CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Sam

Hojas

Nunca había trabajado tanto en mi música como durante las dos primeras horas que pasamos en el estudio. Una vez Dmitra se convenció de que yo no era un simple imitador de Elliott Smith, empezó trabajar a toda máquina. Repasamos las estrofas una y otra vez, a veces probando un arreglo diferente, otras veces grabando una guitarra rítmica adicional sobre los punteos o añadiendo efectos de percusión. En algunas pistas grabé segundas y terceras voces, hasta conseguir un coro de Sams que cantaban a la vez en pleno esplendor polifónico.

Era genial, irreal, agotador. Estaba empezando a acusar lo poco que había dormido la noche anterior.

—¿Por qué no te tomas cinco minutos de descanso? —sugirió Dmitra al cabo de unas horas—. Aprovecha para estirar las piernas, ir al baño o tomar un café mientras yo mezclo lo que hemos grabado hasta ahora. Estás empezando a perder un poco de frescura, y tu novia tiene pinta de echarte de menos.

—¡Pero si solo estoy aquí sentada! —protestó Grace.

Sonreí, dejé los auriculares junto a la guitarra y entré en la sala principal. Grace estaba arrellanada en el sofá, con el perro a los pies y cara de estar tan cansada como yo. Me quedé a su lado mientras Dmitra me mostraba la onda de mi voz en la pantalla del ordenador. Grace me abrazó las caderas y apoyó la mejilla en mi pierna.

—Sonabas estupendamente.

Dmitra pulsó un botón y mi voz empezó a sonar por los altavoces comprimida, ecualizada y mejorada. No parecía yo. O tal vez sí; sonaba como yo, pero oído por la radio. Como yo, oído desde fuera de mí. Crucé los brazos y me encajé las manos bajo los sobacos mientras escuchaba Si era tan fácil conseguir que cualquiera sonara como un profesional, no sabía por qué no se lanzaba todo el mundo a grabar en un estudio.

—Me gusta —dije—. No sé lo que has hecho, pero ha quedado muy bien.

Dmitra siguió pulsando botones y controles sin darse la vuelta.

—Todo el mérito es tuyo, guapo. Yo todavía no he hecho gran cosa.

—Sí, ya —dije sin querer creérmelo—. Oye, ¿dónde está el baño?

Grace señaló el pasillo con la barbilla.

—Gira a la izquierda en la cocina.

Acaricié la cabeza de Grace, y al llegar a la oreja le hice cosquillas hasta que me soltó la pierna. Luego me interné en el laberinto de pasillos, donde sí que olía inconfundiblemente a tabaco. Las paredes estaban cubiertas de fotos y fundas de discos enmarcadas y firmadas, y cuando salí del baño me entretuve un rato examinándolas. Tal vez Karyn tuviera razón al decir que podían averiguarse muchas cosas sobre una persona estudiando los libros que leía; lo que no sabía era que se podía descubrir aún más analizando la música que escuchaba. A juzgar por lo que se veía en las paredes, los gustos de Dmitra se movían en torno al dance y la música electrónica; tenía una colección impresionante de carátulas, que admiré aunque aquellos grupos no me gustaban especialmente. También me sorprendió ver decenas de discos suecos, y decidí tomarle un poco el pelo a Dmitra cuando volviera al estudio.

En ocasiones, los ojos ven cosas que el cerebro no registra. Pasa a veces, cuando coges un periódico y te aparece en la cabeza una frase que aún no has leído conscientemente. O cuando en tras en una habitación y adviertes que hay algo fuera de lugar antes de que te dé tiempo a examinarla.

Eso fue lo que me ocurrió entonces: de pronto me dio la impresión de que había visto la cara de Cole, aunque no sabía dónde. Volví a fijarme en la pared y recorrí con la mirada las portadas de los discos, más detenidamente que antes. Me fijé en los diseños, los títulos y los nombres de los grupos, en busca de lo que me había llamado la atención.

Hasta que lo encontré. Era una foto más grande que las demás, porque no era la funda de un disco sino una portada de revista. Mostraba a un chico saltando hacia el espectador mientras los otros dos miembros de su grupo le observaban. Era una foto muy conocida, y recordaba haberla visto antes. La primera vez me había sorprendido la forma en que el chico saltaba hacia la cámara con los brazos desplegados a los lados, como si lo único que le importara fuera aquel vuelo y no le preocupara nada lo que podría ocurrir cuando aterrizase. También me sonaba el titular de la revista, escrito con el mismo tipo de letra que había usado el grupo en la carátula de su primer disco: «Explosión: el líder de NARKOTIKA habla del éxito antes de los 18 años».

Sí, la conocía. Pero no me había dado cuenta hasta este momento de que aquel chico tenía la cara de Cole.

Cerré los ojos un instante. «Por favor», pensé. «Por favor, que no sea más que una coincidencia. Por favor, que Beck no fuera tan inconsciente como para contagiar a un músico famoso».

Abrí los ojos: Cole seguía allí. Y detrás de él, desenfocado porque a la cámara solo le importaba Cole, estaba Victor.

Volví lentamente a la sala de grabación; Dmitra y Grace estaban escuchando otra de mis canciones, que sonaba aún mejor que la anterior. Pero de repente, todo aquello me parecía desconectado de mi vida. De mi vida real, la que se regía por los cambios de temperatura incluso ahora que mi piel era firmemente humana.

—Dmitra —dije, y ella se giró.

Grace también me miró con el ceño fruncido; debía de haber oído algo extraño en mi voz.

—Dmitra, ¿cómo se llama el cantante de NARKOTIKA? —pregunté.

Ya tenía todas las pruebas que me hacían falta, pero necesitaba oírselo decir a alguien en voz alta para creérmelo del todo.

La cara de Dmitra se abrió en una sonrisa que la hizo parecer mucho más cálida y cercana.

—Joder, eso sí que fue un concierto —dijo con voz suave—. El tipo estaba como una cabra, pero aun así… —sacudió la cabeza como si recordara de repente que le había hecho una pregunta—. Se llama Cole St. Clair. Lleva unos meses desaparecido.

Cole.

Cole era Cole St. Clair.

Y yo que pensaba que, con mis ojos amarillos, era difícil pasar desapercibido.

Había miles de ojos buscando a Cole por todas partes, ansiosos por reconocerle.

Y cuando lo encontraran, nos encontrarían a todos.