CAPÍTULO 30
WISTY
Estoy a punto de lanzarme detrás de Whit cuando todo mi cuerpo recibe, como una descarga eléctrica, una voz maravillosa detrás de mí.
—¿Dónde conseguiste esa baqueta? Es una antigüedad, ¿verdad? Parece de estilo clásico.
Me vuelvo y me encuentro cara a cara nada menos que con el batería de los Bionics.
Me está hablando. «El batería de los Bionics me está hablando».
Estoy preocupada por Whit, en serio, pero… ya lo superará, ¿no?
El Chico Batería es incluso más guapo de cerca que detrás de su equipo de percusión… si es que eso fuera posible. Se coloca los mechones de su rizado pelo moreno tras las orejas, pero enseguida vuelven a caer sobre su cara. Qué dulce. Miro sus carnosos labios moverse, pero no tengo ni idea de qué está diciendo, por supuesto. En este momento, no creo que pudiera oír un accidente de coche por culpa de los latidos de mi corazón. ¿Estúpido? Quizá. ¿Divertido? Sin duda.
—Esto… ¿Qué? —me las arreglo para emitir al menos un par de sílabas. Todavía no logro mantener la mirada sobre sus ojos color avellana, así que me quedo mirando su camiseta negra lavada, en la que se lee NO AL ORDEN. Me mola. Algo que tenemos en común.
—Tu baqueta. Es curioso que una cantante y guitarrista lleve una baqueta encima —también tiene una bonita sonrisa. No sonríe demasiado, sino exactamente lo justo.
—Sí, ya sé —le devuelvo la sonrisa. La mía quizá sea un poco excesiva—. Me la dio mi madre. Creo que me da buena suerte. Es una especie de objeto de coleccionista.
—Eso parece —dice—. Entonces, ¿tu madre es batería?
No me atrevo a arruinar este momento con un «Creo que mi madre era una bruja y esta es la varita que me dio la noche que me secuestraron».
—Sí, lo era —miento. Ay. A mamá no le gustaría que hable de ella en pasado—. Quiero decir, lo es —eso suena todavía peor—. Quiero decir, lo era —la cara me cambia de rosa pálido a fucsia en cosa de tres segundos.
Pero el Chico Batería me mira con… ¿simpatía?
—Lo sé, es duro —¿cómo se las habrá apañado para entender mis farfulleos?—. Muchos de nosotros no sabemos si nuestros amigos «son» o «eran» —trata de reconfortarme posando su mano sobre mi brazo, y el estómago casi se me da la vuelta. «Dios, mira que es majo. ¡Lo entiende!».
Sus ojos regresan a mi varita.
—¿Puedo verla? ¿Te parece bien?
—Sí… ¡Claro! —se la tiendo, pero en el momento en que toca el extremo, da un salto atrás, con un grito de dolor.
—¡Está ardiendo! —dice, metiéndose el dorso de la mano en la boca—. Pero ¿qué pasa?
—¡Ay! ¡Cuánto lo siento! —digo. Compruebo la varita en mi mano. No parece ni ligeramente cálida, pero está brillando con un rojo brillante en el extremo que ha intentado agarrar—. No tenía ni idea de que pudiera ocurrir eso —digo—. En serio que no quería…
—No te preocupes —dice, agitando su mano y sonriendo pese al dolor—. No es nada. Especialmente al lado de lo que le está pasando cada día a los chicos de las «escuelas» del Nuevo Orden, ¿verdad?
—¿Has estado en alguna? —pregunto, un poco sorprendida.
—Todavía no. Un poco demasiado arriesgado para nosotros. Pero nos han llegado noticias de la última instalación que visitasteis.
—Esto… ¿cómo puedes saber eso?
—Tú, Whit y Byron salisteis en el informativo clandestino —dice, encogiendo los hombros—. Sois famosos. Pero tú no actúas como si lo fueras.
Byron escucha su nombre desde la otra punta de la habitación como si tuviera un oído sobrehumano y en medio segundo se planta a mi lado.
—Están a punto de escribir canciones sobre ti, Wisty —continúa el Chico Batería—. Esa instalación es parte de un sistema de explotación y experimentación. El Nuevo Orden los llama Complejos de Educación Juvenil y Repatriación. No son más que campos de mano de obra infantil y barata.
—Eso es un auténtico despropósito —dice Byron. Este chico es como un mal resfriado. Solo que no hay manera de curárselo.
—Eso no es lo peor —dice el batería, y me doy cuenta de que no sé su nombre—. Hay otro lugar, el Centro Mundo Feliz. Hemos oído que están haciendo experimentos con todo el que tienen allí metido. «Chicos especiales» —hace el símbolo de las comillas con las manos—, como tú y tu hermano.
Todo el mundo calla durante un instante, mientras cala la gravedad del momento, y yo aprovecho para retirar la mirada de sus ojos.
—Será mejor que vaya con mi hermano. Tengo que contarle esto.
—Sí —dice Byron el Pomposo Swain como si fuera mi ayuda de campo o, peor todavía, mi novio—. Mantenednos informados —le suelta al batería. Entonces agarra mi mano con todo el descaro y comienza a llevarme hacia la puerta.
¿Cómo es posible que hace unos segundos estuviera coqueteando con el chico más atractivo que he conocido, y ahora me encuentre haciendo manitas con Byron?
Esto no tiene que ver con ser «especial»: esto es, más bien, estar maldita.