CAPÍTULO 15
WHIT
Me palpitan las sienes y empiezo a ver borroso. Me da la impresión de que el corazón se me va a salir por la boca. «Tengo que encontrarla». Tengo que regresar a Shadowland. Necesito ser devorado por los dulces ojos de Celia, su cabello, su aroma. Tengo que fundirme con ella al menos una vez más.
Dejo el teléfono en manos de mi hermana, me abro paso entre los demás y salgo corriendo hacia el muelle de carga de los almacenes. Hay un portal allí, un portal que he prometido a Wisty que nunca atravesaría en solitario.
Lo siento, pero necesito hacerlo. Necesito a Celia. Cuando se trata de ella no tengo capacidad de decisión.
Embisto el muro del portal a toda velocidad, por si acaso se ha cerrado desde la última vez que estuve aquí, para que el golpe contra la pared de ladrillo sea redondo y tal vez meta algo de sensatez en mi mollera.
Lo atravieso, pero viajar por este portal es como nadar en un mar de piedra. Parece un imposible abrirse paso, pero finalmente penetro en la vagamente familiar, fría y oscura Shadowland.
Es un lugar extraordinariamente raro entre realidades, lleno de medias luces errantes: almas de los muertos que están aquí atrapadas, y que en ocasiones encuentran la salida a otro mundo en el que no pueden permanecer durante demasiado tiempo. «Como espíritus entrando y saliendo del purgatorio», digo para mí.
—¡Celia! —grito tan alto como puedo—. ¡Celia, soy yo! ¡Whit! Estoy aquí.
Quiero estar en todas partes a la vez, cruzar este vasto y extraño lugar al momento. El problema es que mantener la orientación dentro de Shadowland es como buscar el norte en mitad de un océano en un desolado día de niebla. Sin un GPS. O una brújula. Y quizá con la cabeza metida en un cubo.
No puedo permitirme perderme. Pero no sé adónde ir.
—¡Ce-li-a! —me giro y grito en otra dirección.
Alejarme del portal podría ser desastroso. Nunca he estado aquí solo. Me han prevenido sobre ello.
Esta vez, obtengo una respuesta.
Solo que no es la respuesta que tanto anhelaba. Es un gemido terrible que clava un carámbano helado en mi corazón.
El gemido se desvanece, pero suena otro más, más cerca, más alto.
«Qué desastre». He atraído la atención de los perdidos, unos seres en absoluto angelicales que han permanecido tanto tiempo en Shadowland que sus almas se han corrompido. Una especie de monstruos, supongo.
Me vuelvo y busco la salida. «¿Dónde está el portal?».
No lo encuentro. Solo percibo la niebla húmeda y fría, por todas partes.
Se acercan todavía más. Puedo sentir su frío y su olor mohoso. «¡Piensa! ¡Piensa! ¡Piensa!».
Al fin veo algo moverse en mi dirección. Una oscura figura entre la niebla, agachada, cojeando, rastreando. Aparece otra entre la niebla… O tres… O seis.
Este es el final, de una vez por todas.
Otro giro de noventa grados y el portal debería estar frente a mí, o quizá un poco más a la izquierda.
Ahí. Siento algo, o…
Ooomf.
Estoy en el suelo. De espaldas. Sin aliento. Escucho una tela que se desgarra. ¿Mi camisa?
Tengo los ojos abiertos, pero todo lo que veo son esas terribles siluetas, figuras hechas de carne pero también de humo. Una docena de manos heladas están sobre mí, sujetándome como si estuviera sobre una mesa de operaciones.
«¿Estoy sobre una mesa de operaciones? ¿Qué es lo que quieren, en el nombre del cielo?».
¿Qué es ese chasquido? ¿Y esa sensación sobre mi hombro? Siento como si tiraran de mi carne, la empujaran, la desgarraran incluso. Sin embargo, no me duele. «¿Estoy ya tan helado? ¿O conmocionado?».
Solo acierto a ver dientes rotos, puntiagudos, crueles.
Intento evitarlo, pero no puedo: suelto un grito.
—¡Celia! —gimoteo, consciente de que se trata de lo último que diré jamás—. ¡Te quiero!
Me han inmovilizado. Me están mordiendo. «Me están comiendo, ¿verdad?».
Pero entonces escucho otro ruido entre la niebla. «¿Será posible? ¡Un ladrido!».
—¡Feffer! —grito. Los mordiscos cesan. Por lo menos, hacen una pausa. ¿Han oído los perdidos al perro? ¿Otra fuente de carne fresca para el almuerzo?
Contemplo las caras de los espectros mientras dirigen sus brillantes ojos amarillos hacia el origen del ruido. Uno de ellos comienza a gemir de nuevo. Miro su cara ensombrecida y la reconozco. Menuda sorpresa.
«¿Estoy alucinando? Se trata del mayor de los traidores: Jonathan».
Jonathan era un compañero de Freeland que nos traicionó en una de nuestras misiones más importantes. Wisty estuvo a punto de morir por su culpa. Por un momento, casi me alegro de verlo convertido en una de estas malvadas y voraces criaturas.
—¿Jonathan? —digo, pero entonces desaparece en la niebla.
Hay un frenesí de furiosos gemidos y gruñidos a mi izquierda. O Feffer ha salido al ataque o la pobre perra está en las últimas. Lo siguiente que noto es una gran figura marrón tirando de mi camisa hecha jirones.
—¡Feffer! —grito cuando Jonathan reaparece y se abalanza sobre mí, acompañado de media docena más de aquellas terroríficas criaturas, que parecen estar babeando.
Me tambaleo arrastrado por la valiente perra, y aunque nunca he estado más feliz de seguir vivo, casi me entra la duda mientras atravieso el portal junto a Feffer.
«¿Dónde está Celia?».