Meses después
Elias Montgomery había repartido varios dosieres al grupo de agentes que había mandado llamar a la sala de reuniones.
Nick los había estudiado a todos: a la chica muy atractiva y seria, de pelo negro largo y liso y ojos grises; al chico alto con el pelo de corte militar, la ceja partida y de ojos azules.
A su lado, estaban Clint y una compañera con la que ya habían trabajado alguna vez y que se llamaba Karen.
Estaban ahí porque iban a adjudicarles una misteriosa misión de última hora. La llamaban Amos y Mazmorras.
Se trataba de un caso de tráfico de personas, droga y de asesinatos, todo ello mezclado con un foro de dominación y sumisión de nombre Dragones y Mazmorras DS.
Después de la introducción y de la larguísima ponencia del jefe Montgomery, entró en acción el chico de la ceja partida.
—El foro tiene un submundo increíble —anunció abriendo un dosier—. Aquí encontraréis todo lo que necesitéis saber. Me llamo Lion Romano y soy el agente al cargo de esta misión —aclaró—. Debemos introducirnos en el foro y hacernos pasar por jugadores de rol. Debéis aprenderos todo lo relacionado con los tipos de amos y de sumisos, todos con reminiscencias y puntos en común con los protagonistas de Dragón y mazmorras.
—¿Arqueros, hechiceras y todo eso…? —preguntó Nick, muerto de curiosidad.
—Sí. Exacto. Villanos, criaturas, Reina de las Arañas… Debemos prepararnos para no levantar sospechas y conocer todo lo relacionado con el mundo del BDSM. Estos asesinatos han tenido lugar durante el primer torneo que han hecho de su rol. Será un caso muy largo… No sabemos lo que hay detrás de ellos ni cómo captan a las mujeres que luego secuestran. Pero hay una liguilla de parejas de dómines y sumisos. Si entramos en esa liguilla, podemos acercarnos a los villanos, los que mueven todo el juego. Así que primero debemos estar listos para atraer su atención. ¿Alguien sabe algo de BDSM? —Sus ojos azules estudiaron a todos los presentes, sonrientes y a la vez expectantes, como si él conociera ese mundo como la palma de su mano.
—Azotar, atar… —murmuró Nick, algo perdido—. ¿Va de eso?
La chica morena que había a su lado parecía haber hecho los deberes y negó con la cabeza.
—Hola, equipo. Me llamo Leslie Connelly. Va de mucho más que de eso, es algo casi existencial. Creedme, leed sobre ello. Yo también pensaba que se trataba de golpear e infligir dolor, pero, cuando Romano me metió en el grupo y me dijo que me preparara, eso hice, y creo entender la teoría. —Sus ojos grises miraron a Karen, buscando empatía femenina—. Ahora solo hace falta comprender la práctica.
Nick adivinó que esa tal Leslie Connelly y Lion Romano se conocían de antes.
—Debemos hacer parejas de trabajo —explicó Romano—. La liguilla, el rol y el torneo se mueven alrededor de la búsqueda de amos y sumisos, y en formar tándems que den espectáculo. Entiendo que ninguno de nosotros tiene idea de cómo va eso… Así que necesitamos ejercitarnos antes. He pensado que las parejas podrían ser estas… Nick Summers y Karen Rafferty. Clint Tockholmes y Leslie Connelly.
—Y… ¿Se supone que debemos practicar entre nosotros? —preguntó Clint mirando a Leslie con interés.
Lion asintió y carraspeó.
—Debemos ser uno más, infiltrarnos. ¿Queda claro? —Esperó a que alguno tuviera algo que objetar y después añadió—: Esto es trabajo, señores. Recuérdenlo. Nick —lo miró directamente a los ojos—, tú eres el único de los aquí presentes que lleva alianza. Si supone un problema…, podemos buscar a otros. Pero he visto tu currículo, y dada la cantidad de gente extranjera que participa en estos juegos y, en especial, en Dragones y mazmorras DS, alguien como tú, con tu perfil, nos iría muy bien.
Nick se miró el anillo y pensó en las mil razones por las que no podía aceptar un caso así. Sin embargo, era su deber y se había preparado para ello, así que debía tomar la decisión más responsable. La más competente. Y él era, al fin y al cabo, un agente del FBI.
—Estoy dentro —aseguró cerrando el puño, viendo como el anillo resplandecía por los reflejos de la luz.
Lion asintió conforme.
—Debéis buscar nombres de usuarios. Ese será el nick con el que participéis en el foro y en los demás encuentros. Pensad que en este foro hacen registros de IP, así que debemos camuflarlos para que no nos sigan el rastro, ¿de acuerdo? No pueden sospechar jamás de nosotros.
—Sí, señor. Seré Khamaleona —aseguró Leslie, emocionada.
Clint la miró y asintió conforme.
—Yo seré Mosquito.
Los labios de Leslie se alzaron con soberbia.
—Los camaleones se comen a los mosquitos. ¿Quiere decir eso que yo seré tu ama?
A Clint no le importaba lo más mínimo. Aquella chica le recordaba de algún modo a Mizuki, por el pelo y aquellos ojos rasgados. Y eso le hacía imaginar que ella seguía viva. Tal vez era un nuevo aliciente para él y para su oscura vida desde que volvió de Japón. Necesitaba agarrarse a un clavo ardiendo para continuar vivo.
—Que así sea —dijo.
Nick lo miró de reojo. Clint no estaba para juegos. Hacía tiempo que su amigo no sonreía, que su vida carecía de color. Se había vuelto algo taciturno, y solo se abría a él cuando de vez en cuando, cuando, tomando alguna que otra cerveza, le contaba cómo se sentía. El alcohol abría todos los canales de comunicación. Y después, cuando desaparecía de su sangre, los cerraba con más fuerza. Y Nick intentaba ayudar a su amigo. Pero ¿cómo se ayudaba a alguien que no quería que lo ayudaran?
¿Y él? ¿Qué sería de él? Cada misión que emprendía lo cambiaba por dentro y le enseñaba nuevas cosas sobre sí mismo. Podía ser cruel, vengativo, desinteresado, indiferente y frío si se lo proponía… Podía ser quien él quisiera ser. Pero ¿quién y qué era en realidad?
Aquella misión iba a ser su nueva aventura, y esperaba que Sophie siguiera respetándolo. Porque si alguna vez descubría lo que hacía, perdería mucho más que su respeto. Seis años y medio viviendo una mentira eran demasiados. Y más ahora que venía un bebé de camino
—Yo seré Tigretón —anunció Nick.
—¿Tigretón? —repitió Karen, con su pelo rizado en lo alto de su cabeza haciéndole divertidos bucles que caían alrededor de su rostro. Sus ojos eran enormes y verdes—. ¿Tigretón como el pastelito?
Clint rio por debajo de la nariz. Él sabía por qué escogía ese apodo. Tener un tigre que le mordía la nalga no era moco de pavo.
Además, el tigre era su animal favorito.
Y también el de su esposa.
* * *
Cuando salieron de las oficinas, Lion Romano cogió a Clint y a Nick por banda y los invitó a unas cervezas.
El agente al cargo tenía casi su misma edad. Estaba especializado en ingeniería informática, y, al parecer, estaba muy bien valorado dentro del cuerpo.
Lion, dentro de su aspecto algo intimidante y de su fría mirada, parecía un tío legal. Si te ganabas su confianza, sería para siempre. Pero no le daba la posibilidad de ganársela a todo el mundo, por eso Nick quería aprovechar la oportunidad.
Pidieron tres cervezas negras y se sentaron a una mesa redonda, oculta en un rincón del pub medio vacío.
—Quiero hablar con vosotros antes de empezar la preparación, y quiero dejar claros algunos puntos. La misión que debemos encarar tiene connotaciones sexuales. Y vamos a trabajar con compañeras que merecen todo nuestro respeto, ¿de acuerdo? Son tan profesionales como nosotros, pero quiero asegurarme de que a ninguno se le va a ir la cabeza durante la instrucción.
Clint y Nick se miraron sorprendidos.
—Son compañeras, y nosotros, profesionales —adujo Nick—. Cuando acabe mi jornada, no voy a tirarme encima de ninguna de ellas, si eso es lo que te preocupa.
Lion entrelazó sus dedos y apoyó los codos en la mesa. Sus ojos azules claros se oscurecieron e inclinó su corpulento cuerpo hacia delante. Aunque Nick era más corpulento que él, Lion tenía una presencia que transmitía poder y respeto.
—Pues verás; lo que de verdad me preocupa es saber si Clint va a seguir bebiendo hasta que no le quede blanco en los ojos. O si tú, Nick, vas a ser capaz de llevar el caso con seriedad sin dejarte llevar por el amor incondicional que sientes hacia tu mujer.
Clint se enderezó en la silla y resopló con sorna. Nick, en cambio, achicó los ojos y se inclinó hacia delante, copiando el gesto de Lion, demostrándole que, aunque fuera su superior, no le tenía miedo.
—Tú ni siquiera imaginas la de cosas que he hecho manteniendo a mi mujer al margen. No tienes ni puta idea. Así que no me juzgues, porque me tomo muy en serio mi trabajo, Romano. Llevo seis años cumpliéndolo a la perfección. El trabajo es el trabajo. Y mi mujer es mi mujer. Puedo diferenciarlos perfectamente.
Lion parpadeó, conforme con la respuesta. Sabía que Nick Summers era un excelente agente, pero la misión de Amos y Mazmorras era complicada para aquellos que tenían los corazones comprometidos. Aun así, sería un hijo de puta y exigiría el máximo de su equipo, no importaba si estaban enamorados o no. Ser agente del FBI no era un juego.
—Perfecto. ¿Y qué me dice Clint? —Los ojos azules de Lion juzgaron sin ápice de vergüenza al agente.
Este puso los ojos en blanco, tomó la cerveza negra entre sus dedos y vertió todo el líquido en el suelo. Sonrió, de vuelta de todo.
—Yo puedo dejar de beber ahora mismo. Pero dame trabajo para que empiece a matar mis demonios de otra manera —aclaró—. Porque soy muy bueno en mi trabajo. Y daré lo mejor de mí en este caso. Pero mantén mi mente ocupada. —Casi se lo rogó.
Lion lo estudió, queriendo mirar a través de él y comprender a qué se debía aquella desesperación, pero aún era pronto para averiguarlo.
Sin embargo, le encantó la honestidad y la sinceridad de los dos agentes, y supo, sin ningún atisbo de duda, que podía aprender mucho de ellos y que podían llegar a ser buenos amigos.
Y se prometió dar ejemplo, dando lo mejor de sí mismo en Amos y Mazmorras. Quería ganarse el respeto de los suyos.
* * *
Una semana después, Nick tenía ante sí un nuevo vídeo sobre dominación y sumisión. Jamás había visto nada parecido. Por supuesto que había visto porno. Era un hombre con apetitos sexuales, joder. Hardcore, creampie… De todo. Pero se dio cuenta de que los verdaderos amos y los mejores vídeos sobre BDSM no se encontraban en las páginas porno, sino ocultos entre los verdaderos maestros de estos juegos sexuales que definían un modo de vida y que tenían una confianza total en una pareja.
Lion Romano les había facilitado una extensa y excelsa bibliografía sobre lo que era el bondage, la dominación y la sumisión, acompañada de una filmoteca espectacular.
Nick, sentado en su sillón orejero, en la soledad de su casa, con el resplandor de su televisión de plasma dándole directamente en la cara, experimentó un extraño pellizco de emoción y de intriga al contemplar el juego de contrarios que implicaba una doma. Las lágrimas, los ruegos, las sonrisas de la sumisa… ¡Cómo suplicaba por más! ¡Cómo pedía más de esa dulce tortura! ¡¿Cómo era posible?! ¿Cómo podía ser que algo tan impactante de ver pudiera excitarlo de ese modo?
Su mujer estaba embarazada. Sophie daría a luz dentro de unas semanas, y no cesaban de cruzar su mente imágenes de su esposa, atada, amordazada y sometida por él. ¿Por qué? ¿Por qué le sucedía eso?
No le excitaba la mujer que veía en el vídeo. Ni siquiera le excitaría Karen mientras él practicara los spankings, los azotes y todo lo demás. Pero se excitaba al imaginarse a Sophie así.
¿Se estaría volviendo loco?
El amo del vídeo, tiraba del pelo a la chica mientras la empalaba por detrás con una furia que parecía dolorosa, y que, estaba seguro, tenía que doler a aquella joven. Sin embargo, en ese dolor, mientras él azotaba su nalga enrojecida y caliente con la mano abierta, a un ritmo casi insultante, la sumisa hallaba su liberación, y sonreía entre lágrimas, suplicando que no se detuviera, que no cesara su castigo, mientras se corría y sus piernas temblaban de la impresión.
Y Nick estaba impresionado.
Llevaba varios días impregnándose de toda esa información. Y cuanto más veía, más quería saber. En él se despertó una necesidad irreprimible: la de experimentarlo y comprobar si, hacerlo, le gustaba y le emocionaba tanto como verlo.
* * *
Sophie revisaba los últimos informes de venta de azúcar.
Las plantas habían mejorado su propia productividad un doscientos por ciento, y los beneficios se habían triplicado desde entonces. Gozaban de buena salud económica y tenían distribución en todos los estados americanos y en más de treinta países de todo el mundo. La marca Azucaroni era reconocida internacionalmente y respetada en su país.
Cerró el Excel de cuentas y bajó la tapa del portátil con un gesto de orgullo. Lo había conseguido. Era una mujer que sabía relanzar una empresa, sacarle los máximos beneficios y sanearla. Cuando por fin se pusiera en marcha con su propia cadena seguro que lo haría bien.
Se acarició el vientre y apoyó la espalda en el respaldo de su silla de oficina, de color beis. A través de la amplia cristalera que rodeaba su despacho, podía contemplar los campos de caña de azúcar.
Los tallos de las cespitosas plantas cubrían una inmensa parcela verdosa y amarilla de veinte mil metros. En breve, las máquinas pasarían sus cuchillas desmenuzadoras por los tallos y los cortarían para luego pasar al trapiche.
Sophie adoraba ver cómo atardecía en Thibodaux y que sus campos de azúcar se cubrían de los colores ardientes que emitía el sol al esconderse.
Se imaginó a Nick corriendo a través de los campos persiguiendo a su hija, igual que su padre había hecho con ella. Iban a tener una niña.
Y la llamarían Cindy.
Se moría de ganas de verla. ¿Qué color de ojos tendría? ¿Marrones como los suyos, o dorados como los de Nick?
¿Cómo sería su matrimonio con un bebé?
Hasta ahora habían sobrevivido a todo. A la melancolía, a la distancia, a sus trabajos, a sus padres… Su amor había salido vencedor de todo aquello.
Cuando se veían era como el primer día. No se cansaban de tocarse, de besarse y de acariciarse. Se buscaban con ojos, manos y bocas.
Era maravilloso reencontrarse con su marido todos los viernes. Y cuando habían permanecido largas temporadas juntos en vacaciones, todo había salido a pedir de boca.
Respetaban sus espacios mutuos, y, al mismo tiempo, necesitaban que hubiera algo del otro en ellos.
Sin embargo, tener un bebé no era lo mismo que ser soltera y autosuficiente. Y un matrimonio sin hijos no era ni de largo lo mismo que uno con ellos. Todo cambiaba. No sabía si a mejor o a peor, por eso había decidido que se iría a vivir con él, para que pudiera disfrutar de Cindy y de ella juntos, como una familia.
Se cogería un año de baja por maternidad. Aunque su padre se había puesto de morros porque quería que estuviese allí con ellos, querían disfrutar de Cindy desde el primer día, debía aceptarlo y comprender que el padre era Nick, y que él y ella eran un matrimonio que, debido a las circunstancias, trabajaban en estados distintos y que por eso no podían verse tanto como lo hacía un matrimonio normal. Aprovecharían su baja para que ella se fuera a vivir una temporada a Washington junto a él.
Después de varias discusiones, Carlo cedió. A cambio, su padre le pidió que formara durante un par de meses a alguien en su cargo y responsabilidad como directora del comité de estrategia empresarial y de acciones del comercio de azúcar.
Y entonces llegó Rob.
Rob era un tipo guapo y agradable cinco años mayor que ella y con una amplia experiencia en dirección de destilerías. Pero el azúcar no era alcohol, ni tenía los mismos distribuidores ni hablaban con el mismo perfil de comerciales. Sophie había reeducado a Rob para que hiciera su trabajo mientras ella estuviera de baja.
Había demostrado tener una gran capacidad de atención y ahora sabía cómo debían funcionar las cosas, y tanto ella como su padre tenían fe en él.
Justo en ese momento, abrió la puerta y asomó la cabeza. Rob tenía el pelo castaño despeinado, un poco a lo grunge. Vestía con polo y pantalones dockers y tenía una mandíbula muy marcada y masculina. Era un hombre atractivo, sin lugar a dudas.
Le sonrió y le guiñó un ojo, de color castaño. Un hombre atractivo y sureño, sí señor, pensó ella, divertida.
—¿Puedo pasar?
—Claro —contestó ella.
—Me ha dicho tu padre que te vas dentro de un par de horas.
—Sí.
—No puedes tomar aviones en tu estado, ¿verdad?
Sophie se tocó la barriga abultada y negó con la cabeza.
—Me llevará nuestro chófer.
—Bien —le dijo, pasando a la estancia, en la que ya se sentía cómodo, como si esa ya fuera su oficina. Tenía una bolsa de una tienda de accesorios infantiles en una mano.
Sophie la miró intrigada y frunció el ceño.
—Te he traído un detallito —la informó con satisfacción.
—Te lo agradezco mucho. Pero no hacía falta, Rob.
Él sonrió contrito y se encogió de hombros.
—No sé si lo tenéis ya.
Sophie abrió la bolsa y desempaquetó el regalo. Era un par de walkies de vigilancia de bebés, con cámara incluida.
Sophie sonrió. Nick ya lo había comprado. Se había encargado de comprar todo lo que necesitaba para su niña. Y cuando decía todo, era absolutamente todo los aparatos logísticos para un bebé. Además, había pintado la habitación y la había llenado de hadas. Nick era un amor, se moría de ganas de verlo otra vez.
Sophie, por su parte, le había comprado las cosas que una madre quería para su hijo: ropitas, muñequitos y demás…
—Muchas gracias, Rob.
—Ya lo tienes, ¿verdad?
—Eh… No, no…
—Sí lo tienes. Conozco tus caras —refunfuñó.
—Bueno. —Sonrió con una disculpa—. Nos harán falta. Cuantas más cámaras, mejor. Ya sabes lo obsesionado que está mi marido con controlarlo todo.
Rob hizo un mohín con la boca y se rascó la nuca.
—Sí, ya…
—Te dejo solo ante el peligro a partir de ahora.
—Me ha enseñado la mejor. Así que intentaré hacerlo bien.
—Seguro que lo harás de maravilla.
Rob miró a su alrededor con algo de incomodidad.
—Bueno, jefa… —La repasó de arriba abajo, como si quisiera hacerse cargo de ella—. Ten mucho cuidado, ¿de acuerdo? Espero que tu esposo te trate como una reina.
Sophie arqueó las cejas.
—Se lo diré de tu parte.
Cuando Rob salió de su despacho, Sophie frunció el ceño ante el último comentario.
Nick siempre la había tratado como a una reina. Tal vez no vivían juntos como un matrimonio normal, pero su relación siempre había sido excelente.
Con ese pensamiento, con las ganas de desconectar de los campos de azúcar y de sus padres, y con los deseos de centrarse en su futura hija y en su marido, Sophie clavó su mirada en el horizonte.
Ante sí tenía una aventura de las grandes. Tal vez, el desafío de una hija pondría a prueba la fortaleza y la solidez de su matrimonio.
Nunca habían tenido que preocuparse de otra persona que no fueran el uno del otro. Pero con la llegada de Cindy, su atención se dividiría.
¿Estaban preparados para ello?