Seis meses después
Sophie iba a cometer la mayor locura de todas las que había cometido hasta la fecha. El nombre de Thelma escrito en un papel cambió el concepto de su vida de principio a fin. En cuanto tomó la decisión de ir a conocerla, sus días dejaron de ser lo que eran.
Thelma era un ama. Una mujer que hacía domas a hombres y a mujeres por igual. Alguien que sacaba a la luz las necesidades de las que nadie se atrevía a hablar, ocultas en los cajones de la vergüenza y de la poca honestidad.
La relación que Sophie entabló con ella durante esos meses fue una invitación al autodescubrimiento. Aprendió a ver su vida teniendo en cuenta dos conceptos que, diferentes, se complementaban a la perfección: la dominación y la sumisión. Era como un modo de vida, como el boleto de ida y de vuelta al mundo de las más profundas fantasías.
La dómina tenía una apariencia intimidante, de voluptuosas formas y atléticas al mismo tiempo. No había nada blando en ella.
La primera vez que Sophie la vio, Thelma sonrió sardónicamente, dejando caer la cabeza a un lado, valorándola como si en verdad tuviera poca cosa frente a ella.
Sophie quería averiguar qué era un role play, y quería pedirle permiso a Thelma para que se lo mostrara.
Y se lo mostró. La invitó a un local nocturno de Nueva Orleans en el que se practicaba BDSM. Thelma la acompañaba en todo momento, y se sentó a su lado mientras se abrían las cortinas negras y mostraban una ventana a una sala interior oscura que simulaba una celda.
La chica rubia, tras los barrotes de la prisión, sobreactuaba fingiendo tener miedo y miraba al frente. Una puerta se abrió y aparecieron dos hombres que interpretaban el papel de carceleros.
Thelma se inclinó al oído de Sophie, que tragaba saliva con nerviosismo. El ama, que llevaba el pelo rubio y sedoso recogido en un moño y lucía zapatos rojos y vestido negro, le habló con dulzura y serenidad.
—Esta mujer quiere vivir su fantasía. Desea que dos hombres la posean. Viene aquí a eso —aclaró—. Todo lo que le hagan será de mutuo acuerdo. En el momento en que la mujer accede a jugar, sabe que está a merced de ellos. Y por mucho que ella grite o llore, ellos continuarán. El role play puede hacer que se segregue mucha adrenalina, y habrá momentos en los que creas que ella no quiere lo que le hacen, e, inmediatamente después, la verás correrse como una loca. —Sonrió y miró de reojo a la rubia que sujetaba con fuerza los barrotes; los dos carceleros entraron en su celda—. Es fantástico ver cómo las personas se liberan de sus máscaras y muestran sus anhelos.
Sophie tragó saliva y se cruzó de piernas, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía. No era miedo. No era pavor. Era una curiosidad que, insana o no, la obligaba a no parpadear para no perderse ni un solo detalle de lo que allí acontecía.
Y todo lo que vio en esa celda la dejó sin palabras y azuzó una parte de su ser que había vivido entre sombras.
La mujer de la celda estaba siendo sometida por dos hombres mucho más grandes que ella, tanto en edad como físicamente.
La tocaban como si ese cuerpo fuera suyo y la joven no pudiera decir nada. La amordazaron. Ella peleó. Y ellos se rieron mientras le daban cachetadas en las nalgas. ¿Ella también se reía? Sophie no entendía nada.
La pusieron en el suelo, de rodillas, y le ataron las muñecas para inmovilizarla, al tiempo que le abrían las piernas para que aquello fuera el metro en hora punta.
No dejaron de penetrarla, sosteniéndola por las caderas con fuerza, demostrando quién mandaba ahí. Lo hacía primero uno y luego el otro. Ella gemía, apretaba los ojos y después los abría con la mirada ida de placer.
Otras veces, parecía olvidar que tenía que luchar, y se dejaba llevar por la fuerza de ellos. Subyugada.
Y después los dos se lo hicieron a la vez. La montaron a horcajadas sobre el que tenía la verga más grande, que la penetró por delante. Después, el otro la tomó por detrás.
Estuvieron jugando y sometiéndola durante una larga hora.
—¿Esto es lo que querías ver? ¿Es lo que te hizo tu marido? —preguntó Thelma con atrevimiento.
Sophie le había contado su caso, y Thelma quería hacerle ver que se debía separar la realidad de la fantasía. Un juego se debía respetar de principio a fin. El acuerdo inicial era el que valía. Sin embargo, Sophie fue novata, y por algún motivo le entró el miedo. Después de eso, si su marido continuó, todo lo que él le hiciera parecería un agravio contra su persona. «Pobre desgraciado», se dijo, pensando en Nick.
—¿Ves lo que le hacen?
—Sí.
—¿Y bien?
—Es lo que me hizo él a mí… —susurró bajando la cabeza con pesar—. Pero solo él.
—¿Él te avisó de lo que te iba a pasar?
—Sí. Me dijo que lo que hiciéramos a partir de ese momento debía quedarse dentro del juego.
—Ajá. —Sophie levantó la cabeza al oír un nuevo orgasmo de la boca de la chica. Thelma ni se inmutó—. Pero lo que pasó entre vosotros, no quedó ahí.
—No.
—¿Y qué quieres que haga yo por ti, Sophie? Me has pedido ayuda, pero aún no sé para qué.
Ella meneó la cabeza, contrariada. Sabía que Thelma iba a ser un ama inflexible, dura y provocadora. Pero la necesitaba. Se había equivocado con Nick. Y, de algún modo, necesitaba comprenderlo a él, y ver si ella estaba dispuesta a recuperarlo a sabiendas de que aquel nuevo mundo era el que le gustaba a su exmarido.
Sophie levantó la mirada y clavó sus ojos castaños en los azules verdosos de Thelma. Esa mujer era una gata. Se la podía imaginar lamiendo sus zarpas, sonriente y segura de sí misma, antes de atacar a su presa.
—¿Conoces un foro llamado Dragones y Mazmorras DS?
Thelma parpadeó, con la sonrisa ladina perenne en sus labios.
—Los auténticos bedesemeros lo conocemos perfectamente —afirmó—. ¿De qué conoces tú ese foro?
Sophie se relamió los labios en un gesto nervioso.
—Mi exmarido lo frecuenta. Se hace llamar Tigretón —contestó, sacando a la luz la información que los hackers le habían dado. No sabía nada más, ya que no podían abrir las claves y las contraseñas que Nick había utilizado para entrar—. Por eso me he interesado por el BDSM. Quiero comprender qué sucedió ese día que Nick jugó así conmigo. Y quiero saber si puedo sobrellevar sus… gustos.
—El BDSM, a veces, no solo es cuestión de gustos sexuales. Es una forma de vida. En algunos casos, el juego de dominación entre amo y sumiso dura las veinticuatro horas del día —aclaró. Le empezaba a interesar aquella mujer recatada y elegante que, con algo de reticencia, le estaba pidiendo ayuda.
—Me da igual. Solo quiero entenderlo. Quiero saber qué es.
—¿Te quieres preparar para el torneo? ¿Quieres sorprender a tu Nick para recuperarle? Eso es muy romántico… —dijo, aprobando su comportamiento con la expresión satisfecha de sus ojos azules refulgentes.
Sophie frunció el ceño.
—No sé lo que es ese torneo… Pero sí quiero hacer lo posible por recuperarle.
Thelma alzó la barbilla y la miró entre sus espesas pestañas llenas de rímel.
—¿Y por qué has venido a mí?
—Elisabeth me habló de ti.
—Pero soy una mujer.
—No quiero estar en manos de otro hombre. Estar con una mujer hace que sienta que no traiciono a Nick. A ver si me explico… Quiero dejar claro que… No me gustan las mujeres.
—¿Cómo lo sabes si nunca has probado una? —le preguntó, divertida—. ¿Como soy una mujer, tu corazón nunca se verá comprometido?
—Eh… —Sophie frunció el ceño sin saber qué contestar.
—No te preocupes, preciosa. —Se echó a reír—. Eres muy inocente… Pero déjame decirte que el corazón responde a las atenciones, no importa si hay un pene o una vagina entre las piernas. No aspiro a que te enamores de mí —aclaró—. Aunque sería divertido contradecirte… Sin embargo, no hace falta que te gusten las mujeres para hacer domas o ser el objetivo de una de ellas. Lo único que importa en la doma es el dolor y el placer. ¿Entendido?
—Sí…, supongo.
—Así que… ¿Quieres ser mi sumisa, Sophie? —le preguntó con tono seductor—. No habrá vuelta atrás.
—Quiero que me enseñes tu mundo, Thelma —afirmó con tranquilidad—. Tú me ayudarás a llegar de nuevo a Nick.
—¿Seré tu trampolín?
—Sí, más o menos…
El ama asintió conforme y la tomó de la barbilla.
—Seré tu trampolín hacia el éxtasis. Te llevaré de la mano hacia un universo que solo reside en tu interior, y únicamente bajo la doma de mi fusta. —Le guiñó un ojo y la soltó.
Después de aquella velada promesa, Sophie no pudo atender a lo que sucedía tras el cristal. Solo pensaba en lo que le esperaba en cuanto se pusiera en manos de Thelma.
Y durante meses, Thelma trabajó con ella.
Tres veces por semana, empujándola a unos límites que no comprendía, que la asustaban y la atraían como nada en el mundo.
¿Dónde empezaban el dolor y el placer? ¿Dónde acababa ella? ¿Quién era en realidad? ¿Cuál sería su límite?
Thelma era dura, mandona e inflexible. Pero, al mismo tiempo, cuando Sophie daba todo lo que podía, era agradecida y cariñosa, la felicitaba y la mimaba.
Le enseñó a soportar los castigos y a entregarse por completo. Le enseñó a sobrellevar las pinzas en los pezones y en el clítoris, los azotes con el flogger, el spanking, los leves mordiscos… Le instruía, guiándola a través del escozor para que encontrara ese lado oscuro del placer, solo al alcance de los más valientes. Y el placer sublime estaba ahí… Tras el umbral del dolor. En ocasiones, iban tan de la mano que no sabía si el deleite y la agonía eran uno consecuencia del otro, o al revés.
Al pasar el tiempo, Sophie consiguió algo que se le antojaba casi imposible al principio. Empezó a disfrutar.
Anhelaba encontrarse con Thelma. Una parte de sí reclamaba toda aquella descarga emocional, el choque de trenes que el ama le ofrecía… La enfrentaba a sí misma. Y en cada confrontación, solo Sophie salía vencedora. Porque, después de todo el caos, de la congoja y del sufrimiento, llegaba la ola de satisfacción que hacía que se sintiera libre y extrañamente limpia. Pura como nunca.
—En una doma, cuando te sometes, te enfrentas a todos esos aspectos de ti que menos te gustan y que te hacen débil. Cuando los logras someter, renaces fuerte y libre, segura de lo que quieres y conforme con quién eres en realidad… Si nunca te empujan a tus límites, jamás sabrás de lo que estás hecha, ni adivinarás cuánto estás dispuesta a soportar. La dominación se basa en eso: en el placer y en el autodescubrimiento. Y tú —le dijo un día mientras Sophie estaba desnuda, sentada sobre un potro a horcajadas—, tú ya estás abriéndote a ti misma y al mundo con una sofisticación y un temple impropios de alguien tan novato… Eso solo sucede con los innatos, por así decirlo. Los que saben que entregarse es un don que se ofrece con libertad. El regalo más preciado que alguien puede dar a otro. Y yo —azotó las nalgas de Sophie con el flogger, y esta dio un respingo, mirándola de reojo como si quisiera arrancarle la cabeza— adoro lo libre que eres, incluso estando atada y a mi merced como ahora.
* * *
Thelma le enseñó algo básico para su vida, una lección que iba a poner en práctica desde que comprendió lo que era someterse a los demás.
—Hay algo erróneo en pensar que someterse es de débiles —le explicó un día mientras retorcía sus pezones con los dedos—. Las domas van destruyendo cada una de las capas que te protegen, esos muros infranqueables tras los que todos nos escondemos… Hasta que apareces tú. Hasta que te encuentras. La sumisión es solo para los más fuertes y poderosos —le dijo tirando fuertemente de sus duros guijarros enrojecidos—. El que tiene el poder en una doma es el sumiso, porque permite que le dominen. Es como si le dijeras al amo: «Me someto porque quiero, no porque me obligues». —Thelma sonrió al ver que Sophie ya no la insultaba cuando le hacía eso—. Buena chica… Y si tienes la grandeza de someterte a tu antojo, Sophie, entonces es que puedes dominar tu vida de principio a fin.
Aquella lección se le quedó grabada en la mente. ¿Cuántas veces se había sometido sin quererlo? ¿Cuántas veces permitió que sus padres la controlaran y dirigieran su vida? Sophie se lo había permitido por no hacerles enfadar y para comportarse bien con ellos, sin saber que, con esa conducta, les hacía un flaco favor, a ellos, pero también a sí misma.
Sus padres no aprenderían a lidiar con sus demonios y sus miedos si ella les daba todo lo que pedían.
Y ella jamás haría lo que en realidad quería hacer si anteponía los deseos de los demás a los suyos.
Se había sometido a ellos. Había decidido obedecerles incluso contra su propia voluntad. Siempre quiso vivir en Washington junto a Nick y crear su propia cadena de restaurantes. Ya había elegido hasta el nombre. Se llamaría Orleanini.
Sin embargo, había aparcado sus sueños personales, sus ambiciones, por trabajar en los campos de azúcar junto a su padre y vivir con ellos para que se sintieran bien y orgullosos de ella.
El problema era que Sophie no se sentía orgullosa de sí misma. Su miedo a romper con la protección de sus padres y a emprender su camino sola, lejos del apellido Ciceroni, hizo que no avanzara y que se conformara. Y lo peor de todo: instó a Nick a que se conformara también. Su exmarido siempre la había animado a que fuera emprendedora y a que dejara la empresa de su padre; decía que era hora de volar del nido. Pero Sophie nunca le hizo caso. Le sonreía y le contestaba: «Este año es el último».
Mentira. Nunca era el último.
Tal vez, había llegado el momento de que lo fuera.
* * *
Pasó el tiempo, y llegaron las domas más intensas, hasta que Thelma consideró que Sophie estaba más que preparada para poder participar en el torneo de Dragones y Mazmorras DS.
Thelma conocía a una tal Sharon, que se encargaba de extender las invitaciones a través del foro. Recibió una invitación doble para ella y su acompañante. Serían Thelma y Louise Sophiestication.
—Ese torneo es una auténtica maravilla, Sophie —le dijo Thelma la noche anterior a partir. El ama se iba un par de días antes para recoger los atrezos y tener todos los bártulos preparados, y habían quedado para cenar en un restaurante del barrio Francés que hacía un pollo cajún especiado que estaba espectacular. El restaurante tenía un aire de Nueva Orleans, todo de madera por dentro, y de aspecto victoriano por fuera—. Te va a encantar.
Sophie mordió un stick de queso y lo untó con salsa de tomate.
—Están sosos —dijo prestando atención a la textura del alimento—. Y el rebozado no está crujiente. Yo los hago mucho más buenos. Debo ponerlo en mis futuros menús…
Thelma arqueó las cejas y volteó los ojos.
—Te estoy hablando del torneo, cielo. Has trabajado duro para estar en él. Y Tigretón va a estar ahí. Me estás dejando en segundo plano por un palo de queso…
Fue entonces cuando Sophie le prestó toda la atención. El ama era muy celosa y egocéntrica. Pero a Sophie le encantaba.
—¿Sharon te ha confirmado la asistencia de Nick?
—Sí. Y lo ha hecho de manera extraconfidencial. Ahora le debo un favor a esa zorrita altiva…
—Pensaba que erais amigas.
—Y lo somos. Pero en las domas no hay amigas. —Le guiñó un ojo—. Y si a Sharon le apetece molestarme durante el torneo, no podré decirle que no. Es la jodida reina del BDSM. Mira en qué compromisos me pones. —Alzó la mano y jugó con el pelo de Sophie, que llevaba recogido en una larga cola lisa—. En el torneo no quiero colas insulsas como esta, ¿entendido? Tienes que parecer extremada. Colas altas, cara despejada… Estarás preciosa. —Sonrió feliz.
Sophie comprendía que para las dóminas el sexo era pura diversión. A los bedesemeros les daba igual jugar con los del mismo sexo, porque lo que los atraía del juego era la sumisión y el éxtasis. No se ponían etiquetas. No tenían prejuicios. Eran libres.
Sophie no salía de su asombro. Si Sharon era la mitad de exigente que Thelma, un encuentro entre ellas debía de ser espectacular.
Aunque ella no tendría ojos para ninguna de las dos, porque solo quería encontrarse con Nick. Thelma le había explicado las bases del juego, y Sophie esperaba con ahínco una carambola de cartas con las que pudiera involucrar a Nick en un cambio de parejas.
Thelma le quitó lo que le quedaba de stick de los dedos y se lo llevó a la boca. A Sophie no le importó.
—¿Estás nerviosa, Sophiestication?
Ella se echó a reír. El nombre era ocurrente. Sí, estaba nerviosa y ansiosa. Al cabo de dos días estaría en el aeropuerto de Ronald Reagan, donde tantas veces había desembarcado para estar con Nick. Pero esta vez tomaría otro vuelo para las Islas Vírgenes.
Ansiaba encontrarse con él y ver la cara que se le iba a quedar cuando por fin descubriera quién era ella. Sin embargo, había algo que temía.
No iba a soportar ver a Nick con otra, jugando y tocándola como la había tocado a ella años atrás. En su época de casados, jamás se habían sentido celosos ni habían tenido motivo para ellos.
Tal vez todo había sido demasiado fácil. Sin conflictos, sin discusiones, con una complicidad maravillosa entre ambos… Ninguno quería hacer algo o decir algo que dañara al otro. Nick accedió a que ella viviera en Luisiana para trabajar en la empresa de los Ciceroni, y ella aceptó que él trabajara en Washington. Eran un matrimonio atípico, cuya distancia anulaba la posibilidad de tener las típicas discusiones de los matrimonios ni los consabidos desgastes con sus crisis.
Ellos no habían tenido de eso.
Sin embargo, solo hizo falta una noche de errores y de emociones volátiles para mandarlo todo al infierno.
Solo una noche. Solo el miedo. Y ya no quedaba nada.
Sophie quería acercarse a él, pero Nick le había dejado claro que no quería saber nada de ella. Y con razón. Le había prohibido ver a su hija y le había puesto una orden de alejamiento. ¿Qué esperaba?
Cindy echaba de menos a su padre. Lo añoraba. Nick siempre bailaba con ella en brazos y jugaba. Podía tirarse horas con la pequeña sin cansarse. Muchos hombres se hartaban de los bebés enseguida, por muy bonitos e hijos suyos que fueran, pero Nick no. Nick disfrutaba de Cindy de verdad. Y los había alejado al uno del otro por culpa de sus miedos, que estaban tan dentro de ella. Por sus prejuicios, por ser una estúpida… mojigata.
—¿Ya estás flagelándote otra vez? —Thelma conocía todas sus expresiones, y lo mucho que se torturaba Sophie por lo que le hizo a su marido—. No vale la pena entrar en ese remolino autodestructivo. Cometiste un error, ¿verdad?
—Sí. —Sophie se frotó la cara, a punto de derrumbarse de nuevo.
—Entonces —la tomó de la muñeca—, soluciónalo. Las lágrimas las dejas para la mazmorra. Aquí nada de lloros.
Sophie asintió, intentando serenarse.
Sí, la reconciliación iba a ser una batalla.
Y ella tenía todas las de perder. Pero quería luchar por Nick, porque lo amaba y… estaba arrepentida.
¿Conseguirían darse otra oportunidad?
* * *
—¿Sophie, cariño? ¿Y a qué vas a las Islas Vírgenes? —le preguntó Maria, que tenía a su nieta en brazos. La pequeña balbuceaba y jugaba con el oso panda que Nick le había regalado de un viaje que hizo a Japón. Al bebé le encantaba achucharlo.
—A tomarme unos días de descanso, mamá. —Abrió los cajones blancos de su cómoda y sacó ropa interior morada y fucsia, y prendas de ropa livianas. Thelma le había dicho que allí hacía muchísimo calor y que la humedad se pegaba a la piel. El látex, los taconazos y los demás accesorios los llevaría el ama—. Mi vida ha cambiado mucho en poco tiempo y me merezco un pequeño paréntesis.
Sophie se había independizado. Compró una preciosa casita en Chalmette con el dinero heredado de su abuelo, del que ya podía disponer. Era su modo de romper con la vigilancia y la protección de sus padres. Necesitaba poner tierra de por medio entre ellos y empezar a pensar en sí misma, en vez de en las necesidades de los demás. Vivía allí con Cindy, que ya tenía más de un año. Maria había ido hasta allí para quedarse con la pequeña. Maria le hablaba, pero su padre, todavía resentido por que hubiera abandonado su hogar, no quería ni dirigirle la palabra.
Sin embargo, no fue aquello lo que supuso aquel duro distanciamiento entre padre e hija. Lo que provocó la hecatombe fue su anuncio de que dejaba la empresa para estudiar la mejor vía de emprender su negocio.
Tres meses atrás, invirtió sus ahorros de tantos años trabajando y viviendo en Luisiana para abrir la primera pizzería especializada, llamada Orleanini, en el barrio de Nueva Orleans, tal y como su nombre indicaba.
La experiencia había ido tan bien y tenía tan buenas críticas que estaba a punto de abrir otra en Gentilly. Su madre se alegraba de su éxito, aunque seguía reticente al hecho de que ella llevara sola su negocio. Pero su padre no se lo tomó nada bien. Aunque tenía a Rob, que cumpliría de maravilla en el puesto que Sophie había dejado vacante, Carlo se sentía mejor teniendo a su hija cerca. Y ya no la tenía.
De ahí sus divergencias.
—Pero ¿vas sola?
—Con una amiga.
—Cariño… ¿Y quién es? ¿Es esa chica con la que te han visto a menudo entrando en locales oscuros de Nueva Orleans?
Sophie cerró la cremallera de la maleta naranja con ruedas y cogió su mandarina duck del mismo color y de piel, para comprobar que llevaba los billetes y toda la documentación.
—Sí. Esa misma.
—Sophie… Estás diferente. ¿Te has hecho lesbiana?
Ella dejó lo que estaba haciendo y miró a su madre con infinito cariño. Su educación y sus principios eran otros, pero, aunque estaba chapada a la antigua, comprendía los cambios que el tiempo traía consigo.
—No me he hecho lesbiana, mamá. Solo es una amiga. —Se acercó a ella y la tomó del rostro, para admirar las arrugas que se pronunciaban alrededor de los ojos y en el cuello, allí donde antes no las tenía. Y, aun así, seguía siendo hermosa—. No te preocupes. Solo son unos días. Vendré más morena y sonriente.
—No me gusta.
—Lo sé. Nunca te ha gustado que haga algo que tú no quieres que haga. —Abrazó a su madre y a su Cindy con fuerza, y las besó impregnándose de su fuerza, que seguro necesitaría—. Pero ya no estoy sobre tus faldas, mamá. Quiero vivir mi vida justo como quiero hacerlo. Ya sacrifiqué mucho por vosotros…
—Tu padre y yo siempre hemos querido lo mejor para ti —dijo, resentida—. Y Nick… Nick resultó ser una decepción. No íbamos tan mal encaminados.
—No —la cortó Sophie rápidamente, levantando la mano para que se detuviera. No podía permitir que siguieran hablando mal de él, aunque sabía que, en el fondo, después de lo que pasó aquella noche, era culpa suya—. No digas nada sobre él, mamá. Eso es asunto mío.
—Nos hiciste partícipe de ello, Sophia —le recriminó—. No digas que no es asunto nuestro. Tú eres asunto nuestro —afirmó, pasional, como buena italiana—. Ese hombre abusó de ti…
—Dios, mamá. —Sophie dejó caer la cabeza hacia atrás, buscando las palabras que hicieran entender a su madre que las cosas no eran tal y como ella las había explicado. No había mentido. Pero… No había comprendido a Nick. Y era bochornoso saber que todos, por su poca cabeza, sabían lo que Nick había hecho. Si al menos hubiera tenido más paciencia, si antes de correr a la policía se lo hubiera pensado un poco—. Mamá, las cosas no fueron así.
—Deja de decir eso. Viniste a casa destrozada y deshecha por lo que ese hombre te había hecho. No me digas ahora que no sucedió.
—Sí sucedió, mamá. Pero yo me lo tomé de un modo que no era. —Meneó la cabeza para lograr que sus palabras sonaran coherentes.
—Ya hace tiempo que dices eso… Y no te entiendo.
—Lo sé. Pero es asunto mío. Solo mío. Siempre os he hecho partícipes de todo, y aquella noche cometí una terrible equivocación…
—No lo comprendo, Sophia. —Maria abrazó a Cindy, desconsolada—. ¿Serías capaz de volver con él y hacernos sufrir de nuevo? Sé que no eres feliz. Ya no tienes luz en la mirada. Y me preocupo. Pero me da miedo pensar que puedas retroceder y buscar a Nick. Él ya no te va a querer. Y yo no quiero a un hombre así para mi hija. Nos decepcionó.
—Yo le decepcioné a él, mamá. Lo acusé de algo que no era —lo defendió—. Sé que tú no lo puedes comprender, pero yo sí. Me harías un gran favor si tú y papá pedís cita con Elisabeth y habláis con ella sobre lo mío, y sobre todo en general… Tal vez ella os pueda contar mejor lo que me sucedió, y por qué me sucedió.
—¿Y eso te haría feliz de nuevo, piccola?
Sophie se encogió de hombros y no supo qué contestarle, excepto:
—Estaré bien, mamá. Te llamaré en cuanto llegue. Te veré dentro de unos días.
Sophie salió de la casa echando de menos a Cindy. Siempre le pasaba cuando se tenía que alejar de ella por trabajo. Menos mal que tenía a sus padres para que la cuidaran.
Abrió el maletero de su New Beetle para dejar el equipaje, y se puso las gafas de sol de Prada para cubrir esos ojos que ya no sonreían ni tenían luz.
¿Y qué luz iban a tener cuando ella misma había sumido en la más absoluta oscuridad al hombre al que amaba?