CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
Grace
1 °C
Los copos, delicados y ligeros como pétalos, atravesaban flotando el oscuro cuadrado de mi ventana. Era la primera vez que respondía al teléfono después del accidente, y no lo habría hecho si no hubiera visto en la pantalla el nombre de la única persona con la que llevaba días intentando hablar.
—¿Olivia?
—¿Gra… Grace?
Era ella, aunque apenas reconocí su voz. Sollozaba.
—Oli, no llores… ¿Qué te pasa? —pregunté, sintiéndome estúpida; sabía perfectamente lo que le pasaba.
—¿Te… te acuerdas de cuando te dije que sabía lo de los lobos? —Olivia jadeaba entre palabra y palabra—. No te conté que tuve que ir al hospital. Jack…
—Te mordió —afirmé.
—Sí —musitó Olivia—. Creí que no me iba a afectar, porque los días pasaban y yo estaba como siempre.
Se me aflojaron las piernas.
—¿Te has transformado?
—Yo no… no puedo… si me ve alguien…
Cerré los ojos imaginándome la escena.
Menudo panorama.
—¿Dónde estás ahora?
—En la pa… parada del autobús —hizo una pausa y se sorbió los mocos—. Hace fr… frío.
—Ay, Olivia. Ven a mi casa, anda. Quédate conmigo esta noche e intentaremos buscar una solución. Iría a buscarte, pero estoy sin coche.
Olivia empezó a sollozar otra vez.
Me levanté y cerré la puerta de la habitación, aunque estaba segura de que mi madre no podía oírme; al fin y al cabo, estaba arriba, en su estudio.
—Oli, no llores. No te voy a montar una escena. Vi a Sam transformarse y no perdí los nervios. Ya sé lo que es. Así que tranquilízate, ¿vale? Siento no poder ir a buscarte. Tendrás que venir tú.
Estuve unos minutos más tratando de calmarla, y luego le dije que dejaría la puerta principal abierta para que pudiese pasar. Por primera vez desde el accidente, me sentía cercana a mí misma.
Olivia llegó con los ojos enrojecidos y la cara hinchada. Le busqué algo de ropa limpia y le dije que se diera una ducha; luego me senté en la tapa del váter mientras ella se quedaba bajo el chorro de agua caliente.
—Te contaré mi historia si tú me cuentas la tuya —le propuse—. Me gustaría saber cuándo te mordió Jack.
—Ya te conté que lo conocí mientras hacía fotos a los lobos, y que estuve varios días llevándole comida. Fui una tonta al ocultártelo… Me sentía tan culpable por nuestra discusión que no quise decírtelo. Después empecé a faltar a clase para ayudarle, y pensé que si te lo decía creerías que… Ya ni siquiera sé qué pensé. Lo siento.
—Lo hecho, hecho está —sentencié—. ¿Cómo se portaba contigo Jack? ¿Te obligó a ayudarlo?
—No —respondió Olivia—. Era bastante agradable, al menos cuando las cosas marchaban a su modo. Una vez se transformó y se puso hecho una furia, pero lo disculpé porque me pareció algo muy doloroso. Se pasaba todo el rato preguntando por los lobos y pidiéndome que le enseñara fotos, y cuando se enteró de que a ti también te habían mordido…
—¿Cómo que se enteró?
—¡Está bien, se lo dije yo! ¡No imaginé que fuera a ponerse así! Después de enterarse, se obsesionó con que había una forma de curarse, y no hacía más que pedirme que se la explicara. Y luego, me… me… —Se enjugó las lágrimas—. Me mordió.
—Espera un momento. ¿Te mordió siendo humano?
—Sí.
Me estremecí.
—Qué horror. Menudo cabrón. ¿Y llevas todo este tiempo sin decírselo a nadie?
—¿A quién se lo iba a decir? —repuso Olivia—. Me pareció que Sam era uno de ellos, porque me sonaba haber visto sus ojos en las fotos de los lobos. Pero, cuando me dijo que llevaba lentillas, pensé que me habría equivocado o que no estaba dispuesto a ayudarme.
—Tendrías que habérmelo dicho a mí. Yo ya te había hablado de los licántropos.
—Lo sé, pero me sentía muy… culpable. Muy estúpida —dijo, cerrando el grifo—. Yo qué sé. De todos modos, no puedo hacer nada para curarme, ¿no? ¿Cómo es que Sam pasaba tanto tiempo siendo humano? Le vi muchas veces. Te esperaba en el Bronco a la salida de clase, y nunca se transformaba.
Le pasé una toalla por encima de la barra de la cortina.
—Ven a mi habitación y te lo diré.
Olivia se quedó a dormir conmigo. Se movía tanto que terminó por construirse junto a mi cama una especie de nido con sábanas y con mi saco de dormir, para que las dos pudiéramos conciliar el sueño. Después de un desayuno tardío, fuimos al centro para que Olivia pudiera comprar un cepillo de dientes y otras cosas de primera necesidad; mi madre se había ido con mi padre al trabajo, así que pude usar su coche. Cuando volvíamos de la tienda, sonó mi teléfono móvil. Olivia lo cogió y leyó en voz alta el número.
Era Beck. La verdad, no sabía si quería hablar con él. Suspiré y agarré el teléfono.
—¿Hola?
—¿Grace?
—Sí.
—Perdona que te llame —dijo Beck con voz átona—. Sé que los últimos días han debido de ser muy difíciles para ti.
¿Esperaría que dijera algo? Deseé que no, porque no se me ocurría nada que decir. Tenía la mente nublada.
—¿Grace?
—Sigo aquí.
—Te llamo por Jack. Está mejor; parece más estable, y dentro de poco se transformará para el invierno. Sin embargo, creo que todavía le quedan un par de semanas de cambios inesperados.
En aquel momento estaba demasiado atontada para darme cuenta de hasta qué punto aquello era una muestra de confianza. Aun así, me sentí vagamente halagada.
—¿Entonces, ya no lo tienes encerrado en el baño?
Beck respondió con una carcajada seca pero agradable.
—No, ha recibido un ascenso y ahora está en el sótano. Lo que pasa es que yo… yo también voy a transformarme pronto. Esta mañana me ha faltado poco. Y eso dejará a Jack en una situación muy precaria durante las próximas semanas. Odio pedirte esto porque te expones a que te muerda, pero ¿te importaría cuidar de él hasta que se transforme definitivamente?
Esperé un segundo antes de contestar.
—Beck, a mí ya me mordieron.
—¿Qué dices?
—No, no —aclaré, apresurada—. No ocurrió ahora. Hace mucho tiempo.
—Tú eres la niña a la que Sam rescató, ¿verdad? —preguntó Beck con voz extraña, como ahogada.
—Sí.
—Pero nunca llegaste a transformarte.
—No.
—¿Cuándo conociste a Sam?
—En persona, este año. Pero lo observaba todos los inviernos desde el año en que me salvó.
Me interrumpí un momento: acabábamos de llegar a casa. Detuve el coche, pero no apagué el motor. Olivia se inclinó sobre el salpicadero, subió la temperatura de la calefacción y se arrellanó en su asiento con los ojos cerrados. Respiré hondo y seguí hablando.
—Me gustaría ir a visitarte antes de que te transformes para hablar contigo. Si te parece bien, claro.
—Me parece estupendo. Pero tendrás que darte prisa; me falta muy poco para alcanzar el punto de no retorno.
Mierda: mi teléfono pitaba anunciando otra llamada.
—¿Te va bien esta tarde? —sugerí.
—De acuerdo.
—Nos vemos entonces. Lo siento, tengo que colgar. Me está llamando alguien.
Colgué y pulse el botón para recibir la segunda llamada.
—Joder, Grace, ¿cuánto tiempo pensabas tenerme esperando? ¿Dieciocho tonos? ¿Veinte? ¿Cien?
Era Isabel. No hablaba con ella desde el día posterior al accidente, cuando la había llamado para decirle dónde estaba Jack y lo que le había hecho a Olivia.
—Mira, Isabel, en un día normal yo estaría en clase y me habría ganado una bronca por tener el teléfono encendido —contesté.
—Sé que no estás en clase. En fin, qué más da. Necesito tu ayuda. Ha aparecido otro caso de meningitis en la clínica donde ayuda mi madre. Fui con ella ayer y le saqué sangre al enfermo. Tres tubos, nada menos.
Parpadeé, sin entender bien a qué venía todo aquello.
—¿Que has hecho qué? ¿Por qué?
—¿Pero tú no eras la primera de tu clase, Grace? ¡Debes de tener un enchufe que no veas! A ver, céntrate: mientras mi madre hablaba por teléfono, fingí que era una enfermera y le saqué sangre a aquel tipo. Sangre infectada, ¿entiendes?
—Pero ¿sabes sacar sangre?
—¡Pues claro que sé! Está chupado. A ver, ¿aún no adivinas de qué te hablo? Tres tubos: uno para Jack, otro para Sam y otro para Olivia. Necesito que me ayudes a traer a Jack a la clínica. La sangre está en el refrigerador que tienen allí. No quiero sacarla por si las bacterias se mueren o mutan o hacen alguna cosa rara. El caso es que no sé cómo ir a la casa donde está Jack.
—¿Quieres inyectarles el virus para que cojan la meningitis?
—No, para que cojan la malaria, ¿no te fastidia? Pues claro, boba. Claro que quiero que se contagien de meningitis. Por si no lo recuerdas, el síntoma principal es… ¡tacháaan! Fiebre altísima. Mira, la verdad es que me da igual lo que hagas con Sam y Olivia; ni siquiera estoy segura de que pueda funcionar en Sam, siendo lobo. Pero pensé que tenía que conseguir suficiente sangre para los tres si quería que me ayudaras.
—Isabel, te habría ayudado de todos modos —suspiré—. Te voy a dar la dirección. Nos vemos allí en una hora.