CAPÍTULO 19
WHIT
Adoro a mi hermana, pero me temo que no tiene, digamos, el ADN emocional de un espía. Es un 99% impulsiva. Antes de que me dé tiempo a arreglar la situación, el enloquecido científico llega tambaleándose hasta nosotros como un zombi puesto de pastillas.
—¿Es que no sabéis que no vestir el uniforme de grupo apropiado se castiga con la celda de aislamiento? Os doy tres segundos para decirme qué hacéis aquí antes de que haga sonar la alarma y os metan entre rejas.
Me pongo firmes junto a Wisty, con aplomo.
—¡Señor! ¡Se presentan Stephen y Sydney Harmon, del grupo doce, para trabajar con las vainas, señor! —saludo marcialmente, y Wisty me imita.
Las venas palpitantes del jefe de laboratorio se relajan a ojos vistas.
—¡Ah! ¡Los famosos Harmon! No os esperaba tan pronto, pero estoy encantado de teneros aquí —se vuelve hacia sus «estudiantes»—. ¡Atención! Los Harmon son pupilos de primera de la C-625. Son los primeros en su categoría, premiados tres veces con estrellas de honor como líderes de sector, y servirán de modelo para todos vosotros. ¡Esto es bueno! ¡Esto es excelente!
«¡Diana!». Parece que los informes de Byron eran correctos. Los chicos Harmon iban a ser trasladados hoy, pero nos adelantamos a su llegada, como planeamos.
El jefe de laboratorio se acerca hasta donde estamos Wisty y yo. Su aliento apesta a algo que no he olido durante algún tiempo pero que me resulta muy familiar: alcohol. Estrictamente prohibido por el Nuevo Orden.
—Vuestra primera tarea, Harmon, es supervisar el laboratorio durante unos minutos. ¡La llamada de la naturaleza, ya sabéis! —se ríe tontamente—. Por supuesto, ya sabéis cómo funciona el silbato de mando, ¿verdad?
—Por supuesto, señor —digo, aunque Wisty y yo no tenemos ni idea.
Deposita el instrumento silbante en mis manos y se vuelve hacia el resto de los niños.
—¡Atención, grupos! —vocifera como si hablara para sordos—. Si la productividad no se incrementa un 10% durante mi ausencia, ¡seréis todos enviados al Departamento de Castigos Correctivos Eléctricos!
Y, dejándonos con esa imagen feliz de tratamientos de choque y Dios sabe qué más, desaparece tras las puertas dobles del laboratorio.
—¿Acaba de ponernos al mando de todo este laboratorio? —susurra Wisty, acercando su cabeza a la mía.
—Eso parece. Pero no estoy seguro de qué conseguimos con ello.
—¿Y estos chicos están todos controlados por esta especie de pito?
—Como perritos falderos, supongo —respondo, recordando a la niña dándose cabezazos contra la pared.
—Solo que no puede ser todo tan fácil, ¿no?
Miro el silbato, limpio las babas del negrero con la manga y soplo con todas mis fuerzas, como un árbitro de baloncesto.
La habitación llena de cuerpos se queda inmóvil y, casi a cámara lenta, todos y cada uno de los chicos caen redondos al suelo. «No, no, no, no, no. ¿Qué es lo que he hecho?».