CAPÍTULO 31

WISTY

Maldita, sí, pero al parecer, no por mucho tiempo.

Porque Eric —como por fin dice que se llama— y el resto de los Bionics deciden que quieren venir con nosotros a Garfunkel’s.

Whit está bastante menos que entusiasmado. Tengo la sospecha de que no confía en ellos, y además, todavía está enfadado por todo el asunto de haber leído su diario; pero con Sasha, Emmet, Janine y yo misma escoltando a los Bionics, no puede decir que no.

Unos cuantos estamos a la mitad de una versión improvisada y a capela de «The Fire Outside» cuando de repente Whit pisa a fondo al tomar una curva pronunciada. La mano de Eric se desliza precisamente hasta ponerse sobre la mía. Se queda ahí. No tengo la menor prisa por retirarla.

—¡Agarraos bien todos! —grita Whit—. Tenemos a la policía del Nuevo Orden en nuestros talones.

—¿Policía? —digo, sin creérmelo—. ¿Qué están haciendo aquí en Freeland?

—¡Sí! —chilla mi hermano—. Y cómo se las han arreglado para encontrarnos es otra buena pregunta. ¡Ahora, preparaos!

La furgoneta acelera, y yo lucho para mirar por la ventanilla trasera. Tres vehículos armados de la policía del Nuevo Orden vienen tras nosotros. Esto tiene mala pinta. Whit toma una curva cerrada a la izquierda que nos manda dando tumbos al lado contrario del vehículo.

Mi cabeza se choca contra el pecho de Eric. No hay nada como ver el lado bueno de una mala situación.

—Lo siento —tartamudeo.

—No es nada —susurra Eric.

Pero entonces otro giro cerrado a la derecha nos manda rodando violentamente contra el lado contrario.

Y ahora me encuentro enredada con Byron. Puaj.

—Nos tienen atrapados. ¡Vienen de todas partes! —grita Whit, al tiempo que detiene la furgoneta en seco—. ¡Tendremos que correr! Que todo el mundo tome direcciones distintas. ¡Al menos, no nos atraparán a todos!

—¡No! —grito—. No es el mejor plan. En serio, ¡quedaos en la furgoneta!

Todos me miran como si me hubiera vuelto loca, lo cual podría ser. Pronto lo sabremos.

—Chicos, ¿sabéis la canción «Magic Truck» de los How? —pregunto.

Eric comienza a llevar el ritmo en el suelo del vehículo. El bajista y el guitarrista toman sus instrumentos.

Entre tanto, los coches de policía se detienen alrededor de nosotros y una voz sale de sus altavoces:

—Salid del vehículo de inmediato y echaos al suelo.

Hago señas a la banda para que siga tocando. El cantante ataca el primer verso, y yo me uno a él. Nos sale genial, como si lleváramos ensayando juntos un par de meses.

Oigo cómo los policías golpean las ventanas. Nuestra respuesta es aumentar el volumen.

A partir de ahí, ya no se vuelve a oír a los policías. Es porque hemos logrado hacer levitar la furgoneta un buen puñado de metros sobre el suelo.

Sí, me habéis oído bien.

«La música es mágica. La música tiene poder». La furgoneta se sigue elevando por los aires.

Miro por detrás hacia los vehículos policiales, y veo que uno de los guardias está pisoteando su sombrero en el suelo de pura frustración.

—Por poco. Por demasiado poco —comenta Byron, viendo el vaso medio vacío.

—Es increíble… ¡Ha funcionado! —exclamo, y sin poder controlarme, rodeo a Eric entre mis brazos. Mi vaso está lleno, muy lleno.

Esta es la mejor noche de mi vida, al menos desde que estoy en la lista de los más buscados.

Vivos o muertos.