CAPÍTULO CINCO
Grace
Lo observé.
Estaba tumbada en la maleza húmeda, con la cola entre las patas, dolorida y desconfiada, y no podía alejarme de él. La luz se volvió más tenue y se fue deslizando por las hojas que me rodeaban, pero él no se movió. Sus gritos y la intensidad de mi fascinación me estremecían. Metí el morro entre las patas delanteras y eché las orejas hacia atrás. La brisa me traía su olor. Lo conocía. Todo en mí lo conocía.
Quería que me encontrase.
Necesitaba echar a correr.
Su voz se alejó, luego se acercó y después volvió a alejarse. A veces, el chico estaba tan lejos que apenas podía oírlo. Me incorporaba ligeramente y pensaba en seguirlo. Entonces, los pájaros se iban callando a medida que volvía a acercarse y yo me agazapaba de nuevo entre las hojas. Cada pasada que daba era más amplia, y mayor el tiempo que transcurría entre sus idas y venidas. Yo estaba cada vez más ansiosa.
¿Podría seguirlo?
Volvió de nuevo tras un buen rato de silencio casi absoluto. Esta vez se quedó tan cerca que pude observarlo desde donde estaba escondida. Por un momento pensé que me veía, pero tenía la mirada fija en algún punto más lejano. La forma de sus ojos hizo que se me revolviese el estómago, inseguro. Por dentro, algo tiraba de mí, me empujaba y me dolía de nuevo. Volvió a ponerse las manos alrededor de la boca y gritó en dirección al bosque.
Si me hubiese levantado, seguramente me habría visto. Deseaba tanto que me viese, acercarme a él, que gemí entre dientes. Casi sabía lo que él quería. Casi sabía…
—¿Grace?
Aquella palabra me traspasó el corazón.
El chico aún no me había visto. Simplemente había gritado al vacío con la esperanza de recibir una respuesta.
Tenía demasiado miedo. Mis instintos me inmovilizaban contra el suelo. Grace. La palabra resonaba en mi cabeza y perdía sentido a cada repetición.
Se dio media vuelta, con la cabeza gacha, y comenzó a alejarse lentamente hacia la luz que caía oblicua en la linde del bosque. En mi interior cundió algo parecido al pánico. Grace. Estaba perdiendo la forma de la palabra. Estaba perdiendo algo. Estaba perdida. Estaba…
Me incorporé. Si se daba la vuelta, vería la figura inconfundible de una loba gris contra los árboles negros. Necesitaba que se quedase allí. Si se quedaba, quizá aliviaría la sensación terrible que me corroía por dentro. El esfuerzo de estar allí de pie, a plena vista, tan cerca de él, hizo que me temblasen las patas.
Solo tenía que darse la vuelta.
Pero no se giró. Siguió caminando y se llevó consigo aquello que yo había perdido, el significado de aquella palabra: Grace, sin saber lo cerca que había estado.
Y yo me quedé observando en silencio cómo me dejaba atrás.