I

La leyenda literaria de Hipatia

La tradición moderna

Mucho antes de los primeros intentos académicos por reconstruir una imagen fiel de Hipatia, su vida —marcada por las circunstancias dramáticas de su muerte— había quedado envuelta en la leyenda. Embellecida artísticamente, distorsionada por emociones y prejuicios ideológicos, la leyenda, que disfrutó de amplia popularidad durante siglos y dificultó los esfuerzos de los estudiosos para presentar de manera imparcial la vida de Hipatia, todavía persiste en la actualidad. Si se pregunta quién era Hipatia, la respuesta más probable será: «Una filósofa pagana, joven y hermosa, que en el año 415 fue despedazada por monjes (o, de manera más general, por cristianos) en Alejandría». Esta respuesta tan trillada no estaría basada en fuentes antiguas, sino en una gran cantidad de documentos literarios e históricos, de los que se estudia en este capítulo una muestra representativa. La mayoría de esas obras presentan a Hipatia como víctima inocente del naciente fanatismo cristiano y su asesinato como señal de la desaparición, junto con los dioses griegos, de la libertad de investigación.

Hipatia aparece por primera vez en la literatura europea en el siglo XVIII. En la época de escepticismo que se conoce históricamente como la Ilustración, diferentes escritores la utilizan como instrumento en las polémicas religiosas y filosóficas.

En 1720, John Toland, protestante convencido en su juventud, publica un largo ensayo histórico titulado Hypatia or, the History of a Most Beautiful, Most Virtuous, Most Leamed and in Every Way Accomplished Lady; Who Was Tom to Pieces by the Clergy of Alexandria, to Gratify the Pride, Emulation, and Cruelty of the Archbishop, Commonly but Undeservedly Titled St. Cyril [Hipatia, o la historia de una dama de gran belleza, virtud y sabiduría, competente en todo, que fue descuartizada por el clero de Alejandría para satisfacer el orgullo, la envidia y la crueldad del arzobispo, a quien se conoce, de manera universal, aunque inmerecida, como san Cirilo]. Si bien Toland utiliza para su relato fuentes como Suda, la enciclopedia del siglo X, empieza por afirmar que la parte masculina de la humanidad ha quedado deshonrada por los siglos de los siglos por el asesinato de «la encarnación de la belleza y el saber»; los varones habrán de «avergonzarse para siempre de que haya podido hallarse entre ellos alguien tan brutal y salvaje como para, en lugar de embriagarse con la admiración de tanta belleza, inocencia y sabiduría, manchar sus manos, de la manera más bárbara, con la sangre de Hipatia, y sus almas impías con el indeleble estigma de haber cometido un asesinato sacrilego». Al relatar la historia de la vida y muerte de Hipatia, Toland se centra en el clero de Alejandría, encabezado por el patriarca Cirilo. «Un obispo, un patriarca, más aún, un santo es el promotor de una acción tan espantosa, y su clero el ejecutor de furor tan implacable»[1].

El ensayo de Toland causa gran revuelo en los círculos eclesiásticos y provoca la réplica inmediata de Thomas Lewis en un folleto titulado The History of Hypatia, a Most Impudent School-Mistress of Alexandria. In Defense of Saint Cyril and the Alexandrian Clergy from de Aspersions of Mr. Toland [La historia de Hipatia, una desvergonzadísima maestra de Alejandría. En defensa de san Cirilo y del clero de Alejandría contra las acusaciones del señor Toland][2]. Pero la obra de Toland goza en general de una acogida favorable entre la elite de la Ilustración. Voltaire explota la figura de Hipatia para manifestar la repugnancia que le inspiran la Iglesia y la religión revelada. En un estilo similar al de Toland, escribe sobre san Cirilo y el clero de Alejandría en Examen important de Milord Bolingbroke ou le tombeau du fanatisme [Examen importante de milord Bolingbroke o la tumba del fanatismo] (1736). La muerte de Hipatia es «un asesinato bestial perpetrado por los sabuesos tonsurados de Cirilo, con una banda de fanáticos a sus espaldas»[3]. Hipatia es asesinada, afirma Voltaire, porque cree en los dioses helenos, las leyes de la naturaleza racional y la capacidad de la mente humana liberada de dogmas impuestos. De ese modo el fanatismo religioso ha llevado al martirio de genios y a la esclavización del espíritu.

Voltaire vuelve a Hipatia en su Diccionario filosófico. Allí afirma que «enseñó a Homero y a Platón en Alejandría durante el reinado de Teodosio II» y que los sucesos que concluyen con su muerte están instigados por san Cirilo, que «lanza a la chusma cristiana contra ella». Aunque no olvida citar sus fuentes —Damascio, Suda y «los hombres más sabios de la época»—, Voltaire hace de ellas un uso bastante desdeñoso; y, a mitad de una serie de graves acusaciones contra Cirilo y los cristianos, añade una ocurrencia de tertulia, perfectamente grosera y necia, sobre su heroína favorita: «Cuando se desnuda a mujeres hermosas, no es para perpetrar matanzas». A decir verdad, nos quedamos a oscuras sobre si el «sabio de Femey» se burla de sus lectores, de las ideas que propugna con tanto entusiasmo o de Hipatia. Voltaire manifiesta la esperanza de que el patriarca Cirilo haya pedido perdón a Dios y de que Dios, en efecto, se haya apiadado de él; Voltaire en persona reza por el patriarca: «Ruego al padre misericordioso que tenga piedad de su alma»[4].

Las versiones reduccionistas de Toland y Voltaire sobre Hipatia marcan la génesis de una leyenda que mezcla verdad y falsedad. Si hubieran consultado sus fuentes antiguas con más perspicacia, habrían detectado en ellas una personalidad mucho más compleja. Esta «víctima de la superstición y de la ignorancia» no sólo cree en el poder redentor de la razón: también busca a Dios a través de la revelación religiosa. Por encima de todo, Hipatia es testaruda, posee una gran delicadeza moral, y defiende el ascetismo tanto como los cristianos dogmáticos que Voltaire y otros presentan como implacables enemigos de «la verdad y el progreso».

Influido por las ideas de la Ilustración, el neohelenismo y el estilo literario y filosófico de Voltaire, Edward Gibbon elabora la leyenda de Hipatia. En la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, declara a Cirilo responsable de todos los conflictos que estallan en la Alejandría de comienzos del siglo V, sin olvidar el asesinato de Hipatia[5]. Según Gibbon, Hipatia «profesa la religión de los griegos» y enseña públicamente tanto en Atenas como en Alejandría. No conozco la fuente de la primera afirmación de Gibbon; la segunda refleja una interpretación errónea del relato de Damascio en Suda. Como Toland y Voltaire, Gibbon repite la historia de Damascio sobre la violenta envidia de Cirilo hacia Hipatia, que se halla «en la plenitud de la belleza y en la madurez de la sabiduría», rodeada de discípulos y personas «ilustrísimas por su rango o por su mérito» y siempre «impacientes por visitar a la filósofa». Hipatia es asesinada por «un tropel de fanáticos salvajes y despiadados» instigados por Cirilo, y el crimen nunca se castiga, al parecer porque «la superstición [el cristianismo] quizá expía de mejor grado la sangre de una virgen que el destierro de un santo». Esta representación del «crimen de Alejandría» encaja perfectamente con la teoría de Gibbon según la cual la consolidación del cristianismo es la causa principal de la caída de la antigua civilización. El historiador inglés utiliza las circunstancias de la vida de Hipatia para documentar esta tesis y para mostrar las diferencias entre el mundo antiguo y el nuevo: razón y cultura espiritual (Hipatia) frente a dogmatismo y ausencia brutal de compostura (Cirilo y el cristianismo)[6].

La figura de Hipatia aparece brevemente y por medio de referencias indirectas en muchas otras obras del siglo XVIII, entre ellas la divertida novela satírica de Henry Fielding A Journey from this World to the Next [Un viaje de este mundo al venidero] (1743). Al describir a Hipatia como «una dama joven de extraordinaria belleza y mérito», Fielding afirma que «aquellos perros, los cristianos, la asesinaron»[7].

Pero es a mediados del siglo XIX cuando la leyenda literaria de Hipatia alcanza su cima. Charles Leconte de Lisie publica dos versiones de un poema titulado Hypatie, una en 1847 y otra en 1874[8]. En la primera versión Hipatia es víctima de las leyes de la historia y no de un «complot» cristiano, como Voltaire mantenía[9]. Leconte de Lisie ve las circunstancias de la muerte de Hipatia con imparcialidad histórica, convencido de que la historia no se puede identificar con una única cultura o sistema de creencias. La era de Hipatia se apaga, sencillamente, y es reemplazada por otra nueva con sus reglas y formas propias. Como creyente en las antiguas deidades y amante de la razón y de la belleza sensual, Hipatia se convierte en víctima simbólica de las cambiantes circunstancias de la historia. «La humanidad, en su precipitada carrera, te golpeó y te maldijo»[10].

En la segunda versión del poema, Leconte de Lisie vuelve a la interpretación anticristiana de la muerte de Hipatia. Los culpables del crimen son los cristianos, no la «necesidad histórica»:

Le vil Galiléen t’afrappée et maudite,

Mais tu tombas plus grande! Et maintenant, hélas!

Le souffle de Platón et le corps d’Aphrodite

Sont partís á jamais pour les beaux cieux d’Hellas!

[El vil Galileo te ha golpeado y maldecido,/ ¡pero al caer te hiciste más grande! Y ahora, ¡ay!/ ¡El espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita/ han ascendido para siempre a los bellos cielos de la Hélade!].

Esta versión se hace eco del tema anticlerical y más concretamente anticatólico de Toland[11], que adquirirá mayor importancia con la evolución de la leyenda.

Los dos poemas de Leconte de Lisie sobre Hipatia manifiestan confianza en la permanencia de los valores esenciales de la Antigüedad. Como indica su condición de fundador, junto con otros, de la escuela parnasiana de poesía, que busca su inspiración en la Antigüedad clásica, Leconte de Lisie ama la literatura clásica. No sólo traduce a los poetas y dramaturgos griegos, sino que considera el helenismo la realización de los ideales de la humanidad, de la belleza combinada con la sabiduría. En consecuencia, para Leconte de Lisie, pese a su muerte, Hipatia sigue viva en la imaginación occidental como la encarnación de la belleza corporal y de la inmortalidad del espíritu, de la misma manera que los ideales paganos de Grecia han moldeado la espiritualidad de Europa.

Elle seule survit, immuable, éternelle.

La mort peut disperser les univers tremblants,

Mais la Beauté flamboie, et tout renaít en elle,

Et les mondes encor roulent sous ses pieds blancs!

[Sola sobrevive, inmutable, eterna;/ la muerte tal vez disperse los universos temblorosos,/ pero la Belleza resplandece, y en ella todo renace,/ ¡y los mundos todavía giran bajo sus blancos pies!]

La admiración de Leconte de Lisie por la excelencia de los griegos y las ideas helénicas acerca del mundo sobrenatural también aparece en una breve obra dramática, «Hipatia y Cirilo» (1857)[12]. En ella encontramos la misma nostalgia romántica por la Grecia antigua, donde la gente vivía en armonía con la belleza de la naturaleza divinizada y en conformidad con las enseñanzas de sus filósofos: la misma nostalgia que resuena en los poemas de Hólderlin, en los clásicos del «humanismo de Weimar» y en las obras de los neohelenistas ingleses. Aquí Leconte de Lisie intenta conciliar la filosofía pagana con el cristianismo.

La hermosa y sabia discípula de Platón trata de convencer al severo patriarca Cirilo de que sólo hay una pequeña diferencia entre neoplatonismo y cristianismo: «Las palabras son ligeramente diferentes, el significado es prácticamente el mismo». Hipatia admite que la persona de Cristo es sagrada para ella, pero también siente afinidad por los dioses encamados en las eternas estructuras del universo. Las deidades se revelan en la belleza de la naturaleza, en el conocimiento de los cuerpos astrales, en la maravilla del arte, en la espiritualidad de los sabios que buscan la verdad. La declaración de Cirilo «Tus dioses han quedado reducidos a polvo, a los pies del Cristo victorioso», provoca el credo apasionado de Hipatia:

Ne le crois pas, Cyrille! lis vivent dans mon casur,

non tels que tu les vois, vétus de formes vaines,

subissant dans le ciel les passions humaines,

adores du vulgaire et dignes de mépris;

mais tels que les ont vus de sublimes esprits:

dans l’espace étoilé n’ayant point de demeures,

forces de Vunivers, vertus intérieures,

de la terre et du ciel concours harmonieux

qui charme la pensée et l’oreille et les yeux,

et qui donne, idéal aux sages accessible,

á la beauté de l’áme une splendeur visible.

Tels sont mes dieux!

[¡No lo creas, Cirilo! Viven en mi corazón,/ no como los ves, vestidos de formas perecederas,/ sujetos hasta en el cielo a las pasiones humanas,/ adorados por el vulgo y dignos de desdén;/ sino como los han visto espíritus sublimes:/ en el espacio estrellado que carece de moradas,/ fuerzas del universo, virtudes interiores,/ unión armoniosa de la tierra y el cielo/ que encanta al pensamiento, el oído y los ojos,/ y que ofrece un ideal accesible a los sabios,/ y a la belleza del alma esplendor visible./ ¡Tales son mis dioses!].

«Hipatia y Cirilo», lleno de exaltación y de éxtasis romántico acerca del «paraíso» de los griegos, concluye con una descripción de la indignación del obispo. No entiende en absoluto la fe de Hipatia en el mundo de las inteligencias divinas ni en la belleza natural del universo. Cirilo la amenaza a ella y a su mundo con la maldición del olvido, de la desaparición de la cultura antigua.

Los poemas de Leconte de Lisie se admiran y se leen mucho en el siglo XIX; y la imagen de una Hipatia enamorada de las formas ideales del mundo visible —en contraste con las esferas cerradas del cristianismo rígidamente dogmático de Cirilo— ha sobrevivido hasta nuestros días. Incluso en la actualidad tendemos a asociar la figura de Hipatia con el verso de Lisie «Le souffle de Platón et le corps d’Aphrodite», el espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita.

Gérard de Nerval, contemporáneo de Leconte de Lisie aunque algo más joven, cita a Hipatia en una obra de 1854[13], y en 1888 Maurice Barres publica un relato breve, «La vierge assassinée», en una colección titulada Sous l’oeil des barbares. Barres afirma en su introducción que escribe el relato a petición de Leconte de Lisie, su «maestro parnasiano»[14]. «La vierge assassinée» combina elementos bucólicos con una presentación fría y austera de la filosofía y de las virtudes morales.

La narración comienza cuando el joven Lucio conoce a Amarilis, encantadora y bella cortesana de Alejandría, en las orillas del Nilo, cubiertas de nenúfares. Los mármoles de un templo y de algunas esculturas griegas brillan más allá de los árboles y vemos además edificios de la urbe y barcos anclados en el puerto. La rica y hermosa Alejandría está, sin embargo, en decadencia: «La ville étend ses bras sur l’océan et semble appeler l’univers entier dans sa couche parfumée et fiévreuse, pour aider á l’agonie d’un monde et á la formation des siécles nouveaux». [La ciudad extiende sus brazos sobre el océano y parece llamar al universo entero a su lecho perfumado y febril, para que suavice la agonía de un mundo y ayude a la formación de los siglos venideros][15].

Camino del Serapeo, donde de ordinario se encuentra a Hipatia (que recibe el nombre de Atenea en este relato), Lucio y Amarilis se tropiezan con una multitud de cristianos que expulsan de la ciudad a los judíos. Las personas que esperan a Atenea/Hipatia en la biblioteca del Serapeo hablan, alarmadas, de «la secta cristiana que pretende imponer sus convicciones apoyándose en el descrédito de los templos, demasiado indulgentes, y en el abandono de las tradiciones primigenias». Recuerdan que el emperador Juliano pereció a manos de un cristiano cuando luchaba por defender los monumentos sagrados del pasado. Uno de los presentes intenta convencer a los «helenos» para que se defiendan de los «bárbaros» utilizando sus métodos, es decir, crueldad y violencia; de lo contrario «esos bárbaros os aplastarán».

Mientras tanto una multitud de cristianos empieza a atacar el Serapeo, exigiendo la muerte de Atenea, símbolo del paganismo en la ciudad. La turba se abre camino por la fuerza hasta el interior del santuario, donde Atenea pronuncia un discurso en alabanza del pasado helénico y hace un voto de fidelidad a los monumentos que están siendo destruidos. Conmovida por sus palabras, la multitud desiste, pero sus elementos más entusiastas siguen incitando a la plebe para que actúe. Atenea espera la muerte con serenidad. Lucio, Amarilis y sus amigos tratan de sacarla del templo, pero ella se niega a abandonar «la biblioteca y las estatuas de nuestros antepasados». Cubriéndose el rostro con un largo velo, se entrega a la turba que la hace pedazos. Las legiones romanas, que acaban de entrar en la ciudad, no son capaces de rescatarla. Por la noche, Amarilis y Lucio encuentran los restos divinos «de la virgen de Serapis». Barrés nos asegura que el martirio de «la última de los helenos» se convertirá en la fuente de su apoteosis y de su leyenda imperecedera.

Mientras Leconte de Lisie, Barres y otros escriben sobre Hipatia en Francia, Charles Kingsley, clérigo, novelista e historiador inglés, elabora su leyenda en un extenso libro titulado Hypatia or the New Foes with an Old Face [Hipatia o los nuevos enemigos con rostro antiguo] (1853)[16]. Aunque originalmente concebida como un estudio histórico, basado en la investigación del autor sobre la cultura griega del final del Imperio y la historia de Alejandría, toma de hecho forma de novela romántica de mediados de la época victoriana con un fuerte componente anticatólico. Kingsley detesta a los sacerdotes y a los monjes por su voto de castidad y su desinterés hacia los asuntos mundanos. En el libro, Cirilo y el clero que lo rodea ejemplifican la jerarquía católica y el sector del clero anglicano opuesto a Kingsley; los buenos cristianos encuentran, por el contrario, representadas sus virtudes en el monje joven, en el judío converso, en la cortesana Pelagia y en la misma Hipatia.

La acción de la novela transcurre sobre todo en Alejandría. Esta gran ciudad portuaria de Oriente, rica y pobre, ilustrada y primitiva, con una población heterogénea de griegos, egipcios, judíos y —como Kingsley querría— godos, proporciona una mezcla adecuada de nacionalidades, oficios, creencias y clases sociales, de la que emergen los personajes centrales de la novela: Hipatia, la filósofa pagana; Cirilo, el patriarca dogmático y despótico; Orestes, el prefecto ambicioso y hambriento de poder; y el monje Filamón.

Hipatia encarna «el espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita». Aunque tiene apenas veinticinco años, da clases en el Museo sobre filosofía platónica y neoplatónica. Multitudes de jóvenes la rodean; conoce a todas las personas importantes de la ciudad y ella misma es muy influyente. Escribe comentarios a las obras de Plotino y, con su padre Teón, estudia los escritos de antiguos maestros de matemáticas y geometría. Su erudición pagana es un estorbo para los círculos cristianos de Alejandría. El patriarca Cirilo se ocupa de que los cristianos jóvenes no asistan a sus clases; no desea que se vean expuestos, dada su tentadora influencia, a la ciencia y a la filosofía griegas. Cuando el joven monje Filamón manifiesta el deseo de asistir, Cirilo le describe a Hipatia como «más sutil que la serpiente, experta en todos los artificios de la lógica» y le advierte: «Serás el hazmerreír de todos y escaparás avergonzado».

Hermosa, sabia y virtuosa, Hipatia presenta algunos rasgos sorprendentes: un odio feroz al cristianismo y una obstinación volteriana en lugar de la benignidad neoplatónica. Está llena de desprecio hacia monjes y clérigos, y desdeña un credo que es ajeno a su civilización. Define a los monjes como «intolerantes, bestias salvajes del desierto e intrigantes fanáticos, que, en palabras de Aquel al que llaman su maestro, reúnen el cielo y la tierra para hacerlo dos veces más hijo del infierno que ellos».

El monje Filamón es una de las personas que Hipatia desprecia. Se ha formado en el desierto y está por completo bajo la influencia espiritual del patriarca. Movido por la curiosidad e interesado por la fama de Hipatia, asiste a una de sus clases con intención de condenar sus enseñanzas y convertirla. Se transforma, por el contrario, en uno de sus discípulos más devotos y leales. Filamón descubre en Hipatia una religiosidad profunda que trasciende la simple creencia en los dioses homéricos, y su amistad, que adquiere matices eróticos, se prolonga hasta la muerte de Hipatia.

Kingsley presenta al prefecto Orestes como un astuto intrigante, borracho y disoluto, con ambiciones políticas de largo alcance. Como su meta es llegar a ser emperador de Egipto y de Africa y, quizás más adelante, de todo el Oriente, apoya la sublevación de Heracliano, gobernador de Africa occidental. Incluye a Hipatia en esos planes proponiéndole el matrimonio. Orestes organiza suntuosos combates de gladiadores, espectáculos de danza y otras celebraciones públicas, y asegura a Hipatia que todo ello está encaminado a un renacimiento del paganismo, que estas manifestaciones de una religiosidad sencilla son sólo una fase transitoria para ganar el corazón del pueblo; pronto serán reemplazadas por una religiosidad de orden superior.

Heracliano, en quien Orestes ha puesto todas sus esperanzas, es derrotado a las puertas de Roma. Sólo entonces comprende Hipatia que ha sido víctima de los engaños y maquinaciones de Orestes. Su honradez, nobleza y fe en los sublimes ideales de una religiosidad helénica resucitada han sido traicionadas.

La versión que da Kingsley del conflicto entre Orestes y Cirilo sigue el relato de Sócrates Escolástico, historiador de la Iglesia en el siglo V. Una serie de incidentes provocan tensiones cada vez más graves entre los subordinados del prefecto y la Iglesia. Durante algaradas callejeras promovidas por los monjes, el prefecto en persona resulta herido. Se hace correr el rumor de que Hipatia es la causa de la agitación en la ciudad, la persona que siembra la discordia.

Y aunque al final se convierte y es bautizada como cristiana, la asesinan los monjes, los parabolanos —servidores de la Iglesia— y una turba cristiana dirigida por Pedro el Lector. El asesinato proporciona una válvula de escape al fanatismo, a la ignorancia y a ocultos deseos carnales: Kingsley subraya mucho el aspecto erótico del crimen perpetrado contra la hermosa joven.

Antes de morir, Hipatia, engañada y desilusionada por las mentiras de Orestes, sufre una crisis espiritual. Su conversión se logra gracias a la influencia benéfica de un antiguo discípulo, el judío Raphael Aben-Ezra, quien, después de la muerte de Hipatia, exige que Cirilo identifique a los culpables. Cuando el obispo se niega, Raphael intenta hacerle ver que el reino de Dios que está edificando puede convertirse en el reino de Satanás, al que quizá se vea condenado.

El recuerdo del asesinato de Hipatia perdura en Alejandría. La ciencia y la filosofía se marchitan, y con ellas la vida intelectual. «Veinte años después de la muerte de Hipatia, la filosofía está dando las últimas boqueadas. Su asesinato ha sido un golpe mortal». La naciente Iglesia cristiana de Egipto se desprestigia y se pierde en triviales polémicas sectarias y peleas del clero.

El libro de Kingsley se traduce a varios idiomas europeos, y varios historiadores alemanes escriben incluso tesis sobre él[17]. Su liberal visión novelística de «la última de los helenos» entretiene a muchos lectores de todo el mundo. Su retrato de Hipatia funciona como un símbolo de una civilización que desaparece, como la última víctima de la lucha por rescatar el perfecto mundo griego de armonía, arte y metafísica, divinidad y materialismo, alma y cuerpo. Mucho más que las narraciones de Toland, Voltaire, Barres o Leconte de Lisie, el libro de Kingsley promueve y mantiene la idea de que con la muerte de la última idealista del helenismo desaparecen los valores griegos.

En la segunda mitad del siglo XIX, los positivistas americanos y británicos presentan a Hipatia básicamente como científica, como la última estudiosa del Oriente griego. Así J. W. Draper, científico americano, a quien se describe como un «valeroso defensor de la ciencia contra la religión», considera a Hipatia una figura heroica en el conflicto entre dos poderes de la historia europea: el espíritu libre que busca la verdad en el mundo material frente a la religión supersticiosa (representada por la Iglesia) que esclaviza la razón. Esta perspectiva simplifica mucho la historia del pensamiento europeo: desde la muerte de Hipatia hasta la Ilustración, Europa está sumida en la oscuridad; la Ilustración (al rebelarse contra la autoridad de la Iglesia, la revelación y los dogmas) disipa la oscuridad y vuelve a abrir el límpido cielo del conocimiento. La muerte de Hipatia es «uno de esos momentos en los que grandes principios generales se encarnan en personas singulares. La filosofía griega en la apropiada forma de Hipatia; la ambición eclesiástica en Cirilo». Después de una gráfica descripción de la horrible muerte de Hipatia, Draper añade: «Aunque en la intimidad san Cirilo y sus amigos quizá celebren el fin de su antagonista, la memoria del patriarca habrá de soportar el peso de la justificada indignación de la posteridad». Y concluye: «Así, en el año 414 de nuestra era se fija la situación de la filosofía en la metrópoli intelectual del mundo; a partir de entonces la ciencia deberá hundirse en la oscuridad y la subordinación. Ya no se tolera su existencia pública»[18].

Bertrand Russell, que expresa sentimientos similares, inicia su historia del pensamiento de Europa occidental con una semblanza de san Cirilo: «El motivo principal de su fama es el linchamiento de Hipatia, dama muy distinguida que, en una época de fanatismo, profesa la filosofía neoplatónica y dedica su talento a las matemáticas […]. Después de esto Alejandría no vuelve a verse molestada por filósofos»[19].

Hipatia se convierte en figura de la moderna literatura italiana en una fecha tan temprana como 1827, cuando la condesa Diodata Roero di Saluzzo publica un poema en dos volúmenes, Ipazia ovvero delle Filosofie [Hipatia o las filosofías][20]. Esta obra se aventura más allá de la leyenda y presenta una biografía imaginaria de Hipatia que la conecta con el cristianismo. Se trata de una antigua tradición: elementos de la vida de Hipatia se han incorporado, por ejemplo, a la leyenda de santa Catalina de Alejandría[21]. Saluzzo retrata a Hipatia como discípula de Plotino, viviendo con él en el Liceo de Alejandría y lamentablemente enamorada del príncipe egipcio Isidoro, que lucha para independizar a su país de Roma. Hipatia abandona a Isidoro y, después de ser convertida por el obispo Cirilo, liga su suerte a la de los cristianos. Muere en una iglesia, al pie de la cruz, atravesada por la espada de un sacerdote traicionero.

Otras obras italianas presentan a Hipatia en el contexto de la lucha entre el paganismo agonizante y un cristianismo en ascensión que destruye viejos valores e impone sus propias verdades. En el capítulo «Ipazia e le ultime lotte pagane» de su libro sobre grandes personajes de la historia, Cario Pascal insiste en el tema que conecta la muerte de Hipatia con la decadencia de la filosofía y de la civilización mediterránea en general[22]. Pascal, sin embargo, también introduce en la tradición literaria de Hipatia un nuevo elemento, con resonancia en nuestro tiempo: la muerte de Hipatia vista como acto antifeminista. «Evidentemente, la persecución emprendida contra Hipatia proviene en gran medida de esta tendencia antifemenina, insolente y supersticiosa». Tendencia que habría provocado un cambio profundo en el trato a las mujeres. Anteriormente libres, intelectualmente independientes, y creativas, se las condenaba al silencio.

En 1978 se publican, en un volumen, dos dramas de Mario Luzi temáticamente relacionados: Libro de Ipazia e Il messagero, la segunda sobre Sinesio de Cirene. El Libro de Ipazia, además de una obra histórica, como G. Pampaloni señala en su introducción[23], es un drama historicista. La tragedia de Hipatia se utiliza como testimonio de la irreversibilidad de las fases históricas: la decadencia de la cultura griega y la victoria del orden nuevo son inevitables. El drama comienza en Alejandría, luego se traslada a Cirene, donde el obispo Sinesio lucha contra los bárbaros que son, al mismo tiempo, una amenaza y heraldos del destino de la historia.

La pieza se abre con un lamento por la decadencia política y social de Alejandría. Su grandeza ha desaparecido, y apenas quedan huellas de aquellos «perennes florecimientos» que la hicieran famosa. Orestes, el prefecto de Egipto, se lamenta ante Jorge, un alejandrino muy conocido y respetado, de la debilidad e impotencia del gobierno civil de Alejandría, que se enfrenta con problemas insolubles como resultado de la presencia todavía vigorosa de los paganos y el fanatismo de las masas cristianas. Orestes dice que los helenos de la ciudad, los discípulos de Proclo y Plotino, «derraman aceite sobre agua». Pero la hija de Teón despierta hostilidad y pasiones; a medida que la filósofa amable y prudente se convierte en adversario formidable, «su dulzura se hace amarga». Orestes teme a Cirilo y es incapaz de restringir la libertad de expresión de Hipatia y sus amigos. De manera que pide a Jorge que entre en el círculo de los intelectuales paganos y haga todo lo que esté en su poder para evitar que enseñen públicamente la filosofía y la religión griegas.

El segundo acto tiene lugar en casa de Sinesio. Jone —una mujer que vive con Sinesio— y Jorge suplican al obispo que actúe en pro de la paz y el orden en la ciudad y acalle la tormenta que ha provocado «la hechicera Hipatia». Sinesio interpreta los disturbios como una manifestación de la ley de la historia: el pensamiento griego debe reconciliarse con el verbo cristiano; la razón superior llama a la armonía entre los dos mundos.

En el tercer acto Hipatia dialoga consigo misma. Su voz interior le dice que ha llegado su momento: «Prepárate. Se acerca tu hora». Entre lágrimas, Hipatia se prepara para morir: «Dejadme llorar un poco más y luego iré a donde queráis llamarme». En ese momento entra Sinesio; le suplica que deje de difundir la filosofía y la religión paganas, porque toda la ciudad está alborotada y existe el peligro de que se produzca un desastre. Le cuenta que el prefecto ha perdido el control de la situación y se ha peleado, por añadidura, con el obispo. Hipatia, sin embargo, no renuncia ni a sus verdades ni a su conducta. Sinesio abandona su casa con la premonición de que nunca volverá a verla, pero tiene miedo de decirle adiós. Sólo es capaz de exclamar: «Hasta mañana».

En el cuarto y último acto, Sinesio cuenta a Jorge que ha fracasado en su misión. Mientras reitera su opinión sobre Hipatia, Jone irrumpe con la noticia del asesinato y, a petición de Sinesio, relata en detalle las circunstancias:

Hablaba en la plaza a mucha gente,

explayándose sobre el Dios presente,

y la escuchaban en silencio,

subyugados, tanto seguidores como adversarios.

Pero una horda fanática irrumpió,

manos y más manos cayeron sobre ella,

rasgaron sus vestiduras y su carne,

la arrastraron hasta la iglesia de jesucristo,

y acabaron con ella. Murió en el suelo del templo.

Al morir (su muerte es un momento histórico), Hipatia da a conocer su actitud respecto al dios de los cristianos. Mira muy lejos en el futuro; sus ojos perciben hacia dónde se dirige el mundo. Jorge resume en dos líneas el conocimiento de la inevitable dirección de la historia, conocimiento que todos ellos han comprendido ya:

Así concluye el sueño de la Razón helénica,

no de otro modo, sobre el suelo de Jesucristo.

Luzi interpreta la muerte de Hipatia en términos cristianos. Hipatia se sitúa muy cerca de Jesucristo, y su sacrificio se convierte en martirio. Los fanáticos que la asesinan no son los cristianos perversos retratados por Kingsley, sino los poderes siempre presentes del mal y el crimen, inherentes a cualquier multitud. Las estructuras definitorias y los conceptos de la Europa cristiana han florecido sobre la tierra fecunda de las convulsiones y dramas alejandrinos, gracias al sacrificio de Hipatia, a pesar del fanatismo y la desesperación. La Europa cristiana es la consumación del mundo antiguo. El drama de Luzi enriquece la escasa tradición de la presencia de Hipatia en la literatura cristiana.

Hipatia aparece como personaje en otras literaturas contemporáneas, tanto en obras dedicadas a ella como en novelas ambientadas en las postrimerías del Imperio romano[24]. En Alemania, la reciente novela histórica de Arnulf Zitelmann Hypatia ha alcanzado un gran éxito de público[25]. La Hipatia de Zitelmann sigue siendo pagana hasta el final. Con el propósito de encontrar un Estado platónico más allá de las Columnas de Hércules, Hipatia se traslada a Atenas y visita a Plutarco, cabeza de la Academia platónica; posteriormente recorre Delfos, Dodona, Nicópolis y Festos en Creta. Después de regresar a Alejandría, pronuncia un discurso en el foro contra Cirilo y sus partidarios. Es asesinada por monjes a los que acompaña una multitud cristiana. Zitelmann describe el evento en términos que ya nos resultan familiares: el libro abunda en descripciones de la perfidia, avaricia y oscurantismo de la Iglesia. En el epílogo el autor repite la afirmación hecha por otros: «El ataque a Hipatia marca el fin de la Antigüedad». Y añade: «Hipatia, la hija de Teón, fue la primera mártir de la misoginia que más adelante llegaría al frenesí con la caza de brujas».

También Canadá ha producido dos novelas sobre Hipatia: Renaissance en Paganie [Renacimiento en Paganie] de André Ferretti (Montreal 1987) e Hypatie ou la fin des dieux [Hipatia o el fin de los dioses] de Jean Marcel (Montreal 1989)[26]. Los dos presentan puntos de vista próximos a los de Kingsley y Zitelmann.

Las últimas novedades en la leyenda de Hipatia están ligadas a su atractivo para las feministas. Dos publicaciones académicas feministas llevan su nombre: Hypatia: Feminist Studies, que se publica en Atenas desde 1984, e Hypatia: A Journal of Feminist Philosophy, publicada por la Universidad de Indiana desde 1986. En 1989 esta última ofreció un intenso retrato en prosa poética de la vida y muerte de Hipatia vista a través de los ojos de la poetisa y novelista feminista Ursula Molinaro[27]. En la introducción a ese texto se reitera un tema tratado anteriormente por Cario Pascal: «El asesinato precedido de tortura de la célebre filósofa Hipatia, a manos de una turba de cristianos de Alejandría en el 415 d. C., señala el fin de una época en la que todavía se aprecia a las mujeres por su inteligencia».

En la versión de Molinaro, Teón, el padre de Hipatia, ha sido advertido por las estrellas del inminente martirio de su hija. Se nos informa de que todavía adolescente, pero ya famosa como filósofa, Hipatia empieza a tener amantes y se casa con el filósofo Isidoro, quien tolera las «muchas amistades amorosas» de su esposa. Las mismas estrellas que han concedido a Hipatia su poder sobre los hombres han adivinado su muerte trágica. Sabedor de que su hija está condenada, Teón quiere que se traslade a Sicilia, la antigua sede de los filósofos griegos, pero su hija rechaza la sugerencia. Desea seguir enseñando a sus alumnos, y a Sinesio entre ellos. Hipatia, además, siente que se acaba la época en la que se permite a las mujeres pensar y alcanzar un nivel de erudición que las hace superiores a los hombres; ella misma es superior a su padre y a su marido, Isidoro. Por otra parte, no quiere separarse de su amante actual, el prefecto Orestes.

Circula por Alejandría el rumor de que Hipatia ha aceptado una alianza con el pagano Orestes en contra del patriarca Cirilo. Este último incita a los fieles y a sus partidarios, encabezados por Pedro el Lector, a rebelarse contra Hipatia. El obispo de Alejandría envidia su éxito, y no puede pasar por alto la «conducta adúltera de las esposas paganas». Hace, en consecuencia, preparativos para la muerte de Hipatia. Después de describir su martirio por extenso y con todo detalle, Molinaro sugiere que esa será la suerte de las mujeres en tiempos del cristianismo, en los cuales Hipatia «no tiene deseos de vivir». Más adelante, los asesinos de Hipatia (cristianos) limitarán toda libertad de pensamiento y ofrecerán a las mujeres «un nuevo modelo de conducta basado en la sumisión y desprovisto de todo placer».

Gracias a sus arbitrariedades, invenciones y cambios, el texto de Molinaro llega considerablemente más lejos que todas las mitificadones anteriores que se han propuesto justificar, recurriendo a Hipatia, distintas perspectivas sobre la historia, la religión y la Antigüedad griega.

También el arte feminista ha conmemorado a Hipatia. En la controvertida obra de la escultora feminista Judy Chicago, exhibida en el Museo de Arte Moderno de San Francisco en 1979, se presentaba a Hipatia como una de las comensales —junto con otras mujeres famosas y de gran talento de la civilización occidental— en una cena que deslumbra por su enorme tamaño (aunque no por su elegancia)[28].

Los orígenes de la leyenda

Son muy pocas las fuentes antiguas que sirven de base para la tradición literaria sobre Hipatia, la filósofa y matemática de renombre, joven y hermosa, admirada por sus compañeros paganos y despreciada por los cristianos, en especial por el patriarca Cirilo, quien, con sus gentes, la entrega a una muerte inmerecida y cruel, tradición literaria que se ensaya con distintas variaciones.

Algunos rasgos elementales de la leyenda proceden de la historia eclesiástica del siglo V cuyo autor es Sócrates Escolástico. Este historiador no sólo elogia elocuentemente las virtudes de Hipatia, su erudición y su popularidad en la ciudad; también proporciona una descripción muy detallada del asesinato, incluido el nombre del jefe de la banda que le da muerte: Pedro, a quien se menciona en casi todas las narraciones posteriores sobre Hipatia. He aquí parte del relato de Sócrates:

Fue en aquel tiempo cuando se despertó la envidia contra esta mujer. Sucedió que pasaba mucho tiempo con Orestes, lo que provocó calumnias contra ella entre gentes de Iglesia, como si fuera la culpable de que Orestes no se entendiera con el obispo. De hecho, un grupo de personas que, acaloradamente, alcanzaron la misma conclusión, dirigidas por un tal Pedro (a quien se había empleado como lector), vigilaron a la mujer mientras regresaba a su casa. La sacaron de su carruaje y la arrastraron hasta la iglesia llamada Cesarión. La desnudaron y luego la mataron con trozos de cerámica [ostraka]. Después de descuartizarla, arrancándole miembro tras miembro, llevaron el cuerpo a un lugar llamado Cinaron y lo quemaron[29].

Sócrates, sin embargo, no se pronuncia sobre la complicidad de Cirilo en el crimen.

La única acusación clara e inequívoca contra el patriarca y los cristianos de Alejandría aparece en la Vida de Isidoro de Damascio[30]. Antes de la reconstrucción y publicación por separado de esta obra, en Suda se conservaba, como anotación sobre Hipatia, el fragmento que se reproduce a continuación. Según este relato, Cirilo busca satisfacer su ambición mediante el asesinato de Hipatia, y sus bestiales partidarios lo llevan a término y quedan sin castigo. El crimen se describe como una escena callejera en la que participa el mismo patriarca:

Cirilo, el obispo del partido opuesto, pasó junto a la casa de Hipatia y advirtió la presencia de un grupo numeroso a su puerta, «una confusión de corceles y hombres». Había quienes llegaban, quienes se marchaban y quienes esperaban. Cirilo preguntó cuál era el significado de aquella reunión y por qué se producía tan gran revuelo. Sus criados le explicaron que se daba la bienvenida a la filósofa Hipatia y que aquella era su casa. Aquella información hirió hasta tal punto el corazón del obispo que preparó un ataque asesino de la manera más detestable. Porque cuando Hipatia salía de su casa como de costumbre, varios hombres bestiales, sin temor a la venganza divina ni al castigo humano, se abalanzaron de repente sobre ella, la asesinaron, e hicieron a su país culpable de la más grande infamia y de derramar sangre inocente. De hecho el emperador se sintió profundamente ofendido en este asunto, y sin duda los asesinos habrían sido castigados de no ser porque Edesio corrompió al amigo del emperador, de manera que Su Majestad, es cierto, levantó el castigo pero la venganza recayó sobre él y su posteridad, puesto que su sobrino tuvo que pagar con creces aquella omisión.

Escritores de los siglos XVIII y XIX hallan esta versión del asesinato de Hipatia en historias populares de la Iglesia así como en historias de la Antigüedad muy conocidas y sumamente apreciadas como las de Sébastien Le Nain de Tillemont o Edward Gibbon. La descripción de Gibbon de los acontecimientos de 415 resulta muy útil para quienes quieren retratar la desaparición de la civilización griega, así como para quienes desean desacreditar a la Iglesia ya en expansión, aunque todavía relativamente nueva. Sobre Cirilo, la Iglesia de Alejandría e Hipatia, Gibbon escribió:

[Cirilo] pronto sugirió, o aceptó, el sacrificio de una doncella que profesaba la religión de los griegos […]. Hipatia, hija de Teón, el matemático, fue iniciada en los estudios del padre; elucidó con sus glosas eruditas la geometría de Apolonio y Diofante, y enseñó públicamente, en Atenas y en Alejandría, la filosofía de Platón y de Aristóteles. En todo el esplendor de su belleza y madura en la sabiduría, rechazó, como doncella modesta, a quienes la requerían de amores y se consagró a la instrucción de sus discípulos; las personas más ilustres por su rango o sus méritos ansiaban visitar a la filósofa; y envidiaba Cirilo el boato de las comitivas que se agolpaban con caballos y esclavos a las puertas de su academia. Cundió el rumor entre los cristianos de que la hija de Teón era el único obstáculo para que prefecto y patriarca se reconciliasen; y aquel obstáculo se apartó con gran celeridad. En un día aciago de Cuaresma, Hipatia fue arrebatada de su carruaje, desnudada y arrastrada hasta la iglesia, donde las manos de Pedro el Lector y una horda de salvajes fanáticos sin piedad la asesinaron de manera inhumana: le arrancaron la carne de los huesos con afiladas conchas de ostras, y sus miembros, todavía estremecidos, fueron entregados a las llamas. El justo progreso de las pesquisas y el castigo consiguiente se detuvieron mediante oportunos sobornos; pero el asesinato de Hipatia ha dejado una marca indeleble en la personalidad e integridad religiosa de Cirilo de Alejandría[31].

Al describir la suerte de Hipatia, Gibbon utiliza tanto a Sócrates como a Suda, pero en su fervor anticristiano no logra advertir el hecho insignificante pero sorprendente de que Damascio sitúa el asesinato de Hipatia en un contexto religioso. Al pasar junto a la casa de Hipatia, al patriarca Cirilo, hombre celoso, se le llama «el obispo del partido opuesto» (hairesin). Más adelante nos enteramos de que Damascio está pensando en un grupo particular encabezado por el obispo. Así Damascio, que en otro lugar de la Vida de Isidoro describe el paganismo de Hipatia y sus enseñanzas sobre Platón y Aristóteles, sitúa aquí al mismo nivel a sus seguidores y al entorno cristiano del obispo de Alejandría. ¿No muestra por tanto a Hipatia como una persona integrada en algún movimiento cristiano?

Es posible que Hipatia aceptase algún credo cristiano a una edad muy temprana, como sugiere un cronista eclesiástico de la época, el arriano Filostorgio, que acusa a los partidarios del credo niceno, cristianos ortodoxos, de su muerte[32]. Pero la descripción de Filostorgio puede ser falsa y resultado de su inquebrantable lealtad al arrianismo: es consolador acusar de un crimen a los adversarios. Debemos buscar, por lo tanto, otras pistas, que quizá nos lleven a descubrir que Damascio ha leído textos que conectan a Hipatia con la teología divulgada por Nestorio.

Diversos autores que escriben sobre Hipatia citan una carta suya (que es una falsificación anónima) dirigida a Cirilo, titulada «Copia de una carta de Hipatia, que enseñó filosofía en Alejandría, al bienaventurado obispo Cirilo», que contiene el apremiante llamamiento de Hipatia a Cirilo para pedirle que sea considerado y ejercite la comprensión con Nestorio y con sus ideas sobre la naturaleza de Jesucristo[33]. Hipatia se convierte así en supuesta nestoriana, es decir, en seguidora de la herejía de la doble naturaleza de Jesucristo; esta «Hipatia» escribe a Cirilo:

Porque, como dijo el Evangelista (Juan 1, 18): «A Dios nadie lo vio jamás». Por tanto, se preguntan, ¿cómo se puede decir que Dios fue crucificado? También preguntan: «¿Cómo puede ser clavado en una cruz alguien a quien nadie ha visto? ¿Cómo puede haber muerto y haber sido enterrado?». Nestorio, por lo tanto, a quien recientemente se ha mandado al exilio, explicaba las enseñanzas de los apóstoles. Ahora yo, que aprendí hace mucho que Nestorio mismo afirmaba que en Jesucristo existen dos naturalezas, digo al que objetó aquello: «Las preguntas de los gentiles han encontrado respuesta». Por consiguiente afirmo que vuestra santidad hizo mal al convocar un sínodo cuando vuestras opiniones divergían de las suyas y que vos preparasteis por adelantado que se procediera a deponer a Nestorio como resultado de la disputa. En cuanto a mí, después de iniciar el estudio de la exposición de este hombre hace unos días, y después de compararla con las enseñanzas de los apóstoles, al pensar en la conveniencia de abrazar el cristianismo, espero hacerme digna de renacer mediante el bautismo.

No es difícil imaginar el origen de la conexión entre Hipatia y Nestorio. Cirilo es un acérrimo oponente personal del heresiarca, así como del arrianismo y de los sucesores de Arrio. Esta circunstancia probablemente influye en el relato de Filostorgio de la muerte de Hipatia, que atribuye a los nicenos, es decir, a Cirilo y sus partidarios.

Las diferencias entre Cirilo y Nestorio, su rival teológico y político en Constantinopla, son profundas e intensas. Los dos patriarcas discuten sobre la naturaleza divina y humana de Jesucristo y sobre María. Nestorio se refiere a ella únicamente como «Madre de Jesucristo» y no como «Madre de Dios». Cirilo utiliza la disputa con Nestorio para promover el culto a María en los círculos cristianos; Nestorio es derrotado, se le condena en el concilio de Efeso de 431 y es declarado hereje. Depuesto de su patriarcado en Constantinopla, regresa a su monasterio en Antioquía; más adelante, «internado» en Egipto, queda bajo la potestad de Cirilo.

Dado que la carta menciona el destierro de Nestorio, presumimos que la falsificación —tan extrañamente relacionada con Hipatia— debe de haberse perpetrado después del concilio de Efeso en 431. Parece, por consiguiente, que al final de la Antigüedad surge una leyenda que vincula a Hipatia con el cristianismo heterodoxo, dado que las dos fuentes —Filostorgio y el autor anónimo de la carta a Cirilo— parecen haberla visto entre los miembros de sus sectas. Al comienzo del siglo VI Damascio demuestra estar familiarizado con esas tendencias en su Vida de Isidoro, un relato que se difunde mucho gracias a Suda. La asociación de Hipatia con el cristianismo persiste, extendida por los instigadores de la leyenda de santa Catalina de Alejandría, que se construye con elementos tomados de la biografía de Hipatia. Tampoco vacilan los escritores modernos a la hora de asociar a Hipatia con el cristianismo. A Kingsley le hubiera gustado hacerla protestante; Luzi le confía una misión histórica trascendental y la vincula a la aparición de la Europa cristiana al concluir la Antigüedad. La tradición posterior, sin embargo, no le adjudica un papel en las controversias teológicas sobre la naturaleza del ser divino.

Hipatia, a la larga, regresa a la tradición literaria moderna mediante algo así como un renacimiento misterioso de la idea del pasado en el alma del poeta —una imagen de Hipatia como profesora de Cirilo— en el hermoso poema de Leconte de Lisie. La imagen persiste hasta nuestros días, tal como se describe, por ejemplo, en el libro de Luciano Canfora: «Famosa Hipatia que estudió geometría y musicología y a quien los cristianos, convencidos, dada su ignorancia, de que era herética, asesinaron de la manera más bárbara en 415»[34].

Todas las obras dedicadas a Hipatia, ya sean literarias, eruditas o populares, recogen un epigrama que celebra las cualidades excepcionales de una mujer llamada Hipatia. Su autoría está conectada con el nombre de un poeta alejandrino del siglo IV, Paladas[35], que nace probablemente hacia 319; es, por tanto, contemporáneo de Teón más que de Hipatia. Vive y escribe cuando la filósofa es todavía joven y, aunque ignoramos el año de su muerte, es difícil dar por seguro que viva lo suficiente para tener noticia de su muerte y saber de sus éxitos. El poema celebra, sin embargo, a una persona de gran madurez humana y de una sabiduría que la eleva por encima de las formas terrenas hasta las estrellas, a la existencia «celestial» que alcanza en razón de sus méritos:

Siempre que os contemplo a vos y a vuestras palabras, os reverencio,

mientras contemplo el hogar celestial de la virgen.

Porque vuestras preocupaciones se dirigen al cielo,

venerada Hipatia, que encamáis la belleza del razonar,

estrella inmaculada del saber prudente[36].

Como demuestra G. Luck, no hay prueba convincente de que el epigrama sea compuesto en honor de «nuestra» Hipatia, filósofa y matemática[37]. Luck cree que se trata de un poema de autor anónimo dirigido a una mujer piadosa llamada Hipatia, probablemente fundadora de una iglesia (en la poesía bizantina, «hogar de la virgen» hace referencia a una iglesia dedicada a María). Según esta lectura, las paredes de la iglesia están decoradas con estrellas y la representación de la mujer destinataria de la composición literaria. El poema retrata además a Hipatia en el contexto de la constelación Virgo, el signo astronómico de la virgen. El otro argumento de Luck también parece creíble, la identificación errónea de Paladas como autor del poema; probablemente se le confunde con otro poeta, Panolbios[38]. En Suda, efectivamente, leemos que Panolbios escribe un epitafio en honor de Hipatia, la hija de un alto funcionario bizantino, Eritrio, a quien en la segunda mitad del siglo V se nombra tres veces para el prestigioso puesto de prefecto pretoriano del Oriente[39].

Después de estudiar el epigrama, algunos especialistas, como Wolfgang Meyer, deducen que hay dos Hipatias: la hija de Teón, a finales del siglo IV y principios del V, y la hija de Eritrio, en la segunda mitad del siglo V[40]. Esta conclusión, sin embargo, sólo es parcialmente correcta, porque sabemos que hay más mujeres llamadas Hipatia, incluida una benefactora de la Iglesia a mediados del siglo V (véanse Fuentes). El nombre no es en absoluto poco corriente, ni tampoco exclusivo de las paganas.

Los historiadores modernos de la Iglesia han tomado nota de Hipatia. A comienzos del siglo XVII César Baronio, en sus Anuales Ecclesiastici, escribe entusiasmado sobre ella, y utiliza una mezcla de información procedente de Suda y de Sócrates Escolástico: «Hizo tales progresos en el saber que superó con mucho a todos los filósofos de su tiempo»; y continúa: «Sabemos por el filósofo Sinesio, de quien he hablado por extenso con anterioridad, que Hipatia resplandeció como la más celebrada entre todos los filósofos de aquel periodo»[41]. Baronio no acusa explícitamente a Cirilo de su muerte, pero escribe con desprecio sobre la Iglesia alejandrina y el sangriento suceso que sigue asociado a su nombre.

A la perspectiva con la que Toland enfoca a Cirilo se anticipa, sin embargo, otro historiador eclesiástico, G. Arnolds, en su Kirchen und Ketzer-Historie (1699)[42]. Después de alabar la sabiduría de Hipatia y su perfección ética, atribuye a Cirilo, y al clero de Alejandría asociado a él, intenciones criminales con respecto a Hipatia, justificadas por su lucha para proteger el credo cristiano, todavía joven. Arnolds describe la implacable oposición de Cirilo a los teólogos que propugnan opiniones en conflicto con las sostenidas oficialmente, y sus métodos en la lucha para mantener la ortodoxia nicena.

Le Nain de Tillemont —historiador de la Antigüedad y de la Iglesia muy apreciado por Gibbon— también escribe sobre Hipatia[43], y se vuelca, igualmente, en alabanzas sobre su alma, su personalidad y su vida ascética y virginal. Al describir sus éxitos afirma que, en su tiempo, fue una filósofa muy conocida y respetada. Cuando proclama que enseñó filosofía en Atenas y en Alejandría, y que disfrutó de gran consideración en arabas ciudades, comete el mismo error que Gibbon repetirá más adelante. Como otros historiadores de la época, confunde los hechos con la ficción cuando escribe sobre Hipatia; condena a Cirilo pero, al mismo tiempo, hace conjeturas sobre los verdaderos autores del asesinato; crédulamente se apoya en Suda, pero también pone en duda sus datos.

De la misma manera, Johann Albert Fabricius se apoya en Suda, y repite la fábula inventada por Hesiquio y allí conservada, según la cual Hipatia contrae matrimonio con el filósofo Isidoro[44]. También difunde la idea de que Hipatia rinde culto a dioses paganos y de que es una filósofa consagrada a la cultura pagana. Resulta equívoco en su valoración de los acontecimientos relacionados con su muerte, aunque describe a Cirilo como «un hombre testarudo y arrogante».

El primer tratado sobre Hipatia con aspiraciones académicas aparece en fecha tan temprana como 1689[45], seguido sesenta años después por la disertación de J. C. Wernsdorff[46]. Pero sólo en la segunda mitad del siglo XIX, con mejores métodos críticos para el estudio de la Antigüedad, aparecen obras más importantes sobre Hipatia. En 1860 R. Hoche recoge todos los materiales de primeras fuentes sobre Hipatia conocidos hasta entonces en un artículo titulado «Hypatia die Tochter Theons». Le siguen tres breves monografías: la biografía Hypatia die Philosophin von Alexandrien, de Stephan Wolf (1879); De Hypatia philosopha et eclectismi Alexandrini fine, de Hermann Ligier (1879), e Hypatia von Alexandrien. Ein Beitragzur Geschichte des Neuplatonismus, de Wolfgang A. Meyer (1886). Las tres monografías, sin embargo, presentan influencias románticas y neohelénicas y son admirativas sin sentido crítico, y caracterizan a Hipatia como una gran mujer helena heroicamente sabia. Al igual que otros relatos ficticios de la época, contienen largas descripciones de la muerte de Hipatia, con el patriarca Cirilo como principal responsable.

El mismo relato y las mismas acusaciones persisten en la actualidad en estudios históricos sobre Hipatia, en distintas clases de diccionarios y enciclopedias, en historias de las matemáticas, y en obras que se ocupan de las aportaciones de las mujeres a la historia de la ciencia y la filosofía. Así, el Dictionary of Scientific Biography (1972) presenta a Hipatia como «la primera mujer de la historia que dio clases y escribió obras críticas sobre las matemáticas más avanzadas de su época». A. W. Richeson, al escribir sobre «la famosa matemática y filósofa Hipatia», afirma que a partir de su muerte «no contamos con otra matemática de importancia hasta finales de la Edad Media»[47]. De manera similar, R. Jacobacci afirma que «con su desaparición no hubo otra matemática de importancia hasta el siglo XVIII»[48]. M. Alie describe a Hipatia como la científica más eminente antes de Marie Curie[49]. B. L. van der Waerden insiste en la apreciación de que la ciencia alejandrina desaparece al morir ella: «Hipatia, una mujer muy sabia, heroína de románticas historias atroces. Era bella, elocuente, encantadora, escribió doctos comentarios sobre Diofante y Apolonio… Después de Hipatia, las matemáticas alejandrinas llegaron a su fin»[50].

En la actualidad Hipatia ha sido incorporada a la historia política, social y cultural de Africa. B. Lumpkin da por sentado que Hipatia, «uno de los genios universales de la Antigüedad», «la última gran científica de la Antigüedad» y «algebrista, mártir de la ciencia», tiene que ser africana, no griega, debido a su manera de conducirse: sus apariciones en lugares públicos, la libertad de su comportamiento y de su verbo[51]. Y M. Bernal, cuando escribe sobre las fuentes afroasiáticas de la civilización, afirma: «Veinticinco años más tarde [de la destrucción del templo de Serapis] Hipatia, la brillante y hermosa filósofa y matemática, fue horriblemente asesinada en la misma ciudad por un grupo de monjes instigados por san Cirilo. Estos dos actos de violencia señalan el final del paganismo egipcio y el principio de la Alta Edad Media cristiana»[52].