CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
Sam
9 °C
Nunca me olvidaría de la cara de Shelby cuando me preguntó si quería ver sus cicatrices.
—¿Qué cicatrices? —inquirí.
—Las que me hicieron los lobos cuando me atacaron.
—No.
A pesar de todo, me las mostró. Su vientre era un amasijo de piel cicatrizada que desaparecía bajo el sujetador.
—Me dejaron la barriga como una hamburguesa cruda.
Yo no quería saber más detalles, pero a Shelby le daba igual.
—Debe de ser horrible morir a nuestras manos. No creo que haya una muerte peor —dijo sin bajarse la blusa.