Conclusión

Con una reconstrucción de la vida de Hipatia a partir de fragmentos históricos podemos ver, con mayor claridad que antes, el denominador común de los constructos literarios y de los retratos de Hipatia concebidos en los dos últimos siglos: todos han utilizado la figura de Hipatia para manifestar su actitud ante el cristianismo, la Iglesia, su clero, el patriarca Cirilo, etc. Y, como recordaremos, esta actitud no es exclusivamente negativa. Para Leconte de Lisie, Roero di Saluzzo y Mario Luzi, Hipatia es heroína y mártir, pero su muerte a manos de cristianos (Saluzzo proporciona una variante) no señala el final de la Antigüedad. Su martirio ofrece una síntesis del mundo de los valores griegos con las verdades y el logos del cristianismo emergente. En las últimas páginas del libro de Charles Kingsley, Hipatia incluso se convierte, y pasa a ser una confesora de la nueva religión. Su conversión, sin embargo, no altera la opinión del autor sobre la necesidad histórica de la caída de las antiguas religiones.

La posición de Kingsley es representativa de la tendencia dominante en la leyenda, la corriente racional o ilustrada, que presenta a Hipatia como víctima inocente de una nueva religión, fanática y rapaz. De Toland y Voltaire a las feministas contemporáneas, Hipatia se ha convertido en símbolo tanto de la libertad sexual como del declinar del paganismo; y en prueba, por ello, de la desaparición del libre pensamiento, de la razón natural y de la libertad de investigación. Siempre hermosa y joven, indica con su muerte un momento crucial en la historia de Europa, que —después de la expulsión de los dioses griegos y de la abolición de la noción griega de un cosmos armonioso— tiene que ajustarse a nuevas formas y estructuras impuestas por la Iglesia cristiana.

La leyenda sigue desarrollándose siguiendo su propio curso, según gustos y modas, como podemos observar en las últimas novelas históricas sobre Hipatia (Zitelmann, Ferretti, Marcel). Para quienes prefieran gustarse a las auténticas fuentes históricas, es posible trazar un perfil claro de Hipatia, sin las deformaciones de una idealización ahistórica. Hemos establecido que Hipatia nace alrededor de 355 d. C. y no, como se mantenía de ordinario, hacia 370. Cuando muere en 415 es de edad avanzada, unos sesenta años. En consecuencia, parece que no existe apoyo legítimo para describir a Hipatia, a la hora de su espantosa muerte, como una mujer joven, dotada de un cuerpo digno de Afrodita y capaz de provocar el sadismo y la lujuria de sus asesinos.

Hipatia es residente de Alejandría y miembro de una familia destacada. Su padre es un científico muy conocido, miembro del Museo, escritor, filósofo interesado por textos herméticos y órficos. La erudición de Teón (y la de su hija) se centra en sus eminentes predecesores alejandrinos, matemáticos y astrónomos. Sabemos por Hesiquio de Mileto que, mientras el padre escribe comentarios sobre Euclides y Tolomeo, Hipatia se ocupa de las obras de Apolonio de Pérgamo (o de Perga), Diofante y Tolomeo. Siempre se ha supuesto que sus estudios de esos autores no han sobrevivido. Pero Alan Cameron afirma que no se han perdido todos los textos de Hipatia; ediciones del Almagesto de Tolomeo y de las Tablas, ahora disponibles, han sido probablemente ordenadas y preparadas por ella. También es posible que haya editado y anotado las obras existentes de Diofante.

La filosofía es el otro interés de Hipatia. Gracias a los recuerdos de su discípulo Sinesio en su correspondencia, sabemos mucho más sobre su docencia filosófica que sobre sus investigaciones matemáticas y astronómicas. En su hogar de Alejandría crea un círculo intelectual formado por discípulos que acuden a estudiar de forma privada, algunos de ellos durante muchos años. Estos jóvenes llegan de Alejandría, de otros lugares de Egipto, y también de Siria, de Cirene y de Constantinopla. Proceden de familias acomodadas e influyentes; con el tiempo alcanzarán destacados puestos civiles y eclesiásticos.

En torno a su profesora esos alumnos forman una comunidad basada en el sistema platónico de las ideas y en lazos interpersonales. Llaman misterios a los conocimientos que les transmite su «guía divina». Los mantienen secretos, negándose a compartirlos con personas de rango social inferior, a las que consideran incapaces de comprender cuestiones divinas y cósmicas. Además, el camino por el que Hipatia los dirige hacia la divinidad es indescriptible; seguirlo requiere esfuerzos mentales y voluntad, fortaleza ética y el deseo de lo infinito; su término es el silencio, el éxtasis mudo, una contemplación imposible de expresar.

Las clases privadas de Hipatia y sus conferencias públicas también incluyen matemáticas y astronomía, que preparan la inteligencia para la especulación en niveles epistemológicos más elevados. Sus conferencias tienen por escenario su casa (donde en ocasiones atrae a una multitud de admiradores) o las aulas que para ese fin hay en la ciudad. En ocasiones Hipatia participa en las actividades de la polis, y es una consejera estimada en cuestiones de actualidad tanto para los funcionarios municipales como para los imperiales que visitan Alejandría. Posee gran autoridad moral; todas nuestras fuentes concuerdan en que es un modelo de valor ético, rectitud, veracidad, dedicación cívica y proezas intelectuales. La virtud más admirada por sus contemporáneos es su autodominio o sofrosine, que colorea tanto su conducta como sus cualidades más íntimas; se manifiesta en la abstinencia sexual (permanece virgen hasta el final de su vida), la modestia en el vestir (manto filosófico), la moderación en el modo de vida y una actitud circunspecta con sus alumnos y con los poderosos.

Estos principios morales rigurosos, puestos al servicio de la facción secular en el conflicto entre el patriarca Cirilo y el prefecto Orestes, despiertan alarma y miedo en el clero. Las autoridades eclesiásticas se dan cuenta de que se enfrentan con una persona de experiencia, dotada de considerable autoridad, que ejerce una amplia influencia, decidida en la defensa de sus convicciones; por añadidura, gracias a sus influyentes discípulos puede conseguir apoyo para Orestes entre personas próximas al emperador.

El conflicto entre las facciones cristianas alcanza proporciones alarmantes en los años 414-415. Orestes resiste obstinadamente los intentos de Cirilo de reducir el campo de acción del poder civil. Se mantiene intransigente incluso cuando Cirilo intenta una reconciliación. Surgen sospechas entre los partidarios de Cirilo de que Hipatia, amiga del prefecto, ha instigado y apoyado su resistencia. El patriarca se siente amenazado, y personas de distintos grupos ligados a la Iglesia deciden ayudarlo. Los monjes atacan a Orestes y los colaboradores de Cirilo preparan con habilidad, y difunden, rumores acerca de los estudios de Hipatia relacionados con la magia y acerca de su hechizo satánico sobre el prefecto, «sobre el pueblo de Dios» y sobre la ciudad en su conjunto. El forcejeo entre el patriarca y el prefecto en materia de poder político y de la influencia de la Iglesia sobre los asuntos seculares termina con la muerte de la filósofa. Personas al servicio de Cirilo despedazan a Hipatia. Se trata de un asesinato político provocado por conflictos que vienen de antiguo[288]. Por medio de este acto criminal se elimina a una poderosa partidaria de Orestes. El mismo Orestes no sólo renuncia a la lucha contra el patriarca sino que abandona Alejandría para siempre. La facción eclesiástica paraliza a sus oponentes por el miedo y pacifica la ciudad; sólo los concejales tratan —con escasos resultados— de intervenir ante el emperador.

La muerte de Hipatia no está relacionada con la política antipagana emprendida por Cirilo y su Iglesia en aquel momento. En los primeros años de su patriarcado, Cirilo (o Pedro [Mongos] de Alejandría) acaba simplemente con el templo de Isis en Méneuthé, cerca de Canope, reemplazándolo por el culto de santos cristianos (Ciro y Juan)[289]. No persigue a los paganos en la misma Alejandría (aquí le interesan más los heréticos y los judíos). Y hasta los años 420-430 —bastante tiempo después de la muerte de Hipatia— no lanza un ataque contra el pensamiento y las prácticas paganas en su tratado Contra Julianum, que refuta el Contra Galilaeos de Juliano el Apóstata[290].

En cualquier caso habría sido difícil atacar o perseguir a Hipatia en razón de su paganismo, porque a diferencia de otros filósofos de la época, colegas suyos, no es una pagana activa ni devota. No cultiva la filosofía teúrgica neoplatónica, ni visita templos, ni se opone a que se conviertan en iglesias cristianas. De hecho simpatiza con el cristianismo y protege a sus alumnos cristianos. Gracias a su tolerancia y a su extraordinario conocimiento de las cuestiones metafísicas los ayuda a alcanzar la integridad espiritual y religiosa. Dos de sus alumnos son consagrados obispos. Los paganos y los cristianos que estudian con ella se reúnen en un clima de amistad. Durante el gobierno de Teófilo, el predecesor de Cirilo, la Iglesia no dificulta sus actividades en la ciudad, en reconocimiento a sus ideas y a su posición. En consecuencia, los seguidores de Cirilo, privados de la oportunidad de atacarla esgrimiendo su paganismo, tienen que acusarla de brujería, de magia negra. No podemos, por lo tanto, unirnos a quienes lloran a Hipatia como «la última de los helenos» o mantienen que su muerte supone la desaparición de la ciencia y la filosofía alejandrinas. La religiosidad pagana no expira con Hipatia, como tampoco lo hacen ni las matemáticas ni la filosofía griegas. Después de su muerte el filósofo Hierocles inicia una rama bastante notable de neoplatonismo ecléctico en Alejandría[291]. Hasta la invasión de los árabes los filósofos siguen elaborando las enseñanzas de Platón, de Aristóteles (cuya popularidad aumenta en Alejandría durante aquel tiempo) y de los neoplatónicos desde Plotino hasta sus mismos contemporáneos. De acuerdo con la tradición alejandrina, prosiguen los avances en matemáticas y astronomía. La escuela alejandrina logra sus mayores éxitos a finales del siglo V y comienzos del VI en las personas de Amonio, Damascio (vinculado a Alejandría y Atenas), Simplicio, Asclepio, Olimpiodoro y Juan Filopono[292].

También el paganismo perdura, y hasta cierto punto florece incluso, gracias a los «santos» del neoplatonismo que combinaban la filosofía platónica tardía con el servicio ritual y sacerdotal a los dioses[293]. Sin abandonar los antiguos cultos, la teúrgia y la adivinación, estos filósofos cultivan la «sabiduría egipcia», estudian jeroglíficos, reviven antiguos ritos griegos y egipcios y atraen discípulos. Proceden de la escuela de Horapolo el Viejo, que vive en la época de Teodosio II: Heraiskos, Asclepiades, Horapolo el Joven, y sus contemporáneos, Sarapion y Asclepiodotos, entre otros[294].

Hipatia se sitúa en el umbral de estos avances filosófico-religiosos del siglo V que atraen en gran medida a los estudiosos actuales de la Antigüedad tardía[295]. El círculo intelectual creado por ella en el siglo IV, formado por la profesora inspirada y sus discípulos, tiene la misma meta fundamental que guiaba a los «santos» del neoplatonismo alejandrino del siglo siguiente: el deseo constante (con flexibilidad para todas las diferencias en los métodos epistemológicos) de alcanzar la experiencia religiosa, ideal esencial de la filosofía.