Hipatia y su círculo
No cabe duda de que es imposible recrear la vida y los méritos de Hipatia apoyándose en la leyenda literaria. Al ejercer la prerrogativa de la licencia artística, poetas, novelistas y divulgadores de la historia han hecho poco más que multiplicar —de acuerdo con su época y propósito personal— las imágenes subjetivas. Y por muy deseable que sea volver a examinar la vida y la muerte de Hipatia a la luz de los hechos, son muy pocas, como veremos en las fuentes, las pruebas directas que han llegado hasta nosotros. Sabemos, sin embargo, que, durante el periodo de madurez de Hipatia, sus enseñanzas y actividades filosóficas en Alejandría atraen a un considerable número de jóvenes, los cuales, impresionados por sus dotes espirituales e intelectuales, la aceptan como maestra. Podemos, en consecuencia, acercarnos a Hipatia de manera indirecta, mediante un estudio de sus discípulos y de sus enseñanzas.
A comienzos de los años noventa del siglo IV el círculo en torno a Hipatia se halla sólidamente establecido. Es probable que se forme a finales de los ochenta. La escasez de fuentes antiguas hace imposible identificar a todos sus alumnos, determinar su número y la duración de sus estudios, o definir con certeza los valores espirituales y las relaciones que los ligaban.
La fuente más importante de información sobre este círculo de jóvenes luminarias, sobre la manera en que el grupo funciona y sobre la naturaleza de las enseñanzas de Hipatia, es la correspondencia de Sinesio de Cirene[53]. Estudiosos modernos han demostrado sin lugar a dudas la importancia de este material para reconstruir la vida provincial de Cirene así como distintos aspectos de la historia política y social de los periodos romano tardío y bizantino[54]. Entre las 156 cartas que se conservan, figuran algunas dirigidas a la propia Hipatia y otras a los compañeros de estudios de Sinesio durante el tiempo de su aprendizaje. No disponemos de recuerdos de Hipatia procedentes de otros alumnos —con la excepción menor de Damascio—, ni tampoco se han conservado cartas de Hipatia a ninguno de estos jóvenes. Hemos de contentarnos, por tanto, con lo que nos ofrece Sinesio: sus cartas y, en ocasiones, sus textos: Dion, Ad Paeonium de dono, e Himnos.
Las cartas de Sinesio nos dan a conocer a sus compañeros con distintos grados de familiaridad; de algunos, por ejemplo, sólo llegamos a saber cómo se llaman. Y siempre a partir del momento en que Sinesio inicia sus estudios con Hipatia.
Si bien la cronología exacta de estos estudios sigue siendo difícil de precisar —de hecho casi todas las fechas de la escuela cirenaica son dudosas—, sabemos que Sinesio frecuenta la escuela de Hipatia antes de marchar con una embajada a Constantinopla, en los años noventa del siglo IV, a fin de conseguir una reducción de impuestos para la provincia de Pentápolis. Según Alan Cameron, Sinesio reside en la capital del Imperio desde el otoño de 397 hasta finales del otoño de 400[55] y habría abandonado Alejandría al menos un año antes. Concluimos, en consecuencia, que debe de estudiar en Alejandría desde alrededor de 390/393 hasta 395/396.
Sinesio regresa a Alejandría en varias ocasiones después de abandonar Constantinopla: primero para una estancia larga entre 401/402 y 404; más tarde en 407, 410 y 411/412[56]. Estas fechas se apoyan en la cronología de Roques, que difiere de la establecida por otros estudiosos[57]. Durante esas visitas Sinesio tiene oportunidad de ver a su maestra y a los condiscípulos que han prolongado sus estudios con Hipatia, y de conocer a alumnos más jóvenes. En su primera estancia, más prolongada, quizás reanude incluso sus estudios. Continuarlos de manera regular, aunque fuera limitada, habría sido difícil, porque durante este tiempo se casa y tiene un hijo. Sus contactos con Hipatia, sin embargo, no cesan nunca. Incluso como obispo metropolitano de la Pentápolis, Sinesio mantiene su admiración y respeto, le envía sus obras y espera siempre sus cartas con impaciencia.
El amigo más íntimo y confidente de Sinesio en la escuela de Hipatia es Herculiano, amante de la filosofía y de la literatura[58]. Para Sinesio es «el mejor de los hombres, el hermano tres veces deseado» (Ep. 138), y su amistad encama el ideal platónico. «[Platón] une, mediante su arte, a aquellos que se aman de manera que dejan de ser dos para convertirse en uno» (Ep. 140). Apoyándose en las enseñanzas de Platón, Sinesio le pide a Herculiano que no permita que su relación sea superficial: «Si no sientes todo lo que yo siento me haces daño, desde luego; pero si sientes todo esto, es muy sencillo. En ese caso sólo estás pagando las deudas de la amistad» (Ep. 137).
De no ser por la información que nos proporcionan las cartas de Sinesio, no sabríamos nada de Herculiano, ni siquiera su lugar de origen[59]. En la Epístola 137 Sinesio describe la extraordinaria impresión que causan en ambos sus primeras reuniones con Hipatia, nada más llegar a Alejandría, «lejos del hogar». Parece claro, por consiguiente, que Herculiano procedía de otra región. Como revelan las cartas de Sinesio a su amigo (Epp. 137-146), Herculiano estudia en Alejandría durante mucho tiempo y quizá pasa allí el resto de su vida. Está claro que —para poder permitirse estudios caros durante muchos años— debe de ser una persona acomodada[60].
Inmediatamente después de su separación de Herculiano, probablemente entre 395 y 397, Sinesio experimenta una profunda necesidad de conversación y contacto espiritual con su amigo. En la Epístola 139 manifiesta su soledad y sentimiento de desolación: «¡Ojalá te sea posible venir, amigo que tan querido eres para mí! ¡Retomemos nuestras conversaciones sobre filosofía!». En Cirene, Sinesio se siente arrancado del medio que alimentaba sus inclinaciones y necesidades espirituales: «Quiero a mi ciudad porque es la mía, pero se ha vuelto, no sé cómo ha sucedido, insensible a la filosofía. Me deprime, por lo tanto, sentirme solo y sin ayuda y tener que sobrellevar la ausencia de alguien con quien compartir mi frenesí filosófico». En esas circunstancias, las cartas que cruzan los dos jóvenes están llenas de reminiscencias de la comunidad espiritual de Alejandría. A veces basta una frase o una opinión de Sinesio para mover a Herculiano a recordar un suceso de su pasado común. Sinesio revela además una obligación moral impuesta a todos los amigos «bajo el signo de Hipatia»; volver con el pensamiento y por medio de «actos» a las reuniones con la profesora que ha iluminado sus almas. Los jóvenes discípulos de Hipatia buscan subordinar su vida futura a las mismas categorías supremas y «hechos» del alma que han compartido en Alejandría.
A Sinesio le entusiasman las cartas de un amigo tan erudito, y le asegura con frecuencia que las ha leído con singular deleite. Conocedor del gusto de Herculiano por la literatura, le envía muestras de su propia obra (Epp. 137, 141). En la Epístola 143 menciona haberle enviado doce de sus poemas yámbicos y cuatro de un autor anterior desconocido[61]. La Anthologia Palatina atribuye estos últimos a Tolomeo[62], aunque, al parecer, ni el precoz poeta ni Herculiano están al tanto de quién sea el autor. Es probable que Sinesio copie los poemas del gran matemático de una fuente innominada, y cabe también que alguien se los haya leído.
Sinesio quizás envía también a Herculiano su Cynegetica (libro sobre la caza). Al parecer trata igualmente de enviárselo a Hipatia, pero lo pierden «ciertos jóvenes que se interesaban por el helenismo y la gracia» (Ep. 154; también Ep. 101). Dada le preocupación de Sinesio por conseguir «gracia y armonía de estilo» (Ep. 154) y su admiración por la forma literaria de las cartas de Herculiano, podemos inferir que Hipatia exhorta a sus alumnos para que sean cuidadosos en su manera de hablar y de escribir. Puesto que Sinesio salpica las cartas a su maestra de citas de Homero, Aristófanes y otros autores, podemos deducir que Hipatia tiene un conocimiento amplio de la literatura griega.
Una de las personas que llevan las cartas de Herculiano a Sinesio es Ciro, hermano de Herculiano de quien sólo conocemos el nombre (Ep. 146). No sabemos si frecuenta las clases de Hipatia; suponemos, sin embargo —según la plausible sugerencia de PLRE—, que se trata de Flavio Tauro Seleuco Ciro[63], alto funcionario durante el reinado de Teodosio II y poeta épico de considerable renombre, que disfruta del patrocinio de la emperatriz Eudosia. Es prefecto de Constantinopla en 426, prefecto pretoriano del Este en 439-440, y cónsul en 441, además de admitírsele al patriciado. Cristiano devoto —aunque durante un breve periodo existen sospechas de que sea pagano—, se ordena sacerdote y a la larga se le consagra obispo de Cotieo en Frigia. Ciro procede de Panópolis, cerca de Tebas, por lo que se le llama de ordinario Ciro de Panópolis en las historias sobre la cultura bizantina temprana.
Si este Ciro es efectivamente el hermano de nuestro Herculiano, las suposiciones sobre su riqueza, buena cuna, excelentes relaciones y cristianismo ganan nuevo peso. Esta hipotética relación familiar también nos permite hacer conjeturas sobre el lugar de nacimiento de Herculiano: puede haber sido Panópolis, dado que Ciro ha nacido allí. Esta ciudad, con una fuerte tradición de cultura griega, produce paganos y poetas eminentes (entre ellos Nono y Dióscoro) en el periodo helenista tardío[64]. Ciro, hermano considerablemente más joven de Herculiano, habría conocido a Hipatia, dado que se encarga de llevar cartas a sus discípulos en los años en los que él mismo estudia.
Gracias a la misma carta (Ep. 146) sabemos que Herculiano recomienda a Sinesio al comes (traducible de manera aproximada por «conde») militar de Pentápolis, una persona cuya identidad provoca controversia. No conocemos su nombre, pero se le menciona en las Epístolas 142 y 144 a Herculiano, así como en las Epístolas 98 y 99, dirigidas a otro compañero, Olimpio. Tal vez se aluda con esa designación (¿quizá comes Aegypti?) a Peonio, destinatario de la carta de Sinesio Ad Paeonium de dono [Sobre el regalo]; o a Simplicio, comes et magister utriusque militiae per Orientem en 396-398 y destinatario de las Epístolas 24, 28 y 130[65]. Prescindiendo de la identidad del comes en las cartas de Herculiano, podemos concluir con considerable certeza que el mismo Herculiano es una persona muy bien relacionada, de trato familiar con miembros del gobierno y con militares de alta graduación. Febamón, vecino de Cirene, «una víctima de la injusticia», es recomendado por Sinesio a este amigo influyente: pide para él su patrocinio e intercesión (Ep. 144). Sinesio confía en que Herculiano y sus conocidos en los círculos gubernamentales ayuden a este hombre: «Gracias a la sagrada y respetada persona de Herculiano, podrá triunfar sobre sus adversarios».
El querido «condiscípulo» de Sinesio en la escuela de Hipatia parece haberlo visitado de cuando en cuando en Cirene. Sinesio extiende una invitación en la Epístola 143, mientras que en las Epístolas 144 y 146 envía recuerdos para miembros de la familia de Herculiano (viejos, jóvenes y mujeres).
En la Epístola 140 Sinesio pide a Herculiano que transmita sus saludos a Olimpio, otro compañero y alumno de Hipatia[66]. Se conservan ocho cartas dirigidas a Olimpio (Epp. 44, 96-99, 133, 148-149), escritas de manera intermitente desde el regreso de Sinesio a la Cirenaica hasta su muerte. Olimpio es un acomodado terrateniente de Seleucia en la Pieria siria. Al igual que Herculiano, se queda en Alejandría, estudiando con Hipatia, varios años más que Sinesio. Probablemente regresa a Siria hacia 402/403. En la Epístola 98, Sinesio, que está enfermo, cuenta a Olimpio su nostalgia por Alejandría, donde su amigo vive aún. Manifiesta su deseo de volver a visitar la ciudad y de ver nuevamente a las personas de las que se siente más cercano: «Si me recupero, saldré de inmediato camino de Alejandría».
Las cartas que circulan entre Cirene y Seleucia, después del regreso definitivo de los amigos a sus respectivos hogares, están llenas de amor por la filosofía, de expresiones de amistad y del gusto por el modo de vida de la aristocracia. Las Epístolas 133 y 148 expresan la satisfacción de ambos por la belleza de sus propiedades rurales y el estilo de vida aristocrático relacionado con ellas. Tanto Sinesio como Olimpio confiesan su debilidad por los caballos, los perros y la caza, así como el placer que les proporciona el ocio al darles la posibilidad de pensar y escribir. Sinesio habla de su propiedad, a unos treinta kilómetros de Cirene, como un lugar de felicidad idílica. Allí, el cultivo de la filosofía y de los placeres accesibles a los miembros de su clase le recuerdan la «edad dorada» o «edad de Noé», es decir, una situación de indescriptible felicidad (Ep. 148). Sinesio transmite su entusiasmo por la vida, su placer al explorar la creación eterna tal como se manifiesta en los paisajes rurales de Libia. Al parecer Olimpio visita a Sinesio en Cirene; en la Epístola 99 Sinesio le manda saludos de los criados y pide a Olimpio que se los transmita a los suyos, en especial al «buen Abramio», en su casa de Alejandría.
No sabemos si Sinesio visita alguna vez a Olimpio en Siria; pero en la Epístola 149 anima con vehemencia a su amigo para que lo visite en Cirene de manera que su reunión reviva el espíritu de su amistad. Allí Olimpio puede haber conocido a Euoptio (Ep. 114), hermano menor de Sinesio, y otro de los alumnos de Hipatia. En la pintoresca campiña próxima a Cirene los dos amigos se apartan del alboroto de la ciudad, de sus mercados y sus operaciones financieras, que ven como un atentado contra el espíritu humano. Hablan de sustraerse a la lucha por los cargos, los honores y las carreras políticas que satisfacen sólo ambiciones superficiales y no genuinos valores humanos. Sinesio, consciente de que nunca logrará distanciarse de la vida pública, declara lo mucho que le gusta poder aprovecharse de los periodos de tranquilidad para reflexionar: «Disponemos de tiempo para la filosofía, pero no para hacer el mal» (Ep. 148).
La amistad entre Sinesio y Olimpio lleva consigo un intercambio de regalos —caballos, bridas y otros espléndidos presentes— además de cartas. El acaudalado Olimpio manda tantos regalos que Sinesio se siente avergonzado por su número y magnificencia (Epp. 133, 149). En momentos de peligro, sin embargo, como en el año 405, cuando bárbaros del desierto amenazan su ciudad, Sinesio pide a su amigo que le envíe no sólo un buen caballo sino también arcos y flechas (Ep. 133). Su entusiasmo por vivir en medio de la lozanía de la naturaleza no es una simple convención literaria. Cuando se le requiere para que atienda urgentes deberes políticos, Sinesio abandona a regañadientes el ocio de su retiro rural para servir a su polis nativa.
Olimpio es sin duda alguna cristiano. En 411 Sinesio le revela sus dudas y grave perplejidad relativas al ofrecimiento para elevarlo al episcopado que le han hecho los habitantes de la Tolemaida libia (Ep. 96). En la Epístola 44, muy posterior, cuando ya es obispo[67], escribe sobre «hombres malos» que están «perturbando nuestra Iglesia»: heréticos, eunomianos, seguidores de las doctrinas antinicenas de Arrio. La fe de Olimpio es tan profunda que Sinesio lo considera capaz de combatir con éxito a los eunomianos («Hay que dar pasos contra ellos. Sólo un clavo saca otro clavo»). Dado que Olimpio es un cristiano ferviente cuando Sinesio se enfrenta a la elección entre una carrera secular y una vocación espiritual, podemos suponer que ya es cristiano durante sus estudios con Hipatia.
Olimpio no es sólo una persona acomodada (Ep. 133): está además bien relacionado; en Alejandría frecuenta al mismo jefe de las fuerzas armadas imperiales (Epp. 98 y 99) que es conocido de Herculiano. Lógicamente, Sinesio también acude a él para pedirle un favor. En la Epístola 99 encomienda a su benevolencia y protección al poeta Teótimo, «el más inspirado de nuestros tiempos», a quien ha conocido en Constantinopla como bardo que canta las virtudes de Antemio, prefecto pretoriano, «el ministro más poderoso de Arcadio»[68]. Sinesio está convencido de que, gracias al patrocinio de Olimpio, el poeta, a quien aprecia mucho, podrá relacionarse con «hombres en puestos importantes de Alejandría», y promete a Olimpio que Teótimo lo celebrará para la posteridad como ya lo ha hecho en el caso de Antemio (Ep. 49).
Las cartas de Olimpio y Herculiano mencionan los nombres de otros alumnos de Hipatia. Isión parece haber sido compañero de Sinesio, Herculiano y Olimpio en el círculo intelectual de su profesora. No sabemos nada de él, sin embargo, excepto que visita a Sinesio en Cirene y se le trata como a miembro de la familia (Ep. 144). Al escribir a Olimpio, Sinesio habla de él como «tu Isión» (Ep. 99), y en una carta a Herculiano recuerda con aprecio su talento para la narrativa (Ep. 144). También parece que Sinesio interviene ante las autoridades en algún asunto a favor de Isión.
Tampoco se sabe gran cosa de varios jóvenes más. Siró, «nuestro amigo», lleva las cartas de Sinesio a Olimpio; y Pedro entrega una carta de Sinesio a Hipatia (Ep. 133). Los dos son sirios, compatriotas de Olimpio, y probablemente estudian con Hipatia por indicación suya. El nombre Pedro indica sin duda que se trata de un cristiano.
Sabemos todavía menos sobre otro compañero de estudios, Hesiquio, y la información de que disponemos es discordante. De una carta que le escribe Sinesio (Ep. 93), algunos eruditos concluyen que es compatriota suyo, un acomodado curialis de la ciudad de Cirene; otros suponen que no procede de Cirene sino que vive allí por razones de su cargo como gobernador de la Alta Libia (dux et corrector Libyarum) en los primeros años del siglo V.[69] De todos modos, por la Epístola 93 sabemos que Sinesio conoce a Hesiquio no en Cirene sino en las clases de Hipatia de «geometría divina»; de manera que hay razones serias para pensar que Hesiquio no procede de Cirene. Es en Alejandría y no antes, en Cirene, donde se hacen amigos, como sucede con Herculiano y Olimpio. ¿Es posible, por tanto, que Hesiquio sea natural de Alejandría o de Constantinopla? Recuerdos de esa amistad y un sentimiento de hermandad resultan evidentes en la Epístola 93.
La Epístola 93 no sólo expresa amistad hacia Hesiquio: también transmite una queja; Sinesio le reprocha poner a su querido hermano menor Euoptio en la lista de la curia en Cirene (¿o quizá sólo por mantenerlo en la lista?). El incidente probablemente se produjo cuando se consagra obispo a Sinesio y tiene que dimitir del ayuntamiento. Como dux et corrector Libyarum, Hesiquio tiene autoridad para intervenir en los asuntos de Cirene; por entonces (hacia 410) probablemente es ya gobernador de la Alta Libia. Al concluir sus estudios con Hipatia, quizá regresa a Constantinopla para continuar una carrera prestigiosa en la función pública. Después de conocerse como alumnos de Hipatia, Hesiquio y Sinesio vuelven a encontrarse años después como personas eminentes e influyentes, uno funcionario destacado de la administración imperial, el otro obispo de la Iglesia libia. La Epístola 5 revela que Euoptio es otro de los alumnos de Hipatia. Al parecer deja Cirene cuando Hesiquio le impone deberes curiales (Ep. 93). Por entonces es muy posible que se traslade a Alejandría, porque va con frecuencia, como lo confirman las numerosas cartas que Sinesio le dirige allí[70]. Cabe que Sinesio lo presente al círculo de Hipatia durante una de sus visitas más prolongadas a Alejandría en los primeros años del siglo V[71]. En la Epístola 5 (que Garzya sitúa en 402 y Roques en 407), Sinesio pide a Euoptio que transmita sus saludos a «la más santa y reverenciada de los filósofos», así como a aquellos que se deleitan con «sus palabras oraculares». Que Euoptio conoce a los compañeros de estudios de Sinesio y que estudia incluso con algunos de ellos nos lo indican no sólo los saludos que Sinesio le pide que transmita a sus amigos de Alejandría sino también su admonición a Hesiquio para que trate a Euoptio como a un hermano (Ep. 93). (¿Es posible, por tanto, que Hesiquio estudie con Hipatia más tiempo que Sinesio, con Euoptio todavía en Alejandría?) Sinesio le pide que sea amable con Euoptio no sólo porque es hermano suyo sino también porque todos los alumnos de Hipatia han de formar una comunidad queriéndose entre ellos como una familia. Después de todo, esa conducta concuerda con los principios geométricos de Euclides que les da a conocer su maestra alejandrina, uno de los cuales afirma que si dos cosas son iguales a una tercera son también iguales entre sí[72]. Lazos fraternales, como los que existen en una familia, deben mantenerse entre los amigos, sin que importe la separación.
A su hermano están dirigidas cuarenta de las cartas de Sinesio, lo que supone la tercera parte de toda la correspondencia. La Epístola 105, dirigida a Euoptio en Alejandría, comunica las dudas ideológicas de Sinesio en relación con su inminente ascensión al episcopado. En esta carta Sinesio consulta a Euoptio como si fuera su consejero espiritual. Euoptio es, en efecto, cristiano fervoroso y probablemente sucede a Sinesio como obispo de Tolemaida al morir su hermano; más adelante representa a la Alta Libia en el concilio de Efeso[73].
Al menos otro miembro más de la familia de Sinesio estudia con Hipatia. En la Epístola 46 recomienda a su maestra a su tío Alejandro, hermano de su padre, como persona digna de confianza. Alejandro estudia de hecho durante cierto tiempo con Hipatia, como leemos en la Epístola 150, fechada alrededor de 406. Para entonces Alejandro ha muerto. Recordando a su tío, Sinesio lo llama «el filósofo Alejandro», añadiendo que en vida era amigo suyo y que contaba con el respeto de muchas personas.
No existen, por otra parte, pruebas incontestables de que un amigo de infancia, cierto abogado cuyo nombre Sinesio no menciona, sea alumno de Hipatia[74]. En la Epístola 47, durante su misión en Constantinopla, se lo recomienda a Aureliano, prefecto pretoriano de Arcadio, a quien Sinesio inmortaliza en Sobre la Providencia. Halagando mucho a Aureliano, Sinesio escribe que quiere que su antiguo compañero de estudios sea testigo de los efectos saludables y beneficiosos del gobierno del prefecto.
Pero no hay duda de que en el círculo de Hipatia hay que incluir a Teotecno, Atanasio, Teodosio y Gayo (Epp. 5 y 16). Sinesio sólo menciona sus nombres. No sabemos prácticamente nada de «el digno y santo Teotecno»[75]. Es probable que tenga muchos años, ya que Sinesio pide a Euoptio que extienda sus saludos al «padre Teotecno» (Ep. 16) y al «santo padre Teotecno» (Ep. 5). Atanasio, tan íntimo de Sinesio como si fuera un hermano, es probablemente el sofista alejandrino bien conocido, autor de comentarios y obras retóricas[76]. Teodosio es el alejandrino «gramático de primer orden» (Ep. 5), autor de discursos sobre verbos y sustantivos que, además, representan un compendio de la obra de Herodiano sobre prosodia[77]. No se puede decir nada sobre Gayo, a quien Sinesio describe como el hombre «más comprensivo» y «miembro de nuestra familia» (Ep. 5). La última designación no hay que tomarla literalmente; Sinesio sin duda designa como familia al círculo de estudiantes de Hipatia.
Según Garzya, Auxencio es también uno de los alumnos de Hipatia, compatriota de Sinesio y compañero de juegos infantiles[78]. En la Epístola 60 Sinesio recuerda efectivamente a Auxencio los años que han pasado juntos en la escuela y en otros estudios; le pide reanudar unas relaciones rotas por peleas y malentendidos con su hermano. La Epístola 117 revela que Auxencio es mucho más joven que Sinesio. Esa circunstancia no nos impediría incluirlo entre los alumnos de Hipatia si no fuera porque puede haber sido miembro del círculo cultural de Cirene formado por los amigos locales de Sinesio que comparten intereses filosóficos y de creación artística. A este círculo pertenecen, por ejemplo, Herodes y Martirio, mencionados en las Epístolas 19 y 91.
Esta breve visión de conjunto indica que los alumnos más próximos y más leales a Hipatia son personas que más adelante desempeñan cargos importantes imperiales o eclesiásticos. Todavía de mayor trascendencia son las pruebas de que agentes del poder imperial que llegan a Alejandría se convierten en amigos de Hipatia y muy probablemente asisten a sus clases.
El testimonio de Damascio corrobora la idea de que Hipatia ocupa en Alejandría una importante posición política y social además de cultural. En un informe bastante breve y general, Damascio dedica considerable espacio a alabar su posición en la sociedad alejandrina: dado su prestigio espiritual, dotes políticas y popularidad como profesora, afirma, promueve el respeto por la filosofía y cuenta con la estima de los principales políticos de Alejandría debido a sus elevados principios. En consecuencia, los altos funcionarios (archontes) que asumen la carga de las responsabilidades públicas en Alejandría visitan enseguida a Hipatia por ser una de las personalidades más destacadas de la ciudad[79]. En este aspecto, dice Damascio, Alejandría en esta época se parece a la Atenas del siglo V a. C., donde los políticos solían visitar a los filósofos famosos para recibir consejos sobre cuestiones de Estado.
Un oyente de las conferencias de Hipatia, a las que asiste mucho público, es sin duda Orestes, prefecto imperial de Alejandría, gobernador civil de Egipto de los años 412 (?) a 415 y figura clave en los incidentes relacionados con la muerte de la filósofa[80]. Nuestro mejor informante, Sócrates Escolástico, nos dice de manera inequívoca que Hipatia y Orestes se conocen bien y se ven con frecuencia, y que el prefecto la consulta sobre cuestiones municipales y políticas[81]. También nos proporciona la noticia, sumamente interesante, de que Orestes es cristiano, bautizado en Constantinopla, antes de su nombramiento como gobernador de Egipto, por el patriarca Atico[82]. Confirma este dato Juan de Nikiu, conocido por su enemistad hacia Hipatia. Después de señalar que, bajo la influencia de las malvadas prácticas mágicas de Hipatia, Orestes «dejó de ir a la iglesia como había sido costumbre suya» (el subrayado es mío), comenta que el gobernador «la honraba en exceso»[83]. Orestes busca sus consejos con tanta confianza que se le cree por completo bajo su influencia y participa de la hostilidad de Hipatia hacia el patriarca Cirilo y la política de la Iglesia de Alejandría.
De manera que, con toda probabilidad, Orestes, después de su llegada a Alejandría, y siguiendo el ejemplo de otros, sobre todo de los funcionarios civiles locales, hace una visita a Hipatia, llega a conocerla y asiste a sus conferencias. De esa manera satisface sus intereses intelectuales y, al mismo tiempo, hace gala de buena educación: sencillamente corresponde a los funcionarios de alto rango, y a otros de menor categoría que se convierten en amigos de Hipatia y reciben sus consejos, asistir a sus conferencias[84].
Entre los interlocutores y oyentes de Hipatia quizá figura también el comes militar mencionado en las cartas de Sinesio a Herculiano y Olimpio[85]. Este personaje puede haber sido Simplicio, magister militum per Orientem (comandante en jefe del Oriente) en los años 396-398 y magister militum praesentalis (comandante militar supremo bajo la autoridad del cónsul) en 405. No sabemos si asiste a las conferencias de Hipatia cuando Sinesio estudia en Alejandría. La Epístola 146, dirigida a Herculiano después de la marcha de Sinesio, indica que este no conoce bien al comes Simplicio, el cual, sin embargo, debe de residir en la ciudad durante algún tiempo, dado que las dos cartas en las que Sinesio menciona a un comes (Epp. 98, 144) se envían a Alejandría. Quizá Simplicio viva temporalmente en la ciudad o la visite entre sucesivos destinos militares. Quizá esté allí poco antes de que Sinesio abandone Alejandría, alrededor de 396. En cualquier caso, su contacto con tres de los principales alumnos de Hipatia permite suponer razonablemente su relación con el círculo de jóvenes filósofos asociado a ella. Esta deducción queda reforzada por los elogios de Sinesio a su refinamiento intelectual (Ep. 142).
En el caso de que Sinesio no conozca a Simplicio en Alejandría, cabe que lo trate en Pentápolis. Sabemos que Simplicio dirige una reforma militar en Pentápolis y que hace visitas frecuentes a la ciudad. De todos modos, en la Epístola 24 Sinesio se llama «viejo» amigo de Simplicio; en otras cartas (por ejemplo, Ep. 134) recuerda reuniones y expediciones de caza con él.
Entre los funcionarios, es posible que los archontes Pentadio y Heliodoro también visiten a Hipatia. Pentadio, a quien están dirigidas dos cartas de Sinesio (Epp. 29 y 30), es prefecto imperial de Egipto en 403-404 (momento en el que muy probablemente Sinesio está de nuevo en Alejandría)[86]. Ocupa en Egipto el mismo alto cargo para el que más adelante se nombra a Orestes. En la Epístola 30, Sinesio, alabando a Pentadio, escribe que su conducta justa y benevolente proviene de su amor por la filosofía platónica; y en la Epístola 127 lo llama «el más amable y cultivado de los hombres». Es posible, por tanto, que también sea durante algún tiempo alumno de Hipatia o al menos que asista a las conferencias para un público más amplio mencionadas por Damascio. Lo más probable es que a las conferencias asistan personas educadas: miembros del municipio, funcionarios que prestan servicio en Alejandría de manera temporal, o altos cargos del Estado que se detienen unos cuantos días en la urbe.
No hay suficientes pruebas documentales de que Heliodoro sea alumno de Hipatia o de que asista a sus conferencias. Según algunos investigadores, es retórico y abogado en la corte del prefecto imperial egipcio en Alejandría[87]. Roques sugiere que ocupa el cargo de gobernador civil de Pentápolis en los años 405-410[88]. Suposiciones aparte, no hay duda de su procedencia de Alejandría y de que es amigo del prefecto. El hecho de que Sinesio le pida una recomendación para el prefecto de Egipto en favor de su amigo abogado pone de manifiesto la importancia del puesto de Heliodoro (Ep. 116). En otro lugar (Ep. 17), Sinesio lo describe como extraordinariamente culto, gran orador y de alma sublime. Sin duda esas características permiten incluir a Heliodoro en el grupo de amigos de Hipatia.
Finalmente, uno de los alumnos de Hipatia puede haber sido Amonio, el único curialis alejandrino, o concejal, conocido por su nombre, que aparece en cuatro de las cartas de Sinesio (Epp. 18-21) y de quien habla con gran afecto y respeto. Como sus colegas del ayuntamiento, no sólo conoce a Hipatia, sino que también asiste a sus conferencias. Las cartas de Sinesio indican además que se interesa mucho por las personas vinculadas a la filósofa.
Sócrates, cuya Historia eclesiástica es nuestra fuente más importante, da testimonio de la posición de Hipatia en Alejandría: «Debido a la majestuosa franqueza que, como resultado de su educación, la caracterizaba, mantenía unas relaciones muy dignas con las principales personalidades de la ciudad, porque todos la tenían en gran estima y la admiraban por su prudencia y moderación». Moviéndose en altos círculos gubernamentales, rodeada de dignatarios imperiales y municipales y de alumnos acomodados, de buena familia e influyentes, Hipatia sin duda alguna interviene en asuntos municipales e influye en la vida política y social de Alejandría. No es sorprendente, en consecuencia, que Sinesio, persona distinguida, relacionado con muchos notables de los círculos administrativos y gubernamentales de la corte de Constantinopla, acuda a ella para conseguir recomendaciones que los poderosos se toman en serio. Así, por ejemplo, le pide ayuda para dos jóvenes de Cirene, Niceo y Filolao, que han perdido sus propiedades a causa de sórdidas maquinaciones (Ep. 81). Sabedor de las relaciones de Hipatia, e informado sobre su posición en Alejandría, Sinesio la anima a intervenir en favor de las víctimas recurriendo a sus poderosas e influyentes relaciones, tanto privadas como oficiales (kai idiotais kai archousi).
Merece la pena señalar en relación con esto último que Sinesio, en la Epístola 80, pide también al obispo Teófilo que interceda ante las más altas autoridades en favor de uno de los jóvenes, Niceo. Al parecer, la principal representante de la cultura griega en la ciudad y el jefe de la Iglesia disfrutan de una influencia similar y operan en las mismas esferas. En cuanto a prestigio social no hay diferencias importantes entre el patriarca y la profesora de filosofía. A los dos se les pide en este caso que ayuden a personas con antecedentes comunes: cristianos formados en la paideia griega. Más aún, Sinesio sitúa a Hipatia y a Teófilo en términos de igualdad; al dirigirse a ellos en las Epístolas 5, 105 y 12, utiliza los mismos adornos retóricos.
Si tenemos presente la singular posición de Hipatia en Alejandría, no debe sorprendernos la suposición de algunos investigadores de que entre sus oyentes haya sacerdotes o candidatos al presbiterado. Y está justificada porque, desde los tiempos de Amonio, precursor del pensamiento plotiniano, las escuelas de Alejandría no separan a sus estudiantes por razones religiosas. Alumnos paganos asisten a clases de maestros cristianos y los cristianos a las de los profesores paganos[89]. Esta hipótesis se ha visto reforzada por el hecho de que Sinesio y el futuro padre de la Iglesia Isidoro de Pelusio estudian en Alejandría al mismo tiempo. Isidoro es presbítero (podría haber sido el abad) del monasterio de Pelusio cerca de la actual Port Said[90]. Parece plausible que sea miembro del círculo de alumnos reunido en torno a Hipatia. Pero Sinesio nunca habla directamente de Isidoro, ni tampoco lo menciona en ninguno de sus escritos.
La correspondencia de Isidoro, sin embargo, incluye cuatro cartas dirigidas a cierto «Synesiõi». Esto último le indica a Crawford[91], por ejemplo, que Sinesio conoce a Isidoro y que le consulta sobre cuestiones eclesiásticas. Lacombrade es de la misma opinión, y sugiere que son amigos en el círculo de Hipatia y que hay una época en la que Isidoro se convierte incluso en algo así como tutor moral de Sinesio[92]. De manera similar Garzya cree que Isidoro es un componente de la tríada de amigos de Sinesio descrita en la Epístola 143. Junto con Sinesio, durante sus estudios con Hipatia, forman un «cuarteto» elegido al azar[93].
Todas estas suposiciones, sin embargo, están basadas en una única frase, aunque muy sugerente, de la Epístola 144. En ella Sinesio pide a Herculiano que salude a su «santo compañero el diácono». De hecho, los amigos del círculo de Hipatia se refieren unos a otros mediante el término hetairoi, «compañeros», lo que puede tomarse como un argumento en favor de la tesis de Lacombrade y Garzya. Pero la ausencia del nombre del «diácono» plantea dudas; carecemos de cartas de Sinesio a Isidoro; y este último, en su abundante correspondencia, no menciona que haya estudiado con Hipatia, como tampoco lo hacen las fuentes que se ocupan de su vida. Sin duda, una información tan interesante como la de que aquel padre de la Iglesia, ortodoxo y austero, hubiera estudiado con una filósofa «pagana» habría sobrevivido en la tradición historiográfica si hubiese en las fuentes algún indicio de ello.
Su ausencia puede explicarse por la costumbre de los autores de la época de omitir datos biográficos detallados sobre las figuras descritas, algo que el mismo Sinesio hace en relación tanto con Hipatia como con sus antiguos compañeros de estudios, lo que dificulta la investigación del entorno de la filósofa. Esta circunstancia, por supuesto, no modifica el hecho de que seguimos sin tener pruebas de la asociación de Isidoro con la escuela de Hipatia y con el reducido círculo de sus discípulos. Incluso la atractiva hipótesis de la existencia de cartas de Isidoro a Sinesio, junto con la enumeración de las semejanzas terminológicas y literarias en las colecciones epistolares de ambos hombres de Iglesia[94], en absoluto confirma las suposiciones de Lacombrade y Garzya. G. Redi señala acertadamente que la semejanza de ideas y formulaciones, las citas de los mismos autores griegos, y el uso de topoi (temas) de los escritos exegéticos dimana, más que de su asociación, del tipo de educación que ambas luminarias reciben en escuelas griegas y cristianas[95].
Isidoro, que vive aproximadamente entre 360 y 434, se educa probablemente en Alejandría (ciudad que puede haber sido su lugar de nacimiento). Aunque formado como cristiano, recibe una educación clásica no distinta de la de un joven pagano de su edad. Es concebible, por tanto, que Isidoro asista a las clases de Hipatia, de la misma manera que Sinesio puede haber acudido a la catequesis alejandrina (y lo más probable es que así sea). Dada la naturaleza de la correspondencia de Isidoro y su profunda fe en la religión cristiana, es difícil aceptar, sin embargo, la idea de que sea un alumno de Hipatia fiel y devoto. De todos modos, tenemos la seguridad de que el monje Isidoro conocía a Euoptio, el hermano de Sinesio; una de sus epístolas está dirigida a él[96]. Isidoro, sin embargo, llega a conocer a Euoptio sólo como obispo, lo que significa que esto sucede después de la muerte de Sinesio.
Dejando a un lado las conjeturas, nuestras reflexiones sobre posibles lazos entre san Isidoro, Sinesio y el círculo de luminarias griegas en torno a Hipatia nos conducen a una conclusión inequívoca: el círculo de Hipatia incluye a un «diácono», un eclesiástico, que es sin duda compañero de Herculiano, Sinesio y quizá Olimpio o incluso Hesiquio. Puede trabar amistad con ellos en el círculo de Hipatia o fuera de él mientras visita instituciones eclesiásticas en Alejandría. Pueden haberse conocido en la catequesis, o a través de personas relacionadas con el obispo Teófilo, que mantiene estrechos vínculos con Sinesio y probablemente con sus amigos. El término hetairas en las cartas de Sinesio no sirve sólo para caracterizar a amigos filósofos o seglares. En la Epístola 105 hace referencia a los obispos Pablo y Dionisio como hetairoi del patriarca Teófilo.
Este «diácono» cierra la relación de jóvenes que, ligados por amistad, estudian con Hipatia. Nuestras exiguas fuentes nos proporcionan sobre ellos datos muy insuficientes. Pero la diversidad de sus lugares de origen contribuye mucho a confirmar el testimonio de nuestro historiador principal, Sócrates Escolástico, en el sentido de que «todo aquel que deseaba estudiar filosofía acudía a Hipatia desde cualquier lugar». Llegan de Cirene, Siria y Alejandría, de la Tebaida y de la capital del Imperio, y tienen antecedentes similares, riqueza y relaciones con el mundo de los gobernantes. Despiertan nuestra curiosidad no sólo por esas características sino también por otras más llamativas. En torno a esta «última pagana», «mártir helena» y «víctima del terrible fanatismo cristiano» (según la describen algunos de los creadores de su leyenda moderna) se reúnen cristianos, simpatizantes paganos y futuros conversos. Dos de ellos llegan incluso al episcopado. Aunque carecemos de información sobre la trayectoria biográfica e ideológica de otros componentes del círculo de Hipatia, el hecho de que la filósofa atrae a los cristianos lo confirma incluso Juan de Nikiu, quien escribe que el cristiano Orestes «acercó a Hipatia a muchos creyentes»[97].
En contra, sin embargo, de lo que a Juan de Nikiu le gustaría que creyéramos (porque su mensaje sin duda se refiere a la actitud anticristiana de Hipatia), ninguna fuente da a entender que, bajo la influencia de esta «pagana recalcitrante», alguno de sus alumnos sea arrastrado a la apostasía o que, perturbado por sus opiniones anticristianas, quiera acabar con su persona y sus enseñanzas[98]. Hipatia es, recordémoslo, capaz de ayudar a personas que buscan la protección del patriarca Teófilo; y mantiene estrechas relaciones con funcionarios municipales y del Imperio, que son ya, en su mayoría, cristianos.
La pertenencia a un círculo con semejante formación espiritual nos permite responder a muchas de las preguntas sobre la vida de su miembro más ilustre, Sinesio, así como sobre la de su hermano Euoptio. Cameron argumenta acertadamente en su estudio que Sinesio tiene fuertes lazos con el cristianismo en su hogar, durante su juventud «alejandrina» y más adelante en su madurez[99]. Cameron corrobora esta tesis con datos de los escritos de Sinesio (sobre todo himnos y cartas), con sucesos de su vida y con las ideas más difundidas en el entorno intelectual en el que vive. Una declaración en la Epístola 8, dirigida a su hermano, el futuro obispo, sugiere que los dos han sido criados en la fe cristiana: «Aparte de que los dos hayamos nacido de los mismos padres, nos hemos criado y educado juntos». Si no han recibido educación en la fe en el hogar paterno y no la han mantenido durante sus años de estudios en Alejandría, ¿cómo pueden ambos hermanos, procedentes de una familia pagana, llegar al episcopado?
Criado en la paideia griega, Sinesio puede atender, durante su asociación con Hipatia, a sus necesidades e impulsos religiosos gracias al espiritualismo de la filosofía platónica tardía en la que Hipatia educa a sus discípulos. Dada la libertad mental y las oportunidades espirituales del entorno, no es sorprendente que este alumno de Hipatia (al igual que su hermano) termine su vida como obispo. Como tampoco puede sorprendernos el hecho de que en Alejandría, el lugar de su «educación» pagana, poco después de concluir sus estudios con Hipatia, contraiga matrimonio con una cristiana ni que bendiga esa unión el patriarca Teófilo. Más o menos por entonces (es decir, a comienzos del siglo V) es bautizado, en Cirene o en Alejandría. Finalmente, en Alejandría, entre los años 410 y 412 es consagrado —también por Teófilo— obispo de Tolemaida en su Alta Libia nativa[100]. Por consiguiente, la estrecha asociación con Hipatia no impide que Sinesio fortalezca sus lazos con el cristianismo (tanto en Alejandría como en Cirene); de la misma manera que la relación espiritual con Teófilo, su matrimonio cristiano, el bautismo y una afirmación creciente de la fe no alteran la actitud hacia su maestra. La Epístola 154, su carta más larga a Hipatia, está fechada a finales de 404 o 405, y su tono afectuoso no parece en nada enfriado por su asociación con la Iglesia, recientemente establecida.
La religiosidad renacida y más profunda del alumno no cambia la actitud de la maestra hacia él. Como tampoco advertimos que su estrecha relación con Hipatia provoque ningún conflicto con el obispo Teófilo. Pese a las dudas teológicas de Sinesio, procedentes de su obsesión por la filosofía, Teófilo, que lo apoya sin reservas para su ascensión al episcopado, nunca lo censura. Durante su titularidad como obispo, Sinesio mantiene una animada correspondencia con él (Epp. 9, 66-69, 76, 80, 90) al mismo tiempo que escribe a Hipatia cartas llenas de devoción y admiración, en las que manifiesta echar de menos el contacto intelectual con ella. Tampoco existe en las fuentes ninguna indicación de un conflicto entre Hipatia y el obispo de Alejandría, patrocinador de Sinesio[101]. Estimada por la elite gobernante, bien dispuesta hacia los cristianos, indiferente a los cultos paganos, neutral en las luchas y altercados religiosos, Hipatia vive durante muchos años en Alejandría disfrutando del respeto de los gobernantes de la ciudad y del afecto de sus discípulos.
Después de su marcha de Alejandría y en los intervalos entre ulteriores visitas a la ciudad, Sinesio escribe al menos siete cartas a su amiga y consejera espiritual (Epp. 10, 15, 16, 46, 81, 124, 154), todas ellas dirigidas a «Hipatia, la filósofa». La mayoría son breves y tratan sobre todo de las experiencias e indisposiciones de Sinesio. Es muy poco lo que nos enseñan sobre la vida de Hipatia. Una lectura atenta revela, sin embargo, algunos hechos y percepciones históricas. La Epístola 81, por ejemplo, contiene valiosa información sobre Hipatia como protectora, y la más extensa —Epístola 154— la presenta como crítico que valora el trabajo de Sinesio. Todas manifiestan siempre una profunda emoción. Sinesio permanece ligado al recuerdo de sus estudios con ella. Su admiración parece haber sido permanente.
Junto con sus cartas a Herculiano, las de Sinesio a Hipatia proporcionan una fuente valiosa para la reconstrucción de determinados acontecimientos en la «escuela» de Hipatia. Las dirigidas a Herculiano dan cuerpo a las sesiones filosóficas y revelan la profunda fascinación que ella despierta.
Sinesio describe a su maestra como «bienaventurada» (Ep. 10). De acuerdo con sus cartas y los comentarios de Sócrates Escolástico, Hipatia irradia conocimientos y prudencia derivados del «divino» Platón y de Plotino, su sucesor. Por intermedio de los dos, posee el don de comunicar con el misterio divino, lo que inclina a sus alumnos a atribuirle la «santidad» que Sinesio, en todos sus escritos, atribuye a Platón, como hacen todos los filósofos neoplatónicos del periodo; lo consideran maestro indiscutible de la filosofía y del conocimiento del mundo de las formas divinas[102].
Los alumnos de Hipatia, por tanto, siempre sienten la presencia de su «espíritu divino»[103]. No sólo el alma de Hipatia es santa; todo su ser está santificado; incluso sus manos, que reciben las cartas de Sinesio, son «sagradas» (Ep. 133). En tanto que sucesora de Platón, disfruta de un carisma que le permite enseñar a otros, y sigue su vocación devotamente, como si Dios mismo la hubiera llamado para ese fin. Al desvelar con gran celo a sus alumnos el sentido «sagrado» de la investigación filosófica, se la considera como una «guía auténtica para los misterios de la filosofía» (gnesia kathegemon ton philosophias orgion) (Ep. 137). La apelación de guía por las avenidas de la sagrada filosofía «auténtica» sólo se concede en tiempos de Hipatia a los neoplatónicos que se distinguen gracias a algo semejante a la santidad personal, gracias a la fama conseguida con su sabiduría y autoridad espiritual[104]. Al lado de una maestra tan destacada, sus alumnos se consideran predilectos de la Fortuna, la rodean jubilosos, como los miembros de un coro en torno a su director. Cuando en 402 Sinesio escribe a su hermano Euoptio, que probablemente estudia todavía con Hipatia, le pide que transmita sus saludos al «afortunado coro que disfruta con sus palabras oraculares» o, más precisamente, «con su voz divinamente dulce» (Ep. 5).
Platón habló en una ocasión con una voz parecida (Ep. 140), y los alumnos que rodean a sus maestros a finales del platonismo en el siglo IV se comparan con un coro. El mismo lenguaje metafórico utiliza Libanio para describir, en la Apamea siria, el círculo de discípulos que rodea a Jámblico, a quien se presenta como director de un coro de almas «reunidas para conocer a los dioses»[105]. Varias décadas después en Alejandría, la filósofa más venerable, Hipatia, amada de los dioses (Ep. 5), continúa la tradición del platonismo tardío, porque enseña a sus alumnos a que consideren la filosofía como una modalidad de misterio religioso, «la más inefable de las cosas inefables» (Ep. 137). Hipatia despierta el instinto filosófico de sus alumnos, extrae de ellos imágenes y sentimientos religiosos dirigidos hacia la realidad divina.
La «auténtica guía» que preside los misterios de la filosofía ordena a sus discípulos que sigan las enseñanzas de Platón y que por medio de un enérgico esfuerzo de la inteligencia y el corazón descubran en su fuero interno «el ojo enterrado dentro de nosotros» (Ep. 137)[106]. Este «ojo intelectual», este «hijo luminoso de la razón» (Ep. 139; Dion 9) escondido en lo más profundo de nosotros en espera de ser liberado, hace de cada individuo un portador del mundo trascendental, y lo capacita para romper las cadenas de la materia. En este esfuerzo común para descubrir los recursos naturales de la divinidad humana, Hipatia advierte probablemente a sus alumnos que presten atención a las palabras de Plotino en su lecho de muerte. Sinesio las cita al escribir a su amigo Herculiano: «Alza lo que hay de divino en tu interior hasta el primogénito divino» (Ep. 139)[107].
La chispa de sabiduría encendida por el «guía divino», «esa chispa escondida que ama ocultarse», se convierte en una gran llama de conocimiento (Ep. 139), concluyendo así el viaje del alma que Plotino denominaba anagoge, la ascensión hacia el cielo, hacia la divinidad[108]. La meta del filosofar se ha alcanzado; el espíritu se halla en un estado de revelación, contemplación, theoria (Ep. 140; Dion 6-9)[109]. Esta es la experiencia consumada, incontrovertible, porque toca el ser primero, la verdadera realidad, la causa original de la realidad temporal. Se trata, efectivamente, del aspecto más importante de la vida humana: «Darse enteramente a las cosas superiores y por completo a la contemplación de la Realidad y del origen de las cosas mortales» (Ep. 140).
La vida de la persona que experimenta este evento único da un giro radical (Ep. 143), alcanza la «vida verdadera» (Ep. 137) tan buscada por todos los filósofos. De ahora en adelante esta vida verdadera estará siempre subordinada a la razón, a utilizar los instrumentos cognitivos para buscar primero la sabiduría eterna, más adelante para someterse al éxtasis que eleva a otra dimensión de la existencia y a la fusión directa con el Uno. La felicidad de unirse con este Ser, al que Sinesio gusta de llamar «primogénito divino», es tan intensa que todos los alumnos de Hipatia quieren que ese estado se prolongue lo más posible: «Desearía que ser siempre elevados hacia la contemplación fuese una propiedad de nuestra naturaleza» (Dion 8).
El espíritu, inclinado hacia la luz, contempla la Belleza y la Bondad últimas, y no la belleza y la bondad artificiosas, cambiantes y efímeras que el ser humano halla en el orden material de la existencia. Pero alcanzar esa elevación del espíritu de acuerdo con las enseñanzas de Platón depende del desarrollo de las potencias cognitivas a lo largo de la vida. «Vivir la vida de acuerdo con la razón es la meta de los seres humanos. Busquemos esa vida; pidamos a Dios la divina sabiduría» (Ep. 137). La meta y el sentido de la filosofía entendida como «la más inefable de las cosas inefables» se hace inteligible para los alumnos de Hipatia iniciados en sus ritos. Lo que hasta entonces ha sido para ellos inefable queda desentrañado. Las enseñanzas de Hipatia sobre la búsqueda del «misterio del ser» no caen en saco roto para Sinesio. A lo largo de su vida busca la contemplación, y sus obras más logradas —los Himnos— son una confirmación rotunda de esa búsqueda. Agobiado por sus deberes episcopales, siempre vuelve los ojos a su juventud, llena de estudio y de contemplación, como un periodo extraordinariamente feliz: «Yo, que dediqué mi juventud al ocio filosófico y a la contemplación del ser abstracto» (Ep. 11). En momentos llenos de responsabilidades eclesiásticas no duda en afirmar que es precisamente la teoría lo que considera ha de ser la finalidad de su sacerdocio: «La contemplación es el fin y la meta del sacerdocio» (Ep. 41).
La sabiduría que ordena al ser humano que reconozca y entienda sólo las cosas divinas y lo empuja a buscar lo indefinible y misterioso también lo eleva por encima de la perfección corporal. La elevación del ser humano más allá de su cuerpo significa que en su búsqueda de Dios queda libre de afectos, vive en armonía consigo mismo, indiferente a las cosas del mundo. En consecuencia, el camino por el que Hipatia conduce a sus discípulos hacia lo que ellos llaman «la unión con lo divino» requiere un gran esfuerzo cognitivo y también la perfección ética. La sabiduría por sí sola no es suficiente. Hipatia les enseña que para alcanzar esta visión interior, situada en los límites del conocimiento, que reconoce sólo la belleza, deben ser hermosos ellos; tienen que ser perfectos. Nuestras fuentes revelan que no duda en aplicar rigurosas medidas pedagógicas a los alumnos que no quieren entender esta verdad básica.
Damascio nos habla de una ocasión así. Relata un suceso procedente de la escuela de Hipatia, que posiblemente incluye las palabras mismas de la maestra; si es así, este fragmento representa algo extraordinariamente poco común. Según la información de Damascio, uno de los alumnos de Hipatia se enamora de ella. Incapaz de controlar sus sentimientos, el joven confiesa su amor. Hipatia resuelve castigarlo y encuentra un método eficaz para alejarlo. Como símbolo de la materialidad del cuerpo femenino le muestra su paño higiénico, haciéndole el reproche siguiente: «Esto es lo que amas en realidad, jovencito, y no la belleza por sí misma»[110].
Damascio relata otra versión del incidente, según la cual se dice que Hipatia domina la pasión del joven mediante la música[111]. Pero el mismo Damascio la considera «sin fundamento» y es probable que tenga razón; cabe que se ofreciera sin más propósito que suavizar la fealdad del suceso real. Cameron está en lo cierto cuando afirma que esta otra versión arroja una luz más favorable sobre Hipatia, pero se equivoca cuando mantiene que concuerda mejor con sus convicciones platónicas[112]. La versión más cruda es de hecho profundamente platónica y nos ofrece la verdadera personalidad de esta mujer. Muestra la repugnancia de Hipatia hacia el cuerpo humano y la sensualidad. Sin duda no está dotada de una personalidad tentadora, placentera o comprensiva. Esas cualidades no cuadran con ella. Lo que se puede decir de Hipatia —como lo hacen las fuentes— es que está dotada de una fuerza de carácter poco común así como de fortaleza ética.
La interpretación de este incidente no requiere un razonamiento complicado[113]. Quienes recuerdan el rechazo de Sócrates a los amoríos de Alcibíades no hallan dificultades a la hora de explicar la conducta de Hipatia. Su impensable acto tiene por objeto que el alumno entienda el significado más profundo de Eros para «volverlo» en esa dirección. Durante sus clases Hipatia se esfuerza mucho por hablar del «ojo oculto en nuestro interior» con el fin de lograr que sus alumnos apliquen los conocimientos adquiridos. Dado que el joven, pese a ser alumno suyo, muestra una completa ignorancia, lo viola psicológicamente (mientras que Sócrates sólo se burla de la estupidez de Alcibíades) para hacerle ver que la belleza no se puede identificar con un objeto concreto (en este caso el cuerpo de Hipatia)[114]. Su percepción de Eros es cercana a la de Plotino: «Cuando un hombre ve la belleza en los cuerpos no debe correr tras ellos; debemos saber que son imágenes, huellas, sombras y apresurarnos en busca de aquello que representan. Porque si un hombre corre hacia la imagen y quiere capturarla como si fuera la realidad […], entonces se apega a los cuerpos hermosos y no quiere separarse de ellos […], se hunde en las más oscuras profundidades donde el intelecto no se deleita, y permanece ciego en el Hades, conviviendo con sombras tanto allí como aquí»[115].
Al igual que a Plotino, a Hipatia no le interesan bellezas que sean relativas: hermosas en un aspecto, feas en otro. Quiere liberar en sus alumnos la clase de «deleite intelectual» que los lleve a descubrir la belleza última (Ep. 139). Sus alumnos tienen que desprenderse de lo ilusorio y secundario del mundo sensible; tienen que cambiar lo engañoso por el verdadero reconocimiento y hacer caso omiso, olvidarse de objetos tales como «gente hermosa». Su joven alumno está tan acostumbrado al mundo de lo engañoso que Hipatia se siente obligada a aplicar una medida radical para conmocionar su voluntad, su razón y su sentido moral.
De hecho consigue lo que se propone: su alumno se «aparta» con repugnancia del mundo de los objetos y libera en su interior el deseo de virtud moral. Damascio concluye así su relato: «Al joven, la vergüenza y el asombro ante tan indecorosa presentación le provocaron una transformación espiritual». El cambio espiritual consiste en adquirir la virtud del dominio de sí mismo (sofrosine); y empieza a comportarse de acuerdo con sus preceptos.
En otro fragmento de su biografía de Hipatia, Damascio vuelve una vez más a la virtud en cuyo nombre Hipatia batalla con el joven enamoriscado. Al caracterizar las virtudes de la maestra en términos de la teoría ética de Aristóteles, Damascio escribe que alcanza el primer nivel, el llamado ético o práctico de las virtudes morales, y, dentro de su esfera, encarna dos virtudes: dikaiosyne (justicia) y sofrosine[116]. Otros autores expresan opiniones similares a las de Damascio sobre los valores personales y las exigencias morales de Hipatia. Sócrates Escolástico —dentro del ámbito de las virtudes cardinales— menciona sólo la sofrosine para describir sus méritos éticos y su sistema de conducta en relación con el mundo exterior. En su opinión, el respeto que Hipatia inspira y la impresión que causa en la gente se deben a su dominio de la sofrosine (dia hyperballousan sophrosynen)[117]. Como se ha mencionado antes, también hace referencia a esta virtud cuando describe sus contactos con representantes de la autoridad estatal. Es esta, igualmente, la virtud que elogian en ella dos historiadores posteriores, Casiodoro y Nicéforo Calisto[118].
Por lo que leemos en Sinesio hay que concluir que otros alumnos han sido más sensibles al significado de las virtudes morales que el prosphoitetes (discípulo) citado por Damascio. Poco después de sus estudios con Hipatia, cuando empieza a moldear su propio carácter, Sinesio se convierte en juez severo de las faltas de otros. Así por ejemplo, amonesta y reprende sin contemplaciones a Herculiano por haberse convertido en esclavo de sentimientos y deseos «mundanos» (Ep. 140). Le suplica y exhorta a ejercitar el desdén hacia todas las cosas de orden inferior («desprecio por todo lo de aquí abajo») para alcanzar el estado filosófico de apatheia\ liberación total de emociones y afectos. Le exige incluso que no se contente con el cultivo del canon de las cuatro virtudes en su primer nivel —el más bajo— (cívico) y en el segundo (catártico), sino que se alce hasta los niveles tercero y cuarto: el contemplativo y el paradigmático, es decir, aquellos niveles en los que —de acuerdo con la ética neoplatónica— la competencia ética original se funde con su forma trascendental: «No hablo de la hombría que procede del primer cuarto de las virtudes, que es el más terreno, sino de la hombría proporcional entre las virtudes del grado tercero y cuarto. Entrarás en plena posesión de esa fuerza cuando aprendas a no sorprenderte por nada aquí abajo»[119].
Ignoramos si estas reflexiones proceden de las lecturas neoplatónicas de Sinesio o de las exigencias de Hipatia a sus alumnos. Estas últimas no pueden ser excesivas, ya que, si tomamos como ejemplo a su querido alumno Sinesio, parece claro que su maestra no pide una renuncia completa a todos los lazos sensuales y materiales. Sinesio es un hombre casado, con hijos, y no quiere separarse de su mujer cuando se le llama al episcopado (Ep. 105). Por las enseñanzas de Hipatia sabe, después de todo, que las virtudes ligadas a la sofrosine pueden ejercitarse tanto en el celibato como en el matrimonio.
A decir verdad, Hipatia sólo establece los más altos requisitos en materia de purificación anímica mediante la práctica de las virtudes morales para sí misma. Su sofrosine se manifiesta en completa continencia sexual, en su famosa virtud de castidad que, sin duda alguna, refuerza la reputación de santidad difundida por sus discípulos. Hipatia conserva la virginidad hasta el final de sus días, siempre se comporta con moderación, practica el ascetismo en la vida cotidiana (llevando, por ejemplo, la capa de los filósofos), y mantiene compostura y decencia en todas las situaciones[120]. Su motivación en este aspecto no es únicamente la preocupación por su propia existencia sino, sobre todo, por sus alumnos, a los que desea demostrar con el ejemplo que el místico logra la libertad humillándose ante Dios y fundiéndose con él, y no mediante la satisfacción de necesidades naturales.
Además de enseñar ontología y ética, Hipatia imparte matemáticas y astronomía. Sinesio recuerda esas clases con la misma admiración y respeto que expresa por las consagradas a la filosofía pura. En este círculo las matemáticas no son más que otro instrumento, muy importante, para adquirir conocimientos metafísicos. Sus verdades dirigen a los estudiantes a una esfera epistemológica más elevada, los prepara para las generalizaciones, les abre los ojos a la realidad ideal. La asignatura se llama «geometría divina», y sus principios «sagrados», recordemos, se aplican al logro de amistosas relaciones recíprocas (Ep. 93).
De todas las ciencias matemáticas auxiliares del conocimiento metafísico, Hipatia coloca la astronomía en el lugar más alto. En Ad Paeonium de dono, Sinesio repite su opinión de que «la astronomía es por sí misma una forma divina de conocimiento». Hipatia anima además a Sinesio a construir un astrolabio, un instrumento para observar y examinar cuerpos celestes. «La maestra más venerada» sabe que el estudio de la astronomía abrirá la mente de sus alumnos a una esfera más allá de la cual sólo queda espacio para las experiencias místicas: «La considero una ciencia que abre el camino a la inefable teología»[121]. De esa manera los «ritos sagrados de la filosofía» se harán accesibles a quienes buscan la sabiduría tradicional así como a quienes estudian los principios de las matemáticas, la geometría y la astronomía: «Y [la astronomía] procede a sus demostraciones de manera clara y precisa, haciendo uso de la aritmética y de la geometría como auxiliares; se trata de disciplinas a las que se puede llamar propiamente una medida fija de la verdad».
La estima que Hipatia siente por la astronomía y las matemáticas está confirmada por su activo interés científico en esos temas. No se conservan títulos de sus obras filosóficas, pero pervive información sobre sus escritos matemáticos y astronómicos. Sus títulos nos permiten reconstruir los temas de sus clases[122]. Presenta los principios de geometría a partir de Apolonio de Pérgamo y Euclides, por quien su padre se interesaba mucho. Para sus clases de aritmética Hipatia utiliza el manual de Diofante de Alejandría, el eminente algebrista de los primeros tiempos del Imperio. También recurre a Tolomeo como autoridad indispensable para la explicación de las verdades matemáticas, así como para su curso de astronomía. Numerosas indicaciones muestran que Tolomeo es objeto de especial veneración en el hogar de Teón, que alberga comentarios a sus obras escritos tanto por el padre como por la hija, así como los elogios poéticos en su honor incluidos en el De dono de Sinesio y conservados con el nombre de Teón.
Las referencias en las cartas de Sinesio a la mística pitagórica de los números y a los conceptos filosóficos y políticos de la escuela indican que Hipatia también inicia a sus alumnos en los arcanos de las matemáticas pitagóricas. De hecho, el interés por Pitágoras se mantuvo en todos los círculos del platonismo tardío. Al igual que a Platón, se le considera «santo» y principal autoridad moral[123].
Hay razones para creer que, después de su muerte, en algunos círculos alejandrinos se celebra y recuerda a Hipatia como matemática más que como filósofa y, dado que se han conservado sus títulos, cabe concluir que sus obras matemáticas disfrutan de cierto grado de popularidad durante varias generaciones de estudiantes. En su noticia sobre la vida de Hipatia, Damascio utiliza ese hecho para rebajarla como pensadora e insinuar que no era más que una simple profesora especializada. Pero al compararla con el filósofo Isidoro, maestro de Damascio, calificándola de «simple cultivadora de las matemáticas frente a un filósofo verdadero», no le hace mucho daño, porque también señala que sus logros matemáticos son muy apreciados a comienzos del siglo VI, cuando él escribe su biografía de Isidoro[124]. Damascio confirma igualmente que quienes transmiten los hallazgos matemáticos de Hipatia a las generaciones sucesivas saben que las matemáticas y la astronomía son simples escalones que llevan a un conocimiento superior, que sigue siendo para ella el problema central relacionado con la filosofía del ser. Todas las demás fuentes conservadas se refieren a ella, sobre todo, como philosophos.
El tipo de actividad filosófica que Hipatia lleva a cabo con sus alumnos, reconstruida a partir de las noticias que da Sinesio, está confirmada en otras fuentes, entre las que Sócrates y Damascio ofrecen las pruebas más concretas. Sócrates escribe: «Alcanzó tales alturas de erudición que superó a todos los filósofos de la época, continuó la escuela platónica derivada de Plotino e impartió clases sobre todas las ramas de la filosofía a quienes querían escucharla». Sócrates quiere decir, sin duda, que Hipatia sobrepasa en importancia a todos los demás filósofos alejandrinos de finales del siglo IV y comienzos del V. De hecho todos los demás filósofos de ese periodo mencionados en las fuentes parecen haberse hundido en la oscuridad[125].
La afirmación de Sócrates, muy discutida, de que Hipatia «continuó la escuela platónica derivada de Plotino» significa probablemente que dirige una pequeña institución educativa, ligada a un reducido círculo filosófico, algo que en su época es práctica común entre filósofos de renombre[126]. Es evidente que no desempeña cátedra alguna de filosofía financiada por la ciudad de Alejandría, ni es filósofa con sueldo de funcionaría, como han afirmado algunos[127]. Si un filósofo disfruta de un puesto de este tipo en la Alejandría de los siglos IV y V, las fuentes tienden a no suprimir la información (véanse los casos de Hermeias y de su hijo Amonio) ni a ocultar la condición de miembro del Museo (véase el caso del padre de Hipatia).
Esta opinión sobre la función pública de Hipatia como profesora de los saberes filosóficos en Alejandría queda también corroborada en la obra de Damascio, con las frases siguientes: «Vestida con la capa del filósofo [tríbon] y abriéndose camino por el centro de la ciudad, explicaba en público [exegeito demosia] los escritos de Platón, de Aristóteles, o de cualquier otro filósofo». Esta enigmática observación ha provocado considerable controversia. Se ha argumentado, en primer lugar, que exegeito demosia significa que Hipatia ostenta un cargo municipal como profesora de filosofía. También se ha utilizado esa expresión para poner en duda el platonismo de Hipatia y caracterizarla como filósofa errante, parecida a un orador de la escuela cínica[128]. Cameron, sin embargo, que ha propuesto una explicación original para esta caracterización desdeñosa del estilo y las enseñanzas de Hipatia, ve en ello la respuesta vengativa de Damascio a la opinión de Sinesio sobre la Academia platónica de Atenas, de la que Damascio es uno de los maestros. En la Epístola 136, Sinesio observa: «Atenas nada tiene ya de sublime a excepción de los nombres famosos del país… Atenas fue antiguamente hogar de los sabios: en el día de hoy sólo es renombrada por sus apicultores». Cameron cree que Damascio se ofende por esos y otros comentarios despreciativos sobre los profesores de la Academia, así como sobre aquellos que practican la filosofía desde una perspectiva diferente[129].
Es difícil imaginar que una digna filósofa de costumbres austeras camine descuidadamente por las calles de Alejandría y hable con los viandantes dispuestos a escuchar una disertación sobre la historia de los sistemas filosóficos. Parece que Damascio, notorio por su manera descuidada de escribir, reúne diferentes fragmentos de información sobre Hipatia en una sola frase. Uno de ellos se refiere a las actividades políticas de Hipatia y —en relación con ello— a cierto tipo de actividad pública, distinta de la docencia. Volveremos a esos datos sobre su actividad política en el capítulo siguiente; la referencia a sus tareas docentes debe entenderse, de manera más estricta, relacionándola con la afirmación de que «hablaba en público de las obras de Platón, Aristóteles u otros filósofos a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharla». Esto significa que Hipatia enseña en público en el sentido de que, además de sus clases a un reducido círculo de «iniciados», también pronuncia conferencias para un público más amplio. No significa en absoluto que sea una oradora callejera. Probablemente las conferencias tienen lugar en su casa, donde se reúne a menudo con los alumnos de su círculo esotérico. A esas conferencias «en público» de Hipatia hace referencia la anécdota mencionada ya sobre los celos del obispo Cirilo. Al pasar junto a la casa de Hipatia, Cirilo ve, reunido delante, a un numeroso grupo de personas. Es probable que quieran asistir a una de sus conferencias sobre la historia de la filosofía que empiezan con Platón y Aristóteles. También quieren oír sus comentarios sobre las obras de matemáticos y astrónomos famosos. Es posible que Hipatia celebre también conferencias de este tipo fuera de su casa, en diferentes locales dedicados a ese fin en la ciudad[130]. En esas ocasiones Hipatia saldrá de su casa en un vehículo —como nos cuentan tanto Sócrates como Damascio— y no a pie, como el mismo Damascio sugiere en otro lugar. Son esas las conferencias a las que asisten funcionarios estatales y municipales, así como personas de otras profesiones.
Los alumnos regulares de Hipatia, sobre quienes Sócrates escribe de manera muy exagerada, diciendo que vienen «de todas partes»[131], visitan la casa de su profesora a diario. Para esos alumnos, que deben ocuparse «sólo de asuntos divinos» (Ep. 154) a lo largo de su vida, Hipatia imparte clases de acuerdo con un programa secreto. En un círculo cuyos miembros participan en los «misterios filosóficos», resulta inadmisible «que los impuros manejen lo que es puro» (Ep. 137). Que los discípulos más fervientes de Hipatia se reúnen con ella a menudo queda confirmado por su afecto mutuo. El tipo de relación que se observa entre Sinesio, Olimpio y Herculiano es representativo de la que se crea entre jóvenes asociados estrechamente durante varios años. De aquí que la relación con su maestra sea reflejo de un apego y afecto de larga duración y de una devoción constante. Estos alumnos hablan de ella no sólo como profesora de filosofía y benefactora, sino también como madre y hermana (Ep. 16). El afecto por su maestra es tan profundo que Sinesio está dispuesto a abandonar por ella su tierra natal; se promete a sí mismo que recordará a su querida Hipatia incluso en el Hades (Ep. 124). Así cautivados por la magnética personalidad de su profesora y la de sus condiscípulos, creen que Dios en persona los ha reunido (Ep. 137). Se han conocido en este lugar excepcional de la tierra y en una época excepcional, después de la decadencia de Atenas; para sustituirla «Egipto ha recibido y valora la fructífera sabiduría de Hipatia» (Ep. 136). Los habitantes de Egipto y Alejandría pueden por tanto participar de los frutos surgidos de la simiente de las virtudes y del pensamiento de Hipatia. Por esa razón, también, Sinesio envidia a Herculiano la oportunidad de prolongar sus estudios en Alejandría y de vivir en un lugar donde «la educación florece entre una multitud de personas» (Ep. 130).
Los iniciados se ven no sólo como condiscípulos, sino como los más dichosos; después de todo, pertenecen al «número de los benditos, de los más santos y venerados de los dioses». Su actitud hacia su profesora se refleja en la manera en que se dirigen unos a otros. Como hemos visto, las cartas entre ellos están llenas de manifestaciones de afecto; Sinesio asegura repetidamente a sus amigos que los quiere (Ep. 143), y utiliza términos como «queridísimo», una manera de hablar de uso corriente en la época, que expresaba afinidad, empatía. Después de su marcha de Alejandría, Sinesio observa con pena que probablemente Herculiano no lo echa de menos; después de todo, sigue teniendo trato con personas excepcionales: «Estarán contigo muchos como Sinesio y muchos más mejores que él» (Ep. 139).
Su comunidad, a la que les gusta especialmente llamar hetairoi (Ep. 137), está por tanto unida mediante lazos muy fuertes. De hecho, se halla anclada en leyes divinas inmutables (Epp. 140, 143), las cuales «exigen que los que estamos ligados por el entendimiento, lo mejor que hay en nosotros, nos honremos unos a otros» (Ep. 137). Al vivir en una comunidad que constituye un microcosmos, reflejo de las leyes del universo, comparten con Hipatia experiencias que los llenan de asombro. De aquí que, en sus cartas a Herculiano, Sinesio confiese repetidamente: «Se nos concedió a ti y a mí experimentar cosas maravillosas, cuya simple enumeración habría parecido increíble» (Ep. 137).
Por esa razón, también, todo lo que Herculiano, Olimpio, Sinesio, Hesiquio, y sus condiscípulos más cercanos han oído de su «maestra común» sobre el tema de los misterios de la filosofía lo mantienen en total secreto. En la Epístola 137 Sinesio se pregunta incluso si debe confiar sus reflexiones filosóficas a la carta que escribe a Herculiano, dado que puede caer en manos de extraños. Y en la Epístola 143 le advierte y le ruega que mantenga secretos los sagrados dogmas que han recibido juntos de Hipatia: «Por mi parte soy, y te aconsejo que lo seas también tú, un celosísimo guardián de los misterios de la filosofía». Para estudiar juntos y proteger los conocimientos recibidos de Hipatia forman cierta vez una unión de cuatro amigos —lo que no es una práctica infrecuente en esos tiempos— que se corresponde con el tetractys pitagórico[132]. Convencidos de que su asociación refleja las leyes e interdependencias cósmicas, se prometen a sí mismos mantener en secreto todo lo que ven en la casa de Hipatia «con sus propios ojos» y oyen «con sus propios oídos». Porque para ellos es evidente que los misterios revelados por un guía verdadero (gnesia kathegemon) no deben difundirse entre quienes los trivializarían y en último extremo los ridiculizarían. Citando a Lisis el Pitagórico, Sinesio escribe: «Explicar la filosofía a la plebe sólo conduce a despertar entre los hombres un gran desprecio por las cosas divinas» (Ep. 143). Esta observación se corresponde con su convencimiento compartido de que la filosofía, al sacarla de los círculos selectos elegidos para su cultivo, perdería su verdadera sustancia. Distintos charlatanes y falsos filósofos harían un uso indebido del conocimiento sobre las realidades divinas para exhibirse ante los tontos, profanando de esa manera las verdades inviolables. Porque la plebe no entenderá nunca los misterios de Dios y el cosmos[133].
Sinesio mantiene estas opiniones durante toda su vida. Incluso después del cambio de una existencia secular a otra religiosa, sigue considerando que la filosofía es un campo para pocos: «Estoy lejos de compartir las ideas del vulgo sobre ese tema… ¿Qué puede haber en común entre el hombre ordinario y la filosofía? La verdad divina debe permanecer escondida, pues la gente vulgar necesita un sistema diferente» (Ep. 105). Sólo los aristócratas, los miembros «nobles y buenos» de las clases urbanas dirigentes de las mejores familias, orgullosos de su eugeneia, tienen derecho a la «compañía de la bienaventurada dama» (Ep. 139).
Su círculo, por supuesto, excluye a las mujeres. Herculiano explica con franqueza a Sinesio que desprecia a las mujeres, incluso a aquellas plenamente consagradas a él (Ep. 146; véase además Ep. 132). A decir verdad, Hipatia, como profesora de filosofía y maestra de ética, transforma el concepto de feminidad. Su misión moral, que encuentra la plenitud en actividades privadas así como en espectaculares gestos públicos, la eleva muy por encima de su sexo. Puede decir de sí lo que Empédocles, el pitagórico, decía sobre sí mismo y que más adelante se aplicó Apolonio de Tiana: «En una ocasión fui ambas cosas, hembra y varón»[134].
Esta orgullosa aristócrata griega (como Kingsley correctamente la caracteriza), aunque envuelta en el modesto manto del filósofo, reúne en torno suyo un círculo de jóvenes adeptos que viven en un orden moral circunscrito por la filosofía, convencidos de que están hechos de mejor arcilla que otros. En este pequeño grupo, como tomado directamente del Estado ideal platónico, el culto de la aristocracia es intenso. Sinesio subraya con frecuencia su ascendencia espartana, como, con toda seguridad, hacen sus condiscípulos.
Aunque Hipatia enseña la virtud de la benevolencia y, al parecer, elogia la conducta de Sinesio como patrocinador, llamándolo «providencia para otras personas» (Ep. 81 )[135], los jóvenes influyentes y bien situados del círculo de la filósofa sólo extienden su benevolencia protectora a los de su clase. Los protegidos de la Epístola 81, Niceo y Filolao, son presentados a Hipatia como «dos jóvenes aristócratas». En consecuencia, aunque Sinesio repite, orgulloso, la opinión que Hipatia tiene de él —«Todo el respeto con que me honraban los poderosos de la tierra lo empleaba únicamente en ayudar a otros. Las personas importantes eran únicamente mis instrumentos» (Ep. 81)—, ni Hipatia ni sus amigos de buena familia intervienen ante figuras influyentes en beneficio de personas de estratos sociales inferiores.
Los discípulos de Hipatia nunca pierden su sentimiento de superioridad ante otros filósofos y otras clases de filosofía. El característico repudio, por parte de su círculo, de los grupos sociales inferiores (Ep. 143) reaparece en Dion, o sobre su vida, de Sinesio, escrito hacia 404. En esa obra critica con severidad a los filósofos que llevan el manto blanco pero no se ocupan seriamente de la filosofía de acuerdo con la tradición literaria griega. Son proselitistas «profesionales» de la sabiduría, sofistas corrientes que hacen circular las verdades divinas de la filosofía entre las masas. El otro grupo que Sinesio censura son personas que llevan manto negro: monjes (Ep. 154; Dion 4-11)[136]. Aunque en Dion Sinesio muestra interés por la vida monástica, considera «bárbaros» a los monjes, fanáticos que entretejen cestos, faltos de cultura, con aversión hacia el helenismo.
De manera característica, Hipatia es la primera en recibir Dion para evaluarlo (Ep. 154). Al enviarle su obra, Sinesio reitera las tesis de sus polémicas con los mantos «blancos» y «negros», a los que, de manera casual, califica de críticos suyos. Hipatia debe de haber compartido las opiniones de Sinesio; dado que respiran un aire saturado de las ideas más elevadas de la paideia helénica, todos ellos desdeñan a los monjes porque rechazan la tradición helénica. En consecuencia, parece razonablemente cierto que en Alejandría las opiniones intelectuales de Hipatia y el aislamiento de su círculo no estén bien vistos por todo el mundo.
La insuficiencia de las fuentes y el hermetismo de la comunidad filosófica de Hipatia han obligado a los eruditos a especular sobre la naturaleza de la filosofía neoplatónica allí practicada. La pregunta clave ha sido si está ligada a la tradición de Plotino y Porfirio o a la de Jámblico. Para Cameron, la caracterización del filosofar como «misterios inefables» demuestra que este círculo está relacionado con algunas prácticas teúrgicas y que tiene por tanto características jámblicas[137]. En opinión de Cameron, Hipatia y su círculo utilizan los Oráculos Caldeos, la «biblia» del neoplatonismo, que incluye doctrinas secretas. Más aún, Cameron asume que es Antonino, hijo de Sosipatra, quien inicia a Hipatia en los secretos de la teúrgia. Después de todo, durante la juventud de Hipatia el joven Antonino enseña platonismo teúrgico en Canope, cerca de Alejandría, donde se instala después de abandonar Pérgamo. A él lo había iniciado su madre en los secretos de la teúrgia[138].
Las fuentes, sin embargo, no mencionan que Hipatia haya sido formada en la disciplina teúrgica, y sin duda incluirían esa información si fuera el caso. Lo hacen, desde luego, en relación con Sosipatra y Asclepigenia, la hija de Plutarco de Atenas. Las fuentes son muy específicas en este sentido: también nos dicen que Asclepigenia transmite sus conocimientos al filósofo Proclo, cuyo biógrafo, Marino, reseña que Asclepigenia revela a Proclo la tradición secreta y lo instruye en teúrgia[139].
Palabras como orgia, agoge y anagoge, de las que se sabe que se utilizan en el círculo de Hipatia para describir el proceso de la teúrgia filosófica, no aparecen en las explicaciones sobre su docencia. Las frases y conceptos utilizados por Sinesio indican que ha estudiado las biografías de filósofos eminentes, incluidas la Vida de Pitágoras, de Porfirio y jámblico, la Vida de Plotino, de Porfirio, los discursos de Libanio y las Vidas de los filósofos de Eunapio. Encontramos los mismos términos en la Vida de Isidoro de Damascio y en la Vida de Proclo de Marino[140]. Es evidente que los modelos de perfección y las pautas de virtud filosófica presentadas en esas obras influyen en la imagen de Hipatia transmitida por Sinesio. Pero también parece probable que sean elementos constitutivos del propio filosofar de Hipatia. Todas las fuentes la describen, por encima de todo, como platónica. Mencionan que enseña a Platón, Aristóteles y Plotino, todos los cuales están asociados al neoplatonismo. Dado que, como informa Damascio, Hipatia está capacitada para presentar, además de estos tres sistemas, las ideas de otras escuelas y filósofos, podemos deducir que en su círculo se leen diversos textos filosóficos y teológicos[141]. De hecho Hipatia y sus alumnos parecen haber examinado todos los escritos que destacan por su sensibilidad ante las cosas divinas, que les abren los ojos y la mente a la revelación. Entre esas obras figuran sin duda los Oráculos Caldeos, dado que Sinesio alude a ellos con frecuencia en los Himnos y en otras composiciones suyas, como Sobre los sueños[142]. Estos textos herméticos, favoritos del padre de Hipatia, se leían y estudiaban en su casa, y los escritos de Sinesio indican que también él está familiarizado con ellos[143]. Manifiesta igualmente simpatía por la persona y la filosofía del divino Hermes[144]. Como demuestran los últimos estudios de Cameron, la familiaridad de Sinesio con la literatura religiosa, apocalíptica y demonológica grecoegipcia tiene su origen en el periodo de estudios con Hipatia y en su encuentro con la cultura egipcia en Alejandría[145].
Cameron observa acertadamente que «pese a todo su entusiasmo por los Oráculos Caldeos y sus referencias a los “inefables misterios”, Sinesio es, básicamente, un helenista cultural más que religioso»[146]. Hipatia se encuentra en el mismo caso. No hay nada en las fuentes que permita identificarla con una pagana devota, y sus conferencias, aunque descritas en términos místico-religiosos, no incluyen el ritualismo teúrgico tan característico de grupos que cultivan la tradición filosófica postjámblica[147]. No se esfuerza por ganarse el favor de las numerosas emanaciones divinas —dioses, demonios, héroes—, ni de dominarlas. En su círculo no se utilizan métodos mágicos para entender la naturaleza del mundo; no hay mención de que se ofrezcan sacrificios a los dioses, ni de que se utilicen objetos de culto, ni de ceremonias nocturnas, ni de estatuas que se animen, ni de nada parecido. Incluso Juan de Nikiu, aunque la retrata como una bruja que practica la magia negra, no la relaciona con prácticas cultuales.
Dado que Sinesio compara las conferencias de Hipatia con una ceremonia religiosa, sus clases deben de tener ingredientes de ritual. En el estrecho círculo de sus alumnos, no se limita sin duda a una simple recitación sobre verdades e ideas filosóficas. Las cartas de Sinesio revelan que sus clases adoptan la forma de diálogos sobre temas éticos y religiosos. Posiblemente, con el fin de alcanzar una mayor conciencia de la presencia de Dios y de la perfección espiritual, recitan oraciones y cantan himnos sagrados que estimulan su experiencia emocional y cognitiva. Por la misma razón, también es posible que lean y reciten textos de orientación cristiana. Dada la presencia de cristianos entre sus alumnos, esa práctica habría sido al mismo tiempo comprensible y deseable. Bizzochi acierta sin duda cuando supone que la génesis de los himnos cristianos de Sinesio puede buscarse quizá en las reuniones místicas en el hogar de Hipatia[148]. Los Himnos V y IX, que, también según la opinión de Lacombrade, se componen durante sus estudios con Hipatia, están empapados del ambiente de erudición y sacralidad que caracterizaba sus reuniones[149]. Incluso los que Sinesio compone algo más adelante revelan el aura espiritual de sus clases[150].
En mi opinión, dentro del círculo de Hipatia, una razón mucho más poderosa para el secreto que el elitismo es la intensidad de las experiencias que compartían. El singular estado conseguido por medio de un esfuerzo mental sostenido y por la purificación del alma mediante la contemplación, la inmovilidad en el éxtasis y la pérdida de contacto con la realidad resulta indescriptible: ¿qué es lo que hay que explicar, excepto que se ha experimentado? Apolonio de Tiana, el «santo», alude a la experiencia en Sobre los sacrificios, donde afirma que a Dios se le adora por medio del éxtasis silencioso y la demostración de la propia perfección[151]. De hecho, los Himnos de Sinesio están dedicados a esas experiencias; el autor celebra el gozoso silencio de las esferas sobre las que Dios reina. También busca la tranquilidad secreta de la contemplación durante sus actividades sacerdotales, a las que considera «misterios inefables».
Las pruebas reunidas sobre la docencia de Hipatia y el círculo de sus alumnos nos acercan al medio filosófico de Alejandría en el tránsito del siglo IV al V, y también a las comunidades de maestro y discípulos del platonismo tardío características del último helenismo[152].