CAPÍTULO SESENTA Y CINCO
Sam
Soy, Sam Roth. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos hasta el lago. Soy Sam Roth. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos hasta el lago.
Entré corriendo en el bosque. Mis patas pisaban la roca y mis zancadas devoraban el terreno metro a metro. Hasta el último de mis nervios echaba humo. Abrazaba mis recuerdos como si fuesen un montón de grullas de papel: con la fuerza suficiente para retenerlos sin aplastarlos.
Soy Sam Roth. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos hasta el lago. Soy Sam Roth. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos hasta el lago.
Había mil cosas que oír, diez mil cosas que oler, cien millones de rastros de vida en el bosque. Pero yo no necesitaba cien millones, sino solo uno.
Estaba apoyada contra mí, disfrutando del olor de una pastelería. Las paredes y las etiquetas que nos rodeaban estaban pintadas de todos los colores que ahora no podía ver.
Soy Sam. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos hasta el lago.
La luna menguante iluminaba la noche, y su luz rebotaba en las nubes bajas y los jirones de niebla. Veía todo lo que tenía por delante, hasta el infinito. Pero no era la vista lo que iba a ayudarme. De vez en cuando, reducía la velocidad y escuchaba. Su aullido. Era para mí, estaba seguro.
Los lobos aullaban mientras yo miraba por su ventana. Éramos dos desconocidos y, sin embargo, nos conocíamos como un camino que uno recorre a diario. «No duermas en el suelo», me dijo.
Soy Sam. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos. Voy a llevarlos.
Ahora sonaban otras voces en respuesta a su llamada. No me costaba distinguirlas. Lo que me costaba era recordar por qué tenía que distinguirlas.
Sus ojos, marrones y complejos, en una cara de loba.
Soy Sam. Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos.
Me tambaleé cuando mis patas resbalaron en la arcilla húmeda. Oí que algo caía al agua cerca de allí.
Una voz susurró algo en mi cabeza: aquello era peligroso. Aminoré la marcha, cauteloso, y lo vi: un hoyo enorme, con suficiente agua en el fondo para ahogarme. Lo rodeé y agucé el oído. En el bosque reinaba el silencio. Todo en la cabeza me daba vueltas. Sentí un vacío. Eché la cabeza hacia atrás y dejé escapar un aullido largo y tembloroso que me ayudó a aliviar el dolor que me consumía. Unos segundos después, oí su voz y me puse en marcha de nuevo.
Voy a encontrar a Grace. Voy a encontrar a los lobos.
Delante de mí, una bandada de pájaros levantó el vuelo, asustada por mi avance. Salieron disparados hacia arriba y se recortaron blancos contra la noche oscura; algo había en la multitud de sus formas, en la idéntica elasticidad de sus alas, en cómo flotaban en el aire revoloteando al viento, iluminados por las estrellas, que me recordaba a alguna otra cosa.
Por más que intentaba atraparlo, se me escabullía. Mi pérdida parecía abrumadora, aunque no alcanzaba a entender qué era lo que había perdido.
Voy a encontrar a Grace.
Eso no lo perdería. No lo perdería.
encontrar a Grace.
Había algunas cosas que nadie podía quitarme, algunas cosas a las que no hubiese podido renunciar.
Grace.