CAPÍTULO DIECIOCHO

Grace
3 °C

Hojas

Aquella noche Sam volvió a dormir en mi cama, castamente acurrucado en el borde del colchón. Sin embargo, durante la noche nuestros cuerpos decidieron acercarse por su cuenta. Abrí un ojo muy de mañana, antes de que amaneciera. A la luz de la luna, descubrí que estaba apoyada en la espalda de Sam, con los brazos cruzados sobre el pecho como una momia. Admiré en la penumbra la curva de su hombro, y algo en aquella forma, en el gesto que sugería, despertó en mí un amor desatado y tumultuoso. Su cuerpo cálido olía tan bien —a lobo, a leña, a hogar— que apoyé la barbilla en el hueco de su hombro y volví a cerrar los ojos. Él soltó un suave gemido y se pegó aún más a mí.

Antes de quedarme dormida de nuevo, mientras mi respiración se apaciguaba lentamente hasta acompasarse con la de Sam, me cruzó por la mente una idea de una intensidad abrasadora: «No puedo vivir sin esto».

Tenía que haber una cura para Sam.