Vida y muerte de Hipatia
Hipatia vive siempre en Alejandría. No hay pruebas de que salga nunca de la ciudad: ni siquiera por un breve periodo, para estudiar en Atenas, por ejemplo, como han sugerido algunos investigadores[153]. Alejandría, admirada universalmente y tercera ciudad del Imperio por el número de habitantes, es la residencia del praefectus Augustialis (prefecto de Egipto), del dux Aegypti (comandante militar de Egipto) y de otros funcionarios, tanto imperiales como municipales, además de sede de las Iglesias egipcia y libia[154]. Constituye un universo cerrado, perfectamente formado, acabado y encuadrado, que satisface por completo las necesidades espirituales de sus habitantes. El Museo, la biblioteca, los templos paganos en decadencia, las iglesias, los círculos de teólogos, filósofos y retóricos, las escuelas de matemáticas y de medicina, la escuela catequística y la rabínica crean un conjunto bien estructurado que respondía a las necesidades intelectuales y culturales de sus habitantes.
Hipatia vive con Teón, su padre, y se reúne en su casa con sus alumnos, que proceden de la misma Alejandría, de otros lugares de Egipto e incluso de tierras lejanas. Conoce los problemas vitales de la urbe, de la que es residente muy estimada. Se mueve libremente por la ciudad en su carruaje, se deja ver con el manto característico de los filósofos, visita a funcionarios influyentes y frecuenta instituciones públicas y científicas. Figura destacada en la ciudad por su condición de erudita, de mujer hermosa en su juventud, de personaje singular por derecho propio, de testigo de muchos de los sucesos de Alejandría, Hipatia inspira respeto y, en determinados círculos, provoca controversia. También llegará a ser objeto de indignación, agresión y degradación[155].
En las fuentes, el nombre de la Hipatia alejandrina aparece escrito de dos maneras distintas, Hipatia e Hipateia, la primera con más frecuencia que la segunda: se trata de la forma femenina de Hipado[156]. Hipatia dista de ser un nombre helénico poco frecuente; se usa tanto en familias paganas como cristianas[157]. Pero como nos informa Nicéforo Gregoras, historiador bizantino del siglo XIV, sólo el nombre de nuestra filósofa se convierte a la larga en sinónimo de mujer prudente y sagaz. Es Gregoras quien llama a Eudosia, esposa del emperador Constantino el Déspota, hijo de Andrónico II Paleólogo, la «segunda» Hipatia al describir sus virtudes, la profundidad de su educación y su habilidad para conversar[158]. El relato del historiador sugiere que en las épocas finales de Bizancio a las mujeres conocidas por su amor a las ciencias y a la filosofía se las designa proverbialmente con ese nombre.
Como reconocimiento a los méritos intelectuales de Hipatia, después de su muerte Miguel Pselo le impone el sobrenombre de «la sabia egipcia». Al establecer la lista de mujeres prominentes que se han consagrado a tareas literarias y filosóficas, Pselo enumera a la Sibila, a Safo, a Teano y a «la filósofa egipcia»[159]. Ni siquiera necesita mencionar su nombre, dado que todos los lectores están al tanto de a quién se refiere.
Aunque no presenta dificultades determinar su ciudad natal, nos encontramos con considerables obstáculos para establecer su fecha de nacimiento. La opinión más extendida es que Hipatia nace alrededor de 370[160]. Esa fecha se basa en la afirmación de Hesiquio en Suda de que el cénit de su carrera se produce durante el reinado del emperador Arcadio[161]. El nacimiento en 370 situaría su madurez en el año 400, que se puede considerar punto intermedio del gobierno del emperador. Pero esa fecha no es ni segura ni satisfactoria. Diferentes indicaciones de otras fuentes nos inducen a situar antes su nacimiento.
Juan Malalas mantiene, de manera convincente, que, en el momento de su espantosa muerte, Hipatia es una mujer mayor[162]: ni de veinticinco años (como quiere Kingsley), ni tampoco de cuarenta y cinco, como se da por sentado en general. Siguiendo a Malalas, algunos investigadores, incluido Wolf, afirman correctamente que Hipatia nace aproximadamente el año 355 y que tiene unos sesenta años al morir[163]. Una interpretación distinta del texto de Hesiquio confirmaría la aserción de Malalas. Su justificación se puede encontrar en las hipótesis de Penella sobre la fecha de nacimiento de Hipatia[164]. Penella señala que Arcadio es proclamado Augusto en 383; en consecuencia, su reinado debe contarse desde ese año y no desde 395, el año en que muere su padre, Teodosio I.
La biografía de Sinesio, el alumno preferido de Hipatia, ofrece un argumento adicional en favor de la fecha más temprana. Aunque el año de su nacimiento, 370, entra también en el terreno de las suposiciones, el periodo de sus estudios con Hipatia —los años noventa del siglo IV— es un hecho comprobado[165]. Cameron cree, igualmente, que el año de nacimiento de Sinesio se sitúa entre 368 y 370[166]. No puede haber ninguna duda en cuanto a que Sinesio no habría sido alumno de alguien de su misma edad. La manera respetuosa de dirigirse a su profesora no concuerda con la imagen de una joven de veinte años. Resulta difícil creer que a esa edad Hipatia pudiera haberse distinguido como notable erudita en matemáticas, astronomía y filosofía.
Según Suda, el padre de Hipatia, Teón, alcanza la madurez durante el reinado de Teodosio I (379-395)[167]. Malalas, sin embargo, mantiene que sus años de plenitud coinciden con la época de Graciano, es decir, entre 367 y 383[168]. Parece más probable que se trate de los primeros años sesenta, puesto que, según sabemos, Teón predice en 364 eclipses de sol y de luna que luego observa desde Alejandría[169]. Predicciones de esas características no se habrían conservado si no provinieran de un erudito maduro. En consecuencia, es muy probable que el padre de Hipatia haya nacido alrededor de 335[170].
La cronología de la vida de Teón se desdibuja todavía más en Suda, dado que allí Papo, el astrónomo y matemático, aparece como contemporáneo suyo[171]. El error se debe a que se da por buena la premisa de que ambos matemáticos publican juntos los Elementos de Euclides y comentan el Almagesto de Tolomeo, cuando en realidad Papo lo hace alrededor de 320, y Teón en los años 360 y 370[172]. Aunque no conocemos la fecha de su fallecimiento, tenemos la seguridad de que Teón no vive lo suficiente para ser testigo de la muerte de su hija. Según mis cálculos, el padre de Hipatia muere en los primeros años del siglo V.
Teón, erudito extraordinariamente culto, es matemático y astrónomo. Gracias a Suda sabemos de su adscripción al Museo de Alejandría (ho ek tou Mouseiou), al tiempo que los epítetos Aigyptiosy Alexandreus indican su herencia grecoegipcia, así como sus vínculos con su ciudad natal y la devoción que siente por la tradición plurilingüe de Alejandría[173].
Teón, de hecho, al igual que su hija, nunca abandona Alejandría; se nutre con la riqueza espiritual de aquella ciudad intelectualmente próspera. Consagrado al estudio de sus eminentes predecesores Euclides y Tolomeo, se interesa sin duda por la filosofía, pero todavía más por la literatura religiosa pagana y por las antiguas prácticas griegas de adivinación. A diferencia de su hija, no enseña filosofía. El neoplatonismo es sólo un ingrediente de su educación, pero, debido a su condición de erudito y matemático, Sócrates Escolástico, Hesiquio y Teófanes lo llaman filósofo[174]; Malalas se refiere incluso a él como «el más sabio de los filósofos»[175]. En la noticia sobre Teón de Suda, tanto a Teón como a Papo se los llama filósofos. Debido a sus conocimientos astronómicos y estudios de magia, las fuentes astrológicas se refieren a él como «sabio» y «filósofo»[176].
Varias de las obras matemáticas y astronómicas de Teón han sobrevivido: los Elementos de Euclides, pensada para los alumnos; Los datos, y La óptica[177]. Conocidas y copiadas por los bizantinos, se han utilizado para ediciones modernas de los textos de Euclides[178]. Teón es además comentarista destacado de las obras matemáticas y astronómicas de Tolomeo. Escribe comentarios sobre los trece libros del Almagesto (Sintaxis matemática) siguiendo las huellas —y en muchas ocasiones utilizando el texto mismo— de su compatriota Papo[179]. Escribe además dos comentarios sobre las Tablas de Tolomeo: El gran comentario, en cinco libros; y El pequeño comentario, en uno[180].
Teón no trabaja solo; tiene colaboradores. Es probable que Papo, de más edad, fuese uno de ellos en ocasiones, dado que Teón utiliza sus comentarios sobre el Almagesto. Otros dos colaboradores son matemáticos conocidos únicamente por sus nombres propios, Eulalio y Orígenes, a los que está dedicado El gran comentario sobre las Tablas de Tolomeo; podrían también ser alumnos suyos, ya que Teón se refiere a ellos como hetairoi, compañeros[181]. A otro alumno, Epifanio, le dedica El pequeño comentario, el cuarto libro de El gran comentario, y un apostrofe en la introducción al comentario sobre el Almagesto[182]. En esas obras, a Epifanio se le llama teknon, niño (en la dedicatoria, teknon Epiphanie). Esas menciones han llevado a algunos investigadores a concluir que es hermano de Hipatia[183]. Pero en los círculos científicos del helenismo tardío, así como en las comunidades herméticas y gnósticas, de ordinario los maestros se dirigen de esa manera a sus alumnos[184]. Cuando Teón menciona a su hija como colaboradora, la llama thygater[185].
Entre los ayudantes científicos de Teón, Hipatia es la colaboradora más directa. Según las pruebas de que disponemos acerca de los intereses del padre, parece que sus otros alumnos se consagran asiduamente a la ciencia, y de manera especial a las obras de Tolomeo; pero de los estudios matemáticos de Hipatia sólo se conservan los títulos. En su calidad de hija y colaboradora de su padre, es muy apreciada en las fuentes, ya que la describen como superior a él en talento. Filostorgio, por ejemplo, comenta que, después de ser iniciada por Teón en los arcanos de las matemáticas, Hipatia eclipsa a su maestro no sólo en ese campo sino, sobre todo, en astronomía. Hesiquio, al recordar la sabiduría y fama de Hipatia, subraya sus habilidades personales en el contexto de la colaboración con su padre. Damascio, a su vez, como si resumiera las opiniones de sus predecesores, señala que es «por naturaleza más refinada y que tiene más talento que su padre». Como recordaremos, Damascio menosprecia en otro fragmento su capacidad para la filosofía y nos la presenta —en contraste con el filósofo Isidoro— únicamente en calidad de matemática. Finalmente, al término del siglo XIII y comienzos del XIV, Nicéforo Calisto recuerda la excelente educación que Hipatia recibe de su padre, educación que ella desarrolla y cultiva.
Aunque las fuentes alaban el talento matemático de Hipatia, los historiadores de esta disciplina han tratado a Teón mejor que a su hija[186]. Esa incongruencia refleja en cierto modo la superior versatilidad de Hipatia como estudiosa interesada no sólo por las matemáticas sino por «toda la filosofía». Además, a partir de Sócrates y Filostorgio, los historiadores que escriben sobre sus éxitos como matemática elogian también sus logros como humanista. Más aún, la fama de matemático de Teón se ha visto favorecida por la conservación de sus ediciones de autores griegos; nunca hemos dispuesto, en cambio, de las obras de Hipatia (aunque esto, como veremos más adelante, está empezando a cambiar).
La lista que da Hesiquio de los títulos matemáticos de Hipatia sugiere que se interesa por autores originarios de Alejandría; escribe comentarios sobre Apolonio de Pérgamo, que vive en el siglo III a. C.; sobre Diofante, de mediados del siglo III d. C.; y sobre un libro titulado El canon astronómico[187]. La obra de Apolonio, Las secciones cónicas, se ocupa de geometría; Perl ha tratado de reconstruir el comentario de Hipatia[188]. A Diofante se le consideraba y se le sigue considerando el matemático más difícil de la Antigüedad. Varios estudiosos creen que la supervivencia de la mayor parte de su Aritmética se debe a la calidad de las elucidaciones de Hipatia[189]. De los trece libros del original disponemos de seis en griego y de cuatro traducidos al árabe en el siglo IX. Todos ellos contienen notas, observaciones e interpolaciones que quizá procedan del comentario de Hipatia. Si tal fuera el caso, la naturaleza y contenido de sus comentarios sobre el matemático alejandrino serían exegéticos, destinados a sus alumnos[190].
Si es cierto que ha sobrevivido parte del comentario de Hipatia sobre Diofante, aumentan las posibilidades de que sea cierta otra tesis de Cameron. Me refiero al comentario de Hipatia sobre los escritos de Tolomeo. Hasta hace muy poco los estudiosos han pensado que Hipatia revisa el comentario de Teón sobre el Almagesto. Esa opinión se basaba en el título del comentario al tercer libro del Almagesto, que dice lo siguiente: «Comentario de Teón de Alejandría sobre el libro III del Almagesto de Tolomeo, edición revisada por mi hija Hipatia, la filósofa»[191]. Cameron, que ha analizado los títulos de Teón para otros libros del Almagesto y para otros textos eruditos de la Antigüedad tardía, concluye que Hipatia no corrige el comentario de su padre sino el texto del propio Almagesto. En consecuencia, el texto existente del Almagesto podría haber sido preparado, al menos en parte, por Hipatia[192].
Más aún, Hipatia puede haber preparado también una nueva edición de las Tablas de Tolomeo, que en Hesiquio aparecen con el título de Canon astronómico. Probablemente trabaja en ello mientras Teón escribe ambos comentarios (el «largo» y el «corto») a la obra de Tolomeo[193]. En consecuencia, la observación de Cameron de que no hay razón para lamentar la pérdida total de los escritos de Hipatia parece justificada. Los textos existentes del Almagesto y de las Tablas han sido probablemente preparados para su publicación por Hipatia.
El hecho de que Hipatia considere la astronomía una ciencia venerable y la afirmación de Filostorgio de que su competencia astronómica excede a la de su padre refuerzan el valor de los argumentos de Cameron en ese sentido[194]. Existe la posibilidad de que estudiosos como Cameron, Toomer y Knorr, con sus trabajos sobre los textos de los matemáticos griegos, provoquen con el tiempo un cambio en las opiniones sobre el legado intelectual de Hipatia. Quizás se pueda dar ya por sentado que Hipatia será admitida en la historia de las matemáticas y de la astronomía como una erudita conocida no sólo por los títulos de sus obras sino también por su contenido.
Teón, a lo largo de su vida, trabaja sobre sus predecesores matemáticos con un grupo de colaboradores muy próximos. Una vez muerto, Hipatia parece continuar el proyecto de manera independiente, como una investigadora madura por derecho propio. Los alumnos cuyos nombres conocemos no parece que se comporten como ayudantes; nuestras fuentes, y en especial las cartas de Sinesio, indican que los instruye sobre cuestiones matemáticas y astronómicas, pero no hace que participen ni en la edición ni en los comentarios a los textos de los matemáticos y astrónomos alejandrinos.
Descubrimos, en cambio, que Hipatia inicia a sus alumnos (como hacía, quizá, su padre) en el asunto más práctico de estudiar los misterios secretos matemático-astronómicos. Debemos recordar aquí que, como resultado de sus enseñanzas, Sinesio es capaz de construir un astrolabio (De dono 4). Para lograrlo, por supuesto, tiene que estar familiarizado con los principios de geometría que ha dominado asistiendo a las clases de Hipatia sobre la teoría de Apolonio de Pérgamo. Este instrumento, que calcula la posición de estrellas y planetas, recibe el nombre de organon en De dono (5). Está pensado como regalo para su amigo Peonio, un destacado funcionario imperial en Constantinopla.
No hay duda de que es su padre quien enseña a Hipatia a construir el planisferio. En consecuencia, ambos pueden haber supervisado a Sinesio en el proyecto. Porque sabemos que Teón escribe un tratado sobre la construcción de un instrumento de esas características; Suda nos dice que se titula Sobre el pequeño astrolabio[195]. La versión original del tratado no ha sobrevivido, pero su contenido se ha recuperado tomando como base obras de autores posteriores, empezando por escritores árabes del siglo VII[196]. En su Discurso a Peonio (Ad Paeonium de dono) Sinesio no menciona el breve tratado de Teón; alude a Tolomeo como su predecesor en la construcción del astrolabio. De aquí que Neugebauer sugiera de manera convincente que Sinesio envía su regalo y la carta adjunta que describe el organon antes de que Teón escriba su tratado Sobre el pequeño astrolabio[197]. La descripción vaga, incluso opaca, del aspecto y funcionamiento del instrumento es prueba adicional de que Sinesio ignora la exposición de Teón, cuya lucidez conocemos por citas ulteriores.
La hipótesis de Neugebauer de que Teón vive aún cuando Sinesio experimenta con instrumentos astronómicos nos permite nuevas especulaciones sobre la fecha de su muerte. La carta para Peonio se escribe, y el regalo se entrega, durante la misión de Sinesio en Constantinopla (aunque una copia de la carta se envía a Hipatia sólo en 404; Ep. 154). Es por tanto posible que Teón viva aún durante la misión de Sinesio y escriba por entonces su tratado. Podría haber muerto, como he sugerido antes, en los primeros años del siglo V[198].
Ya hemos llamado la atención sobre las diferencias en los intereses intelectuales de padre e hija. A Teón no le atrae la filosofía teórica. Pero tiene también gustos no científicos. Al igual que Hipatia, ama el «helenismo», aunque su afecto por las cosas griegas es, sobre todo, de carácter religioso. Dotado de talento literario, expresa su devoción de forma poética. Malalas observa: «El sabio erudito y filósofo enseñó e interpretó textos astronómicos y escribió comentarios sobre los libros de Hermes Trismegisto y de Orfeo»[199].
Nos enteramos así de que Teón no sólo comenta y escribe obras puramente científicas, sino que también explica tratados (muy probablemente astrológicos) y los textos órficos: probablemente himnos, muy admirados por los neoplatónicos. En Suda encontramos títulos o descripciones de otros escritos breves de Teón que confirman las afirmaciones de Malalas sobre su interés por las prácticas religiosas paganas y por el movimiento de los cuerpos celestes: Sobre las señales y el examen de pájaros y graznidos de cuervos, y dos ensayos sobre la función de la estrella Sirio y la influencia de las esferas planetarias sobre el Nilo[200].
De esta escasa información podemos al menos concluir de manera provisional que el padre de Hipatia, además de trabajar en proyectos científicos específicos, también estudia los secretos del mundo físico e investiga las verdades reveladas por Hermes y Orfeo. Los títulos de esas obritas esotéricas muestran a un hombre atraído por los números así como por las voces de la naturaleza. Para Teón la realidad está llena de señales de los planetas y de las criaturas vivas. La «magia del mundo» le impresiona más que los argumentos de los filósofos. Su manera de ver y estudiar la realidad es distinta de la de su hija. La interpretación de augurios le atrae más que la investigación filosófica. La misteriosa «coherencia» del mundo le resulta más accesible en las profecías astrológicas, en los cantos de los pájaros que proclaman la voluntad de Dios y en la revelación de Hermes que en las ideas de Platón y Aristóteles.
No debe sorprendemos, por lo tanto, descubrir al Teón autor de poemas sobre temas astrológicos recogidos en la Anthologia graeca. Existen dos poemas, uno de los cuales aparece ahora en el Corpus Hermeticum y se atribuye al mismo Hermes[201]. En ediciones anteriores de la Anthologia graeca este poema figura unas veces como de Teón y otras como de Hermes[202]. Titulado Peri heimarmenes, contiene un único verso supuestamente compuesto por Teón[203]. El poema enumera, en el «caos cósmico», los cuerpos centelleantes de las siete esferas del universo: Júpiter, Marte, Venus, la Luna, Saturno, el Sol, Mercurio. Esas esferas contienen los gérmenes de las inflexibles decisiones del Destino (moira). La inteligencia y el poder internos de las estrellas determinan nuestra condición desde que nacemos. Predisponen nuestros estados psíquicos y temperamentos. Este determinismo astronómico, dice Hermes/Teón, no se puede superar, y la operación de cada uno de los planetas está estrictamente circunscrita (Marte, por ejemplo, da a las personas un temperamento violento y malhumorado). Los poderes del Destino, las esferas planetarias, están sostenidos por el señor de las leyes inmutables del universo, el dios del tiempo eterno: Eón[204].
El otro poema, atribuido exclusivamente a Teón, manifiesta de manera todavía más explícita su devoción por los cielos estrellados, el mundo perfecto de los dioses más allá de la esfera de la luna. Dedicado a Tolomeo, ensalza al creador del nuevo modelo del universo. Parece por tanto que este comentador de la erudición y los descubrimientos de Tolomeo escribe un poema en elogio de sus talentos[205]. El poema retrata a Tolomeo como elegido de los dioses. Su genio lo lleva hasta lo más alto y lo transporta a la región de las criaturas celestiales, porque su espíritu ha entendido las leyes que gobiernan las esferas planetarias, y Tolomeo ha contemplado los principios inmutables del Destino que rige el cosmos. La razón del Destino pertenece al mundo del «éter» y no al mundo contaminado de la materia terrena.
Ambos poemas profundizan en las distinciones entre «cielo» y «naturaleza», entre la esfera que contiene el éter y la realidad de la existencia terrena. Sin embargo, fragmentos de una sustancia superior, divina, residen en nuestro corazón y espíritu; es posible activarlos y reforzarlos mediante el esfuerzo y la voluntad. Eso es lo que logra Tolomeo: mediante un esfuerzo sobrehumano se separa de la región mundana de «sombría turbidez» (como dice Teón utilizando el lenguaje de los órficos)[206] y se le concede la perfección luminosa de los seres divinos.
Otros dos poemas conservados con el nombre de Teón difieren de los anteriores tanto por el tono como por la sustancia[207]. No se extasían con el espacio cósmico ni con la planetolatría; son, más bien, epigramas al estilo clásico que recuerdan los de los poetas líricos Arquíloco y Mimnermo. Ambos incluyen reminiscencias del mar. Uno cuenta la desesperación de una madre por la muerte de su hijo, un marinero joven. Su «tumba» es el océano, frío y abismal, que se ha tragado su cuerpo; la única conmemoración del difunto son las aves marinas que vuelan en círculos sobre el lugar de su «entierro». En el otro epigrama, el poeta anima y antropomorfiza un escudo, que se convierte en criado fiel y entregado a su amo. Durante una cruel batalla naval le salva la vida, llevándolo desde el barco naufragado a puerto seguro, mientras perecen todos los demás marineros.
Teón no consigue alabanzas especiales de los poetas de su época. Lo admiran sólo por sus logros matemáticos y su pasión por la astronomía. Así por ejemplo, Palas recuerda con reverencia su erudición[208]; León el Filósofo, hacia 900, considera a Teón un título de gloria para Alejandría y —junto con Proclo— el más sabio de los hombres: uno (Teón) ha medido los cielos y penetrado sus secretos; el otro (Proclo) ha calculado las dimensiones de la tierra[209]. Y como autoridad en materia de secretos astrológicos, Teón es celebrado por autores de pseudoepígrafes mágico-astrológicos. Una rápida ojeada a los índices de algunos volúmenes del Catalogus Codicum Astrologorum Graecorum revela que el nombre de Teón de Alejandría aparece en numerosas obras de ese tipo, compuestas en diferentes periodos[210].
Para estudiosos de la Alejandría de la Antigüedad tardía, como G. Fowden y J. C. Haas, los intereses de Teón no tienen nada de extraordinario[211]. Prácticamente todos los matemáticos alejandrinos se interesan por las ciencias ocultas. La sabiduría práctica de Teón va de la mano con el interés por la adivinación, la astrología y el hermetismo. En ese entorno, es más bien su hija, con su actitud más racional frente al mundo y la tradición helénica, quien consigue que sus compatriotas alcen las cejas. Porque la Alejandría del siglo IV es notoria por sus adivinos; después de todo, la astrología se enseña en las escuelas. Diversos astrólogos ejercen en la ciudad; los nombres de algunos han llegado hasta nosotros. Por lo que sabemos, también se los considera matemáticos. Entre ellos figura Pablo de Alejandría, conocido por su manual sobre astronomía y astrología[212]. Hay además un experto anónimo en los misterios de los cielos, llamado «el astrólogo del año 379»; aunque se desconoce el título de su obra, se conservan tres de sus capítulos, que tratan del origen y los principios de la astrología[213]. Un tercero es Hefestión de Tebas, el último representante de la astrología en el siglo IV; extractos de su manual de astronomía reciben el título de Apotelesmatica o Astronómica[214]. Estos astrónomos quizá sean conocidos de Teón y de la joven Hipatia.
Tenemos así cierta idea del ambiente en el que crece Hipatia, y de los intereses —además de los estudios filosóficos— que atraen a sus alumnos. Nuestras suposiciones (debatidas en el capítulo II) sobre la literatura leída en su círculo se han visto recientemente corroboradas por análisis de las fuentes que se ocupan de Teón. Empapada en la tradición, la familia lee con toda seguridad la revelación de Hermes, los escritos teológicos órficos, diversos textos griegos sobre adivinación y manuales de astrología.
Esos temas dejan su marca en los escritos de Sinesio. Después de regresar a su hogar al concluir otra visita a Alejandría alrededor de 405, «inspirado por Dios mismo», compone, de la noche a la mañana, un tratado y se lo envía inmediatamente a Hipatia para que haga la crítica (Ep. 154). Esta obra, titulada Sobre los sueños, se ocupa de la predicción del futuro, mediante una interpretación de los sueños afinada por la filosofía neoplatónica, y manifiesta un gran aprecio por la capacidad del alma humana para la adivinación: «La superioridad de Dios sobre el hombre, y del hombre sobre los animales, procede del conocimiento: un don que la Divinidad posee por naturaleza, pero que el ser humano puede alcanzar, con cierta plenitud, sólo mediante la adivinación»[215].
En el mismo envío para Hipatia va incluida otra obra, el tratado Dion, que es reflejo de la influencia de los escritos herméticos leídos en casa de Teón. En él Sinesio hace una relación de los hombres más santos y sabios de la historia: Amón, Zoroastro, Antonio y Hermes[216]. También hace referencia a la sabiduría de Hermes en Sobre la realeza, Sobre la Providencia, y otros escritos (como los Himnos)[217]
Hasta el final de su vida Sinesio mantiene el interés, desarrollado en Alejandría, por la astronomía, la construcción de instrumentos científicos y la literatura de lo oculto y la religión, incluida la predicción del futuro. En 413, el año de su muerte, envía cuatro cartas a Hipatia (Epp. 10, 15, 16 y 81). Están llenas de pesar y resignación, que reflejan tanto las grandes cargas de su episcopado como el dolor por la muerte de sus hijos, tres varones. Se siente solo y abandonado, y se queja de la ausencia de cartas de su amada profesora; ansia sus palabras de consuelo. En la Ep. 15 pide a Hipatia que «fabrique» para él un instrumento llamado hidroscopio, utilizado para medir el peso de los líquidos[218]. Sinesio describe qué aspecto debe tener el instrumento y afirma que le proporcionará alegría y le dará ánimos: «La fortuna me es tan desfavorable que necesito un hidroscopio». Las palabras intrigan. Es difícil entender por qué un hombre angustiado por la adversidad personal, eclesiástica y política, desconsolado y solo, necesita un instrumento hidrométrico diseñado para experimentos químicos.
El hidroscopio, sin embargo, se utiliza probablemente para algo más que los fines estrictamente científicos. A diferencia de Lacombrade, creo que Sinesio quiere utilizar ese instrumento para la adivinación[219]. Una fuente de la época proporciona la confirmación: en una obra astrológica, Hefestión de Tebas afirma que el hidroscopio, como el astrolabio, se puede utilizar en astrología, para la preparación de horóscopos y para la adivinación de sucesos futuros. Sinesio, dominado por la desesperación, abandonado por sus familiares más cercanos, busca consuelo y liberación en la hidromancia. Quiere consultar a los dioses del agua sobre su futuro[220]. Para salvarse, para liberar su alma, necesita oír la voz del Destino, descifrar la voluntad de los dioses en relación con su futuro, abrigando la esperanza de que sea mejor que el presente.
La iniciativa de Sinesio no es inusual; en este periodo las personas recurren con frecuencia a instrumentos hidroscópicos y a otros medios de adivinar el futuro. Y Sinesio ha comenzado el estudio de las ciencias físicas y del ocultismo en su juventud, al menos en fecha tan temprana como la de sus estudios con Hipatia. La petición que le hace no es, por consiguiente, un impulso del momento, sino reflejo de una actividad de larga duración, enraizada en sus días alejandrinos. No es sorprendente que este discípulo de Hipatia (y quizá de Teón), enfrascado en la interpretación de los sueños, la astrología y los experimentos físicos, llegue a ser reconocido como uno de los primeros expertos en los secretos de la alquimia[221].
Mientras los alumnos de Hipatia examinan cuestiones filosóficas, estudian las ciencias matemáticas, leen diversas obras sobre temas religiosos y realizan experimentos astronómicos, se están produciendo en Alejandría acontecimientos de capital importancia en relación con las actividades del patriarca Teófilo. Desde el comienzo de su pontificado, en 385, Teófilo ha llevado a cabo una campaña en la ciudad contra el paganismo, eliminando por distintos métodos los cultos religiosos todavía existentes[222]. Al producirse disturbios porque la Iglesia se apropia de templos paganos, Teófilo aprovecha la oportunidad para atacar el Serapeo, en otro tiempo centro pagano del culto en Alejandría[223]. La acción contra el santuario se produce en 391 o 392[224]. Sucede, en cualquier caso, después del edicto de junio de 391 del emperador Teodosio I, el cual, con la prohibición de las prácticas paganas, abre el camino para la destrucción de los lugares de culto[225].
Muchos paganos de Alejandría, dado que su número era todavía importante[226], se atrincheran en el templo y hacen incursiones contra los cristianos sitiadores. Esto da un pretexto a Teófilo para dirigirse a las autoridades civiles y militares y pedirles ayuda. El problema se soluciona mediante un edicto del emperador por el que se ordena a los paganos abandonar el templo, se proclama mártires a los cristianos muertos y se entrega el Serapeo a la Iglesia. La magnífica estatua del dios Serapis, obra de Briaxis, salta hecha añicos por el hacha de un soldado[227].
Las fuentes históricas recogen que las luminarias de Alejandría ayudan a los paganos en su defensa de los objetos sagrados y de los símbolos del culto. Uno de ellos, el filósofo neoplatónico Olimpio, asume el liderazgo de la resistencia en el Serapeo; a los paganos se unen Amonio y Heladio, profesores de lengua y literatura griegas, así como el poeta Paladas y, probablemente, el poeta Claudiano.
Con anterioridad, otro filósofo neoplatónico, Antonino, hijo de Sosipatra y discípulo de Edesio (alumno de Jámblico), ha pronosticado la caída y ruina del Serapeo. Aunque no vive para ver cumplida su profecía, durante gran parte de su vida está dominado por el miedo y la ansiedad sobre el futuro de la religión y la cultura una vez que los antiguos dioses desaparezcan y sea destruido su principal centro de culto en Alejandría.
Dado el apoyo de la elite intelectual de Alejandría a los defensores de la antigua fe, se plantea de inmediato la pregunta de qué actitud adopta Hipatia en este asunto. Después de todo, en los primeros años de la década de los noventa, ya es una filósofa estimada y famosa. ¿Por qué no se une a Olimpio en la defensa de los objetos sagrados del Serapeo? ¿Por qué no da, junto con sus alumnos, apoyo moral a los defensores? Podemos entender su silencio si examinamos más detenidamente los rasgos que caracterizan a los filósofos antes mencionados.
Antonino, que muere antes de los acontecimientos, está sólidamente ligado al culto de Serapis debido a su actividad profética y religiosa. Mayor que Hipatia —ha nacido hacia el 320—, se traslada de Pérgamo al distrito de Canope, cerca de Alejandría, en la desembocadura del Nilo. Y muere poco antes de la destrucción de los templos del dios Serapis en Alejandría y en Canope (también ordenada por Teófilo)[228].
En Canope —probablemente en un distrito de templos— Antonino ha reunido alumnos y les enseña filosofía platónica, que él combina con prácticas religiosas y ceremonias secretas. Lleva una vida profundamente ascética, que incluye la abstinencia, y está dedicado a la contemplación de la creación divina. De su madre ha heredado el don de la clarividencia. Todos esos atributos lo hacen «divino», aunque tiene el aspecto de un mortal ordinario y no rechaza la compañía de otros seres humanos. Su singularidad espiritual, su resplandor interior, atraen a Canope a jóvenes y viejos que llegan utilizando todos los medios de transporte disponibles. El resultado es que el templo local está siempre abarrotado, con jóvenes que realizan los deberes sacerdotales. Aunque Eunapio afirma que Antonino no manifiesta ninguna inclinación hacia las prácticas teúrgicas «porque ve con preocupación las opiniones y la política imperial, que son contrarias a esas prácticas»[229], sabemos que es un practicante típico de la teúrgia neoplatónica. En su calidad de filósofo y sacerdote permanece en contacto directo con los dioses. Si alguien acude a él con una pregunta sobre cosas divinas, alza los ojos en silencio hacia el cielo como buscando allí la respuesta. Pero responde a preguntas relacionadas con la filosofía y la lógica platónicas. Gracias a su don religioso y profético, Antonino anuncia la desaparición del culto de los dioses antiguos y la destrucción de los templos de Alejandría y Canope. Reconoce las implicaciones de la legislación promulgada bajo Teodosio, descubre los verdaderos planes de los obispos que se sientan en el trono de san Marcos y tiembla de ansiedad por el futuro de los antiguos valores culturales[230].
El filósofo que participa activamente en la defensa del Serapeo es el neoplatónico Olimpio. Historiadores eclesiásticos (Rufino, Sozomeno), al igual que Damascio en su Vida de Isidoro, cuentan cómo, revestido con el manto del filósofo, se coloca a la cabeza de los defensores[231]. Proclama el significado de su lucha con tanta elocuencia que nadie puede resistirse a las palabras que «fluyen de su bendita boca» mientras reclama el sacrificio total en defensa de los sagrados símbolos de la religión de sus antepasados[232]. Al igual que Antonino, Olimpio parece un ser inmortal, y las heroicidades realizadas por su mediación alcanzan una dimensión más divina que humana. Cuando decae la moral de los defensores al contemplar la destrucción de las estatuas de los dioses, Olimpio les asegura repetidas veces que el espíritu albergado en las estatuas sube al paraíso; sólo se destruye su manifestación terrena. Bajo su liderazgo, los paganos hacen incursiones contra los cristianos, y torturan y crucifican a los prisioneros. Entre las víctimas figura el famoso retórico Gesio.
Antes incluso del comienzo del conflicto en 391/392, Olimpio era ya conocido entre los alejandrinos como servidor y fiel confesor de Serapis. Alto, apuesto, bien proporcionado y atractivo, se había trasladado desde su Cilicia nativa a Alejandría para servir al dios[233]. Maestro en todos los ritos del culto, enseña a los fieles cómo realizar ceremonias tradicionales. Recordando los antiguos credos, demuestra su belleza y afirma que servir a los dioses trae la felicidad. Insta con frecuencia a sus oyentes a que conserven su fe ancestral como el tesoro más precioso. En consecuencia, jóvenes y viejos lo llaman hierodidaskalos; la espiritualidad de Olimpio, su autoridad moral, su conocimiento de los dioses y su apariencia llevan a los fieles a creer que este maestro público de religión está lleno de dios (pleres tou theou). Al igual que Antonino, posee el don de profetizar sobre el futuro de la religión pagana. También predice a sus discípulos la caída del templo de Serapis. Cuando finalmente sucede, Damascio concluye que las dotes visionarias de Olimpio están profundamente conectadas con los poderes divinos que gobiernan el mundo[234].
Sabemos mucho menos sobre los dos gramáticos alejandrinos que participan en la defensa del Serapeo, y las migajas de información de que disponemos proceden de Sócrates Escolástico[235]. Amonio es sacerdote de Thot (Hermes) y Heladio de Amón (Zeus). En Constantinopla, a donde huyen después de los disturbios de 391/392, los dos recordarán los acontecimientos de Alejandría con dolor y lamentarán la derrota sufrida por la religión helénica. Amonio, en particular, se desespera por la destrucción de las estatuas de los dioses y el ridículo al que han sido sometidos; por orden de Teófilo, la estatua del dios Thot (con cabeza de babuino) ha sido exhibida ante el populacho, que se burla de su carácter sagrado. Heladio, por su parte, se enorgullece de haber matado a nueve cristianos en las escaramuzas callejeras.
A raíz de la caída del Serapeo, Amonio, Heladio, Claudiano y otros paganos cuyo nombre desconocemos abandonan Alejandría, como ha hecho Olimpio. Cuando se promulga el edicto del emperador que ordena la destrucción del templo y una vez iniciada la ocupación del Serapeo por parte de soldados y cristianos, Olimpio huye a Italia por mar y nunca vuelve a saberse de él[236]. Claudiano se instala con el tiempo en Roma, donde se dedica a actividades creativas y políticas[237]. Paladas permanece en Alejandría pero se le priva del salario que le paga la ciudad por la enseñanza de la literatura griega[238].
La actividad filosófica de Hipatia no se ve afectada, y sus alumnos no tienen que buscar un nuevo profesor. No se la ve en el escenario de las batallas entre paganos y cristianos. Pese a las aparentes afinidades con Antonino y Olimpio sugeridas por su lenguaje filosófico común, Hipatia no se siente atraída por el politeísmo griego ni por los cultos locales. Para ella, las creencias paganas no son más que bellos adornos de la tradición espiritual griega que tanto valora y cultiva. No se siente obligada a apoyar su platonismo con prácticas teúrgicas ni con rituales, adivinación o magia; tampoco hay sitio, en el trascendentalismo que profesa, para el servicio a un dios con cabeza de babuino. Por añadidura, filósofos como Antonino y Olimpio no son de su «esfera»; no encajan en su entorno espiritual. En opinión suya, Olimpio es probablemente un típico demodidaskalos, un profesor público que predica las verdades de la «sagrada filosofía» a las clases inferiores. La aristocrática dama de la filosofía alejandrina no orienta sus enseñanzas hacia tales públicos; no busca estimular en ellos el amor a Dios. A juzgar por el silencio de las fuentes, no halla satisfacción alguna en el politeísmo popular y no participa en las prácticas paganas de culto. Sus alumnos proceden de la elite social; son ricos e influyentes. Por añadidura, su círculo incluye personas que simpatizan con el cristianismo. Hipatia no podría presumir de haber matado a cristianos. Ni ella ni sus alumnos han estado presentes en el Serapeo.
Bajo tales circunstancias sociales y religiosas, en un entorno científico creado por su padre, con un círculo de alumnos empeñados en un discurso filosófico de gran altura, transcurre la vida de Hipatia hasta el 15 de octubre de 412, el día de la muerte de Teófilo. Apodado con frecuencia el «faraón de la Iglesia», su conducta violenta y autoritaria, como la de su sucesor Cirilo, provoca resentimiento entre los paganos de Alejandría y también las quejas de los monjes del desierto de Nitria (algunos de los cuales, los llamados origenistas, abandonan Egipto); las del obispo de Constantinopla, Juan Crisóstomo, al que hostiga; y de diferentes grupos eclesiásticos de Oriente[239].
Pero Hipatia y su círculo no tienen motivos para quejarse del obispo Teófilo. Quienes asisten a los cursos neoplatónicos de la profesora no se ven amenazados por persecución alguna (como temía el filósofo Olimpio); se les permite continuar sus estudios. La misma Hipatia, sin necesidad de ocultar su religiosidad no cristiana, disfruta de plena independencia intelectual y de la tolerancia de las autoridades eclesiásticas.
Esas circunstancias empiezan a cambiar con la elección de Cirilo, sobrino de Teófilo, para el trono de san Marcos. Pronto queda claro que Hipatia no llegará a ningún acuerdo con el patriarca. En la actualidad, los historiadores eclesiásticos manifiestan gran respeto por Cirilo como teólogo y defensor de dogmas[240], pero sus contemporáneos lo ven de otra manera. Las fuentes lo describen como un hombre impetuoso, ansioso de poder, más implacable que su predecesor y frío en la consecución de una mayor autoridad, y que despierta una fuerte oposición en Egipto.
La elección misma de Cirilo como sucesor de Teófilo provoca malestar en Alejandría y disputas entre dos partidos eclesiásticos. Una parte del clero quiere a Timoteo, arcediano de Teófilo, como sucesor suyo; otra parte apoya a Cirilo. Los seguidores de Timoteo cuentan con el respaldo de Abundancio, el comandante militar en jefe (comes rei militaris per Aegyptum), representante de la autoridad imperial[241]. No está claro si sigue instrucciones del emperador. Rougé lo duda; piensa que Abundancio actúa por motivos personales[242]. Además, Rougé cree que sólo manda un destacamento estacionado en Alejandría. Después de tres días de lucha, Cirilo, el triunfador del duelo, es consagrado obispo, el 17 de octubre de 412.
Sócrates Escolástico, a quien debemos nuestra información sobre estos acontecimientos, señala que la elección de Cirilo trae consigo una ampliación —gradual pero importante— de la autoridad episcopal en los asuntos públicos, municipales[243]. El nuevo obispo comienza con una batalla por la pureza de la fe que se concreta en una campaña contra los grupos que sostienen creencias heterodoxas. Expulsa a los novacianos de la ciudad, cierra sus iglesias, confisca sus objetos litúrgicos y retira todos los derechos a su obispo[244].
A continuación se vuelve contra los judíos. Sócrates cuenta que, para ello, el patriarca aprovecha iniciativas de los propios judíos[245]. En lugar de celebrar el sábado —dice Sócrates— y de leer la Ley, van al teatro en ese día a presenciar espectáculos de danza y se pelean con cristianos. Un sábado, cuando el prefecto Orestes se halla en el teatro, dando a conocer una ordenanza sobre representación de pantomimas, estalla una reyerta entre creyentes de las dos religiones. Durante la intervención de Orestes los judíos empiezan a gritar que hay agentes de Cirilo entre el público, que han acudido a sembrar la discordia y a entorpecer la actividad del enviado del emperador en la ciudad. Al prefecto, que acaba de restablecer la calma y el orden en Alejandría, le molesta el alboroto y decide escuchar las quejas de los espectadores judíos. A gritos, piden, sobre todo, la destitución de Hierax, maestro alejandrino y adulador de Cirilo. Le acusan de delator y de fomentar los disturbios. Orestes, a quien molesta ya la apropiación por parte del obispo de muchas prerrogativas que anteriormente han pertenecido a los funcionarios del emperador, ordena detener y torturar a Hierax.
La decisión del prefecto provoca la indignación de Cirilo; Hierax es, efectivamente, uno de sus confidentes. Cirilo manda llamar a los jefes de la comunidad judía y les amenaza con graves represalias si siguen provocando y molestando a los cristianos. La reunión aumenta el rencor de los judíos, que empiezan a preparar emboscadas contra los cristianos. Una noche, algunos de ellos dan la alarma, diciendo que la iglesia de San Alejandro está en llamas. Cuando los cristianos acuden a salvar su iglesia, los judíos los atacan y matan a muchos. En respuesta, Cirilo se presenta con una multitud en el distrito judío, rodea la sinagoga, permite el saqueo de las propiedades judías y empieza a echar de la ciudad a los judíos. Sócrates afirma que todos los judíos, que han vivido en Alejandría desde los tiempos de Alejandro Magno, son expulsados. Aunque sin duda exagera, un gran número de judíos abandona la ciudad, y su expulsión tiene un efecto negativo sobre la economía local[246]. Es evidente que Cirilo aprovecha lo sucedido para desembarazarse del mayor número posible de judíos, porque con ello disminuye la tradicional animosidad entre las confesiones y se reduce el número de adversarios de la política de la Iglesia en Alejandría[247].
Enfurecido por las medidas de Cirilo, Orestes informa de los incidentes al emperador; Cirilo también lo hace. Sócrates guarda silencio sobre la reacción del emperador, y dice tan sólo que Cirilo intenta reconciliarse y envía para ello una delegación a Orestes. Sócrates subraya que un grupo de alejandrinos obliga a Cirilo a tratar de llegar a un acuerdo con Orestes. Esas personas deben de ser miembros de la comunidad cristiana, porque Sócrates utiliza el mismo término (laos) en otras ocasiones para identificar a personas relacionadas con la Iglesia. Es por tanto evidente que algunos cristianos quieren que el patriarca coopere con las autoridades seculares. Se cuenta que Cirilo muestra a Orestes el Nuevo Testamento, pidiéndole que acepte sus verdades y practique la magnanimidad. Orestes, sin embargo, se niega a cooperar con el patriarca. Cirilo se siente impotente, y miembros de distintos grupos religiosos asociados a él empiezan a estudiar otros métodos de presionar al prefecto.
Entre los primeros que acuden abiertamente en ayuda del patriarca (y probablemente alentados por él) hay 500 monjes, que abandonan sus celdas en Nitria y se presentan en la ciudad. Teófilo ya los había utilizado en peleas contra los paganos así como en conflictos doctrinales[248]. Un día se enfrentan con Orestes cuando el prefecto cruza la ciudad a caballo y lo insultan, acusándolo de paganismo. Las explicaciones del prefecto, en el sentido de que es cristiano y ha sido bautizado por el obispo de Constantinopla, no sirven de nada[249]. Uno de los monjes —Amonio— lo alcanza en la cabeza con una piedra. El prefecto empieza a sangrar profusamente y su guardia, horrorizada, se dispersa, si bien un grupo de alejandrinos (probablemente cristianos) se apresura a defenderlo. Amonio es capturado y llevado a presencia de Orestes, mientras la multitud pone en fuga a los monjes. Orestes sentencia a Amonio a torturas que le provocan la muerte. El prefecto envía entonces un informe de lo sucedido a la cancillería imperial. Cirilo hace lo mismo, describiendo el incidente como una lucha religiosa y afirmando que Amonio es un mártir. El texto de Sócrates, sin embargo, deja claro que los cristianos moderados, conscientes del delito del monje, critican a Cirilo por su toma de posición. El obispo termina por ceder y renuncia a seguir haciendo propaganda de lo sucedido.
Pero la cabeza de la Iglesia y el representante del poder imperial siguen enfrentados; de los dos, Orestes es el más obstinado. El sangriento conflicto entre cristianos y judíos, la expulsión de estos últimos de Alejandría, el intento de asesinato por parte de los monjes y las restantes demostraciones religiosas de Cirilo alimentan su terquedad. Surge así la pregunta: ¿sobre qué se apoya esta obstinación? Después de todo, Orestes ha llegado recientemente a Alejandría, es poco conocido, y desde el comienzo de su mandato ha sido objeto de ataques por parte de la Iglesia y de grupos relacionados con ella.
Sin duda alguna, la postura inflexible de Orestes ante las actividades del patriarca encuentra un sólido respaldo en personas influyentes, miembros de la clase dirigente de la ciudad y de sus alrededores. Una de las personas notables que le apoyan es Hipatia, con quien ha trabado amistad desde el comienzo de su mandato en Alejandría.
El apoyo de Hipatia a Orestes —un paso trascendental— es recogido por Sócrates en una frase breve pero expresiva. Dice que hombres «de la población cristiana» empiezan a difundir el rumor calumnioso de que Hipatia es el león en el camino para la reconciliación entre el obispo y el prefecto[250].
Hay una base para el rumor. Como tradicionalista que encarna de palabra y de hecho la aretai politikai aristotélica, «es rápida e ingeniosa en argumentos; en la acción es conocida por su prudencia y virtud política»[251]. Hipatia se ha asociado a la estructura antigua de la civitas basada en un gobierno civil secular y en el diálogo, no la violencia, en política. Indudablemente comparte con Orestes la convicción de que la autoridad del obispo no debe extenderse a sectores que corresponden a la administración imperial y municipal. Hipatia recuerda que el desaparecido Teófilo, pese a su ambición de poder y a su campaña contra el paganismo en Alejandría, no ha actuado dictatorialmente sino que ha conseguido la ayuda y el apoyo de representantes del emperador[252]. Ha sido testigo de la cooperación armoniosa entre las autoridades civiles y eclesiásticas. ¿De qué otra manera podemos interpretar que Sinesio busque el favor de ambos —Hipatia y Teófilo— para sus protegidos? Aunque ajena a la Iglesia, Hipatia siempre se ha relacionado libremente con funcionarios municipales, tanto cuando se encuentra con ellos por las calles de la ciudad (día mesou tou asteos) como cuando los invita a su casa. Ningún clérigo la ha hostigado por ese motivo ni ha hecho comentarios sobre su modo de vida, de todos conocido. Su independencia política, que se manifiesta abiertamente en lugares públicos, es respetada. La gente sabe que su sabiduría, erudición y autoridad moral llevan a los gobernantes a buscar sus consejos.
De manera gradual, sus cualidades personales e intelectuales potencian su influencia política cuando modifica su función primitiva de «filósofa observadora» mediante una participación más activa en los asuntos de la ciudad. Gracias a su apoyo, en los años 414-415 Orestes puede formar algo parecido a un partido político[253]. Es posible que en esta empresa cuente también con la ayuda de los líderes de la comunidad judía; al menos Sócrates sugiere algo en ese sentido: afirma claramente que Orestes apoya la resistencia de los judíos contra el patriarca[254]. Podemos asumir, en consecuencia, que también Hipatia lo alienta a defender a los judíos. Los habría visto como un grupo notable, durante largo tiempo, por su contribución económica y cultural a la vida de la ciudad.
Estas observaciones piden una nueva interpretación del relato de Damascio en el que se contrasta a Hipatia con Cirilo, como «el obispo del partido opuesto». Parece que el partidismo de Cirilo se desarrolla como respuesta política a una tensión creciente entre las autoridades eclesiástica y secular. No hay duda de que la aparición del partido de Orestes preocupa a los partidarios de Cirilo y a otros clérigos. Juan de Nikiu ofrece un relato de la tensión y la fiebre que se apodera de la comunidad eclesiástica. Sócrates también describe el estado de ánimo de manera reveladora, mientras que Damascio, como recordaremos, habla de la envidia de Cirilo por el éxito de Hipatia, al ver a la elite de Alejandría congregarse en su casa. Miembros de la facción de Cirilo deben de tomar conciencia de la poderosa aliada que Orestes ha ganado para su causa. También saben que Hipatia no es la única partidaria de Orestes, que tras ella se apiñan relaciones influyentes. Entre otras, en Alejandría al menos, el partido de Cirilo teme a los archontes, funcionarios municipales, amigos de Hipatia, la mayoría de los cuales son ya cristianos[255]. La alianza de Hipatia con la facción de Orestes puede haber exacerbado ese temor y promovido la consolidación del partido clerical de Cirilo.
El hecho de que los aliados de Orestes e Hipatia sean esencialmente un grupo de cristianos complica la situación para Cirilo y su clero[256]. Después de todo, el mismo Orestes es cristiano y representa a un Estado cristiano; está respaldado por miembros de la elite cristiana de la ciudad y por una parte del pueblo cristiano que lo ha defendido contra el ataque de los monjes, los mismos que, junto con Abundancio, habrían preferido a Timoteo como obispo.
Existen razones adicionales para el temor. Cirilo y sus partidarios se dan cuenta de que Hipatia tiene influencia fuera de Alejandría. No sólo sus discípulos pertenecen a la aristocracia por nacimiento; ocupan además puestos destacados al servicio del Imperio y de la Iglesia. Ciro, el hermano de Herculiano, puede haber conseguido ya un puesto importante en la corte de Teodosio II: al menos se ha convertido en un político de alto rango; Hesiquio desempeña el cargo de dux et corrector Libyarum; Sinesio no vive ya, pero probablemente su hermano Euoptio lo ha sucedido como obispo de Tolemaida; Olimpio es un acaudalado terrateniente sirio, y mantiene una relación muy amistosa con políticos de alto rango, el comes, por ejemplo, conocido también de Herculiano, que se ha convertido en una figura prominente de Alejandría. La influencia de Hipatia, por tanto, se extiende hasta Constantinopla, Siria y Cirene. Su amistad con funcionarios imperiales y jerarquías de la Iglesia, así como su influencia sobre todos ellos, tiene sin duda que provocar ansiedad entre los seguidores de Cirilo.
Ante el malestar social en Alejandría, Cirilo tampoco está seguro de la conducta de Aureliano, el prefecto pretoriano de los años 414-416. Se trata, después de todo, de un conocido de Sinesio desde los tiempos de la misión de este último en Constantinopla, y ha sido objeto de sus elogios literarios en Sobre la Providencia[257]. Cirilo y sus partidarios pueden haber supuesto que Orestes es amigo de Aureliano y ha sabido de las cualidades de Hipatia por él o por otros amigos de Sinesio antes de llegar a Alejandría. Esto explicaría la estrecha amistad con Hipatia en un periodo tan corto de tiempo desde el comienzo de su administración.
Damascio, que sabe mucho más que nosotros sobre la importancia de la posición de Hipatia en Alejandría, no duda en entrar en más detalles sobre este punto: afirma de manera breve e inequívoca que toda la ciudad «la adoraba y la reverenciaba». También se le han concedido abundantes distinciones cívicas[258]. Cirilo no puede soñar siquiera con un reconocimiento parecido; es una persona no deseada y rechazada desde el momento de su subida al trono episcopal. Es consciente de su debilidad y teme perder en su forcejeo con Orestes. Pero sabe también que cuenta con el apoyo del clero, de los monjes, de algunos miembros de la elite intelectual (como Hierax), y, quizá, del municipio. Puede contar, finalmente, con el pollon plethos que le ha ayudado a destruir las casas de los judíos.
Esos son los hombres que apoyan la causa del patriarca y que no dudarán en actuar para salvarla. Hipatia no es ni popular ni célebre entre el pueblo bajo de Alejandría. Junto con sus alumnos, vive apartada de la demos, no orienta sus enseñanzas hacia las masas y carece de influencia entre ellas[259]. Tampoco hay razones para que los grupos paganos de la ciudad la consideren una aliada; recuerdan su falta de interés por las creencias tradicionales durante la lucha más reciente que han mantenido para conservar la religión helénica.
Las gentes de Cirilo encuentran una manera de explotar el desinterés de Hipatia por el pueblo corriente: idean un plan sutil de propaganda negativa entre el populacho urbano. Juan de Nikiu cuenta que la presentan como bruja y le achacan el peor tipo de brujería, la magia negra, que trae consigo el castigo más severo no sólo en el sistema legal del imperio cristiano, sino ya en la tradición de las Doce Tablas[260]. Rumores sobre la práctica de la magia negra provocan un miedo irresistible entre la gente ordinaria, que, en consecuencia, está siempre dispuesta a actuar de manera violenta y despiadada contra los brujos.
Los habitantes de Alejandría saben ahora que la célebre filósofa es en realidad una abominable mensajera del infierno, «consagrada en todo momento a la magia, los astrolabios y los instrumentos musicales». Los propagandistas clericales mezclan una historia tendenciosa sobre una hechicera con información sobre la investigación matemática y astronómica de Hipatia, sus intereses filosóficos y religiosos, y añaden algunas anécdotas que circulan por la ciudad. Para corroborar la información sobre las prácticas prohibidas de Hipatia basta con señalar la preocupación de su padre por la astrología y la magia, sus escritos sobre la interpretación de los sueños, y las visitas a su casa de los astrólogos alejandrinos. Hesiquio, consciente de lo que constituye el núcleo de la agitación popular, afirma de manera inequívoca que es la astronomía —entendida, por supuesto, como astrología mezclada con magia negra y adivinación[261]— lo que sella el destino de Hipatia.
Por medio de esa manipulación se presenta a Hipatia como bruja peligrosa que formula hechizos satánicos contra los alejandrinos; «Seduce a muchas personas mediante [sus] artes satánicas». Su primera víctima es Orestes, «el gobernador de la ciudad»; como consecuencia de sus encantamientos ha dejado de ir a misa e iniciado una activa campaña de «ateización» de creyentes. Los anima a visitar a Hipatia (Juan de Nikiu se refiere probablemente a sus conferencias) y «él mismo recibe a los no creyentes en su casa».
Juan de Nikiu también culpa a Hipatia del conflicto entre cristianos y judíos. Hierax, a quien los judíos en el teatro han señalado ante Orestes como delator y espía de Cirilo, es presentado como «un cristiano poseedor de comprensión e inteligencia, que se burla de los paganos pero es devoto seguidor del ilustre Padre, el patriarca, y obedece sus consejos y advertencias». Orestes, que ha sentenciado a Hierax a la tortura y condenado a muerte al buen monje Amonio, está mal dispuesto contra «los hijos de la Iglesia». Por eso ha dado su apoyo a los judíos, quienes, con la seguridad de su ayuda y asistencia, se niegan a escuchar al patriarca cuando les pide que renuncien a su hostilidad contra los cristianos. Por medio de insidiosos engaños atacan a los cristianos y asesinan a muchos. Para vengarse, los cristianos saquean las sinagogas, las convierten en iglesias y expulsan a los judíos de la ciudad. Ante una acción tan resuelta, al prefecto le resulta imposible proteger a los judíos.
Sólo después de ajustarles las cuentas a los judíos se vuelven los cristianos contra «la pagana», la causante de todos los problemas de la ciudad. Después de narrar el pogromo contra los judíos, Juan de Nikiu ofrece una descripción del asesinato de Hipatia. El relato se aproxima al de Sócrates en su Historia eclesiástica, pero difiere en algunos detalles, incluida la cronología: Sócrates sitúa los hechos algún tiempo después de los disturbios contra la comunidad judía, mientras que Juan de Nikiu los presenta sin solución de continuidad. Pero es seguro que el conflicto con los judíos comienza en 414, si no el año anterior, y que Orestes e Hipatia habrían necesitado tiempo para organizar la oposición contra Cirilo. Más aún, entre el pogromo de los judíos y los acontecimientos relacionados con la muerte de Hipatia, se produce el ataque de los monjes de Nitria contra Orestes. Finalmente, en sus relatos de los rumores que circulan sobre Hipatia, tanto Juan de Nikiu como Sócrates sugieren que debe de existir un intervalo para que la propaganda contra Hipatia pueda tener efecto sobre los alejandrinos.
Esta diabok, este rumor ominoso y calumnioso sobre las brujerías de Hipatia y su efecto divisivo sobre la ciudad, produce los resultados que desean sus instigadores. De entre los convencidos surge un grupo que decide matar a la filósofa. Sócrates explica que se distinguen por una «disposición irascible»; Juan de Nikiu los llama «una multitud de creyentes»; y Damascio los califica de bestias más que de seres humanos[262].
A la cabeza de los que idean el espantoso plan se halla —según Sócrates— un tal Pedro, lector en la iglesia, quizá un clérigo que sólo ha recibido órdenes menores. En Juan de Nikiu aparece como «el magistrado». La versión de Juan de Nikiu parece plausible a la luz de nuestras consideraciones sobre la posición social de Hipatia y su relación con la ciudad. Entre los funcionarios municipales, los curiales, con quienes Hipatia tiene lazos políticos e intelectuales, puede haber personas que no simpatizan con ella, seguidores de Cirilo. También ellos pueden haber informado al patriarca de lo que está sucediendo y de las decisiones que se toman en el ayuntamiento, en el officium del prefecto, o entre personas relacionadas con Hipatia y Orestes.
Dirigida por Pedro, una multitud ejecuta el crimen un día de marzo de 415, en el décimo consulado de Honorio y el sexto de Teodosio II, durante la cuaresma. Hipatia regresa a casa, por una calle cuyo nombre desconocemos, de su acostumbrado paseo por la ciudad. La plebe la saca del carruaje y la arrastra hasta la iglesia del Cesarión, un antiguo templo del culto al emperador. Una vez allí le arrancan la ropa y la asesinan con fragmentos de cerámica (ostrakois aneilon)[263]. Luego llevan su cuerpo fuera de la ciudad, a un lugar llamado Cinaron, para quemarlo sobre una pira[264].
Desde la perspectiva de Juan de Nikiu, el dar muerte a una bruja no es más que la realización del deseo común de los cristianos y del mismo Dios. Un grupo de fieles, dirigidos por Pedro, un «perfecto creyente en Jesucristo en todos los sentidos», va a la ciudad en busca de la «pagana»; la encuentran sentada «en una cátedra» y, por tanto, según todas las apariencias, pronunciando una conferencia. De allí la arrastran hasta la iglesia, donde la deshonran y la despojan de sus vestiduras. Luego (en una versión ligeramente distinta de la de Sócrates) la arrastran por las calles hasta que muere. Finalmente, trasladan su cuerpo a un lugar llamado Cinaron, donde es quemado.
Entre otras fuentes, Malalas confirma que después del asesinato el cuerpo es quemado en una pira[265]. Hesiquio ofrece un relato similar al de Juan de Nikiu, en el sentido de que «es despedazada por los alejandrinos y su cuerpo vergonzosamente tratado y distintos trozos esparcidos por toda la ciudad» [266]. Otros cronistas sólo mencionan la muerte de Hipatia sin añadir ningún detalle.
Apoyándonos en las fuentes más importantes y en su análisis podemos afirmar de manera inequívoca que el conflicto entre Orestes y Cirilo concluye de una manera que se utiliza desde tiempo inmemorial y por una razón bien conocida: el asesinato político. El problema, que al patriarca y a sus colaboradores parecía insoluble, puede solucionarse sólo con un acto criminal. Matan a una persona que es el pilar de la oposición contra Cirilo, alguien que gracias a su autoridad y conexiones políticas proporciona apoyo al representante de la autoridad estatal en Alejandría, en pugna con Cirilo.
El asesinato de Hipatia ha estado bien preparado. Después del horrible suceso, Orestes es probablemente destituido o quizá pide que se le retire del cargo. En cualquier caso nunca volvemos a tener noticias suyas. Hay sin duda motivos para creer que aborrece la ciudad y tiene miedo de que pueda sucederle lo mismo que a Hipatia. Concluida la agitación, la ciudad recupera la calma. Cirilo logra en Alejandría la posición deseada. Los funcionarios imperiales deben de empezar a tomárselo en serio, ya que no sabemos de ningún conflicto más durante el resto de su pontificado.
Sólo los concejales de Alejandría tratan de informar al emperador en contra del obispo. Como Damascio nos cuenta de manera un tanto oscura, el asunto se archiva porque hay personas en la corte que favorecen a Cirilo[267]. Un individuo llamado Edesio intenta incluso sobornar a amigos del emperador. Cirilo presenta sin duda lo sucedido como una refriega contra el paganismo (incluso con problemas añadidos de magia y brujería), tal como afirmará la versión oficial de la Iglesia a partir de entonces. Que el patriarca hace lo mismo al enfrentarse con las más altas autoridades podemos deducirlo de Juan de Nikiu, quien al final de su exposición anuncia que después del asesinato de Hipatia «todas las personas se rinden al patriarca Cirilo y lo consagran como “el nuevo Teófilo”, porque ha destruido los últimos restos de idolatría en la ciudad».
La acción preventiva de Cirilo y su manera de justificar el asesinato de Hipatia cae en suelo fértil. Durante la regencia de Pulquería y la segunda prefectura de Aureliano, la corte imperial hace campaña de manera activa contra paganos y judíos[268]. Aureliano, en apariencia insensible al homenaje de Sinesio en Sobre la Providencia, no reacciona en modo alguno ante la espantosa muerte de su querida maestra. Se ha convertido en ardiente defensor de la ortodoxia, despiadado adversario del paganismo e instigador de leyes antipaganas[269].
Las cartas de Sinesio a Hipatia en el último año de la vida del primero (Epp. 10, 15, 16 y 81) indican que su relación con ella declina. Como recordaremos, están llenas de quejas sobre la falta de respuestas de su maestra y sobre su indiferencia ante las dificultades de Sinesio[270]. Hipatia, al parecer, deja de mantener correspondencia con Sinesio, posiblemente porque no quiere involucrarlo en sus problemas con el patriarca, de quien su antiguo alumno es un subordinado. Quizá no quiere añadir un nuevo dolor a sus preocupaciones personales y políticas.
En última instancia, por supuesto, nunca podremos saber la razón del debilitamiento de las relaciones entre Hipatia y Sinesio. Es posible que, una vez que se incorpora a la lucha contra la Iglesia, se aleje de su amigo demasiado precipitadamente; porque Sinesio no admira a Cirilo, como revela la única carta a él dirigida (Ep. 12). En ella Sinesio trata al juvenil patriarca de inexperto y equivocado hermano menor en Jesucristo. Por el contrario habla de Teófilo con auténtica deferencia y sincera devoción, llamándolo «nuestro santo padre de bendita memoria», «sacerdote santo», «querido de Dios». Sinesio recuerda a Cirilo que Teófilo, amado por Dios, lo ha nombrado pastor de su Iglesia pese a las numerosas quejas contra él. Esta carta, desde luego, no aporta ninguna razón para sospechar que Sinesio sea aliado de Cirilo[271]. Pero la pérdida de contacto con Hipatia puede haber empeorado la enfermedad de Sinesio y contribuido a su depresión espiritual, cuyos síntomas se observan en la Epístola 15. Preocupada por su causa política, Hipatia no piensa en Sinesio. La noticia de su muerte debe de sorprenderla.
Después de repetidas peticiones a la corte de Constantinopla, el ayuntamiento de Alejandría logra que en cierta medida se castigue a Cirilo. El 5 de octubre de 416, el sucesor de Aureliano, el prefecto pretoriano Monaxio, dicta una orden que priva a Cirilo de su autoridad sobre los llamados parabalanai o parabolanos y pide su reorganización[272]. Los parabolanos son un colectivo de jóvenes robustos relacionados con la Iglesia de Alejandría cuya tarea es recoger a los enfermos, discapacitados y vagabundos de la ciudad y llevarlos a los hospitales o a las casas de beneficencia eclesiásticas[273]. Pero las fuentes revelan que sirven además a manera de brazo militar del patriarca alejandrino, interviniendo contra sus adversarios en diversos lugares y situaciones.
La ordenanza imperial de 416 prohíbe que los parabolanos aparezcan en lugares públicos o entren en los locales del ayuntamiento o en sus tribunales; su número se reduce de 800 a 500, y el reclutamiento de nuevos miembros pasa a depender del prefecto; anteriormente, el patriarca ha nombrado a los candidatos de su elección. En lo sucesivo se los reclutará de la clase de «indigentes»; los que proceden de los curiales de la ciudad, o de la clase de los honorati, dejan de pertenecer al colectivo. En 418, sin embargo, el obispo recupera el derecho a elegirlos y su número aumenta a 600. Sólo siguen en vigor las restricciones en cuanto a sus movimientos por la ciudad[274].
Han sido seguramente los parabolanos, la «guardia» del patriarca, los asesinos de Hipatia. Son, sin duda, los principales propagadores de la falsa acusación de brujería; son quienes aparecen con los monjes junto a Teófilo cuando destruye el paganismo en Alejandría, quienes dirigen al populacho cuando el obispo ataca las casas de los judíos y quienes utilizan la violencia en el concilio de Efeso[275]. La mayoría son ignorantes y sin educación, pero obedientes a sus jefes eclesiásticos; exaltados y propensos a la manipulación y a la provocación, responden con violencia a los estados de ánimo de la población de Alejandría en 414 y 415. Son ellos quienes constituyen el núcleo de las masas eclesiásticas descritas por Sócrates, quienes manipulan al populacho de Alejandría y quienes avivan la campaña contra Hipatia. No saben nada de las disciplinas que enseña; tampoco entienden los principios por los que se guía ni los valores que defiende. Su independencia y hermetismo, su distancia y elevación filosófica los irritan.
En contra de la opinión de varios investigadores según los cuales el crimen ha sido cometido por monjes[276], Sócrates afirma que los monjes, aterrados por la reacción popular ante su agresión al prefecto Orestes, huyen[277]. Vuelven al desierto, a sus refugios, a no ser que aceptemos la opinión de Rougé, quien cree que Cirilo ordena a algunos de ellos unirse a los parabolanos, por lo que siguen en Alejandría[278]. Juan de Nikiu también absuelve a los monjes del asesinato, atribuyéndoselo a alejandrinos que se distinguen por su «profunda religiosidad». Hesiquio, del mismo modo, mantiene: «La despedazaron los alejandrinos». En el siglo VIII Teófanes observa que el crimen es obra de «ciertas» personas, es decir, un grupo del populacho de la ciudad; ni siquiera menciona a los monjes. Nicéforo Calisto, finalmente, repite la versión de Sócrates[279], quien, después de describir con detalle el ataque de los monjes a Orestes, no habría dejado de mencionar su intervención en la muerte de Hipatia; y habría dado cuenta de su vuelta a Alejandría. Quienes se ocupan del problema son personas de la ciudad salidas de las clases inferiores, subordinadas a la Iglesia y manipuladas por el clero.
Como todas las personas que estudian a Hipatia, nos vemos obligados a tomar postura sobre la culpabilidad de Cirilo. No podemos ir tan lejos como F. Schaefer, que lo absuelve plenamente y responsabiliza a Orestes[280]. Tampoco, como Rougé y otros afirman acertadamente, es posible sostener que Cirilo sea legalmente responsable de planear el asesinato[281].
Pero sí es mucho lo que se le puede atribuir, incluso aunque supongamos que el asesinato fue preparado y ejecutado, sin su conocimiento, por los parabolanos. Porque no hay duda de que es el principal instigador de la campaña de difamación contra Hipatia, que fomenta los prejuicios y la animosidad contra la filósofa, y despierta el miedo sobre las consecuencias de sus supuestos conjuros de magia negra contra el prefecto, los fieles de la comunidad cristiana y, de hecho, contra toda la ciudad.
Tanto si participa de manera directa o indirecta, Cirilo viola los principios del orden moral cristiano que está obligado a cultivar y defender. No se resigna al posible eclipse de su influencia. Hipatia y, por medio de ella, Orestes lideran la elite de Alejandría. Cirilo, coartada su ambición, consumido por la frustración y la envidia, se convierte en un hombre peligroso. Sócrates, Hesiquio y Damascio señalan los celos de Cirilo como causa de la muerte de Hipatia. De los tres, Damascio hace las acusaciones más graves y más precisas contra él; como prueba de sus celos, ofrece la anécdota de que, al pasar Cirilo ante la casa de Hipatia, encuentra una multitud a la puerta, en espera de que aparezca la filósofa. Nuestra reconstrucción del contexto y del curso de los acontecimientos que llevan al asesinato despojan a esta breve historia del aura de fábula ingenua sobre un Cirilo malvado y una noble Hipatia. Se convierte en un relato metafórico sobre la estrechez de miras y las pasiones destructoras del obispo. Nos falta, sin embargo, alguna prueba de otras fuentes para confirmar las conclusiones que Damascio extrae de la anécdota. Porque él establece una relación estricta entre las malas pasiones de Cirilo, sus deseos de muerte y su realización. Damascio está convencido de que Cirilo urde el asesinato de Hipatia y lo ejecuta con ayuda de sus hombres.
Para Sócrates, la envidia por la buena fortuna y el prestigio de Hipatia entre la clase dirigente es la causa decisiva del asesinato. Del modo en que habla sobre los celos destructivos por los honores «terrenos» de Hipatia se sigue que tiene presentes a Cirilo y a su partido, incluso aunque no nombre al patriarca. Hesiquio, por otro lado, proporciona dos versiones del crimen, con dos causas diferentes: una hace referencia a la envidia por la sabiduría y conocimientos astronómicos de Hipatia, envidia alimentada por Cirilo y sus partidarios; la otra culpa «la irreflexión innata y la tendencia a la sedición de los alejandrinos»[282]. Malalas reitera que Cirilo entiende la psicología de las masas de Alejandría y, en especial, de los grupos vinculados a él. Consciente de la envidia de Cirilo y de su animosidad contra Hipatia, Malalas acusa al obispo de incitar al pueblo al crimen. Afirma que Cirilo da a los «alejandrinos» (probablemente se refiere a los parabolanos) libertad de acción contra una mujer de edad avanzada, famosa y respetada por todos.
Sócrates, de ordinario muy cuidadoso a la hora de evaluar pruebas y atribuir causas, no se resiste, al final de su historia de los acontecimientos, a expresar su indignación contra Cirilo y su Iglesia: «Este asunto ha llenado de oprobio no sólo a Cirilo, sino a toda la Iglesia de Alejandría». Pero también señala que los alejandrinos tienden más a la anarquía y los disturbios que los habitantes de cualquier otra ciudad[283]. De manera similar, cuando Hesiquio reflexiona sobre el crimen, observa que no es el primer asesinato cometido por el pueblo de Alejandría. Ya han dado muerte a dos obispos: Jorge, el obispo arriano de la ciudad, nombrado por el emperador Constancio, asesinado en 361 durante el reinado de Juliano el Apóstata; y Proterio, también un nombramiento imperial, que perece en 457. Sus cuerpos, como el de Hipatia, son arrastrados por toda la ciudad y después quemados[284]. Otras fuentes antiguas siguen a Sócrates y a Hesiquio al confesar su incapacidad para explicar la propensión de los alejandrinos a la violencia y al crimen[285].
Pero el asesinato de Hipatia, una mujer de sesenta años, universalmente estimada por su sabiduría y virtudes morales, no es sólo una manifestación de odio, sino también una ofensa criminal que reclama una pronta y severa respuesta de los representantes de la justicia. Como afirma Damascio, esa respuesta nunca se produce; quienes han cometido el crimen siguen impunes y llenan de oprobio a su ciudad[286].
No es sorprendente que las fuentes sobre Hipatia sean tan escasas, tan parcas y en general indirectas en sus relatos. Una razón, sin duda, es la naturaleza esotérica de sus enseñanzas (esoterismo cultivado por sus discípulos). Pero la razón más importante es que en una fecha tan temprana como el siglo IV los historiadores cristianos han alcanzado la primacía, y lo más probable es que se avergüencen de escribir sobre la suerte de Hipatia. Aunque Damascio, uno de los pocos autores paganos todavía en ejercicio, se horroriza ante la idea de los últimos momentos de la filósofa y afirma que los alejandrinos aún recuerdan lo sucedido muchos años después[287], otros no se sienten inclinados a informar a la posteridad de este doloroso suceso de la historia de Alejandría y su Iglesia. Se orquesta una campaña de encubrimiento para proteger a los perpetradores, relacionados con la Iglesia, que han asesinado a una persona bien dispuesta hacia los cristianos. Luchamos contra ese silencio cuando con los fragmentos existentes emprendemos la tarea de reconstruir la vida y los méritos de Hipatia.