CAPÍTULO 27
WISTY
Incluso con el Rey de las Comadrejas en mi banda, comprendo totalmente por qué la gente quiere convertirse en estrella del rock. No hay una sensación que se le pueda comparar. Esta caverna tiene una reverberación natural que parece transformar mi voz en un coro de ángeles heavies. Es como una experiencia extracorporal.
Entonces, me doy cuenta de que no solo estoy tocando la guitarra, sino también a la audiencia. Cientos, tal vez miles de personas moviéndose a mi ritmo, con mi melodía, con mis palabras.
Bueno, no todo son palabras mías.
Cuando termino el primer tema, me parece que la cara se me va a partir en dos de tanto sonreír de euforia. Dejo que todo el mundo sepa quién escribió la siguiente canción.
—Esta se la dedico a mi hermano, Whit, que escribió la letra y por desgracia no ha podido estar con nosotros aquí esta noche.
En realidad estoy bastante contenta de que Whit no esté aquí, porque tendría que explicarle cómo me las he arreglado para copiar la letra de su diario mientras dormía. Quise ponerle música a sus versos desde el momento en que los leí.
—Se titula «The Fire Outside», y suena así —empiezo a tocar una melodía clara y sencilla.
Byron espera unos acordes y comienza a tocar la línea de bajo. Sintonizamos de una manera inquietante, debo admitirlo. Musicalmente, quiero decir. Por lo que parece, debió de ser un bajista bastante bueno en la orquesta del colegio, y muestra un sorprendente sentido del ritmo. Con la camisa desabrochada y su pelo alborotado por una vez, hasta parece que encaja en un concierto de rock.
Los mecheros se elevan entre el público, y toda la gente de la caverna se mueve al ritmo de la música que estamos tocando.
Tan pronto como Byron y yo afrontamos los últimos acordes de la canción, el mismísimo autor de la letra aparece con su metro ochenta y cinco en la parte trasera del anfiteatro. «¡Ahí está!». Whit mira fijamente alrededor, moviendo aquí y allá la cabeza, como si estuviera buscando a alguien, y aquello fuera importante.
Luego se abre paso entre la multitud en dirección al escenario. Me lanza miradas de alerta, cruzando la mano sobre su cuello en un intento de avisarme de que interrumpa mi actuación, al tiempo que señala el área de camerinos situada a la izquierda.
«Definitivamente, algo se está cociendo».