CAPÍTULO 22
WISTY
No te haces una idea de lo fantástico que es regresar a Garfunkel’s y recibir una bienvenida propia de héroes. El señor Whit El-Regreso-Del-Rey Allgood ya está acostumbrado, debido a sus hazañas deportivas. Pero los gandules como yo raramente han recibido los vítores de la multitud.
Janine se lanza sobre Whit, que no parece darle mayor importancia, y le devuelve un abrazo cortés.
Mientras tanto, Emmet me sorprende con un abrazo de oso que dura solo un poco más de lo que hubiera esperado de él. ¿Quizá como si… hubiera estado un poco preocupado por mí?
Interrumpe mi pequeña fantasía patética frotando sus manos contra mi corte de pelo de prisionera.
—¡La calvicie es hermosa, nena! —se ríe.
Me pongo roja, pero estoy de subidón. Me siento tan contenta que casi no me importa que los chicos de cabezas rapadas suban a Byron en hombros como si fuera un héroe de guerra. Lo dejo estar. No podríamos haberlo logrado sin él, de todos modos.
Byron aúlla como un idiota, pues claramente se le ha subido a la cabeza lo de sentir la admiración por primera vez en su triste vida, la pobre comadreja, y finalmente se deja caer de espaldas. El gentío vociferante empieza a pasarle sobre sus cabezas, como cuando una estrella de rock se arroja sobre el público. Es una locura. Me veo rodeada de sonrisas, frente a las lágrimas y caras largas de costumbre.
Me topo con Sasha y le dedico una sonrisa.
—Si la comadreja llega hasta aquí, le dejo caer —digo, fiel a mí misma. La eternamente ingrata Wisty.
Sasha no me escucha.
—¡Tienes una pinta muy punk rock! —grita—. Me gusta. Te pega.
—Y tú pareces un tonel de pus de lagarto —respondo sonriente.
—No bromeo. Se te ve superhardcore. Tal vez nos vengas bien en el concierto clandestino.
—¿Qué concierto? —alguien me empuja y casi pierdo el equilibrio—. ¿No tenemos cosas más importantes que hacer? —pregunto, aunque admito que estoy intrigada.
—Este concierto es importante. Es una gran ocasión para captar nuevos reclutas para la causa. Créeme. Quizá incluso obtengamos información sobre otras unidades de la Resistencia. Y como extra, ¡con el concierto rompemos todas sus preciosas reglas!
Dios sabe que me encantaría escuchar música de verdad. El Nuevo Orden ha prohibido casi toda por alguna estúpida razón. Causa demasiado «desorden», supongo. Y alegría.
De repente, tengo sed de música, y es como si Sasha leyera mi mente. Me arrastra fuera de la improvisada discoteca y toma su guitarra de debajo de uno de los mostradores de maquillaje.
—He estado ensayando —empieza a tocar unas notas, y yo sonrío. Conozco esa canción. Hace una eternidad que no la escuchaba, pero un escalofrío me recorre la espalda.
Me uno a la interpretación, cantando desde la primera estrofa, y Sasha se detiene.
—¿La conoces?
—¿Estás de coña? Me la sé de memoria. Dame la guitarra.
Sasha me acerca el instrumento, con aspecto asombrado. Con el primer acorde, siento como si un interruptor acabara de encenderse en mi interior, como si la energía atravesara literalmente mi cuerpo, y de repente, aunque la guitarra no está conectada, empieza a sonar como si tuviera tras de mí un muro lleno de amplificadores.
Subo un par de escalones en la escalera mecánica, para poder contemplar la muchedumbre a mis pies, y desgrano los primeros versos de la célebre canción. Cierro los ojos mientras la letra va saliendo de mi boca con una loca mezcla de dolor y alegría. No puedo detenerme, y canto entera la estupenda canción, con la que todos crecimos. Se titula «Born to Fly», escrita e interpretada por Luce Winterstein, una de mis artistas favoritas.
Cuando recito el estribillo final y abro los párpados, veo a toda la población de Garfunkel’s con sus ojos sobre mí, Wisteria Allgood, vitoreando, silbando, aplaudiendo. Mientras, Byron sigue pasando (o siendo paseado) sobre las cabezas, allí abajo.
Me doy cuenta de repente de que la música, ese glorioso estruendo tan alto que hace vibrar mis huesos, no está solo en mi cabeza. ¡Es de verdad! Hay un muro de amplificadores que, aparentemente, acabo de conjurar de la nada.
Toco el último acorde, hago un sostenido, y acabo con un «¡Oh, yeah!» final.
Bueno, supongo que he recuperado mi toque mágico.