CAPÍTULO 39

WHIT

Digo una palabrota entre dientes y me giro para mirar. No hay duda: dos soldados y tres enormes pastores alemanes han alcanzado la cumbre de la colina y bajan a la carga por nuestro camino.

Solo que… ¿he dicho dos soldados y tres pastores alemanes? Porque en realidad solo hay un soldado y cuatro pastores alemanes… no, espera, son todos pastores alemanes.

—¿Has visto eso? —pregunta Wisty—. ¡Se han convertido en perros! Perros muy rápidos.

—Estupendo —digo, dejando de correr.

—¿Por qué te paras? —chilla Wisty.

—No hay escape. No puedo dar esquinazo a una manada de perros mágicos contigo a la espalda. Es físicamente imposible. Tendría que ser un caballo.

—Bueno, yo me he convertido en un roedor antes. Quizá puedas transformarte en caballo. Apunta alto, hermano. No nos quedan muchas opciones.

—No sé ningún hechizo de caballos…

—¡Mira en tu diario y reza para que hoy haya buena cobertura!

Paso las páginas como un loco, y nada parecido a un caballo alcanza mi vista. Es la primera vez en mi vida en la que me gustaría consultar un índice.

No hay índice, por supuesto, pero lo que me encuentro es casi mejor:

¡Tigre! ¡Tigre! Con tu luz brillante

por los bosques de la noche,

¿qué mano inmortal, qué ojo

pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,

en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?

¿Con qué alas osó elevarse?

¿Qué mano osó tomar ese fuego?

Tras recitar el extraño poema, lo siguiente que sé es que estoy a cuatro patas, cubierto de un pelaje negro, naranja y blanco, con la ropa desgarrada y hecha jirones.

Me vuelvo y le hago a Wisty una pregunta obvia:

—¿Roarrrr?

—Me estás preguntando si un tigre puede patear el culo de unos perritos, ¿verdad? —dice Wisty—. Eso tengo entendido. Pero no lo vamos a comprobar si podemos evitarlo, sobre todo conmigo sobre tu lomo. Venga, tigre, ¡arre!

Y me clava los tacones en los ijares. Doy un respingo y echo a correr colina arriba… convertido en tigre.

«¿No es estupenda la magia?».

Los perros aúllan rabiosos detrás de nosotros, y entonces se escucha otro ruido, ¿otro tipo de rugido? Miro por encima de mi hombro desnudo y veo que nuestros perseguidores se están convirtiendo ahora en osos pardos, y siguen detrás de nosotros.

«¿Quiénes son estos tipos? ¿De dónde están sacando su magia?».

La pregunta, por desgracia, obtiene rápidamente su respuesta.

Alcanzamos el claro en lo alto de la colina y cierto calvo de gran estatura con su impecable traje azul oscuro nos saluda. Está allí quieto como si llevase esperándonos toda la vida.