CAPÍTULO 36
WHIT
Antes de que pueda alcanzar a Wisty para ayudarla a escapar, alguien me da un fuerte golpe. Veo las estrellas y se me doblan las rodillas. Me hubiera caído de bruces si los tres rockeros no estuvieran tan ocupados sujetándome contra la pared. Son fuertes. Puede que parecieran jóvenes, pero pelean como adultos. Adultos y profesionales, quizá soldados del Nuevo Orden.
Mi única esperanza es haber avisado a tiempo a Wisty para que huya; solo espero habérmelas arreglado para fastidiar la trampa; solo…
«¡Ay!».
Otro golpe devastador, este en mitad de la cara. Estrellas y colores brillantes explotan por todas partes. No puede haber sido solo un puñetazo. Era demasiado duro.
Empiezo a resbalarme por la pared, pero uno de esos canallas me sujeta mientras el otro me gira la cabeza agarrándome de las orejas; trata de que mire algo.
—¿Ves eso, Hermano Mayor? —me chilla en los oídos—. ¡No solo has fracasado en el intento de salvar a tu hermanita, sino que te vamos a obligar a ver lo que el Consejo de los Únicos hace con ella!
Mis ojos alcanzan hasta el fondo del restaurante, donde los Bionics y uno de los soldados arrastran a Wisty de su asiento.
Y, de repente, los Bionics empiezan, no sabría explicarlo, a transformarse, o algo así. Aumentan de tamaño y se hacen mayores, como si envejecieran desde los 17 a los 34 en el espacio de unos segundos. Da asco y miedo más allá de lo que se puede describir con palabras.
Ahora son rudos soldados, fumadores de puros. Todos ellos excepto un Bionic (el batería, creo), que sigue sentado a la mesa, con cara de haber atropellado a un cachorrito.
—¡Daos prisa, idiotas! —chilla uno de los matones que me están sujetando.
Descubro a otros tres comandos vestidos con chalecos antibalas negros, apuntando pesados rifles de combate directamente contra mi hermana.
—¡No! —grito—. ¡Dejadla en paz! ¡No disparéis!
Los soldados ponen una rodilla en tierra y aprietan el gatillo prácticamente a la vez.
—¡Wisty!
Es como si el tiempo se hubiera detenido. Veo las explosiones de gas comprimido en la boca de los fusiles, cada una de ellas expulsando un dardo de aspecto letal sobre el cuerpo maniatado e indefenso de mi hermana…
Wisty me lanza una última mirada, que capturo y guardo para siempre. Más que nada en el mundo, quiero que no tenga que morir con esa mirada de desesperación y de vergüenza en la cara.
No quiero que tenga que morir. Punto.
Mi mente se detiene en los veloces proyectiles. No son balas, son dardos. Veo las afiladas agujas en el extremo de cada jeringa, las plumas revoloteando en la parte trasera, en dirección al torso de mi hermana.
Parecen de un tamaño tan grande como para dormir a un rinoceronte enfurecido, no para sedar a una adolescente de cuarenta y cinco kilos.
Si tan solo pudiera desviar el primer dardo por aquí… y el segundo dardo por este otro lado… y el que queda de esta manera…
Tac…
Tac…
¡Y tac…!
Los antiguos Bionics y el soldado que la sujeta caen redondos cuando cada uno de los dardos encuentra su nuevo objetivo… justo en medio del cuello de cada uno.
Besan el suelo.
Plof.
Plof.
Y PLOF.
—¡Oh! —gime mi hermana.
—¿Qué ocurre, Wist? —chillo—. ¿Qué pasa?
Clavo mis ojos en los suyos, que están muy abiertos y con la mirada algo perdida. Sus párpados se entrecierran… y se desploma de frente encima de sus inconscientes atacantes.
Tiene una jeringuilla clavada en la espalda, con el inyector completamente bajado.
«¡El batería!».
Está de pie detrás de ella. Su cara está contraída, comida por la culpa.
—¡Chaval! —grita el soldado que me sujeta—. Metamos ahora a estos dos rebeldes en el coche celular y reclamemos nuestra merecida recompensa.