CAPÍTULO 37
WHIT
Estos canallas están fumándose los cigarros de la victoria. ¿Mandarnos a una muerte segura no representa para ellos más que el remate de una buena cena? ¿Es algo así como ganar un campeonato deportivo? Eso es lo que parece.
Estoy inmovilizado contra el suelo, tratando de recuperar el aliento, cuando una idea desesperada me asalta la cabeza. Sin contar a los tres desplomados en el suelo con dardos en el cuello, hay siete soldados fumando. También está el batería, pero creo que no es más que un chico de verdad. Un horrible traidor como Jonathan, pero… un chico al fin y al cabo.
Miro cada cigarro humeante y, uno por uno, visualizo el tabaco enrollado en su interior. Qué asco. Odio el veneno de la nicotina.
Entonces me imagino siete cápsulas llenas de un compuesto tóxico del cual nos habló un profesor en clase de química. Se llama trinitrotolueno. Puede que hayas oído hablar de él por su abreviatura más común, TNT.
Mentalmente, coloco con mucho cuidado una cápsula dentro de cada uno de los puros, a unos centímetros del extremo encendido. Aguardo; cuento los segundos; espero que esto funcione.
Y entonces, con una precisión casi perfecta…
¡Blam-blam-blam-blam-blam-blam-blam!
De repente, ya no hay una bota de combate pisoteando mi cuello. Me pongo en pie y me acerco a mi hermana tambaleándome entre el humo acre. Le saco la jeringuilla de la espalda, y me la echo al hombro.
—¿Orgulloso de lo que has hecho? —pregunto al batería.
Me mira con tranquilidad, y me entran ganas de darle un puñetazo. Me contengo mientras le arranco la baqueta de Wisty de la mano.
—Me matarán —murmura.
Me detengo. No quiero que lo maten, la verdad. Pero si tengo que elegir entre mi hermana y una marioneta del N.O., no hay duda posible.
—Cuéntaselo a alguien a quien le importe —respondo, y salgo a toda prisa del restaurante.
Sin embargo, a mí me importa. A veces es una verdadera molestia, esto de ir por la vida dándoselas de valor inquebrantable.