CAPÍTULO 100

WISTY

Whit y yo contemplamos con un horror paralizante cómo un fragmento de ceniza negra se levanta en la brisa y se mueve por encima del océano de espectadores que patalean, golpean sus puños y rugen de aprobación ante los odiosos asesinatos que acaban de contemplar.

Estoy demasiado destrozada por el dolor y la conmoción para reparar en el hecho de que, en efecto, todavía estamos inexplicablemente vivos. El Único no nos ha matado. «No nos ha matado». No tiene sentido.

Entonces, ocurre algo todavía más extraño, casi surrealista. Como un sueño.

Una dolorosa y cegadora luz baña repentinamente el escenario. Pero es una luz refrescante, si existe tal cosa, como un poderoso tsunami de sol cayendo sobre un paisaje helado.

«¿Estoy muerta al final y al cabo? ¿Es esta la famosa luz que se ve al final del túnel?».

«¿O… es el Final de los Tiempos?».

Cuando la luz mengua, veo al Único que es Único de rodillas. Chillando. Sin embargo, no puedo oírlo. De hecho, no oigo nada.

¿Ha habido una explosión? No lo sé, pero de repente hay manos por todo mi cuerpo, manos frías. Están soltando mis nudos. Un pequeño ejército de figuras encapuchadas se ha congregado en torno a mí y a Whit. La embestida de luz cegadora ha derribado a los guardias del Nuevo Orden que rodeaban el escenario.

En cuanto los encapuchados nos quitan las sogas del cuello, las trampillas de los ahorcados sobre las que nos hallamos se abren de repente. Y me encuentro cayendo en la oscuridad.

Es como si me hubieran colgado, solo que no lo han hecho, ¿verdad? Acabo de caer sobre mi espalda.

Estoy tumbada sobre el suelo con el temple y el decoro de un muñeco de trapo tirado a la basura. Ni siquiera intento moverme. Ni siquiera me esfuerzo en respirar. Solo quiero que termine todo esto. Quiero cerrar los ojos y dejar de existir. Rezo para que eso ocurra.

Noto otra mano fría sobre el brazo, ayudándome a ponerme en pie. Y ahora mis oídos empiezan a pitar, y escucho algo, también. Una voz. Una voz familiar.

—Corre —dice la voz cuando una puerta se abre y penetra la luz entre las tinieblas—. Corre, Wisteria. Corre como si mañana no fuera a amanecer… porque si no lo haces, tal vez no vuelva a amanecer.

Mi sentido del oído regresa al mismo tiempo que me golpea el sonido del pánico de las masas corriendo por los graderíos. Parece que los gemidos y los lamentos van a tirar abajo el estadio entero.

¿Qué es lo que han visto? «¿Qué le ha sucedido a su intrépido líder?».

Me tambaleo en dirección a la luz y me pierdo entre la muchedumbre frenética que ocupa el campo de juego, tratando de dirigirse hacia una de las cuatro salidas del estadio. Esto ya lo he hecho antes: escapar del lugar de mi propia ejecución. Parece imposible, pero sé lo que hay que hacer. Sé que no debo asomar la cabeza. Sé que debo esquivar y evadir los golpes. Sé que debo permanecer concentrada en un mar de pánico ciego.

No he recorrido ni cincuenta metros cuando se me sale el corazón por la boca. «¡Whit! ¿Dónde está Whit?».

Me vuelvo para mirar la tarima del patíbulo. Cuatro sogas vacías cuelgan libres en el viento. El Único no aparece por ninguna parte.

Tampoco Whit.

Todavía no he llorado por mis padres, pero ahora caigo de rodillas y empiezo a derramar lágrimas como un bebé. En un océano de personas, me encuentro totalmente sola.

Mas no del todo. De nuevo, siento una mano en el brazo y una voz en mi oído.

—Corre, Wisteria —dice—. Apresúrate. Tienes que abandonar este lugar maldito.

Y esta vez me resisto. Me pongo en pie, aunque camino en dirección al patíbulo, el último lugar donde vi a mi hermano.

Solo consigo dar unos pocos pasos cuando alguien, o algo, me golpea y me hace caer al suelo.

—Whitford está bien —dice, poniéndome en pie de nuevo y dándome la vuelta—. Piénsalo un poco. Ahora no podéis estar juntos. Se lo pondríais más fácil si estuvierais juntos. No podemos arriesgarnos —la voz parece razonable, aunque insistente. Ahora suena verdaderamente apremiante—. No queda tiempo, Wisty. Si de verdad quieres a Whit, ¡corre! Corre. Tú tienes el don. Solo tú lo tienes. Sin él, no quedará esperanza.

«Y tengo que correr, ¿no? Debo intentar escapar». Mi vida importa. Mi don importa. Así que corro. Corro como si la vida de mi hermano dependiera de ello.

Cuando miro atrás, veo finalmente la cara de la persona que me ha rescatado. Es Celia. «¡Celia!».

Ahí está, es ese punto brillante en medio de un paisaje amargamente oscuro. Te dije que lo encontraría. Te dije que me agarraría a esa luz como a mi propia vida. Y lo he hecho.

La usaré para encontrar a Whit. Para encontrar a mis amigos. Y para abrirme camino a través de Shadowland para volver a ver a mis padres.

Porque…

De las brujas malvadas y espantosas a las que se conceden grandes dones, mucho se espera.

CONTINUARÁ…