CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
Sam
No había solución: iba a perderla de cualquiera de las dos formas.
Si Cole no la hubiera vuelto a infectar, la habría perdido en la cama del hospital.
Y ahora, con la toxina de lobo corriendo por sus venas, la he perdido en el bosque. Como a todas las demás personas a las que quiero.
Así que este soy yo ahora: un chico vigilado por los ojos recelosos de los padres de Grace, que no pueden probar que yo haya secuestrado a su hija aunque están convencidos de ello. Un chico vigilante, porque el rencor de Tom Culpeper es cada vez más palpable en el pueblo, y no, no pienso enterrar el cuerpo de Grace. Un chico que espera, porque lo único que me hace seguir es la perspectiva de que llegue el calor del verano y alguien salga de ese bosque a mi encuentro. Soy un chico que espera a su chica de verano.
El destino debe de estarse riendo a carcajadas, porque ahora soy yo el humano condenado a despedirse de su amor una y otra vez, immer wieder, siempre de la misma forma, cada invierno, perdiéndola un poco más cada año a menos que encuentre una cura. Una cura de verdad, no otro truco barato.
Por supuesto, no se trata solo de una cura para Grace; dentro de diez o quince años me hará falta a mi, y a Cole, y a Olivia. Y en cuanto a Beck… ¿seguirá su mente dormida bajo su pelaje de lobo?
Así que sigo observándola como siempre he hecho, y ella me contempla a mí con sus ojos marrones encerrados en el rostro de una loba.
Esta es la historia de un chico que dejó de ser lobo y de una chica que empezó a serlo.
Pero no voy a permitir que esto sea un adiós. He plegado mil recuerdos de papel que nos contienen a Grace y a mí, y ya he pedido mi deseo.
Encontraré una cura. Y luego encontraré a Grace.