CAPÍTULO 11
WHIT
—¿Te has olvidado de nosotros, Whit? ¿Te has olvidado de mí? —Celia parece triste, lo que hace que todo esto sea aún más doloroso para mí—. Supongo que no puedo echarte la culpa de que vayas a lo tuyo.
—¿De qué estás hablando, Celia? Nunca te he olvidado. Todo el mundo lo sabe. Nunca he dejado de pensar en ti, de buscarte. ¡La gente cree que estoy loco!
—Quizá no me hayas olvidado del todo, Whit. Pero estoy hablando de nosotros. Los desaparecidos, los secuestrados, los asesinados. Los medias luces —siento un escalofrío ante la mención de las almas sin consuelo de Shadowland—. Ya no soy… yo misma. Soy parte de algo… mayor.
—Celia, siempre serás tú misma. Shadowland no puede acabar contigo. No para mí. ¿Dónde estás? ¿Dónde estás de verdad?
—No lo entiendes, Whit —Celia me interrumpe y sonríe nostálgica—. Tengo que reconocerte algo: realmente eres el as del deporte más sensible que ha pisado jamás este mundo. Pero te pareces un montón a los demás chicos en otras cosas, Whit. Todavía eres un crío. Solo ves lo que tienes delante. Solo proteges lo que está frente a ti.
—No —meneo la cabeza sin poder creer sus palabras—. Eso no es verdad. Sabes que no es cierto.
«¿Por qué trata de hacerme daño?».
—Sí, lo es —dice Celia, atravesándome con su mirada—. Por poner un ejemplo, ¿dónde está tu hermana?
Me giro alrededor. Wisty está…
«¿Dónde está?».
—Pero ¿qué…? —empiezo a dar vueltas por la plaza, buscando frenéticamente por todas las esquinas—. ¡Wisty!
«No puede ser. ¿La habrán raptado?».
—Tienes que tener amplitud de miras, Whit.
Es una tortura. La voz de Celia me atraviesa como electricidad, y todo lo que deseo es quedarme con ella, rendirme a ella. Pero mi hermana…
—Sé que estás asustado —continúa, extrañamente indiferente a la desaparición de Wisty—. Acabas de perder a alguien de quien te preocupabas, y no eres capaz de manejar tus sentimientos. Piensa en ello, Whit. Es la clave.
—¡Wisty! —grito. La única respuesta es el ruido hueco de una bolsa de plástico revoloteando alrededor de la plaza.
—Whit. Aquí arriba. Mírame. Estoy aquí para contarte otras cosas que no quieres escuchar. Wisty y tú tenéis que dejar de huir del Nuevo Orden. Dejad de escapar del Único.
—¡Nunca! Voy a encontrar a Wisty y vamos a volver a Shadowland para buscarte. ¡Y no vas a ser una imagen en una pantalla!
La negra cabellera rizada de Celia se agita, tocando sus labios. Como si se viera afectada por el viento de la plaza. La bolsa de plástico aterriza en mi cara. La aparto de mí con desesperación.
—Whit, ¿me estás escuchando? ¿Debo hablar más alto?
Si lo hace, la cabeza me estallará.
—Te escucho, créeme. Es que lo que dices no tiene sentido.
—Wisty y tú debéis entregaros para salvar a vuestros padres… y a todos nosotros. Es la única manera. Creo que Wisty lo entiende. ¿Verdad, Wisty?
Celia vuelve su cabeza, y allí, detrás de ella, arriba en la pantalla, aparece mi hermana. «¿Cómo puede ser?».
—¡Wisty! —digo—. ¿Cómo…?
—Está bien, Whit —dice Wisty—. Todo va bien. He comprendido nuestro papel.
Celia me mira de nuevo y su largo cabello empieza a escaparse de la pantalla, flotando hacia mí. Me siento atraído por él. No puedo resistirme a ella. Me siento como si fuera por el aire, volando hacia la pantalla para ser devorado por sus ojos, sus labios, su dulce y suave voz.
—Ahora debo irme, Whit. Entregaos. Salvadnos. Puedes hacerlo, Whit.
La pantalla se apaga y me deja envuelto en una negrura que no tiene fin.