Capítulo 13

Al día siguiente, después de la consecuente noche en el calabozo, Nick pasó a disposición judicial. El juez evaluaba la denuncia por violencia de género. Lo acompañaba el letrado particular del FBI, que había mandado expresamente el subdirector Montgomery, después de que el propio Lion Romano le contara lo que había pasado.

Nick Summers formaba parte del caso de Amos y Mazmorras, y Montgomery conocía al juez Levron, el que se encargaba de su atestado. Una llamada al juez, que nunca se confirmó, quizás atenuara la sentencia.

Nick se defendió diciendo que su mujer había accedido a jugar, a aquella fantasía. Pero que, en algún momento, se asustó y él no se dio cuenta porque pensaba que estaba metida en su papel.

La diligencia de valoración de riesgo que habían hecho los policías en la comisaria, después de la declaración de Sophie, había sido alta. Su mujer lo acusaba de violencia, reducción y violación.

Sin embargo, la relación de Montgomery con Levron redujo los perjuicios hacia Nick. Aunque aceptaron la denuncia de Sophie, como ella había viajado a Luisiana porque no quería volver a Washington por nada del mundo, no pudieron ratificar el atestado.

Así que Levron impuso una orden de alejamiento de un año, pero no condenó a Nick. No podía acercarse a menos de quinientos metros de Sophie. Pesaría sobre él la denuncia de violencia de género, pero no lo condenarían, ya que los disfraces y las cuerdas halladas en la habitación indicaban a un juego que habían practicado de mutuo acuerdo. Y, sobre todo, porque Sophie no quería volver a Washington a confirmar la denuncia.

Así acabó todo.

Con el gesto derrotado al salir del juzgado, Nick se fue a su casa con lo puesto. Tendría para siempre el estigma de abusador. Un agente de la ley con un cartel de delincuente.

Era un desgraciado.

Cuando subió las escaleras que daban al porche y abrió la puerta de la entrada, sintió que ese ya no era su hogar. Las habitaciones olían a colonia de bebé y al champú de pelo de Cindy. A la que tampoco podía ver, ya que la orden de alejamiento se extendía hacia su propia hija.

Sophie se había ido deprisa y corriendo porque no soportaba mirarlo a la cara ni permanecer en el mismo lugar que él. Y tampoco quería que Cindy tuviera que verlo.

Le tenía miedo. Su Sophie le tenía miedo.

Nick apretó los dientes con rabia y fue hasta la habitación de invitados. Las esposas aún pendían de los barrotes de la cama.

Una ira furiosa y ardiente lo recorrió por completo. Se sintió mezquino y enfermo por haber descubierto esa parte de él que deseaba la dominación. Aquel lugar lo condenaba sin compasión. Aquella cama lo marcaba a fuego…, era la alcoba en la que Sophie creyó que su juego de role play había sido un abuso en toda regla.

¿Se había merecido esa reacción? ¿Por qué pensó que a ella le gustaba? ¿Por qué se imaginó que vería con buenos ojos su nueva naturaleza?

Jamás había hecho el amor con ella de aquel modo. Siempre fue suave, dócil, nada agresivo. Pero había descubierto que le gustaba precisamente ese tipo de sexo duro, y lo único que deseaba era practicarlo con su esposa.

Pero había sido una decisión equivocada.

Nick miró a su alrededor. La soledad lo abrazaba con frialdad y sorna, riéndose de él y de sus malas elecciones.

Ahora necesitaría el consuelo de Dalton. Pero Sophie había arrasado con todo, lo había dejado solo y abandonado. Ni siquiera creía que el perro pudiera estar con él. ¿Qué se pensaba que iba a hacerle?

¿Estaba siendo justa con él? Cogió su teléfono y salió de la casa con gesto cansado. Cayó derrotado sobre los escalones del porche, pensando que se merecía que Sophie le diera una oportunidad. Al menos se merecía que lo escuchara.

Con la esperanza de que ella descolgara el teléfono la llamó, aunque sabía que aquello no le gustaría nada al juez.

Después del tercer aviso de llamada, descolgó el teléfono.

—¿Soph? ¿Cariño? —Nick agarró con fuerza su iPhone, como si fuera a ella a quien estaba cogiendo en realidad y no quisiera soltarla. La respiración al otro lado sonaba pesada—. ¿Me estás escuchando? Soph… Por favor. —No sabía por dónde empezar—. ¿Por qué…? ¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué me has denunciado? Siento muchísimo haberte asustado… Sabes que te quiero —intentaba decir las palabras adecuadas, dar con la fórmula mágica que lograra su redención—. Jamás te haría daño a propósito… Yo… Sabes que eres lo más importante de mi vida, ¿verdad, princesa? ¿Eso lo sabes? No me importa que me hayas denunciado… Me da igual. Si crees que lo merezco, lo acepto. Lo acepto por haberte hecho pasar un mal trago. Dios… —Se golpeó la frente con el puño—. Lo lamento tanto… Pero podemos arreglarlo. Sabes que yo no soy así… Sabes que daría mi vida por ti. Vuelve y deja que te lo demuestre. Regresa aquí. Esta es nuestra casa… Te has llevado a mi hija contigo. Y también a mi perro. Eso no es justo, Soph… Yo jamás les haría nada a ell…

—Mira, pedazo de mierda —dijo la voz de Carlo de repente—. Mi hija jamás va a volver a hablar contigo. Y, en lo que me queda de vida, más te vale que no te acerques a ella, porque removeré cielo con tierra hasta verte entre rejas y con una porra en el culo, ¿me oyes?

—Señor Ciceroni… Necesitaría hablar con su hija, no con usted…

—¿No conmigo, cabrón? ¡¿No conmigo?! Pues que se te grabe esto: ¡tú y mi hija habéis acabado! ¡¿Entendido?! —rugió—. ¡Ya no estás en mi familia! ¡Ya no eres nada de ella ni de mí!

—Soy… Soy el padre de Cindy.

—Mi nieta jamás tendrá por padre a un sádico enfermo y violador como tú. ¿Me has oído? ¡Jamás! En breve, recibirás noticias sobre la anulación de tu matrimonio.

—Eso debería hablarlo yo con su hija, ¿no cree? —preguntó Nick, sin dar crédito ante aquella amenaza. Nadie iba a obligarle a romper su matrimonio. Él amaba a Sophie.

Un cortante silencio amenazó con hacerlo volar todo por los aires, hasta que Carlo añadió:

—Has hundido a mi mujer. Has hundido a mi hija. Y me has perdido el respeto a mí. Ten por seguro que no voy a dejar que te acerques a ella. Ni ahora ni nunca. Y más vale que, cuando te lleguen, firmes los putos papeles del divorcio, o te prometo que iré a tu casa y haré que los firmes con sangre.

Nick pensó que las amenazas eran demandables. Pero ¿cómo iba a hacer cambiar de idea a un hombre ido, dominado por la rabia, y que tenía suficientes razones para odiarlo?

—Sí, señor. ¿Sophie está de acuerdo con el divorcio? —preguntó. Se negaba a creerlo.

—Ella misma ha sido quien nos ha pedido que contactemos con nuestro abogado. Se acabó, Nicholas.

Carlo colgó el teléfono. Nick quedó en estado de shock, sin poder pensar en nada que no fuera en su miserable estado actual.

¿Qué debía hacer? ¿Tenía que dejar de luchar por una mujer que creía que la había violado? ¿Debía dejar de luchar por una mujer que lo había demandado? ¿Que quería el divorcio y que iba a alejarlo de su hija?

—Se ha llevado hasta a Dalton… —repitió en voz baja, para convencerse de ello.

Sin embargo, en todo aquel caos reinante en su interior, sí que pudo vislumbrar el siguiente paso que debía dar.

Marcó el número de teléfono de Lion Romano. Cuando este descolgó, su voz sonó preocupada.

—Nick…, ¿cómo ha ido todo?

—Se ha ido. Sophie se ha ido. Se lo ha llevado todo con ella. Se acabó.

—¿Cómo que se acabó? ¿Así? ¿Ya está?

—Sí. El juez me ha puesto una orden de alejamiento sobre Sophie y mi propia hija…

—Joder…

—Se ha llevado a Dalton. Ah, sí… —Miraba al frente sin ver nada en realidad—. Dentro de poco me llegará la anulación del matrimonio.

—¿Se quiere divorciar?

—Sí.

—Nick… Tío, lo siento mucho —dijo, sincero, pues sabía el amor incondicional que sentía hacia su mujer—. ¿Y necesitas algo? ¿Quieres que vaya?

—No. Te llamo solo para pedirte algo.

—¿El qué? Lo que sea.

—No quiero seguir haciendo de amo en la misión. Quiero que le pidas a Karen que intercambie el rol conmigo.

—Nick… Lo de tu mujer no va a pasar con todas, ¿comprendes? Ha sido un caso extremo, pero eso no quiere decir…

—Te he dicho lo que quiero, Romano. ¿Puedes arreglarlo?

Lion calló inmediatamente.

—Hablaré con Montgomery.

—Bien.

—¿Necesitas algo más?

—¿Tienes una máquina del tiempo? —Sonrió sin ganas.

—No, no la tengo.

—Entonces no necesito nada más. Te veré mañana en el trabajo.

—Montgomery te ha dado un par de días para que soluciones tus asuntos personales…

—Como ves. No hay nada que solucionar —lo cortó—. Mañana te veo.

—Está bien. Hasta mañana.

Nick se levantó de los escalones y se internó en la casa. Necesitaba trabajar y ponerse en marcha para no pensar, para mantenerse ocupado.

Desde su casa, con un camuflador de IP que le había facilitado Clint, podía conectarse desde el portátil al foro secreto de Dragones y Mazmorras DS y ver si había nuevos llamamientos para jugar en la liga nocturna de dominación.

Pero, en aquel aciago día, aún le quedaba una sorpresa desagradable por descubrir. El portátil había desaparecido.

Sophie también se lo había llevado.

¿Por qué?

* * *

Nueva Orleans

Cuatro semanas después

Nick y Sophie tuvieron que verse las caras en Luisiana, en un encuentro con sus abogados para tratar el divorcio.

Ella ni siquiera lo miró. Ni siquiera se dignó a dirigirle la palabra. Y lo peor de todo era que había asistido Rob, el nuevo directivo de Azucaroni, que además se colocaba ciertos galones y parecía jactarse de ser una suerte de guardaespaldas.

Su hermosa futura exmujer, se cubría los ojos con unas gafas de Prada, de pasta negra, grandes y oscuras. Vestía toda de negro, llevaba el pelo suelto y liso, castaño brillante, perfecto, como siempre. Y había perdido varios kilos.

Nick tenía ganas de reventarle la cara a ese tipo, y a su mirada desdeñosa y acusadora. No sabía nada de nada. Y a ella… A ella solo quería abrazarla. Hacía cuatro semanas que no se veían. Y le parecía una eternidad. Se hubiera alegrado mucho si se hubiesen encontrado en otras circunstancias, pero jamás en esas.

Sophie quería divorciarse.

—Mi cliente ofrece un divorcio de mutuo acuerdo. La situación es insostenible y agradecería que el señor Summers colaborase —dijo el abogado defensor—. Pedimos que esto no se alargue demasiado para que Sophie Ciceroni pueda rehacer su vida lo antes posible y con normalidad.

Nick tenía unas enormes ojeras, pero, aun así, a Sophie le seguía pareciendo el hombre más guapo del mundo. Aquello no cambiaba. Aunque estuviera poseído por el demonio, su belleza era incuestionable.

—¿Cómo estás, Sophie? —le preguntó él con calma, preocupado.

—Se llama Sophia —intervino Rob.

Nick apretó los dientes e hizo lo posible por ignorar a ese gilipollas engominado y vestido con un traje carísimo que se sentaba a su lado como intentando protegerla de él. Lo que ni Rob ni ninguno de los ahí presentes sabían, ni siquiera Sophie, era que el único que podía protegerla del mundo era él.

—¿Eh, Sophie? —insistió Nick alargando la mano para intentar acariciarle la suya.

—No la toque, señor —dijo el abogado.

Sophie se quedó mirando fijamente la mano de Nick, y después retiró la suya con lentitud y se sostuvo la izquierda con la derecha para cobijarlas.

—Solo quiero saber si ella se encuentra bien —insistió, mirando a su abogado—. ¿Es malo preguntar eso?

—¿Cómo crees que está después de lo que le hiciste, cretino? —le respondió Rob enfrentándose a él.

Nick, esta vez, desvió sus ojos dorados hacia el acompañante de Sophie. Rob se encargaba de llevar la empresa en ausencia de Sophie. Seguramente, Carlo le había pedido el favor de que fuera con su hija a enfrentarse a él. Él sería incapaz de controlarse, aunque estaba seguro de que Carlo los observaba desde algún lugar de Nueva Orleans. Seguro que lo controlaba para que nunca volviera a pasarse de la raya con su hija.

Nick le dedicó una mirada de menosprecio, como si ese tipo no fuera un hombre de verdad, como si no tuviera ni idea de la vida. Después centró su atención en Sophie, que lo miraba a través de sus oscuros cristales, aunque él no podía verle los ojos.

—¿Dejarás que vea a Cindy, Soph?

—Mi cliente puso una orden de alejamiento respecto a ella y su hija. No puede acercarse a ninguna de las dos —respondió el abogado.

—Créame que sé muy bien lo que ha hecho mi mujer contra mí. —Nick seguía sin retirar sus ojos acusatorios de Sophie—. Pero quiero saber si con el tiempo me permitirá ver a mi hija. Ya sé que ella no quiere saber nada de mí, pero Cindy… —Se quedó callado, maldiciendo su suerte—. Sophie, mírame… Ella es mi niña, sabes cuánto me quiere ella y cuánto la quiero yo. No puedes hacernos esto —le pidió.

Sophie se movió incómoda en la silla. Tenía a su marido delante, y todavía no se creía que hubieran llegado a ese punto.

—Mi cliente reclama que se haga cargo de los costes del tratamiento psicológico que está recibiendo y de la manutención de su hija, cuya custodia no es compartida.

A Nick se le partió el corazón al saber que Sophie iba a terapia por lo que él hizo. Y acabó por descomponerse cuando se dio cuenta de que también había perdido a su hija.

—No me merezco esto —dijo él agachando la cabeza—. Te dije que fue un juego. —Le clavó una mirada llena de reproches. ¿Cómo podía defenderse y dialogar con su mujer ante tres hombres desconocidos que no creían en su inocencia? Ni siquiera su propio abogado creía en él. Estaba completamente vendido—. Pensaba que jugabas conmigo.

—Por favor, absténgase de volver a dirigirle palabras a mi cliente —intervino de nuevo el abogado de Sophie.

Nick se calló de golpe, hasta que plantaron el acuerdo de divorcio frente a él, con todas aquellas cláusulas.

Rob le pasó el brazo por encima a Sophie. Nick sintió ese gesto como un puñetazo en la boca del estómago. Apretó los puños por debajo de la mesa para evitar estamparlos en el rostro de ese pomposo. ¿Qué coño hacía tocándola?

—¿Este es tu nuevo novio? —soltó Nick sin poder evitar morderse la lengua.

Sophie dio un respingo y contestó rápidamente:

—No. No lo es.

—Vaya, si hablas… —murmuró Nick sonriendo con sorna.

—No provoques a Sophia, Nicholas —le soltó Rob sacando pecho.

—Me llamo Nick, no Nicholas. ¿Entendido, gominas? —Los ojos dorados del agente titilaron con furia y clavaron en su sitio a Rob. Miró a su abogado y añadió—: Pídale a este señor que deje de hablarme y de intervenir, o le daré tal guantazo que se le saltarán todos los dientes.

Sophie parpadeó, confusa al ver aquel desafío lleno de testosterona en la actitud de su esposo. No podía olvidar que Nick era un gladiador, un Hércules con ropa de hombre contemporáneo. Pero siempre había ocultado su naturaleza más salvaje, aunque su cuerpo estuviera forjado para la guerra sobre la arena.

—Agresivo, violento… —lo insultó Rob.

—Rob, no seas ridículo —contestó Nick riéndose de él—. He dicho guantazo, no puñetazo. Seré considerado contigo.

—Eres un mierda. Un violador. Sophie no te quiere ver ni en pintura. —Rob sabía que eso lo provocaría, parecía querer que saltara.

Nick ni siquiera sonrió, amenazó a Rob con su actitud y se juró que cumpliría su amenaza. Si pudiese, no le daría un guantazo, no…, sino que le reventaría la cabeza por gilipollas. Tomó los papeles de encima de la mesa.

—¿Estoy obligado a firmar estos papeles ahora mismo? —le preguntó Nick a su abogado.

El abogado negó con la cabeza.

—Puedes evaluarlo y firmar dentro de unos días. El divorcio sigue adelante con tu firma, Nick. Si no firmas, no hay divorcio. Pero, si firmas, aceptas todas las cláusulas.

—De acuerdo. —Asintió con la cabeza y abrió la puerta del despacho de los abogados de la familia Ciceroni, justo en el centro de los negocios de Orleans—. Voy a pensar en cada una de las cláusulas de este acuerdo que me quieren obligar a firmar. Y añadiré las mías antes de aceptarlo. —Miró por última vez a Sophie. Quiso decirle algo más, pero se negaba a intercambiar una sola palabra delante del protegido de Carlo. Lo trataban como a un perro, pero no quería salir apaleado de ahí—. Hasta pronto.

Nick dejó a su esposa de una sola pieza, sorprendida por su desafío. Ella se quedó con la vista clavada en su ancha espalda y en aquel pelo rubio que había acariciado cientos de noches. Él era muy educado, paciente y considerado… Nunca habría abandonado una reunión de ese modo.

Rob le puso la mano en el hombro y la miró de frente.

—¿Estás bien, Sophia? —Sus ojos amables la miraban con compasión, como si ella no fuera capaz de sobrevivir sola.

—Sí. Estoy bien —afirmó sin dudarlo.

—Ese cabrón no volverá a tocarte jamás. Te lo prometo.

Sophie no quería promesas de nadie. Ni quería que insultaran a Nick. Le dolía que lo atacaran de ese modo. Aunque no sabía por qué seguía preocupándole, después de lo que le había hecho.

¿Cómo podía continuar queriéndolo y pidiéndole el divorcio a la vez?

Necesitaba ver a su psicóloga de nuevo.

* * *

Dos semanas después

A Sophie le costó sudor y lágrimas, varias crisis de ansiedad y terapias con su psicóloga Elisabeth retomar su nueva vida.

Nick y ella se habían visto en las oficinas de sus abogados catorce días atrás. Pero, en realidad, hacía un mes y medio que no hablaba con Nick, desde que se fue de Washington aquella noche. Seis semanas sin oír su voz, sin su risa, sin sus bromas… Seis semanas sin contemplarlo al amanecer, cuando aún seguía dormido; sin verlo al anochecer, cuando la claridad de la luna que entraba a través de las ventanas y del balcón recortaba su rostro. Demasiados días de no recibir ni sus besos ni sus caricias, de no verlo meciendo a su hija y cantándole al oído. Seis semanas de no ser sepultada bajo sus abrazos de oso amoroso y protector. Porque él siempre fue muy protector con ella, pese a lo que había sucedido.

No podía comprender cómo, después de lo que había vivido aquella violenta noche, solo era capaz de recordar lo bueno. Y eso era de lo que hablaba a menudo con Elisabeth, su psicóloga. Era una mujer de unos cuarenta años dispuesta a llegar al fondo de la cuestión, pues dialogaba con ella sin tapujos. Tenía mucha experiencia en el tratamiento con mujeres maltratadas y conocía bien los perfiles de los maltratadores. Era la mejor en el estado.

—Sophie —le dijo ese día Elisabeth, que llevaba unas inmensas gafas cuadradas de pasta fucsia, el pelo naranja recogido en un moño y los ojos azules claros e inteligentes—, ¿cómo te sientes hoy?

—Todavía confusa y dolida.

—¿Sabes algo de Nicholas? ¿Ha firmado los papeles de divorcio?

Negó con la cabeza y jugó con su alianza. Todavía la llevaba puesta.

Elisabeth desvió la mirada esmeralda al arete de su dedo.

—¿Todavía no te sientes con fuerzas para desprenderte de él?

—No. No soy capaz.

—Las mujeres que sufren malos tratos y abusos tienen miedo de emprender una vida solas. Sus maridos les han absorbido tanto la personalidad, las han anulado tanto que creen que no son capaces de hacer nada solas. Por eso necesitan mantener algún tipo de vínculo con él… Pero eso sucede las primeras semanas. Después se dan cuenta de que vuelven a ser libres. ¿Tú te sientes así?

—No. —No sabía cómo describir lo que le pasaba ni lo que acababa de descubrir—. Yo no tengo miedo de nada. No me siento ni menos ni más libre. Solo me siento perdida.

—Sophie —Elisabeth entrelazó los dedos y se inclinó hacia delante—, ¿eres consciente de que tu perfil no responde a ningún canon de mujer con secuelas de ese tipo?

—Lo sé, Elisabeth.

—¿Y tienes alguna duda sobre lo que sucedió ese día?

Ella arqueó las cejas castañas y se encogió de hombros, como si ya no le importara nada en lo más mínimo. Como si hubiera perdido ese elemento que hacía que todo le incumbiera.

—¿Y si las tuviera qué pasaría? ¿Qué cambiaría? En mi casa, todos tratan a Nick como un enfermo, como un maltratador.

—Según tu declaración, eso es exactamente lo que es. ¿Hay algo de esa noche que te haga creer lo contrario?

¿Algo de esa noche? Sí. Había pensado mucho sobre ello. ¿Fue todo tal y como ella lo vivió? Ya no lo sabía. Pero sí sabía algo. Cuando huyó, se llevó el portátil con el que Nick solía trastear en su oficina. Ni siquiera sabía por qué lo hizo. Solo sabía que tenía ganas de ver qué hacía, con quién hablaba todos los días y qué era lo que había ahí… Sentía mucha curiosidad por averiguar las páginas que visitaba.

—Me llevé de la casa el portátil que Nick solía utilizar en su oficina.

—Ah… ¿Se lo quitaste? —preguntó sorprendida.

—Sí, eso podría decirse —admitió con la boca pequeña.

—Y… ¿por qué me cuentas esto? ¿Hay algo que hayas descubierto en él?

«Pues sí, maldita sea», pensó, todavía aturdida. Había llevado el portátil a un centro de Nueva Orleans que estaba repleto de hackers. Por un módico precio, te abrían el ordenador y sacaban todos los historiales de páginas visitadas y demás, aunque las eliminaran.

Nick visitaba un foro de dominación y sumisión llamado Dragones y Mazmorras DS. Un foro destinado de bondage, dominación y sumisión. Habían dejado de lado el masoquismo, menos mal. Había unos personajes llamados villanos, alguien que se conocía como Reina de las Arañas, un tal Wenger, unas criaturas, amos del calabozo…

¿Por qué Nick visitaba ese sitio? ¿Acaso le gustaba ese tipo de sexo? ¿Ese sexo era legal? ¿No era violento ni humillante?

¿Qué juego era ese?

La noche que Nick jugó con ella, se sintió mal consigo misma. Estaban escenificando una violación, él la estaba violando… ¿Eso no era depravado e inmoral?

—¿Sophie?

—A Nick le gusta el BDSM.

—¿BDSM? —Elisabeth se descruzó de brazos. Ella sabía muchas cosas sobre todo tipo de conductas sexuales. Y, por supuesto, conocía el BDSM—. ¿Y tú lo sabías?

—No… Bueno, la noche que me esposó, él me dijo que íbamos a jugar… Pero no sabía que el juego iba tan en serio…

—Entiendo. —Elisabeth se subió las gafas por el puente de la nariz—. Aceptaste jugar y… ¿qué fue lo que él te dijo o hizo para que dejaras de creer que aquello era un juego?

Sophie se mordió el labio inferior, sin dejar de darle vueltas a su anillo. Ahora ya ni lo sabía. No sabía por qué había reaccionado así.

—Yo… No lo sé. Creí que el juego era real. Dejé de verlo como un juego. Por todos lados hay violadores, asesinos, psicópatas…, ¿verdad? —intentó excusarse—. Y aquello era tan diferente a cómo Nick me solía hacer el amor que supongo que me asusté. Tuve miedo de él.

—La confianza es básica en un juego de dominación. Si Nick no supo alertarte, es también responsabilidad suya.

—Pero yo confiaba ciegamente en él, sentí curiosidad por el juego y me apetecía jugar —reconoció con honestidad—. Sin embargo…

—Sophie. —Elisabeth le tomó la mano al ver que empezaba a temblar—. Te veo tres veces por semana desde hace mes y medio. La primera semana estabas decidida a echar a Nick a los leones. Pero, después, a medida que ha ido pasando el tiempo, siempre que he querido culpabilizarle de lo que sucedió, tú lo has defendido. ¿Por qué? ¿Crees que, de saber que tenías tantísimo miedo, se habría detenido?

—Creo que realmente me sentí como una doncella violada por un pirata. Porque aquella era una especie de fantasía de Nick… Y yo… No podía hablar porque tenía una mordaza en la boca, y él… puede que pensara que yo estaba en mi papel, y yo… —Se le habían llenado los ojos de unas lágrimas que empezaban a resbalarle por las mejillas—. Yo lo deseaba mucho. Hacía muchos meses que no hacíamos el amor. Mi depresión posparto se había alargado más de la cuenta y… De verdad que deseaba estar con él.

—Dices que en tus años de matrimonio él jamás te insultó, ni te trató mal, ni te forzó a nada.

—No, por Dios. Él era un amor. —Se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar—. Nick es el mejor hombre que he conocido. Me ha apoyado siempre en todo, nunca me ha hecho sentir inferior, ni me ha hecho daño… Excepto esa noche. Pero ya no sé si mal interpreté lo que pasó aquel día entre nosotros. Elisabeth…, necesito entender qué he hecho y cómo me siento. Estoy muy confundida, y tan tan perdida… —Sollozó—. ¿Y si Nick quería que yo me metiera en sus fantasías y no lo entendí? —Exhaló, agotada, y miró la libreta en la que su psicóloga tomaba apuntes—. ¿Y si me equivoqué? Te veo tomando notas día tras día, en la hora que estoy aquí contigo. Y yo solo hago que hablar y hablar… Y vuelvo constantemente a lo mismo. Y cada vez tengo más dudas… Dime, ¿qué opinas tú?

Elisabeth sonrió llena de empatía. Podía comprender la confusión de su paciente.

—Es muy pronto para hacer una valoración de tu caso, Sophie.

—No es del todo pronto, y lo sabes. Eres la psicóloga de nuestra familia. Tú me atendiste cuando sucedió lo de mi hermano. Me conoces.

—Sí. Te conozco, Sophie.

—Entonces, ¿qué opinas de todo? Dímelo, por favor. Tú no odias a Nick como lo hacen todos los que me rodean. No tienes prejuicios. Tal vez, tengas una opinión más objetiva al respecto. —Se limpió la nariz con un pañuelo, esperando que Elisabeth le diera una respuesta que le valiera.

La psicóloga pensó si darle una opinión objetiva la orientaría, si debía hacerlo. Elisabeth había atendido a mujeres maltratadas, que realmente tenían miedo hasta de respirar, y ese no era el caso de Sophie. También había atendido a mujeres que debía evaluar por orden de la fiscalía de Luisiana, y unas cuantas eran unas mentirosas que fingían ser víctimas de malos tratos, para así poder cobrar una indemnización. Pero a esas las cogía pronto e informaba pertinentemente a las autoridades.

Sin embargo, Sophie era una excepción. Ella había estado segura de que su marido había abusado de ella.

—Muchas mujeres fantasean con las violaciones, y eso no quiere decir que deseen ser violadas. Y muchos hombres fantasean con forzar a mujeres, y eso no los convierte en violadores. —Caminó alrededor de Sophie con cuidado. Aquel tema estaba lleno de minas—. Las fantasías suceden en la mente, porque la mente es libre de imaginar lo que le dé la gana. Por todo lo que me has contado de Nick, y por el modo en el que me lo cuentas, no lo temes. No le tienes miedo. Eso me indica que Nick jamás te maltrató.

—Ya te lo he dicho.

—Pero puedes mentirme, como otras, ¿verdad? Y no lo has hecho. Dices la verdad.

—Sí. Jamás mentiría en algo así.

—Bien. Llegado a este punto, creo que Nick quiso vivir una fantasía contigo. Además, si ahora me dices que has descubierto que estaba metido en un foro de dominación y sumisión, creo que puedo comprender un poco mejor lo que pasó entre vosotros. Tu marido ha despertado a una naturaleza sexual basada en la dominación y en la sublevación. Eso no quiere decir que él desee hacerte daño. —Se detuvo un instante y escogió las siguientes palabras—. La fantasía que interpretasteis tenía la finalidad de que ambos gozarais. Y no fue así. Lo que creo que ha desencadenado todo este shock en ti ha sido el hecho de que era la primera vez que jugabais. ¿Nick intentó jugar contigo antes en algún momento? —preguntó.

—No. Nunca me dijo nada sobre juegos, ni esposas, ni fustas…

—Es algo incómodo para las parejas estables cambiar el rol de su sexualidad. Y más difícil es reconocer que te apetece cambiar. Pero es algo inevitable si realmente se despierta tal naturaleza en una persona. Es como el que es gay o la que es lesbiana. Pueden acostarse con alguien del sexo opuesto un tiempo, y no disfrutarlo demasiado. Hasta que un día se cansan de reprimirse y deciden acostarse con una persona del sexo por el que se sienten atraídos. Y, a partir de ahí, nada podrá hacerles cambiar, porque es su instinto y su naturaleza la que elige esos gustos.

—Él… Nick, en el tiempo que lo tuve en cuarentena, me lanzaba miradas intensas y muy ardientes —recordó algo avergonzada—. Siempre hemos gozado de una buena salud sexual…

—Tal vez él quería más. Tal vez quiso más y pensó que a ti te gustaría. Pero todo se le fue de las manos. Lo que Nick no imaginó era que tú entrarías en shock, al relacionar lo que él te hacía con el asesino de tu hermano. Nosotros no planeamos lo que nuestra mente puede hilar. Hay detalles y recuerdos que tenemos enterrados en el subconsciente y que aparecen cuando menos te lo esperas. Por ejemplo: tu pavor a las tormentas. Su origen viene de la noche en la que os avisaron de que Rick había muerto. Desde entonces, siempre que cae una tormenta, te puede la ansiedad…

—Desde que estoy con Nick no he tenido pánico. Él reemplazó el recuerdo malo por uno bueno. —Sonrió con tristeza y arrepentimiento.

—Tu caso ha tenido agravantes que han tenido que ver con la tragedia de Rick. Justificado o injustificadamente, el terror te sacudió cuando Nick te puso en sus manos y te esposó. Creíste que a ti también te mataría un violador, aunque se tratara de Nick. Tu mente utilizó tu pánico y tu recuerdo enterrado para que entraras en tensión y después huyeras de él. Y ha tenido que pasar el tiempo para que veas lo sucedido desde otro prisma. Tus padres son especiales, Sophie. Sufrieron mucho la pérdida de su hijo, y acusan el hecho de que no pudieron protegerle, por mucho poder y dinero que tuvieran. Que a ti te haya pasado eso ha reabierto esa herida en ellos. Y han volcado toda la ira de lo que sucedió con tu hermano mayor en Nick. Es su chivo expiatorio.

—He destrozado a Nick —susurró Sophie, empezando a ver a través de la niebla—. Creo que me he equivocado. Lo he lanzado al agua con los cocodrilos.

Su padre y su madre la cuidaban lo mejor que podían. Estaban pendientes de cada uno de sus movimientos. Y al principio ella lo agradecía, pero, al pasar el tiempo, ese control la ahogaba, porque la misma protección paternalista y sobreprotectora de la que había huido nueve años atrás, cuando se fue a la Universidad de Washington. Además, en ese momento, después de lo mucho que le costó que aceptaran a Nick en la familia, ahora ya no podían verlo ni oír nada sobre él. Y siempre que ella sacaba el tema, lo zanjaban con dureza.

—Sophie.

La voz de Elisabeth la sacó de su autoflagelación.

—¿Qué?

—No es la primera vez que toco el tema del BDSM en las relaciones de pareja. En mis terapias para matrimonios, alguna vez ha salido este aspecto. Hay muchas parejas que juegan a la dominación, incluso sin saberlo. La cuestión es que conozco a una sexóloga que podría ponerte en contacto con gente del BDSM que cumplen… fantasías y deseos de mutuo acuerdo. Puede que, si hablas con uno de ellos y te explican cómo es su mundo, si te enseñan cómo es una de sus fantasías sin que tú estés metida en ella, encuentres puntos en común con lo que viviste con Nick. Y puede que entiendas mucho mejor lo que viviste.

—¿Tú crees? Lo que quiero es… dejar de sentirme mal por lo que he hecho. Y dejar de sentirme mal por sentirme mal, ¿comprendes?

—Alto y claro —respondió Elisabeth—. ¿Quieres que te dé el teléfono de una de esas personas?

—Sí, por favor.

Elisabeth sonrió con indulgencia y le escribió el teléfono en una hoja, junto con un nombre: Thelma.

* * *

Antes de acostarse, esa misma noche, mientras Sophie estaba en su habitación de la mansión Ciceroni de Thibodaux, en lo alto de una de las torres, y se quedaba sentada sobre la cama, con la vista fija en el teléfono que Elisabeth le había facilitado, miles de dudas asaltaron sus pensamientos.

Sin embargo, nada la alejaba de la idea de que se había equivocado con Nick.

Ella solita, ayudada por su trauma y su poca confianza, había hecho estallar su matrimonio en mil pedazos.

Una orden de alejamiento.

Un divorcio todavía sin firmar.

Y la custodia total de Cindy.

Todo deprisa y corriendo, y bien seguidito. Un palo detrás de otro. Un error detrás de otro.

Las lágrimas de arrepentimiento cayeron sobre el papel que sostenía, que fue a parar al suelo en cuanto escuchó la voz de su marido dentro de su habitación.

—¿Por qué lloras?

Sophie se levantó de repente y se quedó de pie, frente a la cama, mirando hacia el balcón que ofrecía unas vistas maravillosas de Thibodaux.

La silueta de Nick aparecía recortada entre las cortinas rojas y transparentes. Llevaba unos pantalones militares anchos, unas deportivas negras y blancas, y una camiseta de tirantes oscura que delineaba su hercúleo cuerpo.

—¿Nick?

—¿Qué?

—¿Eres tú?

—Sí… Lo que queda de mí —dijo él levantando una botella de whisky y brindando a su salud, para luego beber a morro.

Sophie tragó saliva con nerviosismo. Pero no con miedo. ¿Estaba borracho?

Lo había denunciado por violencia de género con agravantes. Tenía una orden de alejamiento que debía respetar y un divorcio que pendía entre ellos como una soga. Si de verdad creyese que Nick era un maltratador, en ese momento estaría muerta de miedo y a punto de desmayarse. Aun así, no le temía.

No le temía en absoluto.

—¿Cómo demonios has subido hasta aquí?

Él sonrió sin muchas ganas y chasqueó con la lengua.

—Te dije que soy un superhéroe. Te casaste con Batman, ¿recuerdas?

Tiró la botella vacía al suelo de madera de la terraza y entró como si fuera el señor de aquella mansión. La seguridad de aquella supercasa era un mal chiste. Él siempre había visto sus carencias y por dónde fallaban las cámaras y dónde había puntos ciegos. No le había sido nada difícil burlarlas.

Sophie solo llevaba un camisón muy corto amarillo que enseñaba más de lo que ocultaba. Pero hacía calor en Luisiana y no era bueno dormir muy abrigada.

Nick no le prestó ninguna atención al modelito. Pasó por su lado y se metió las manos en el bolsillo trasero de sus pantalones militares, como si esa mujer jamás le hubiera gustado ni le hubiera vuelto loco.

Ella se abrazó con nerviosismo, más preocupada de que lo pillaran ahí que de que él pudiera hacerle daño de nuevo.

—No hace falta que llames a la policía para decirles que he burlado la orden de alejamiento. Esta es la última vez que voy a hacerlo. —Se dio la vuelta y la miró de forma cínica, sin alma.

Sophie se estremeció al ver aquellos ojos dorados tan vacíos, tan sin brillo. Parecía un muerto en vida. Pero incluso, muerto, Nick era guapo.

—¿A qué has venido?

—A violarte no —aseguró con apatía—. Con una denuncia ya tengo suficiente, ¿no te parece? —Dio una vuelta sobre sí mismo y oteó la habitación—. Sophia… Siempre fuiste una princesa, ¿verdad? Hay cosas que contigo jamás se deben hacer, supongo… He aprendido la lección —juró, afirmando con la cabeza como un robot.

Sophie frunció el ceño ignorando el estremecimiento que recorrió su piel.

—No me has contestado, Nicholas… ¿A qué has venido?

—Pues verás, Sophia… —Dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos como si esperara la redención de alguien—. He venido a romper con esto definitivamente, a olvidarme de lo que había sido mi vida hasta hace muy poco. He venido a romper contigo —desdobló los papeles y se los puso a Sophie en el pecho—, definitivamente. A romper con mi hija. A romper con mis suegros y con estos campos de azúcar. A borrarte a ti y a todos de mi cabeza y de mi corazón.

Sophie bajó la mirada y echó un vistazo a los papeles. Era la solicitud de divorcio. Y estaba firmada. La tomó con manos temblorosas y frías.

Nick le había dado el divorcio.

Se le encogió el pecho y una bola de pena y de tristeza se atoró en su garganta.

—A partir de hoy dejas de ser mi esposa. Aunque me duela el corazón, sé que no podré ver a Cindy jamás, y que me obligas a renunciar a su custodia…, así que también he venido a olvidarme de ella. No tengo más remedio que dártela, ¿no, princesa? —Sus ojos eran pozos amarillos de desesperación—. Se acabó. Has ganado. Tú, niña cobarde y asustadiza… —le gruñó sin acercarse ni un centímetro a su cuerpo— has ganado. Los Ciceroni y su poder han podido conmigo. Y creo que por fin tienen lo que querían. A su hija para siempre con ellos, y a su nieta bajo su custodia. Te dejo el camino libre, Sophie, para que hagas lo que te dé la gana a partir de ahora. O mejor dicho, para que tus padres hagan lo que les dé la gana contigo.

—Nick… —Apenas le salía la voz. Y tenía muchas cosas que decirle y mucho que reconocer, pero no sabía por dónde empezar, porque, cuanto más tiempo pasaba, más complicado y doloroso se volvía todo.

—Nicholas para ti, princesa —le replicó con desdén—. No vuelvas a llamarme Nick. Me has decepcionado mucho, Sophie. Tal vez yo no he sido el mejor marido o nuestro matrimonio no ha sido el más normal e idílico de todos, pero sí sé algo: nunca he dejado de quererte, ni he dejado de enamorarme de ti cada condenado día. Jamás dejé de confiar en ti. Yo… Sé que no te importa, pero aquella noche…

—Nick, por favor. —Sophie dio un paso al frente para intentar tocarle. Necesitaba hacerlo.

—Cállate. Y no se te ocurra tocarme…, puede que sea yo quien te denuncie ahora. —Ella se quedó inmóvil, y Nick continuó con su discurso—. Aquella noche quise abrirme a ti, quise enseñarte cuáles eran mis nuevas inquietudes. Siempre pensé que quería compartirlo todo con mi mujer, que eso era el matrimonio. Y quise que experimentáramos juntos… Pero jamás…, jamás —dijo atravesándola con la mirada— imaginé que abrirte una parte de mi alma, que reconocer que quería jugar contigo, iba a conllevar tu odio y tu vergüenza. Tu miedo me tomó por sorpresa. Ni siquiera me dejaste hablarte o tranquilizarte…

Sophie tragó saliva, intentando mantener su temple.

—Estaba confundida, Nick.

—Que no me llames Nick. Solo me llaman por ese nombre la gente que me quiere. Y está claro que ni tú ni tus padres y ni mucho menos esa niñata de Rob, que quiere hacerse pasar por tu protector y de paso meterse en tu cama, me queréis. Para ti soy Nicholas.

Sophie se relamió los labios resecos y miró nerviosa a todos lados, sin saber qué decir, con su divorcio firmado en las manos.

—Rob no es…

—No me importa. Ya no eres nada mío. A partir de ahora, no quiero que vuelvas a ponerte en contacto conmigo nunca más. Tú decidirás qué hacer con respecto a Cindy, ya que tú has decidido que no soy digno de ser su padre y que ella está en peligro si está cerca de mí. Nuestra historia ha llegado a su final.

Nick pasó por delante de ella, con el cuerpo tenso y los puños apretados alrededor. Le palpitaba un músculo en la barbilla de impotencia. Sophie supo cuán miserable se sentía, porque a ella le pasaba lo mismo.

—Nicholas… —dijo, esperando detenerlo así, y darle las explicaciones pertinentes. No quería que se fuera. Ahora que lo tenía ante ella y que nadie sabía que él estaba ahí, sabía que Nick jamás le haría daño a propósito, que no era un maltratador ni un violador. Que ella se había equivocado—. Yo… lo siento mucho.

Nick la miró por encima del hombro:

—No me jodas, princesa. Por supuesto que lo sientes. Y lo vas a sentir siempre. —Entrecerró los ojos y dijo—: Tsuneni.

Saltó por el balcón. Sophie se quedó con un palmo de narices. ¿Había saltado? ¿Así sin más? ¡Se iba a hacer daño!

Sophie corrió para asegurarse de que estaba bien, pero allí no había ni rastro de Nick.

Todavía temblorosa y abatida, oteó el horizonte. Como no le encontró, fijó la mirada en los documentos que tenía entre los dedos. Encendió la luz del balcón, porque necesitaba que le diera el aire. Se sentó en el balancín de madera, que tenía unos cojines protectores blancos y rojos. Al dar la vuelta a la segunda hoja, encontró un post-it amarillo con algo escrito:

Acepto todas las cláusulas. Concedo el divorcio a Sophia Ciceroni. A cambio, Dalton es mío. Y el portátil que la señora Ciceroni me robó también.

Sophie se pasó el antebrazo por los ojos, incrédula. Se dio la vuelta y corrió al interior de su alcoba, para ver si el portátil seguía donde lo había dejado.

Justo lo que se imaginaba. Nick se lo había llevado.

Al mismo tiempo que ella se daba cuenta de que su exmarido había recuperado su ordenador, oyó los gritos de su padre llamando a Dalton para dar su habitual vuelta nocturna por los campos.

Pero el ladrido de Dalton jamás volvió a oírse en Thibodaux.