CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
Sam
Cuando Beck volvió a transformarse me sentí sucio, como si hubiese sido cómplice de algún delito. Verlo me había recordado tan vivamente mi vida anterior, cuando me escondía del invierno y tenía una familia, que sentí que mis recuerdos se desdibujaban para protegerme. Al parecer, no era el único: Cole anunció que se iba «a dar una vuelta en coche» y se marchó en el viejo BMW de Ulrik. Grace me siguió por la cocina mientras yo hacía pan como si mi vida dependiese de ello, y luego se quedó vigilando el horno mientras yo me duchaba para librarme de mis recuerdos; para recordarme que, de momento, tenía manos, cara y piel de humano.
No sé cuánto tiempo llevaba allí dentro cuando oí abrirse la puerta del baño.
—Qué rico está —dijo Grace. La tapa cerrada del váter crujió bajo su peso—. Buen trabajo, Sam.
No podía verla, pero me llegó el olor a pan. Curiosamente, me desconcertó darme cuenta de que Grace estaba en el cuarto de baño mientras yo me quedaba allí, de pie bajo el agua corriente. No sabía por qué, pero ducharme con ella delante se me antojaba una experiencia aún más íntima que el sexo. Me sentía mil veces más desnudo, aunque la cortina oscura de la ducha se interpusiese entre los dos.
Miré la pastilla de jabón que tenía en la mano y me la pasé por las costillas.
—Gracias —contesté.
Grace se quedó callada, a solo unos centímetros de la cortina. No podía verla, ni ella a mí.
—¿Estás bien limpio? —preguntó.
—Ay, Dios, Grace —repuse, y ella se rió.
Se hizo el silencio de nuevo. Me lavé entre los dedos. Tocando la guitarra se me había roto una uña, y me quedé mirándola para ver si debía hacer algo con ella; no era fácil distinguir los daños a la mortecina luz naranja que se filtraba por la cortina de la ducha.
—Rachel me ha dicho que mañana me acompañará a ver a mis padres —dijo Grace—. Mañana por la noche, que es cuando está libre.
—¿Estás nerviosa?
Yo sí que lo estaba, y eso que ni siquiera iba a verlos por deseo expreso de Grace.
—No sé. Es algo que tiene que pasar. Así dejarán de sospechar de ti. Además, necesito estar viva oficialmente para el funeral de Olivia. Rachel dice que la incineraron.
Se quedó callada, y durante un buen rato no se oyó nada salvo el agua cayendo sobre mí y los azulejos.
—El pan está delicioso —dijo Grace al fin.
Lo pillé enseguida: cambio de tema.
—Ulrik me enseñó a hacerlo.
—Un tipo con talento. Habla con acento alemán y hace pan —dio un golpecito a la cortina y su mano rozó mi cadera desnuda. Me aparté de un saltito bastante ridículo—. ¿Sabes? Dentro de cinco años, podríamos estar así.
No me quedaba ninguna parte del cuerpo por lavar, pero estaba preso en la ducha a menos que pudiese alcanzar la toalla o convencer a Grace de que me la pasase. Creía que no iba a colar.
—¿Haciendo pan con acento alemán? —pregunté.
—Justo a eso me refería —dijo en tono mordaz. Me alegré de oírla así: en aquel momento, no me venía mal un poco de frivolidad.
—¿Me das la toalla?
—Vas a tener que venir por ella.
—Bruja —dije entre dientes.
Había agua caliente acumulada en el plato de ducha. Me fijé en las líneas irregulares que quedaban entre los azulejos. Se me estaban arrugando los dedos, y el pelo de las piernas se me había apelmazado hasta formar flechas que me apuntaban a los pies.
—Sam, ¿crees que Cole tiene razón en lo de la cura? En eso de que la meningitis solo funciona si la pasas siendo lobo. ¿Te parece que debería intentarlo?
Era una pregunta demasiado difícil de contestar después de lo de Beck. Sí, quería que se curase, pero necesitaba más pruebas de que podía funcionar que el ejemplo de lo que me había pasado a mí; algo que me convenciese de que apenas había posibilidades de que Grace corriese la misma suerte de Jack. Yo lo había arriesgado todo, pero no quería que ella hiciese lo mismo. Sin embargo, ¿cómo podía llevar una vida normal sin hacerlo?
—No lo sé. Necesito más información —aquello sonó demasiado formal, como algo que podría haberle dicho a Koenig: «Estoy recopilando más datos».
—Bueno, no tenemos que preocuparnos por eso hasta el invierno. Solo me preguntaba si te sientes curado.
No supe qué decirle. No me sentía curado. Me sentía tal como había dicho Cole: medio curado, un mutilado de guerra con un miembro fantasma. Aún sentía dentro al lobo que había sido: vivía en mis células, dormía intranquilo a la espera de que lo hiciese salir el frío, un subidón de adrenalina o una aguja en la vena. No sabía si era algo real o pura sugestión. No sabía si algún día me sentiría a salvo en mi propia piel, si podría dar por hecho que siempre sería humano.
—Pareces curado —dijo Grace asomando la cara por el hueco de la cortina.
Sonrió, y yo solté un grito. Grace estiró el brazo y cerró el grifo.
—Ya verás —añadió abriendo la cortina del todo y ofreciéndome la toalla—. Cuando seas viejecito, tendrás que aguantar estas cosas.
Me quedé allí de pie, chorreando y sintiéndome ridículo. Grace me sonreía desafiante, y me di cuenta de que tenía que superar la vergüenza. En lugar de coger la toalla, la tomé de la barbilla con los dedos mojados y la besé; el agua del pelo me cayó por las mejillas y nos mojó los labios. Le estaba empapando la camiseta, pero no pareció importarle. La perspectiva de pasarme toda una vida haciendo aquello me pareció de lo más tentadora.
—Lo que acabas de decir es una promesa, ¿no? —dije.
Grace entró a la ducha sin quitarse los calcetines y me envolvió el torso húmedo con los brazos.
—No: es una garantía.