Capítulo 15

Torneo Dragones y Mazmorras DS

Islas Vírgenes

Nick lo sabía. Lo supo desde el preciso momento en el que Louise Sophiestication se cruzó en su camino. Lo supo segundos después de contemplarla por debajo de sus rubísimas pestañas, mientras adoptaba la falsa postura del sumiso que no era.

Había algo en el modo en el que el cuerpo de ella dio un respingo al enfrentarlo, en la tensión de sus hombros y su espalda cuando estaba cerca, en la manera en que lo miraba pensando que él no se daba cuenta de su escrutinio, a medio camino entre el atrevimiento y la disculpa. Una mezcla de contrastes que lo dejaban a uno en fuera de juego.

La familiar curva de los labios, besados antaño, probados miles de veces… La línea de sus hombros, y la forma de su trasero respingón y a la vez nada ordinario. Eran tantas las señales, tantas las peculiaridades que la definían.

¿Cómo un hombre podía olvidar el sabor, la esponjosidad, la textura y la forma de la boca de la mujer de la que estaba enamorado? Él desde luego no lo hacía.

Era tan cierto que esa mujer era su Sophie, como que el agua mojaba.

Porque desde que Cleo Connelly tuvo la brillante idea de intercambiarlo por una de las cartas de la concursante y dominante Thelma en el torneo de Dragones y Mazmorras DS, y lo obligó a que jugara e investigara por su parte al lado de la dómina y su sumisa, Nick lo aceptó sin rechistar. No solo porque era necesario para la misión, sino porque quería asegurarse de que la sumisa envuelta en látex con el rostro semicubierto era su exmujer.

Y, en ese momento, de pie, en el centro del salón de la suite del hotel, con el ama Thelma de pie frente a él y Sophiestication a su lado arrodillada, estaba a punto de descubrir que estaba en lo cierto.

Lo que hacía ella ahí era un completo misterio. Era algo incomprensible.

«Pero, por el amor de Dios, Sophie. ¿A qué estás jugando?», se preguntó mientras sus ojos dorados se mantenían fijos en la punta de sus pies desnudos y en la madera clara que revestía el suelo de la suite.

¿Y qué quería hacer Thelma con ellos?

—Quiero jugar un rato con vosotros —dijo ella, sonriendo mientras acariciaba de un extremo a otro su fusta negra con mango de piel de serpiente—. Mañana nos tocarán varias pruebas y quiero saber cómo de bien os podéis llevar y cuánto estáis dispuestos a obedecerme.

Nick mantuvo la cabeza agachada, dominando su parte desafiante todo lo que pudo y supo. Esa rubia quería que él y su exmujer siguieran sus directrices, obscenas, pervertidas y tentadoramente oscuras, las mismas que en otro momento y, tal vez en otro tiempo, habría estado dispuesto a ejecutar con ella.

Pero no así. No ahora. Y aunque pareciera contradictorio no con ella.

«Maldita sea», se repetía, tan tenso que temía que en algún momento se fuera a romper. Si daba un paso en falso y demostraba algún signo de reconocimiento hacia Sophiestication, Thelma se daría cuenta, y no quería que nadie los relacionara. Él estaba en medio de una misión del FBI, no en un torneo para su propio goce. Y Sophie… Ni idea. ¿Qué hacía ella? Si llegaran a descubrir que estaban vinculados de algún modo, ella correría peligro.

—Sophiestication. —Thelma rodeó a Sophie, que seguía postrada en el suelo, con la barbilla casi pegada al pecho y una actitud obediente. Tomó entre sus dedos de uñas rojas su larga cola castaña y la acarició hasta que las suaves y lisas hebras se deslizaron lloriqueando para liberarse de su amarre. Entonces, a la suave caricia, siguió un brusco tirón de pelo. La dómina esperaba oír unas palabras que no llegaban.

—¿Sí, ama? —preguntó Sophie con un sutil siseo de protesta.

—Buena chica. —Sonrió y la soltó de nuevo. Ama. Ella era un ama, y sus sumisos jamás debían olvidarlo. Por eso, siempre que se dirigieran a ella, debían llamarla por su nombre. Y Sophie no podía olvidar todo lo aprendido durante esos meses juntas. Tenía su oportunidad delante. La redención—. Este perro necesita que lo amaestren. El ama de pelo rojo que lo llevaba parece haberle permitido muchas libertades. ¿Recuerdas cómo se llamaba?

—Lady Nala, ama —contestó Sophie con algo de timidez.

Ella sabía mejor que nadie que esa mujer no se llamaba Nala, y que, además, habían coincidido en el avión desde Nueva Orleans hasta Washington D. C. Las casualidades de la vida eran tan pasmosas y singulares que Sophie todavía no se había recuperado de la impresión de saber que la desconocida a la que extrañamente le había contado sus intimidades e inseguridades asistía al mismo torneo que ella con su exmarido de pareja.

—Nala… Nala ha acabado con el Rey León —recordó Thelma, entretenida—. Menudo espectáculo han dado, ¿eh? Ver a King con peluca ha sido increíble… Curiosa pareja. Y a ti, Tigretón —lo tomó de la barbilla—, la leona te ha desechado. ¿Estás triste, gallina? —lo provocó.

—No, ama Thelma —contestó con voz grave.

—¿No? ¿Por qué no? —Thelma deslizó los dedos de su mano derecha por el torso desnudo de Nick, y se detuvo en el botón de sus pantalones de cuero.

Nick apretó los dientes. Aunque Sophie seguía con el rostro semicubierto y envuelta en látex negro, estaba claro que ambos ya se habían reconocido. Si Thelma continuaba con su juego, al final, se verían obligados a dejarse llevar por sus órdenes, y eso incorporaba una gama amplia de sinónimos de las palabras «sexo» y «tocar». Y eso estaba mal. Porque lo cierto era que en más de un año solo había tocado a su exmujer una vez. Y le había bastado para alejarla de él para siempre.

El experimento se convirtió en una atrocidad, derivó en un divorcio y en un despropósito de palabras bochornosas que pesarían siempre entre ellos.

Obviamente, nunca sabría si Sophie podría haber actuado de otro modo si en algún momento él le hubiese comentado que, en vez de un aburrido comercial, era agente secreto del FBI. Si le hubiera hablado de ese lado oscuro que había descubierto recientemente y que le apetecía poner en práctica con ella.

Sin embargo, su mujer nunca lo supo. Y Nick tampoco tuvo ganas de contarle nada más después de la denuncia de malos tratos que manchaba y acarreaba su expediente. Además, la distancia que Sophie puso entre él y su hija, que ahora ya casi tenía dos años, había matado cualquier compasión que pudiera sentir hacia ella.

Le había destrozado la vida. Y ese incidente propició un giro en su papel en la misión. Nick pasó voluntariamente de interpretar el rol de dominante a hacer de sumiso, porque jamás querría volver a intimidar o a asustar a una mujer como lo había hecho con Sophie.

Sin embargo, todo aquello parecía muy lejano y contradictorio, teniendo a Sophie ante él, en las Islas Vírgenes, como perrita de un ama muy atractiva y vestida como una sumisa. Es más, estaba actuando como tal.

¿Qué había cambiado? ¿Por qué Sophie estaba ahí?

—Puto chiste —gruñó para sí mismo.

—¿Cómo dices? —preguntó Thelma clavándole la uña en un pezón desnudo.

—Digo que no, ama. No la echo de menos. Mi nueva ama sabrá darme lo que me merezco y complacer mis necesidades.

Thelma hizo un mohín de conformidad y asintió con agrado.

—¿Harás todo lo que te diga, Tigretón? Curioso nombre —apuntó—, ¿a qué es debido?

Nick quería mandar a esa bruja a recoger ortigas. En vez de eso, se serenó y se obligó a no recordar que su nombre de jugador se debía al peluche que Sophie aún conservaba sobre su cama de niña. O al tigre inmenso, recuerdo de la Yakuza japonesa, que rodeaba su nalga y su cadera.

—A que soy grueso y esponjoso, y tengo nata por dentro, como el pastelito. —Sonrió como un lobo. Sabía que desafiaba a la dómina con su actitud, pero antes muerto que reconocer que aún pensaba en Sophie de algún modo.

Los hombros de Sophiestication se tensaron y, por un momento, pareció levantar la cabeza para mirarlo.

Nick tuvo ganas de echarse a reír. A su exmujercita no le había gustado nada esa broma. Y se alegraba. No estaba ahí para hacerla sentir bien. De hecho, ella ni siquiera entraba en las ecuaciones del torneo. Y necesitaba sacársela de encima y echarla antes de que las cosas se complicaran y corriera peligro.

Al fin y al cabo, era la madre de su hija, ¿no? Aunque seguro que Rob lo habría sustituido de maravilla, el muy hijo de puta…

Una rabia rojiza nubló su mirada azul, pero hizo bien en mantenerla a buen recaudo. Se concentró en las vistas que dejaba ver la amplia ventana de las playas paradisiacas y los yates amarrados a la costa.

Las Islas Vírgenes eran preciosas.

—¿Así que eres grueso y tienes nata? —Thelma cogió el guante lanzado por Nick. Con la punta de la fusta resiguió su ombligo y su pubis, y le golpeó en los testículos.

Cuando Nick dio un salto y apretó los dientes de dolor, Thelma arqueó las cejas esperando las palabras de su sumiso.

—Gracias, ama.

Ella se echó a reír y le ofreció la mano a Sophie para que se acercara a ella. Sophie la tomó y Thelma la colocó de rodillas frente a Nick.

—Me apetece ver cómo jugáis. Sophiestication, quiero que masturbes al jodido Tigretón con tu boca, que te tragues toda su nata y que lo hagas temblar hasta que se caiga de rodillas.

A Nick se le paró el corazón. No se lo podía creer.

¿Estaba pasando eso en realidad?

—Sí, ama.

* * *

No le iban a temblar las manos, aunque hicieron varios amagos, las muy traidoras.

Sophie tragó saliva y accedió a la orden de la dómina.

Nick estaba tan impresionante, ahí de pie ante ella, con ese pendiente en forma de serpiente en la oreja, los ojos amarillos pintados de kohl, el collar de perro al cuello, su pelo rubio despeinado y la ropa negra ajustada… Y esos pantalones de cuero… Por Dios, ningún hombre le haría justicia. Parecía un punk mafioso, tan atractivo como el pecado.

De repente, se sintió posesiva, aunque no tenía derecho, y deseó que Thelma no viera lo que iba a hacer, pero, conociéndola y sabiendo cuánto disfrutaba esa mujer con los juegos, seguro que la animaría y la provocaría a dar más.

—Quiero que la mires en todo momento, Tigretón. —Thelma se sentó en la chaise longue, cruzada de piernas, agitando el pie izquierdo de arriba debajo de vez en cuando—. ¡Venga! —Dio una palmada—. ¡Es para hoy!

Sophie desabrochó el botón plateado de su pantalón y bajó la cremallera. Hacía tanto tiempo que no veía a Nick desnudo. Hacía tanto tiempo que no lo veía a él…

Pero igual que no se había olvidado ni de su cara ni de su cuerpo, ni mucho menos de su tatuaje, tampoco había olvidado aquella parte de su anatomía que tantísimo placer le había proporcionado antaño.

Introdujo la mano fría en el interior y sacó su miembro, duro, grueso y venoso. Ah, pero Sophie sabía que se podía endurecer todavía más.

—Sophiestication tiene las manos frías —dijo Nick acusadoramente.

—Ya me las calentaré —contestó ella para sorpresa de su dómina y del mismísimo Nick.

—¿Quién os ha dado permiso para que habléis? —El tono amenazador de Thelma los obligó a concentrarse en lo que tenían que hacer. Ella se levantó y abrió la palma de su mano derecha para golpear la fusta sobre ella—. No me hagáis enfadar, o tendré que poneros a los dos contra la pared.

La irascible mirada de Nick hizo que Thelma frunciera el ceño y lo mirase como si no entendiera su actitud.

—¿Eres un perro provocador? —Thelma sonrió y atisbó parte de su tatuaje de tigre, que quiso investigar por sí misma—. ¿Tigretón, eh? Bonito tatuaje… —Ese tipo, el exmarido de Sophie, no era sumiso ni por asomo. Fingía serlo. Pero no lo era. No había ni una célula sumisa en su cuerpo. ¿Por qué había entrado en el torneo con ese rol? Era algo que ella no iba a preocuparse por averiguar. Aquella era la misión de Sophie, no la suya—. Cómetelo, muñeca.

Sophie no se lo pensó dos veces. Abrió la boca y la hizo desaparecer con lentitud en su interior.

Thelma se acercó para ver cómo lo hacía.

A Nick las neuronas le ardieron y todos sus circuitos se deshicieron al sentir la lengua de Sophie, ahora más experta que cuando era su mujer.

¿Qué había hecho? ¿Cómo podía hacerle eso de aquel modo delante de otra mujer? ¿En qué mundo paralelo estaban?

Nick apretó los dientes al sentir que Sophie presionaba su prepucio con la lengua y el paladar… Y tragaba. Tragaba para poder albergarlo completamente entero. Entero como nunca antes había podido.

Él era muy grande, y entendía que hubiera mujeres que no eran suficientemente profundas para darle cobijo por completo.

Sophie era así. Pero el tiempo y aquella mamada acababan de desmentir aquella creencia.

Thelma se acercó a ella por la espalda e, inclinándose un poco sobre su exmujer, le susurró al oído mientras le tapaba los orificios de la nariz:

—Trágalo, Sophie. Tienes un enorme Tigretón con nata en tu boca. Chúpalo…

Nick estaba hipnotizado por la imagen. Sophie levantó la mirada hacia él. Sus ojos castaños brillaban enfervorecidos, y Nick se ponía duro y más duro cuanto más comprobaba cuánto le gustaba a Sophie lo que hacía.

—Eso es, muñeca —la aplaudió Thelma sonriendo. Le soltó la nariz para que respirase de nuevo y después dirigió sus pullas a Nick. Lo tomó de la barbilla y acercó su nariz a la de él—. ¿Te gusta lo que te hace? Sí, seguro que sí… ¿Sientes su lengua? —Dirigió su otra mano y meció sus gordos testículos entre sus dedos, presionándolos gradualmente—. Más vale que te concentres en el placer y te corras, gatito. O te apretaré los huevos con tanta fuerza que haré tortilla con ellos. —Nick gimió involuntariamente y Thelma arqueó las rubísimas cejas—. ¿Es eso? ¿Necesitas dolor para correrte? ¿Te gusta esto? —Thelma le clavó las uñas en los testículos y Nick dejó caer la cabeza hacia atrás, abandonado al placer—. Venga, yo te agarro. Ahora, fóllale la boca.

Sophie gimió y parpadeó con las pupilas dilatadas por el deseo.

Y aquello fue su perdición.

Su exmujer empezó a tragar y a tragar, sacudiéndolo con la mano. Nick se hinchó, cogió aire, y sin casi poder controlarlo, sacudió las caderas hacia delante y hacia atrás, haciéndole el amor a su boca. Entrando a través de su garganta, casi ahogándola. Pero a Sophie le daba igual. Solo quería darle placer.

Las rodillas le temblaron de manera incontrolable, un cosquilleo ascendió a través de su espina dorsal y después rodeó sus testículos y su vientre. Y entonces estalló.

Estalló en el interior de la boca de Sophie, y ella tragó como si aquello fuera un alimento espeso y delicioso, como un manjar necesario para la vida.

Apenas le sostenían las piernas. Cuando Sophie lo soltó, limpio y deshinchado, con un ligero lametón de despedida, avergonzado, se dio cuenta de que no tardaría en endurecerse de nuevo y en hacérselo como el salvaje que en realidad era.

Thelma los miró y se echó a reír, aplaudiendo como si estuviera frente a los actores de un espectáculo de humor.

—Me habéis puesto caliente —murmuró mirando divertida a Sophie—. ¿Louise?

—Sí, ama —dijo ella con voz ronca, todavía saboreando la esencia de Nick. Nunca antes se lo había tragado, porque tenía sus reparos. Le daba un poco de asco. Sin embargo, ahora lo sentía natural y rico. Qué curiosos eran los prejuicios. Cuando desaparecían, todo era bueno o malo dependiendo del prisma del observador.

—¿Qué te parecería que el gatito me follara a mí mientras se da un festín con tu vagina?

Sophie se tensó de golpe y frunció el ceño, enfadada con Thelma. ¿Que qué le parecía? No estaba dispuesta a compartir. Y no quería ver a Nick jugando con nadie de ese modo. Hasta ahora, en el torneo, no lo había visto aún. Quería recuperarlo, recuperar su respeto y su amor, no compartirlo. Si Thelma la provocaba así, no tendría reparos en arrancarle la cabeza. Eso le parecía.

Nick, por su parte, aún estaba cogiendo aire, después de que Sophie lo dejara sin fuerzas. ¿Thelma proponía un trío? Interesante.

¿Qué diría la niña de papá? Desde luego, había aprendido a hacer felaciones que daba gusto. ¿Con quién? ¿Con Rob?

Ese pensamiento le crispó los nervios. Era celoso y posesivo. La mayoría de los amos lo eran, y no les gustaba que tocaran lo que era suyo. Pero Sophie ya no era suya, él ya no era un amo y no debía importarle lo que hiciera después del divorcio, ¿no?

Thelma puso los ojos en blanco y miró al techo.

—Oh, por Dios. Qué débiles sois… —Hizo un gesto como si les diera por perdidos y cogió la llave tarjeta de la habitación—. Estáis castigados. No quiero que salgáis de la habitación. —La cola rubia de la dómina azotaba a todos lados al andar—. Voy a pasármelo bien en el cóctel del hotel. Vosotros dos me aburrís —mintió, acalorada. Antes de cerrar la puerta de la habitación, le guiñó un ojo a Sophie y sonrió maliciosa—. Aprovechad el tiempo, cachorros.

* * *

Nick, todavía respiraba agitadamente, colapsado por aquel increíble orgasmo, cuando Thelma desapareció de la suite y, por fin, los dejó solos.

Desvió la mirada hacia Sophie, se apoyó en las manos para levantarse y después cubrió su desnudez con el pantalón, subiéndoselos hasta las caderas, desde donde intentaban deslizarse de nuevo.

Cuando fue plenamente consciente de que estaba sola con él, Sophie se levantó igual que él. Nick, de todos modos, le sobrepasaba en altura, por mucho tacón que llevara.

Nick… Su gigante Nick.

Él se acercó a ella, sin grandes aspavientos, sino con la fría seguridad que otorgaba el saber que sería el dueño de la situación. Cerró sus dedos, fríos y duros como hierros sobre el brazo desnudo de Sophie. La miró de arriba abajo. Tanto látex negro, tanta curva perfectamente delineada… La máscara. ¿Para qué? Él siempre la descubriría y la reconocería, aunque fuera vestida de koala.

—¿Qué mierda haces aquí, Sophia?

Ella parpadeó sorprendida al escuchar su nombre, impersonal y respetuoso en boca de Nick.

Sabía quién era. ¿Desde cuándo?

—Yo no soy… —intentó fingir.

Pero Nick levantó la mano y le arrancó la máscara con fuerza, despeinándola, mostrando su rostro vulnerable. Desnuda.

Las pestañas de Sophie oscilaron vacilantes. El kohl se le había corrido y los labios pintados de rojo se habían desteñido al hacerle la felación. Debía de tener un humillante rostro de furcia, pensó agriamente.

Nadie la había preparado para eso. Para el juicio abierto y severo de Nick, ni tampoco para la vergüenza que de que él reprobara su comportamiento.

—No me vengas con gilipolleces, Sophia. Ahora mismo coges tus cosas y te largas.

—No voy a irme.

—¿Cómo? —Acercó el oído, como si no la oyera bien.

—Que no voy a irme.

—Por supuesto que te vas a ir —tiró de su brazo, dirigiéndose a la puerta de salida de la suite, como si acarreara con una niña desobediente—, y vas a hablar con Thelma para decirle que te encuentras mal y que abandonas. Este es mi mundo. No el tuyo.

Sophie se detuvo en saco y tiró con fuerza para recuperar su brazo.

—No voy a irme. ¡He venido aquí a por ti!

—¿Has venido aquí a por mí? —repitió él con sorna—. Pues ya puedes darte la vuelta, porque no necesito que me rescaten. Quiero que te vayas.

Sophie sabía lo difícil que iba a ser Nick después de haberle decepcionado. Pero no había recorrido toda aquella aventura para nada, ¿no? Sus esfuerzos no caerían en saco roto.

—Nick, estoy aquí porque estoy muy arrepentida, por cómo actué después de la noche… —confesó, tensa ante la gélida mirada de su exmarido.

—¿Después de la noche que abusé de ti? ¿Es eso Sophia? ¿Ahora tienes remordimientos? —La miró de arriba abajo—. ¿Y vestirte así no hace que te sientas como una puta? ¿Lo que te hace Thelma no es abusar de ti? ¿Estar en un juego así, donde cualquiera podría hacerte cosas peores a las que yo te hice, con tu consentimiento —puntualizó—, no hace que te mueras de miedo? Espero que Thelma tenga un buen abogado, porque seguro que ya estás preparando una denuncia contra ella. ¡Contra todos! —clamó, indignado.

Sophie no quería interrumpirle. Se merecía cada una de sus acusaciones, y cuanto más las escuchaba en boca de aquel hombre, víctima de su confusión y su pánico, más terribles le parecían. ¿Cómo pudo actuar así?

—¡¿A qué mierda estás jugando, Sophia?! ¡¿Qué haces aquí?! —La zarandeó, furioso por exponerse de aquel modo en su mundo.

—¡He venido a por ti, ya te lo he dicho! —contestó.

No pudo evitar sentir una desazón por cómo iban las cosas. Estaba claro que sus fantasías y cómo se había imaginado la reconciliación distaban mucho de lo que estaba sucediendo.

—¿Quién te ha pedido que vengas a por mí? ¡Porque yo no!

—Quiero…, quiero recuperarte, Nick.

—Nicholas para ti.

A Sophie le tembló la barbilla, pero su resolución no flaquearía. Le diría la verdad.

—Nicholas… —Odiaba llamarlo así, le recordaba a la pomposidad de sus padres y a sus prejuicios. ¿Cuánto había soportado Nick por ella?—. Me equivoqué. Actué movida por el miedo… Yo… Sabes lo que sucedió con mi hermano… Y mi mente, no sé qué me sucedió… Con el paso de los días, me di cuenta de que había metido la pata… Y no sabía cómo dar marcha atrás…

—Ponerme una denuncia por violencia de género con agravantes no es meter la pata —espetó Nick agarrándola de nuevo por el brazo—, es joderle la vida a una persona que jamás quiso hacerte daño…

—Oh, Dios… Nick… —A Sophie se le encogió el corazón. El cargo de conciencia que soportaba la estaba matando. Compungida por él y por ella, empezó a llorar. No quería dar pena, no era su intención. Pero lo lamentaba tanto—. Lo siento. Lo siento muchísimo…

—Tarde —dijo él intentándola sacar de nuevo de la habitación—. No me interesa.

—¡Nicholas! —gritó para detenerle.

—¡Es tarde para esto, Sophia!

Por Dios, tenía que sacarla de las Islas Vírgenes. Los villanos buscaban a sumisas como ella, que, sin serlo, o tal vez sí —ya no lo sabía—, llamaban la atención por su belleza. No quería exponerla al peligro.

—Me he metido en tu mundo para comprenderte y para decirte que estoy preparada para ti. Yo… Yo no tenía ni idea de que te gustaban estas cosas… Pero te quiero. Y mi vida…, mi vida es muy triste sin ti. Y quiero demostrarte que puedo ser tu mujer.

—Así que robaste mi ordenador para investigarme… —murmuró Nick con hastío—. Encima de traicionarme, me robas…

—Lo hice porque quería ver si podía conocer esa parte de ti a través de esas páginas que visitabas. Yo… Encontré tu conexión con el foro de Dragones y Mazmorras DS

—Joder —resopló—. ¿Tú sola encontraste todo eso?

—Me ayudaron… Unos especialistas en piratear…

—¿Ahora cometes delitos?

—Y até cabos y… Nick —lo tomó de la barbilla con mirada implorante—, dame la oportunidad de redimirme, por favor. Quiero ser tu mujer… Yo… —Se limpió las lágrimas con dos manotazos, sin bajar la mirada ni una sola vez, reconociendo y exponiendo su culpa y su pena—. Solo quiero estar contigo otra vez y arreglarlo. Déjame hacerlo.

—Ya fuiste mi mujer, Sophia. Pero… no confiaste en mí. No me interesa lo que hayas hecho ahora. Todo tiene su momento, y tú y yo —se encogió de hombros— ya tuvimos el nuestro. Ya pasó.

—Pero puedo arreglarlo…

—¿Ah, sí? ¿Puedes arreglarlo? —Tenía ganas de guerra. O bien echaba a Sophia de la habitación, o bien se iba él; de lo contrario, le haría cosas peores a las que le hizo como castigo. Sophie vestida con látex le resultaba inquietantemente perturbadora. Algo elegante y lasciva, y capaz de endurecer al más manso. Debía ignorar su atractivo, su pelo ladeado, sus ojos de mapache… Lo ignoraría todo y se centraría en su despecho y en su dolor—. ¿Puedes recuperar los meses que me he perdido de Cindy? ¿Puedes devolvérmelos?

Ella negó con la cabeza, atribulada y desanimada.

—No. No puedo…

—¿Has retirado la denuncia?

—Aún no, pero será lo primero que haga en cuanto llegue a Washington, Nicholas. Te lo prometo.

—Entonces, eres una insensata, Sophia. ¿Qué haces en la misma habitación que tu violador? ¿Acaso no tuviste suficiente la última vez? —le gritó encarándose con ella.

—Tú… Tú no eres un violador.

—Eso, princesa —replicó furioso—, díselo al juez. Me largo. —Abrió la puerta de la suite.

—¿Adónde vas?

—A tomar el aire. No soporto estar contigo en la misma habitación. —Se detuvo y la miró por encima del hombro—. Cuando regrese, espero que te hayas ido. De lo contrario, mañana en el torneo, removeré cielo con tierra para echarte de aquí.

Cerró la puerta de un portazo.

Sophie se clavó las uñas en las palmas y se dejó caer de rodillas, desilusionada y algo desanimada por aquel encuentro.

Thelma se había ido.

El hombre que quería como esposo y amo también acababa de hacerlo.

¿Por qué se sentía tan sola?

Se abrazó a sí misma y corrió a meterse en el baño para quitarse la pintura de la cara. Tal vez el agua limpia purificaría sus pecados.

Ojalá una denuncia en un juzgado también se borrara con agua y jabón.