AGRADECIMIENTOS

Va a ser imposible citar aquí a todos los que han participado en la creación de esta serie, así que tranquilos, esta solo es la punta del iceberg.

Tengo que dar las gracias a la gente de Scholastic por haber apoyado la serie y por haber sido tolerantes con mis rarezas. En especial a mi editor David Levithan, por no lincharme cuando lo mandé todo a freír espárragos; a la sonriente Rachel Coun y al resto del departamento de marketing, por su astucia animal; a Tracy van Straaten, Becky Amsel y Samantha Grefe, por sus galletas, su cordura y sus descansos para ir al baño; a Stephanie Anderson y todo el equipo de producción, que me han hecho parecer más lista de lo que soy; a Christopher Stengel, por sus diseños impecables; y al increíble equipo de derechos de autor compuesto por Rachel Horowitz, Janelle DeLuise, Lisa Mattingly y Maren Monitello —no es fácil hacerme sentir como en casa a 5.000 kilómetros de mi casa, pero ellas lo hacen de maravilla.

También quiero dar las gracias a algunas personas que no trabajan en Scholastic:

A Laura Rennert, mi agente, porque al teléfono es la voz de la cordura.

A Brenna Yovanoff, por quedarse junto a la gacela herida cuando todas las señales recomendaban hacer justo lo contrario.

A la gente de Loewe —Jeannette Hammerschmidt, Judith Schwemmlein y Manon Perko—, por salvarme el pellejo en el último momento. Os debo más galletas de las que puedo transportar en el compartimento para equipaje de mano de un avión de pasajeros.

A Carrie Ryan y Natalie Parker, por leer rápidamente y darme unas veces palmaditas en la mano, y otras, cuando lo necesitaba, manotazos en la muñeca.

A mis padres y hermanos, por saber cuándo «¡Largo, estoy trabajando!» significa «¡Por favor, cuídame a los niños!» y cuándo significa «¡Rescátame y sácame a comer burritos!». A Kate, en particular: sabes que eres la lectora para la que escribo.

A Tessa, que ha estado tan casada como yo con este proyecto, y eso que nunca nos mandaba regalos por nuestros aniversarios. Nunca lo olvidaré.

A Ed, que me preparaba té y me dejaba dormir después de mis sesiones de trabajo durante toda la noche, y que ha sufrido y sudado a mi lado. Ya sabes que todo esto es culpa tuya. De no ser por ti, ¿cómo iba a escribir una historia de amor?

Y, por último, a Ian. Nunca lo leerás, pero tengo que decirlo: gracias por recordármelo.