CAPÍTULO SETENTA Y DOS

Grace

Hojas

La manada estaba completamente desorientada. Al principio mi lobo me había transmitido imágenes y, curiosamente, también lo había hecho el humano que corría con nosotros. Ahora que los dos estaban lejos, tuve que reagrupar a la manada lo mejor que pude, pero yo no era él. Acababa de aprender a ser loba. Tenía que ser él quien los reuniese. Pero su sufrimiento me zumbaba con tanta fuerza en la cabeza que no me dejaba pensar en nada más. Beck, Beck, Beck. Acabé por comprender que aquel era el nombre del primer lobo que había caído. Mi lobo quería volver junto al cadáver de Beck, pero yo ya había visto las imágenes que me habían transmitido. Su cuerpo estaba destrozado, casi no era ni el recuerdo de un ser vivo. Estaba muerto.

Aquel monstruo atronador, negro contra el cielo, volvía a acercarse. Era un depredador sin prisa que se tomaba su tiempo para matarnos a todos.

Desesperada, le transmití a mi lobo una imagen de la manada tranquilizándose al guiarla nosotros y poniéndose a cubierto bajo las copas de los árboles. Mientras tanto, corría entre los lobos que tenía más cerca y los incitaba a que se moviesen de nuevo y huyesen en dirección al bosque. Mi lobo echó a correr hacia mí y me transmitió un muro de visiones y sonidos que yo no logré interpretar: unidas, ninguna tenía sentido. Pero allí estaba de nuevo el monstruo, que se acercaba sobrevolando los árboles.

Mi lobo me transmitió un pensamiento urgente y aislado.

Cole. Shelby.

Quizá se debiese a la fuerza del pensamiento, o a que el sol estaba calentándome y dentro de mí sentía la sombra de la persona que era antes, pero supe a quién se refería.

Miré atrás por encima del hombro, sin dejar de correr de lado para no perder velocidad. Sí, allí estaban Cole y Shelby, enzarzados en una pelea salvaje. Estaban demasiado lejos para verlos claramente, pero no había nada que me tapase la vista cuando la negra criatura hizo retumbar el cielo por encima de ellos.

Sonaron varios restallidos, apenas distinguibles del estruendo del aparato, y Shelby soltó a Cole.

Él se quedó un poco rezagado mientras ella echaba a correr sin rumbo. Justo antes de desplomarse, Shelby se giró hacia donde yo estaba. Su cara era un amasijo de color rojo, o más bien había un amasijo de color rojo en el lugar que antes ocupaba su cara.

El helicóptero pasó volando a baja altura.

Un segundo después, Cole también cayó.