CAPÍTULO 23
WISTY
Todo lo que atañe a la música está prohibido o censurado, y quizá por eso es tan increíblemente estupendo. Entras en el Festival de Música de Stockwood y te sientes como si hubieras sido teletransportado fuera de la pesadilla del Nuevo Orden, en un lugar poseído por nosotros mismos, gobernado por nosotros mismos, y palpitando con la sangre fresca de la música, muy buena música, una música asombrosa que te da ganas de ponerte a bailar, cosa que también está prohibida.
—No sé en qué estaba pensando Whit al dejar pasar la oportunidad de ver esto —le digo a Janine, que camina detrás de mí, las dos dando botes sobre los zapatos. Mi hermano había insistido, típico de él, en quedarse en la base protegiendo a los niños pequeños que habían de permanecer en Garfunkel’s. Lo que no era típico de él era tanto farfullar sobre «tener un presentimiento» de que algo malo podría suceder si se daba un «vacío de poder» allí.
Pero esto… esto era algo que hacía olvidar que el Nuevo Orden existía.
—En cuanto volvamos, voy a restregárselo a Whit por el culo —finalizo.
Janine enrojece ante la mención del trasero de Whit. Esta chica es toda cerebro y toda corazón, pero cuando mencionas algo sobre el cuerpo, se sonroja.
—Ya… —responde, y se pone en plan psicóloga conmigo—. Él necesita algo así más que ninguno de nosotros.
El concierto tiene lugar en lo que cierto día fue el depósito de agua subterráneo de un pueblecito llamado Stockwood. El depósito está ahora seco y ha dejado una especie de caverna del tamaño de un estadio, iluminada por focos portátiles. Me siento como si estuviera en el rodaje de una película, rodeada de gente con todo tipo de disfraces, desde hábitos de monje medieval hasta trajes de ninja, con las caras pintadas de blanco o capas negras.
No me extraña que la creatividad haya sido prohibida. Es demasiado genial para que el Nuevo Orden pueda con ella.
—No sabía que era una fiesta temática de disfraces de superhéroes —protesto ante Sasha y Emmet.
—No exactamente —dice Sasha—. Visten de esa manera para honrar a los personajes de las películas y libros que les gustaban.
—Que les gustan —digo—. En presente de indicativo —no voy a permitir que el N.O. se lleve también eso.
—Totalmente —acentúa Emmet—. Todo este rollo va de otorgamiento de poder.
Sé exactamente a lo que se refiere. Hay banderas y carteles con eslóganes como N.O. CHÚPATE ESA y NOTA PARA EL N.O.: OS VAMOS A CRUJIR.
En ese momento, se produce un enorme temblor de tierra, y pequeñas partículas de polvo y residuos caen desde el techo. Experimento un segundo de pánico, mientras giro instintivamente la cabeza en busca de soldados penetrando en la sala.
Todo el mundo se queda helado, pero no hay réplicas del temblor, e instantes después estamos de nuevo compartiendo nuestra alegría, cantando y haciendo campaña pro-Resistencia. Es como si nada hubiera pasado. Una bomba del Nuevo Orden debe de haber explotado justo encima. Nada del otro mundo. Solo otra molestia sin mayor importancia.
Hablando de molestias, la comadreja se acerca hasta donde estamos.
—¡Hey, chicos! —la mirada de suficiencia en los ojos de Byron casi me hace vomitar—. ¡Tengo entradas VIP para todos! ¡Fiesta!
«¿Fiesta?». Creo que todas las veces que le he pedido que dejara de hablar como un fanfarrón están empezando a hacer efecto, pero no estoy segura de que me guste el resultado.
—No me interesa… —empiezo a decir, pero Janine me detiene.
—¿Tienes pases VIP? ¿Quieres decir que vamos a conocer a los Bionics? —chilla como si presidiera su club de fans. Qué raro, jamás hubiera pensado que tuviera una gota de fan en el cuerpo. De un abrazo, levanta a Byron del suelo. Vaya, estos Bionics deben de ser realmente buenos.
—Pensaba que esto iba a ser una especie de recital espontáneo —digo.
—Y así es —dice Byron cuando Janine afloja el abrazo—. Pero van a actuar gratis. ¿Por qué lo preguntas? ¿Tenías pensado subir tú al escenario?
—Quizá lo haga.
Me pongo colorada, hasta que Byron replica untuosamente.
—Bueno, te incluiré en la lista. Dalo por hecho.
—Olvídalo —respondo. No puedo darle esa satisfacción a Byron—. No me interesa. Déjalo estar.
—Vamos, Wisty —dice Janine—. Estuviste bien antes, en Garfunkel’s.
Otro proyectil estalla arriba y vuelve a caer polvo del techo. Byron ni parpadea. Se da la vuelta y se marcha en dirección al escenario.
Janine, Emmet y Sasha charlan excitados. Mientras tanto, yo estoy aquí pensando: «¿No es la mar de inconveniente estar metidos en una caverna subterránea en mitad de una guerra? ¿En un lugar donde podrían enterrarnos vivos toneladas de rocas en cualquier momento?».
Con todo, estos pensamientos no perturban la increíble energía reunida en torno al escenario. Sobre la tarima se ve ahora a un grupo que emplea únicamente la voz para imitar los instrumentos de una banda completa de rock. Unos imitan el sonido de guitarras, otros de bajos, otros de baterías, otros hacen de trompetas y otros de instrumentos que todavía no se han inventado.
Janine señala el escenario con una risilla nerviosa. Es como si venir aquí le hubiera cambiado el carácter por completo. Ahora se comporta… como una persona normal.
A continuación, vemos a unos chavales jóvenes que se desafían a duelos de baile. Saltan, giran, hacen remolinos, retan a la gravedad.
Después, ocupa el escenario un demencial grupo de danza que realiza su espectáculo sobre zancos. Y así todo. Si hay una sola cosa que me hace conservar la esperanza de derrotar al Nuevo Orden, es comprobar que tenemos tanto talento.
Talento y pasión.
Eso es lo que les asusta de nosotros, ¿verdad? Nosotros lo tenemos, y ellos no. Todos tenemos un don.