CAPÍTULO SESENTA Y SEIS

Cole

Hojas

Las dos y treinta y cuatro de la mañana.

Estaba solo.

El lago se extendía junto al aparcamiento; sus aguas tranquilas reflejaban una imagen perfecta de la luna imperfecta. En alguna parte al otro lado del lago estaba la finca de los Culpeper.

No iba a pensar en eso.

Las dos y treinta y cinco de la mañana.

Estaba solo.

Cabía la posibilidad de que Sam no viniese.

Isabel

Eran las tres y veintiuno de la mañana y no había nadie en casa de Beck. Encontré un montón de ropa y una jeringuilla abandonada junto a la puerta trasera; dentro de la casa, vi el móvil de Sam sobre la mesa de la cocina. Por eso no contestaba. Habían hecho justo lo que les había dicho que hiciesen: poner en marcha el plan de Cole sin mi ayuda. Recorrí las habitaciones de la planta baja taconeando sobre el parqué, aunque si hubiese habido alguien, estaba segura de que me habrían contestado desde el principio.

Al final del pasillo estaba la habitación donde había muerto Jack. Encendí la luz y el cuarto adquirió el doloroso tono amarillo que tan bien recordaba. Saltaba a la vista que ahora era la habitación de Cole. En el suelo había tirados unos pantalones de chándal. Vasos, cuencos, bolígrafos y papeles cubrían hasta la última de las superficies. La cama estaba sin hacer, y sobre la colcha arrugada había un libro encuadernado en piel que parecía un diario.

Me subí a la cama —olía como Cole el día que había ido a mi casa duchado y arreglado—, me tumbé boca arriba y pensé que Jack había muerto allí mismo. Era un recuerdo muy duro, pero no tanto como para emocionarme. Eso me hizo sentir aliviada y triste al mismo tiempo: lo estaba perdiendo.

Pasados unos segundos, estiré el brazo y agarré el diario. Tenía un bolígrafo dentro para marcar la página. La idea de que Cole pudiese haber anotado lo que pensaba me resultaba extraña; no creía que pudiese ser sincero ni siquiera por escrito.

Lo abrí y comencé a hojearlo. No era nada de lo que me esperaba y, al mismo tiempo, lo era todo. Sinceridad, pero sin emoción. Una sosa cronología de la vida de Cole durante el último mes. Algunas palabras me llamaron la atención.

«Ataque. Escalofríos. Éxito moderado. Temblor de manos incontrolable, aprox. dos horas. Me transformé durante veintisiete minutos. Muchos vómitos; ¿debería ayunar?».

Lo que quería leer en aquel diario era lo que no estaba escrito. No lo que necesitaba leer, sino lo que quería leer. Seguí hojeándolo para ver si en alguna entrada se explayaba un poco más, pero no. En la última página encontré lo que necesitaba saber: «Reunión en el aparcamiento de las Dos Islas, luego por la 169 y hacia el norte al llegar al lago Knife».

No iba a resultarme fácil encontrar aquel aparcamiento; el lago de las Dos Islas era enorme. Pero al menos sabía por dónde empezar.