esta plaza absurdamente ostentosa, después vendrá el turno de la ciudad entera, de su fría piedra, y más tarde acabaré con esta horrible pesadilla en la que se ha convertido el mundo. Aunque tenga que reducirme a mí misma a cenizas en el proceso, voy a arrasar todo esto, todo lo que hay, a todos ellos.

El Único que es Único acaba de matar a mi amiga Margo en ese escenario. Sé que era ella a pesar de que llevara la capucha puesta. Sus zapatillas moradas y sus pantalones negros y violetas resultaban inconfundibles. Las rayas y estrellas plateadas de sus zapatillas fueron la pista final. Margo, la última punk rocker del mundo. Margo, la persona más valerosa y entregada que nunca he conocido. Margo, mi querida amiga. No me preguntéis por qué ese monstruito del traje de seda negra la hacía pasar por mí. Lo único que sé es que voy a convertir en cenizas a ese maldito pirado.

Así que me transformo en una antorcha humana, como he hecho en el pasado. Solo que esta vez abandono toda precaución. De repente, llamas de uno, dos, tres metros se retuercen en torno a mí, alzándose hacia el cielo en el antes fresco aire de la tarde.

El gentío se echa atrás entre gritos, y no lo puedo remediar: sonrío, casi me parto de risa.

Estoy a punto de elevar un grado más la temperatura, para enviar chorros de fuego en todas direcciones, para arder con más brillo y calor de lo que nunca he hecho, cuando empieza a faltarme el aliento.

Lo percibo. Siento su mente enferma e infeliz. Siento sus ojos posarse de alguna manera sobre mí.

Un millar de soldados se giran en mi dirección al unísono, y ahora es el Único quien sonríe. Suelta una risotada. Se está riendo de mí.

Me contraigo de dolor mientras se me escapa el aliento. ¿Cómo puede poseer semejante poder?

No tengo otra opción que huir, al menos tratar de escapar a su ira.

Me lanzo contra la aterrada marea humana, esquivando codos y hombros con soltura. Pero el Único está demasiado cerca. Puedo sentir su helado soplo persiguiéndome, dándome alcance con sus garras congeladas, arañando mi cara y mi cuello, lanzándome un frío tan gélido que lo noto en todo el cuerpo.

Empiezo a pensar en lo irónico que resulta que una chica de fuego pueda morir de congelación aguda cuando, de repente, un calor me sofoca. Alguien me toma del brazo, me levanta y casi me saca el aliento que me queda.