CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Sam

Hojas

La casa estaba hecha un desastre. Cuando entré en el salón, lo primero que vi fue a Cole con una escoba y un recogedor una visión aún más absurda que la de su cuerpo convirtiéndose en el de un lobo. Solo después me di cuenta de los cristales rotos y los muebles tirados que había a su alrededor

—Ah… —jadeó Grace a mi espalda.

Cole se dio la vuelta al oírla; me alivió ver que al menos parecía sorprendido, aunque no arrepentido.

Me quedé sin palabras. Cada vez que trataba de acercarme a Cole, él añadía más leña al fuego. ¿Estaría el resto de la casa igual, o se habría limitado a destrozar el salón?

Grace, sin embargo, se limitó a mirarle con la cabeza inclinada.

—¿Problemas? —preguntó, con la sombra de una sonrisa en la voz.

Para mi enorme sorpresa, Cole le respondió con una mueca compungida e inconfundiblemente arrepentida.

—Se han colado unos gatos salvajes —dijo con una sonrisa—. Tranquilo, Sam, estoy en ello.

Grace me miró frunciendo el ceño, y supe que me estaba pidiendo sin palabras que fuera más amable con Cole. Intenté recordar si alguna vez había estado simpático con él. Estaba seguro de que sí, al menos al principio.

Le devolví la mirada a Grace. A la luz del salón parecía gris y cansada, como si su piel transparentara las sombras de debajo. Pensé que tendría que estar en la cama, en su casa. Me pregunté dónde estarían sus padres y a qué hora volverían.

—Voy a buscar el aspirador —le dije, alzando el tono al final como si fuera una pregunta.

En realidad, lo que quería decir era: «¿Te importa quedarte a solas con él?».

Grace asintió.

—Buena idea.

Grace

Así que aquel era Cole St. Clair. Era el primer músico famoso que veía en carne y hueso, y la verdad es que no me decepcionó. A pesar de la escoba y el recogedor, tenía toda la pinta de ser una estrella del rock: irreal, tenso, peligroso. Pero creo que Sam se equivocaba al decir que su mirada estaba vacía.

A mí sus ojos me parecían llenos de cosas, aunque tampoco es que se me diera muy bien juzgar a la gente a simple vista.

—Así que tú eres Cole —dije sin más.

—Y tú, Grace.

Me sorprendió que supiera mi nombre.

—Sí —contesté, abriéndome camino entre los trastos hasta llegar a una silla.

Me dejé caer en ella: estaba empezando a sentirme como si alguien me apedreara por dentro. Volví a mirar a Cole, pensando que si Beck lo había escogido para reemplazar a Sam, tal vez hubiera que concederle el beneficio de la duda. Eché un vistazo hacia las escaleras para asegurarme de que Sam no estaba de vuelta, y dije:

—Bueno. ¿Es lo que esperabas?

Cole

Me gustó la novia de Sam antes de que abriera la boca, y cuando empezó a hablar me gustó todavía más. No era el tipo de chica que me habría imaginado para Sam. Resultaba guapa sin ser espectacular, y tenía una voz estupenda: serena, decidida, personal.

Al principio no entendí su pregunta. Al ver que yo no respondía, se explicó:

—Me refiero a lo de ser un lobo.

Me encantó que lo dijera así, sin más.

—Es mejor aún —dije, admitiendo la verdad antes de darme tiempo para censurarla.

Al ver que Grace no me miraba con asco como Isabel, me animé a contarle el resto.

—Quise convertirme en lobo para olvidarme de mí mismo, y eso es justo lo que conseguí. Cuando soy lobo, solo pienso en estar con la manada. No pienso en el futuro, ni en el pasado, ni en quién soy: no me importa nada de eso. Solo existe el momento, estar con los demás lobos, percibir lo que me rodea con los cinco sentidos. Sin limitaciones. Sin expectativas. Es increíble. Es la mejor droga que existe.

Grace me sonrió como si le hubiera hecho un regalo. Tenía una expresión agradable, cómplice y sincera, y al verla se me pase por la cabeza que haría cualquier cosa para ser su amigo y volver a ganarme esa sonrisa. Recordé lo que Isabel me había contado de Grace: que la habían mordido, pero nunca había llegado a transformarse. Me pregunté si se alegraría o se sentiría decepcionada.

Así que se lo pregunté.

—¿Te fastidia no haberte transformado?

Ella se observó la mano, que tenía posada en el estómago y luego echó un vistazo furtivo al pasillo.

—Siempre me he preguntado cómo será —dijo al fin—. Siempre me he sentido fuera de lugar, como si estuviera en tierra de nadie. Siempre he querido… no sé —se interrumpió—. ¿Te has llevado el aspirador de paseo, Sam?

Miré a la puerta: Sam estaba de vuelta, cargado con un aspirador de tamaño industrial. Aunque solo había estado fue unos minutos, la habitación parecía más brillante ahora que Grace y él estaban juntos de nuevo, como si su simple proximidad produjera luz. Grace observó el avance tambaleante de Sam con una sonrisa que parecía reservada exclusivamente para él, y él le respondió con una mirada cómicamente furiosa que hablaba de noches y noches de conversaciones en la oscuridad.

Aquello me hizo pensar en lo que había pasado en casa de Isabel. Nosotros no llegábamos a lo que tenían Sam y Grace; ni siquiera nos acercábamos. Pensé en lo nuestro, y decidí que ni pasando mil años juntos podríamos alcanzar aquel nivel de proximidad.

De repente me alegré de haberme marchado dejando a Isabel sola en su habitación. Normalmente evitaba recordar mi costumbre de envenenar todo lo que pasaba por mis manos, pero por una vez me permití pensar en ello para convencerme de que había hecho lo correcto. Tal vez no pudiera evitar explotar, pero al menos podía procurar que la onda expansiva no alcanzara a nadie más que a mí.

Grace

Me sentí mal por quedarme sentada en la silla mirando cómo Sam y Cole limpiaban. Cualquier otro día, me habría levantado de un salto para ayudarlos. No me importaba nada hacer trabajos como aquel; de hecho, me gustaba. Recoger una habitación tan desastrosa como aquella era satisfactorio, porque al acabar daba la impresión de que se había conseguido algo.

Sin embargo, aquella noche no fui capaz de levantarme; bastante tenía con mantener los ojos abiertos. Me sentía como si llevara todo el día luchando contra algo invisible y estuviera empezando a perder la batalla. Tenía la impresión de que mi estómago estaba lleno de algo viscoso y caliente, y me imaginé la sangre chapoteando en su interior. Mi piel ardía, ardía, ardía.

Sam y Cole colaboraban en silencio: mientras Cole se agachaba para barrer los fragmentos más pequeños, Sam recogía los grandes con el aspirador. Me alegró verlos trabajar juntos, porque seguía pensando que Beck tenía que haber visto algo en Cole. No podía ser una coincidencia que hubiera traído a otro músico; no habría hecho algo tan arriesgado como contagiar a un tipo famoso si no hubiera tenido una buena razón. Tal vez pensara que si Sam conseguía seguir siendo humano, Cole y él podrían ser amigos.

De hecho, a Sam le vendría bien tener un amigo si yo…

Recordé la cara de Cole al preguntarme si me fastidiaba no haberme transformado.

En el pasado me había imaginado muchas veces que era una loba. Que me escapaba con el Sam lobo al bosque dorado, lejos de la indiferencia de mis padres y del estruendo de los huma nos. Y luego, cuando había creído que el bosque iba a arrebatarme a Sam, volví a soñar que me transformaba y me iba con él.

A Sam le aterrorizaba volver a ser lobo. Pero ahora, finalmente, Cole me había mostrado la otra cara de la moneda: «Solo existe el momento, estar con los demás lobos, percibir lo que me rodea con los cinco sentidos».

Sí.

Tal vez no estuviera tan mal: tenía sus compensaciones. Notar el suelo del bosque bajo mis patas, ver y oler todo con sentidos completamente nuevos. Formar parte de la manada, de la naturaleza. Tal vez no fuera tan terrible perder aquella batalla. Vivir en aquellos bosques que amaba no parecía un sacrificio tan grande.

Pero entonces pensé en la pila de libros a medio leer que tenía en la estantería de mi cuarto. Me imaginé recostada en la cama, mis piernas entrelazadas con las de Sam, él leyendo una vela y yo estudiando. Sentada con él en su coche, dando una vuelta con las ventanillas bajadas. Paseando con él de la mano por el campus de una universidad. Viviendo en un apartamento lleno de cosas nuestras, mirando un anillo en la palma de su mano, existiendo después del instituto, existiendo como Grace.

Cerré los ojos.

Todo me dolía. Todo, y no podía hacer nada para remediarlo. La promesa del bosque parecía distinta cuando no había otra opción.

Sam

Pensé que estaba cansada; al fin y al cabo, había sido un día muy largo. No dije nada hasta que Cole se dio cuenta.

—¿Se ha quedado frita mientras pasábamos el aspirador? —preguntó con un brillo divertido en los ojos, como si Grace fuera una niña pequeña que tuviera por costumbre dormirse en los lugares más insospechados.

Observé sus ojos cerrados y su respiración lenta, y sentí una punzada de ansiedad. Pero entonces Grace se movió y mi corazón volvió a latir.

Miré el reloj: sus padres no tardarían en llegar a casa. No podía dejarla dormirse otra vez.

—Grace.

—¿Mmm? —murmuró ella, sin levantar la cabeza del brazo del sillón.

—¿A qué hora te dijeron tus padres que volvieras?

Grace se despabiló de repente y me miró. Me di cuenta de que no había sido sincera conmigo.

—¿Saben que has salido? —pregunté, con una sensación creciente de ahogo.

Grace apartó la mirada, con las mejillas enrojecidas y peor cara que antes. Nunca la había visto tan avergonzada.

—Debería llegar a casa antes que ellos. Y volverán más o menos a medianoche.

—Es decir, ya —apuntó Cole.

Durante un instante mudo supe que Grace y yo estábamos pensando lo mismo: no queríamos que ese día terminase. No queríamos separamos y metemos en dos camas frías, lejos el uno del otro. Pero no hubiera servido de nada reconocerlo en voz alta

—Pareces muy cansada —afirmé—. Te vendría bien dormir un poco.

No era eso lo que quería decir. En mi interior estaba rabiando por agarrarle la mano, guiarla hasta llegar a mi habitación y susurrarle: «Quédate. Quédate».

Pero eso me habría convertido en la clase de persona que su padre creía que era.

—No quiero irme —suspiró Grace.

Me agaché junto a ella para ponerme a la altura de su cara, que aún tenía apoyada en el brazo de la butaca. Parecía una niña; solo al ver su expresión indefensa me di cuenta de la intensidad que Grace emanaba normalmente.

—Tampoco yo quiero que te vayas —murmuré—, pero es mejor que no te metas en más líos con tus padres. ¿Te ves con fuerzas para conducir?

—Más me vale, porque mañana necesito el coche. Ah bueno, no. Mañana hay reuniones de evaluación y se suspenden las clases. Pero lo necesitaré pasado mañana.

Se levantó con pesadez. Cole y yo nos quedamos mirándola mientras sacaba las llaves del coche y las sostenía en la palma de la mano como si no supiera qué hacer con ellas.

No quería que se fuera, pero sobre todo no quería que condujera.

—Puedo llevar yo el coche de Grace —propuso Cole.

Lo miré desconcertado y él se encogió de hombros.

—Yo llevo su coche mientras tú llevas a Grace en el tuyo. Después me traes de vuelta, a no ser que… —volvió a encogerse de hombros.

Grace me miró con cara de estar deseando que yo accediera.

—De acuerdo —asentí.

—Gracias —le dijo Grace a Cole.

—De nada.

Me costaba creer que Cole se hubiera transformado de repente en un tipo amable, y deseé que no hiciera el loco con el coche. Pero no era capaz de renunciar a la oportunidad de pasar un rato más con Grace, y especialmente de saber que llegaba a su casa sana y salva.

Así que los tres emprendimos la marcha: Cole solo detrás de nosotros, conduciendo el coche de Grace, y nosotros dos en mi coche. No solté la mano de Grace en todo el camino. Cuando llegamos a la casa. Cole aparcó en la entrada mientras Grace se inclinaba para besarme. Empezamos a darnos un beso corto de circunstancias, pero de pronto me di cuenta de que había abierto la boca y Grace me aferraba la camiseta, y solo podía pensar en que no quería separarme de ella, no podía separarme de ella, y…

… y entonces Cole dio unos golpecitos en la ventanilla. Lo miré: temblaba de frío. Bajé el cristal sin saber qué cara poner.

—El padre de Grace está mirando por la ventana, así que tal vez prefieras dejar de meterle la lengua en la boca a su hija. Y tú deberías darte prisa —dijo dirigiéndose a Grace—, porque voy a necesitar que Sam recoja mi ropa del suelo en unos cinco segundos y preferiría ahorrarle a tu padre el espectáculo.

Grace abrió los ojos de par en par.

—¿Están en casa?

Cole señaló con la barbilla el coche que había aparcado detrás del de Grace y ella se quedó mirándolo sin decir nada. Así que era verdad: había salido sin permiso.

—Dijeron que llegarían tarde. Siempre vuelven de madrugada cuando van a esos encuentros.

—Voy contigo —dije, aunque me apetecía tanto como tirarme a un pozo.

Cole me miró como si me leyera los pensamientos, y Grace negó con la cabeza.

—No. Será más fácil para mí si no estás. No quiero que empiecen a gritarte.

—Grace…

—No. No voy a cambiar de idea. No te preocupes, me las arreglaré. Esto tenía que ocurrir tarde o temprano.

Le di un último beso a Grace, le deseé buena suerte, la observe marchar y después abrí la puerta del coche para que los vecinos no vieran cómo Cole se transformaba. Un resumen perfecto de la vida de Sam Roth en menos de dos minutos.

Cole se acuclilló estremecido sobre el asfalto.

—¿Por qué está castigada? —preguntó levantando la mirada hacia mí.

Volví la cabeza para asegurarme de que los padres de Grace no nos estaban vigilando.

—Porque sus padres, que llevan años haciendo su vida sin preocuparse por Grace en absoluto, decidieron que yo les caía mal. Supongo que el hecho de que nos encontraran durmiendo en la misma cama tendría algo que ver.

Cole enarcó las cejas sin hacer ningún comentario, y luego agachó la cabeza para aguantar una convulsión.

—¿Es cierto que la encerraron en un coche y estuvo a punto de asarse?

—Sí. Ese momento es una metáfora de toda su relación.

—Muy bonito —opinó Cole. Tras una breve pausa, añadió—: ¿Por qué no funciona esto? Pensé que esta vez sí que me iba a convertir.

Ya olía a lobo. Asentí con la cabeza.

—Es que estás hablando conmigo al mismo tiempo. Déjate ir.

Ahora Cole estaba agachado, con las manos apoyadas en el asfalto y una rodilla doblada. Parecía un corredor esperando el pistoletazo de salida.

—La otra noche no pensé que…

Le interrumpí; ya era hora de que le dijera lo que hubiera debido decirle desde el principio.

—Cuando me recogió Beck yo no era nadie, Cole. Estaba ido, completamente roto por dentro. Apenas comía, y me ponía a gritar cada vez que oía un grifo abierto. Esto me lo han contado, porque yo ni siquiera me acuerdo. Tengo unas lagunas enormes. Ahora estoy mucho mejor, pero sé que aún quedan cicatrices en mi mente. ¿Quién soy yo para cuestionar que Beck te escogiera? No soy nadie, Cole.

Él me miró con una expresión extraña y después vomitó sobre la carretera. Sin parar de temblar y de sacudirse, retrocedió abandonando su cuerpo humano y se debatió hasta desgarrar la camiseta. El Cole lobo se quedó temblando en la acera un buen rato, hasta que conseguí convencerle de que entrara en el bosque.

Luego me quedé unos minutos junto al coche contemplando la casa de Grace, esperando a que se encendiera la luz de su habitación e imaginándome allí con ella. Echaba de menos el susurro que hacía Grace al pasar las páginas de sus libros de texto mientras yo escuchaba música en su cuarto. Echaba de menos el tacto helado de sus pies en mis piernas cuando se metía en la cama junto a mi. Echaba de menos su sombra cuando se asomaba para ver la página del libro que yo estaba leyendo. Echaba de menos el olor de su cabello, y el sonido de su respiración, y mi ejemplar de Rilke sobre su mesilla, y su toalla mojada extendida en el respaldo de la silla del escritorio. Había pasado el día entero con ella, así que hubiera debido estar satisfecho. Pero lo único que había conseguido era añorarla todavía más.