Karen sudaba y sonreía sin perder de vista a Nick, que movía el flogger haciendo círculos. Aquella chica morena de rizos alocados cogió aire y se agarró a las cuerdas que le sujetaban las muñecas. Tenía el torso apoyado en un potro y el trasero en pompa, cubierto por unos shorts.
Habían acordado que, hasta que no fuera estrictamente necesario y se encontraran en la acción real de los clubs nocturnos de BDSM, no se desnudarían ni se tocarían.
Eran profesionales, y no necesitaban exponerse de ese modo.
—Cuéntalos —le ordenó él, para después azotarla con los extremos de las picantes colas del objeto de castigo.
No podía negar que disfrutaba de aquello. Su amo instructor seguía con abierto reconocimiento sus avances como futuro dómine.
Karen gemía y exhalaba después de contar cada azote.
—El flogger no tiene que doler. No tiene que ser una tortura —le había dicho Steven, el verdadero amo, un tipo calvo y musculoso que los instruía—. El escozor y la calentura de la piel deben ser placenteros para la sumisa. La sensación ha de ser como el recuerdo de una caricia estimulante e intensa. Ni muy fuertes ni muy suaves. El punto exacto, Nick.
Y sabía que seguía las instrucciones con disciplina y maestría. Primero, porque no quería hacer daño a Karen, para nada. Y después, y no menos importante, porque quería practicar con Sophie en la intimidad de su casa.
El mundo de la dominación y la sumisión se había colado bajo su piel como si siempre hubiera sido una parte de él, desconocida y oculta. El caso de Amos y Mazmorras había hecho emerger esa parte.
Y Lion Romano, el agente al cargo de la operación, lo había descubierto mucho antes que él mismo.
—Te gusta dominar, Summers —le espetó un día mientras tomaban un café antes de iniciar las clases de domas. No era una pregunta.
Los ojos azules de Romano sonreían por encima de aquella taza blanca que tenía el nombre de la cafetería estampado en negro.
Nick no supo muy bien cómo contestar a aquella afirmación tan abierta, entre otras cosas. Escucharlo en la boca de otro le hacía creer que era cierto.
—Es posible.
—¿Es posible? Los cojones. —Dejó la taza sobre el plato y apoyó los codos sobre la mesa—. Te encanta tener el poder. Disfrutas con ello. Pero te sientes mal contigo mismo, ¿me equivoco?
Nick osciló las pestañas, incómodo al ver que Lion lo leía como un libro abierto. ¿Por qué sabía él todas esas cosas?
—Sé que te gusta porque… Tienes la misma cara que yo cuando hago domas.
—¿Cómo dices?
—Lo que has oído. Te gusta tanto como a mí.
Nick sacó la cartera del bolsillo trasero de su tejano. Ese día le tocaba pagar a él.
—¿Te gusta estar en la misión, Romano?
—No, joder. —Lion se echó a reír como si hubiera soltado un chiste—. Soy un amo. Un amo real. Me gusta porque lo vivo. Es mi modo de vivir.
Entonces Romano captó toda su atención, como si le hubiera abierto el cielo de sus dudas y sus miedos.
—¿Eres amo de verdad?
—Sí.
—¿Haces domas? —Se quedó perplejo.
—Por supuesto.
—¿Y el hecho de que te hayan dado esta misión es por…?
—Ah, eso fue pura casualidad.
—Pura casualidad —repitió Nick, asombrado—. Joder.
—Síp.
Salieron de la cafetería para dirigirse al local en el que esperaban los instructores para sus clases particulares de BDSM. Hacía un sol de mil demonios, y no tardaron en cubrirse los ojos con sus gafas de sol. Cruzaron la avenida Kansas en Petworth, el distrito en el que se hallaba el local clandestino de BDSM.
—¿Y por qué crees que estoy incómodo?
Lion caminó como si fuera el amo de su destino y el mundo estuviera hecho a su medida. Estaba seguro de sí mismo y era justo lo que irradiaba. Ese detalle facilitaba que su equipo confiara plenamente en él. Sus dotes de mando eran inapelables.
—Estás incómodo porque crees que engañas a tu mujer mientras entrenas con Karen.
La verdad lo dejó sin palabras y cabizbajo.
—Es posible.
—No. No es posible. Eso es exactamente lo que te pasa. Pero debes tomarte la instrucción como un mero trabajo. Sé que el BDSM tiene siempre connotaciones sexuales, pero no tienes por qué acostarte con las mujeres a las que hagas la doma. Hay muchas maneras de someterlas, y ellas lo pueden disfrutar igual. A veces, dominar ni siquiera tiene que ver con la copulación y el orgasmo, y nosotros no follamos con nuestros compañeros. Aún —puntualizó—. Por eso, no eres infiel a Sophie.
—Yo no tengo intención de someter a nadie más. Lo hago con Karen porque es mi pareja en esta misión. Pero lo que me trastorna…
—Lo que te está volviendo loco, amigo —aseguró Lion sin miedo a quemarse—, es que te mueres de ganas de hacerle lo mismo a tu mujer. —Se detuvieron frente a la puerta roja del local—. Eres amo, Nick. Tan amo como lo puedo ser yo. Y como estás enamorado de tu esposa, quieres jugar con ella así y mostrarte tal cual eres. Sin máscaras. Pero te acojona que ella no entienda lo que le pides.
—Por supuesto que me acojona. Sophie ni siquiera sabe que soy agente del FBI, joder —gruñó, algo irritado—. Como para decirle ahora que me apetece ponerle el culo rojo.
Lion sonrió divertido.
—No eres el único que oculta su profesión a su esposa. Muchos agentes secretos lo hacen. En cambio, lo otro… Tus deseos de dominarla, al final, tendrás que confesarlos, Summers, porque —apoyó la mano derecha en su hombro y lo señaló con el índice de la otra, para enfatizar lo que iba a decir— una vez que el amo despierta, ya no hay nada que lo vuelva a esconder en su mazmorra. Y más cuando tiene a la mujer que ha elegido y que ama. Necesitarás la dominación en tu vida marital. La necesitarás como el respirar. Y, si no la consigues, entonces, puede que seas infeliz.
—¿Y si Sophie no acepta esa parte de mí? Ni siquiera yo sé qué tipo de amo soy.
—Eres un amo bueno y considerado, eso sin duda. Eres un amo de rango Hank, según Dragones y mazmorras DS. Ahora —le dio una cachetada simpática en la mejilla— céntrate en aprender lo máximo posible. Y piensa que con Karen no tienes nada. El uno para el otro solo sois herramientas de trabajo. Nada más.
—¿Cómo me puedes dar consejos de algo así si no estás en mi misma situación…, si no estás enamorado y perdido como yo?
El agente Romano se sacó las gafas de sol y dio un timbrazo. Se colocó la patilla de sus Ray Ban en el cuello de su camiseta negra y lo miró de reojo.
—Hago domas desde los veinte. Pero estoy enamorado de una chica desde que tenía ocho años. Sigo enamorado de ella y nadie me la va a quitar de la cabeza. Y ella sabe tan poco de este mundo como tu mujer sabe del tuyo.
—¿Ocho años? ¿De qué me hablas?
Lion no iba a contarle más sobre su historia personal, pero continuó con su consejo.
—Es una larga historia… Lo que quiero decirte es que dominar es una necesidad de tu cuerpo, algo que te dicta tu instinto. Puedo hacer domas, puedo haber hecho tantas como días tiene el año… Pero mi corazón lo entregué hace muchísimo tiempo. Y le pertenece a ella.
—¿A la niña de ocho años?
—No, tío… Ahora ya es toda una mujer. Creo que tiene veintiséis. ¿Cuántos tiene Leslie? —se preguntó a sí mismo—. Veintinueve ahora… Sí, entonces ella tiene veintiséis.
—¿Leslie la conoce?
Lion torció el rostro y se obligó a redirigir la conversación.
—En fin, Nick… Las emociones las dejamos al margen, hasta el día que pueda mirar a esa bruja de ojos verdes y pelo rojo y decirle que me deje ser su amo en cuerpo y alma. Que me deje dominarla. Entonces le abriré mi corazón y le daré las llaves de mi mazmorra. Mientras tanto —le empujó la frente con el índice—, cabeza fría y mano dura.
La puerta se abrió automáticamente y entraron en el local.
Vaya, vaya… Así que el duro de Romano estaba enamorado. Tanto como él. Eso lo ponía en la categoría de hombres vulnerables.
Se le había caído un mito.
* * *
—¿Cómo está tu hija, Summers? —le preguntó Leslie Connelly al salir de sus clases de dominación.
La morena era la dómina de Clint, que, después de cada sesión, parecía que se sacaba de encima parte del tormento que ya había hecho suyo. Parecía rejuvenecer.
Para su amigo, al parecer, aquello de ser sometido era una forma de purgar sus pecados. Tal vez, poco a poco, el fantasma de lo que pudo haber sido su amor imposible junto a Misaki se esfumaba con cada azote o spanking que Leslie le propinaba. Y eso era terapéutico.
Clint y Lion hablaban muchísimo y se habían hecho grandes amigos. De hecho, el grupo de cinco agentes había creado fuertes lazos entre ellos y tenían una sólida base de amistad.
Karen y Leslie intercambiaban impresiones sobre las domas, y Leslie lo hablaba también con Nick. La necesidad de dominar había nacido naturalmente en él, pero Leslie, si se lo propusiera, sería una auténtica ama. Tenía actitud y disciplina, e inspiraba mucho respeto.
Nick mostraba orgulloso, a través de las fotos de su móvil, lo rápido que crecía su hija. Cindy estaba hecha un bicho adorable. Era rubia como él y tenía los ojos castaños de Sophie.
—Es un bombón —aseguró Leslie—. Felicidades.
—Tiene la genética de su madre —afirmó Clint, que acababa de salir de la ducha, con el pelo negro mojado y su bolsa de deporte colgada a la espalda.
En el local tenían duchas para que después del ejercicio pudieran asearse.
—No te voy a quitar la razón —dijo Nick guardándose el móvil sonriente. Tenía prisa por llegar a su casa y verlas de nuevo.
Siempre que salía de una doma sentía que traicionaba a Sophie. Por mucha palabrería que le soltara Lion.
Su agente al cargo le había dado un buen consejo: aquello solo era trabajo, no había ni deseo ni corazón.
Pero, aun así, sabía que, si algún día Sophie se enteraba de lo que hacía con Karen, le cortaría los huevos y se divorciaría de él.
Solo pensar en la posibilidad de perderla le volvió ansioso.
Con ese pensamiento y sus deseos enormes de verla y hacerle, por fin, el amor de una manera especial, después de una larguísima y complicada abstinencia, tomó su bolsa y se despidió de sus compañeros.
Era tarde y su sesión de trabajo había acabado.
* * *
Sophie tenía a Cindy en brazos y bailaba con ella en el salón, acompañada de una canción que era mano de santo para que la pequeña se durmiera. No era una canción de cuna, ni sus melodías eran suaves y etéreas… Su hija solo se dormía con Queen of my heart, de Westlife. Nada más y nada menos. Y eso era así por culpa de Nick, que quería convertir a su hija en la futura reina de corazones de la industria musical.
—So here we stand, in our secret place. With a sound of the crowd, So far away… —Sophie acunaba el cuerpecito de Cindy, que cerraba los ojos en cuanto escuchaba el sonido de aquella canción. Sonrió enternecida por su hija, por su confianza en ella, por lo frágil y vulnerable que era. Ese bebé había surgido de su amor por Nick. Nada era más puro que eso—. I’ll allways look back, when I walk away, this memory will last for eternity…
Él era tan buen padre como ella había imaginado, incluso más. Se hacía cargo de las dos, se levantaba de madrugada a calmar a Cindy, y no podía darle de mamar porque no tenía leche. De lo contrario, lo habría hecho por su hija.
Y con ella era un amor. La consolaba siempre en sus bajones posparto. A veces lloraba sin saber el porqué de las lágrimas, y las ganas de tener sexo se le habían ido. Pero la comprensión de Nick lo hacía todo más llevadero. Tanto era así que no lo habían hecho desde que nació Cindy. Él no la había presionado en ningún momento. Le decía que era normal, que tenía que ver con aquello de la depresión posparto, que ya se le pasaría. Sophie se reía de eso: su marido se había leído todos los libros sobre embarazos y padres primerizos.
Y sí. Nick «el sabio» tenía razón.
Las ganas habían vuelto con tanta fuerza que llevaba todo el día pensando en arrancarle la ropa en cuanto lo viera. Pero antes tenía que dormir a Cindy. La acostaría en la cuna y después… prepararía una cena romántica para dos, y retomarían su saludable vida sexual, como siempre.
Había estado tan enfrascada en Cindy que no se había dado cuenta de los cambios de Nick en esos meses. Sus miradas lujuriosas tenían tintes oscuros y seductores, algo que no había visto antes en él.
Cuando la tocaba y la miraba, parecía marcarla a fuego. Era una sensación extraña y excitante.
Nick, de algún modo, se había vuelto más… intenso, y eso que aún no se habían acostado desde que la cría había llegado a sus vidas.
Y Sophie deseaba esa intensidad y comprobar si sus sonrisas y sus gestos de depredador eran de verdad o solo alucinaciones provocadas por su depresión, que ahora parecía alejarse.
* * *
Bailando al son de la música, Sophie no se dio cuenta de que el objeto de sus pensamientos había entrado por la puerta y las contemplaba apoyado en la pared, embelesado por tanta belleza: la de su esposa mimando y durmiendo a su hija.
Nick no sabía cómo agradecer a la vida haber encontrado a Sophie y el milagro de haber creado a Cindy juntos.
¿Acaso eso no era magia? Crear vida.
En silencio, admiró hambriento la recuperada silueta de su mujer. Tenía los pechos más grandes y llenos de leche, y el vientre levemente hinchado. Y esos cambios la hacían aún más hermosa a sus ojos, pues eran el resultado de acarrear con su semilla nueve meses.
Sophie era preciosa, tan bonita y elegante que a veces aún no podía creerse que se hubiera fijado en un paleto como él. Llevaba el pelo recogido en una cola ladeada. Con su blusa larga negra y liviana, sus tejanos bajos y ajustados, y esos zapatitos planos y negros que parecían zapatillas de ballet, estaba para hincarle el diente y hacerle mil maldades diferentes.
¿Le gustaría a Sophie la sorpresa que tenía preparada para ella?
—¿Cindy ya duerme? —La voz de Nick la sorprendió y la asustó. Se llevó una mano al pecho y lo miró algo nerviosa.
—¿Desde cuándo te mueves como los gatos sigilosos? Me has dado un susto de muerte. —Sophie lo regañó al darse la vuelta, pero en cuanto vio la mirada de Nick se sonrojó de golpe. Le estaba mirando los pechos con total descaro—. Yo… quería… darte una sorpresa. Prepararte una cena y…
Nick se acercó a ella y le acarició todo el cuerpo con solo rozarla.
—¿Querías prepararme una cena? —le preguntó él alzando una ceja con total interés.
—Sí… Bueno. Hace mucho que tú y yo no… Bueno, ya sabes. Y yo he estado muy insoportable y tú… —Jugó con los botones de su polo Gant verde oscuro. El cuerpo de Nick había cambiado mucho. Ahora era más ancho y más musculoso, mucho más definido. No había ni un gramo de grasa en su torso ni en ninguna parte de su anatomía—. Y tú me has tratado tan bien…
—¿Quiere decir eso que estás mejor? ¿Que —tragó saliva con nerviosismo— me vas a sacar de la cuarentena?
Sophie abrió los ojos apenada. No se imaginaba que Nick se sintiera así, como si lo hubiera dejado de lado como una enfermedad sin tratar.
—Oh, Nick… —Tomó su rostro entre las manos y se alzó de puntillas—. Lo siento mucho. Desde que nació Cindy, no he tenido tiempo para ti ni para nosotros.
—Eso no importa. Me gusta cuidarte, Sophie —aclaró él tomándola de las muñecas y besando el interior de sus manos—. Pero quiero saber si esta noche por fin podré hacer el amor con mi mujer. Dime que sí, porque yo ya no aguanto más sin tenerte…
Sophie sonrió feliz y excitada.
—¿Te puedes creer que desde ayer no pienso en otra cosa?
—¿Sí?
—Sí.
—¿Y si te dijera que tengo una sorpresa para los dos? Parece que nos hemos comunicado mentalmente. Hoy es nuestro día.
—¿Una sorpresa? —Sophie amaba las sorpresas—. ¿El qué?
—Un juego que creo que nos encantará.
—¿Un juego? —preguntó, muerta de la curiosidad. Desvió la mirada hacia la bolsa negra que Nick había dejado en el suelo, a sus pies—. ¿Ese es el regalo?
—No. Esto es parte del juego.
—¿A qué quieres que juguemos?
—Ya lo verás, princesa. —Le acarició la barbilla con el pulgar y después delineó su labio inferior con él—. Quiero que esta noche juegues conmigo, que nos demos el gusto de fantasear un poco y de retomar nuestra vida sexual con más fuerza que antes…
«Dios, en mi cabeza no sonaba así. Debo parecer un salido».
A Sophie le encantaba el sexo con Nick y lo abierto que era para todo. Tenían una intimidad muy sana y compenetrada. Eran muy cómplices en la cama. Y estaba dispuesta a experimentar cualquier cosa que hiciera el sexo con él mejor de lo que ya era. Además, Nick se lo merecía, por lo que había tenido que aguantar esos seis meses, desde que salió del hospital con Cindy en brazos. Fuera lo que fuese, jugaría. Era Nick, no haría nada que no les gustase a ambos. No había nada malo en su proposición. Confiaba en él a ciegas.
—Si aceptas jugar, no podrás dar marcha atrás y prometerás meterte plenamente en el papel que te adjudicaré.
«Vaya. Se pone interesante».
—Me has puesto caliente, Nick. Quiero jugar contigo —aceptó Sophie con sinceridad.
Los ojos de Nick refulgieron victoriosos. Se relamió los labios y dijo:
—Después pediremos cena si quieres. Ahora solo quiero meterme entre tus piernas.
—Oh… Vaya… —Parpadeó impresionada por la crudeza de sus palabras.
Nick sabía perfectamente que Sophie estaba evaluando su nuevo tono. Su esposa no se podía imaginar la de barbaridades que estaba dispuesto a decirle en la cama a partir de ahora que había descubierto su lado más caliente. Ladeó la cabeza a un lado y le preguntó:
—¿Te da vergüenza que te hable así?
—¿Vergüenza? No. No, para nada. Me gusta —afirmó, echando un nuevo vistazo a la bolsa—. ¿Me vas a decir lo que hay ahí o no?
Nick se agachó y abrió la bolsa para sacar un traje de doncella, de época y de color rosa palo. No se le había ocurrido nada mejor para atarla y empezar a someterla que jugar a piratas y secuestros. En ese primer juego, él vería la aceptación de Sophie ante las cuerdas, la reducción, los nudos y todo lo que vendría a continuación.
—Quiero que te pongas este vestido.
—¿Vamos a jugar a los disfraces? —Se le escapó una risa nerviosa—. ¿Yo voy de princesa y tú de…?
—De pirata. —Se levantó con toda su estatura y cogió el parche, la camisa blanca de franela, las botas hasta la rodilla y los pantalones negros ajustados—. Y voy a secuestrarte y a hacerte maldades.
Ella dibujó una sonrisa expectante con los labios. Se encogió de hombros y aceptó el trato:
—Muy bien, pirata Nick. —Puso voz fingida de damisela en apuros—. Y cuando tenga mi vestido puesto, ¿qué debo de hacer?
—Esconderte, preciosa —le dijo él con voz grave—, y rezar para que no te encuentre.
El cuerpo de Sophie reaccionó ante aquella amenaza velada. Los pezones se le erizaron y el vientre sufrió un espasmo de placer anticipado.
—¿Serás malo conmigo si me coges? —parpadeó metiéndose en el papel.
—El peor de todos.
—Mmm… Entonces —le guiñó un ojo y se dio la vuelta para correr hasta una de las habitaciones— más vale que me dé prisa y empiece a correr cuando salga con el vestido puesto.
—No te servirá de nada. Pero corre cuanto quieras… A los piratas nos encanta la caza. Ah, y Sophie…, lo que pase formará parte de un juego. Me meteré en el papel. ¿Tú también lo harás?
—Claro, señor. Ardo en deseos de que me cace —respondió en una media burla.
Cerró la puerta tras ella, con el corazón emocionado a punto de salírsele del pecho.
Nick estaba tan excitado y tan nervioso por aquella nueva experiencia en su matrimonio que la sangre se le había ido toda a la entrepierna, y estaba tan duro que podría dar porrazos.
Sophie no tenía ni idea, pero acababa de llamarlo «señor», como si fuera su amo. Esa noche, su matrimonio iba a cambiar para siempre. Posiblemente se iba a convertir en uno más excitante y aventurero.
En un matrimonio imprevisible y nada monótono.
¿Por qué no?