CAPÍTULO 33

WISTY

Me decido a ocultar a Whit lo que me propongo hacer, incluso si el resultado es que me mate cuando regrese. Pero no tengo opción, porque adivinad lo que diría mi hermano de todos modos:

A) Buen apetito. ¿Podrías traerme unas patatas fritas?

B) Hoy hace mal tiempo. Asegúrate de subirte la cremallera del abrigo.

C) Estupendo, voy contigo. ¡No discutas, fierecilla!

Sí. Si has escogido A) o B), voy a sugerirte amablemente que vuelvas a leerte las últimas treinta páginas o así.

Necesito pasar un momento a solas con Eric. Así que me muevo furtivamente, preparándome para infiltrarme en la Ciudad del Progreso, la demente ciudad modelo del Nuevo Orden. Es la plantilla que pretenden aplicar al resto de Freeland una vez hayan aplastado a cualquiera que se resista a sus asquerosas ideas.

Me lleva algo de tiempo disfrazarme para confundirme entre sus habitantes (faldas y suéteres para las chicas, nada de lápiz de labios negro o piercings demasiado obvios; chaquetillas y corbatas para los chicos, y el estilo capilar de Byron como primera opción). Pero es factible, y a la vez, necesario.

Como mi cabello no ha crecido lo suficiente todavía, encuentro la excusa para cambiar de estilo con una monada de peluca morena del mostrador de peluquería de Garfunkel’s.

Salgo de puntillas por la puerta principal de los almacenes, y de repente siento una vibración bajo el brazo. Más exactamente, procede de un bolso blanco muy poco propio de mí, que está ahí embutido.

Otro mensaje de texto. Activo el teléfono.

Un mensaje «con la caligrafía de mi madre. Pero ¿qué…?».

ESTÁ BIEN, WISTY. ES AMIGA NUESTRA. VE CON ELLA.

¿Con quién? De repente, no me siento tan sola. Oigo una voz.

—¡Nos encontramos de nuevo, querida mía!

Estiro la cabeza hacia la derecha y, allí, apoyada sobre el capó de un coche abandonado, con las piernas cruzadas, se encuentra la vieja del enfrentamiento. La que nos dio el mapa que nos salvó la vida. Ahora que me fijo en ella, me doy cuenta de que es también la mujer que casi nos descubrió en el restaurante de mi primera visita a la Ciudad del Progreso. «¡La señora Highsmith!».

—Muy bien —dice la extraña viejecita, con voz nasal—. Pon ese SMS o lo que quiera que hagáis los jóvenes con vuestros malditos aparatejos. Tu madre no está particularmente cerca de aquí, pero así por lo menos sabrá que estás a salvo.

Escribo a toda velocidad la respuesta.

SI ES AMIGA NUESTRA, ¿X Q INTENTÓ K NOS ARRESTARAN?

La caligrafía de mi madre responde:

SE ASUSTÓ. PENSÓ QUE ERAIS ESPÍAS DEL NUEVO ORDEN. YA VISTE QUE INTENTARON DETENERLA. ¿POR QUÉ QUERRÍA AYUDAR AL NUEVO ORDEN?

BIEN, ¿Y CÓMO SÉ YO K TÚ ERES TÚ?

¿QUIÉN MÁS SABRÍA APARTE DE MÍ QUE BEN CAMPBELL TE SOLÍA TIRAR DE LA COLETA?

¡¡¡DIOS MÍO, MAMÁ!!!

Escribo mientras se me saltan las lágrimas.

VE CON ELLA ENSEGUIDA, AMOR MÍO. DALE A WHIT UN BESO DE NUESTRA PARTE. PAPÁ Y YO PENSAMOS MUCHO EN VOSOTROS, TODO EL TIEMPO. OS QUEREMOS MUCHÍSIMO.

La señora Highsmith se me acerca con su anticuado pañuelo de tela, que acepto sin darme apenas cuenta. Despide cierto aroma brujeril.

—¿Lo ves? Tu madre está a salvo —dice la señora Highsmith—. Ahora, acompáñame a mi apartamento, no sea que los chivatos del Nuevo Orden tengan la suerte de capturar a dos brujas el mismo día.