CAPÍTULO 2
WHIT
Esto fue lo que pasó. Trataré de acordarme lo mejor posible.
Recuerdo que no podría haber estado más desorientado y más solo mientras vagaba por las calles de aquella ciudad gris, abandonada y aun así llena de gente. ¿Dónde está mi hermana? ¿Dónde está el resto de la Resistencia? Sigo pensando en ello o quizá estoy murmurando estas palabras como si fuera un mendigo que ha perdido el juicio.
El Nuevo Orden ha desfigurado esta ciudad, que antes era hermosa, hasta el punto de que resulta difícil reconocerla. Parece un cadáver en el que proliferan las larvas. El cielo se halla tan bajo que resulta sofocante, los edificios indistinguibles entre sí, e incluso las caras de la gente que me rodea, todos con prisas, todos nerviosos, están tan carentes de color y de vida como el hormigón bajo mis pies.
Ya sé que el Nuevo Orden ha sometido a casi todo el mundo a un eficiente lavado de cerebro, pero se diría que estas personas están demasiado aceleradas, demasiado apegadas a los cuadernillos de propaganda que llevan en las manos como libros de oraciones.
De repente, mis ojos identifican una palabra escrita en grandes letras mayúsculas: EJECUCIÓN.
Y entonces una enorme pantalla que cuelga sobre el bulevar se enciende de pronto, y todo empieza a cobrar sentido. Todos los peatones se detienen de golpe y se quedan inmóviles, y cada una de las cabezas se gira hacia arriba como si se estuviera produciendo un eclipse.
En la pantalla de vídeo, un prisionero encapuchado, de poca estatura y aspecto frágil, se encuentra de rodillas en un escenario desnudo.
—Wisteria Allgood —pregunta una voz que hiela los huesos—, ¿deseas confesar el uso de artes oscuras con el malvado propósito de debilitar todo lo que es bueno y adecuado en nuestra sociedad?
Esto no puede estar sucediendo. Se me ha formado un enorme nudo en la garganta. ¿Wisty? ¿De verdad esa voz ha dicho Wisteria Allgood? ¿Están a punto de ejecutar a mi hermana?
Agarro por las solapas de su gabardina gris a un adulto con cara de retrasado.
—¿Dónde tendrá lugar esa ejecución? ¡Dímelo ahora mismo!
—En el Patio de Justicia —me mira con fastidio, como si le hubiera despertado de un sueño profundo—. ¿Dónde va a ser?
—¿El Patio de Justicia? ¿Dónde está eso? —le pregunto al hombre, mientras cierro las manos alrededor de su cuello, a punto de perder el control de mi propia fuerza. Juro que soy capaz de tirar a este tío contra un muro si es necesario.
—Bajo el arco de la victoria, ahí abajo —balbucea. Señala un bulevar a la izquierda—. ¡Suéltame! ¡Voy a llamar a la policía!
Lo suelto y echo a correr hacia el inmenso arco ceremonial, casi a un kilómetro de allí.
—¡Oye! ¡Espera! —grita cuando me voy—. ¿De qué me suena tu cara?
Claro que le suena. Y a todos los demás también les sonaría si se tomaran el tiempo de darse cuenta de que hay un criminal en busca y captura caminando entre ellos.
Sin embargo, los ojos de los ciudadanos siguen pegados a la pantalla. Tienen un apetito insaciable de maliciosos cotilleos de todo tipo y, por supuesto, un gusto igual de pronunciado por la muerte y destrucción injustificadas.
Incluso cuando los condenados son inocentes y menores. Nada más que muchachos.
Ahora oigo un rugido distante. El sonido del hambre de «justicia», del apetito de sangre.
Me introduzco en el patético rebaño de ovejas. «No voy a permitir que me arrebaten a mi hermana». No sin antes luchar a muerte.
Doblo una esquina y, entonces, justo donde más gente hay, veo… ¿Es esa mi hermana, Wisty, la que está en el escenario? Lleva una capucha y va toda vestida de negro, pero ahora está de pie. Con orgullo. Tan valiente como siempre.
Un hombre —si es que se le puede llamar así— se encuentra con ella en el escenario. Lleva un bastón retorcido, y su siniestro traje negro cuelga de su cuerpo de forma extraña, sin que el viento que aúlla en la plaza sea capaz de agitar la tela. Su cara angulosa resplandece de satisfacción y autocomplacencia, como si se acabase de tomar un tazón gigante de nata montada.
Lo conozco. Lo desprecio. Es el Único que es Único, seguramente la persona más malvada en toda la historia de la humanidad.
¿Faltan aún minutos o solo tengo unos segundos para detener esta horrible ejecución? No hay manera de saberlo.
Voy avanzando a codazos y a golpes hasta el escenario. Hay una fila de soldados bien armados que mantiene a la gente apartada de la tribuna. Si pudiera dejar fuera de combate a uno de ellos y hacerme con su pistola…
Miro al escenario justo a tiempo de ver al Único levantar su bastón negro y agitarlo amenazadoramente en dirección a mi hermana. Tiene una mirada de triunfo absoluto.
—¡No! —grito, aunque nadie me oye en medio de los chillidos de la multitud. Todos saben lo que está a punto de suceder. Yo también lo sé. Solo que no tengo ni idea de cómo detenerlo. Pero tiene que haber alguna manera—. ¡Nooo! —aúllo—. ¡No podéis hacer esto! ¡Es un asesinato a sangre fría!
Hay un flash —no de luz, sino de puro negro—, y ya no está. Wisty. Mi hermana. Mi mejor amiga en el mundo.
Mi hermana pequeña está muerta.