CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
Grace
Sam estaba tardando en volver a casa.
No quería preocuparme.
Sin él, me sentía inútil e inquieta en casa de Beck; cuando era loba, al menos no era tan consciente de mi ausencia de metas y objetivos. Nunca me había dado cuenta de que, antes, casi todo el día se me iba en estudiar, cocinar, planear locuras con Rachel, estudiar un poco más, quedar con Olivia, visitar la biblioteca y reparar la tabla suelta del suelo porque mi padre nunca se decidía a hacerlo. La lectura era una recompensa por el trabajo y, sin trabajo, no me apetecía ponerme a leer aunque el sótano de Beck estuviese lleno de libros.
Antes, mi única preocupación había sido graduarme con buenas notas para no tener que preocuparme por si me aceptaban en esta o en aquella universidad. Luego, tras conocer a Sam, había añadido a la lista de preocupaciones que él siguiese siendo humano.
Ahora esas dos cosas ya no importaban.
Tenía tanto tiempo libre que el tiempo libre carecía de sentido. Me parecía estar de vacaciones. Mi madre me había dicho una vez que no sabía disfrutar del tiempo libre, y que habría que sedarme cuando no tuviese clase. A mí me había parecido un poco duro por su parte, pero ahora lo encontraba perfectamente razonable.
Lavé las seis prendas de ropa que tenía en casa de Beck, fregué todos los platos que había en la pileta y, al final, llamé a Isabel porque era la única persona a la que podía llamar, y si no hablaba con alguien iba a echarme a llorar por Olivia y eso no iba a hacerle ningún bien a nadie.
—Dime por qué no es buena idea que le diga a Rachel que estoy viva —le dije a Isabel en cuanto cogió el teléfono.
—Porque se pondrá como loca, le dará un ataque de nervios, montará un numerito y al final sus padres lo descubrirán y todo el mundo se enterará —contestó Isabel—. ¿Más preguntas? No.
—Rachel puede ser muy razonable.
—Acaba de enterarse de que los lobos le han destrozado la garganta a una de sus amigas. No será nada razonable.
Me quedé callada. Lo único que me hacía conservar la cordura era imaginar la muerte de Olivia como algo abstracto. Si empezaba a pensar en cómo había ocurrido, en que era imposible que hubiese sido una muerte rápida, en que no se merecía morir; si empezaba a pensar en lo que había sentido aquel día en el bosque nevado, cuando los lobos empezaron a desgarrarme la piel, y en lo que habría pasado si Sam no hubiese estado allí para detenerlos… Me resultó increíble que Isabel hablara con tanto desapego, y me dieron ganas de colgar en aquel mismo momento. Lo único que me hizo seguir al teléfono fue la certeza de que, si colgaba, me quedaría sola con la imagen de la muerte rondándome la cabeza una y otra vez.
—Al menos, así reaccioné yo a lo de Jack. «Razonable» no es la palabra que usaría para describirme —dijo Isabel, y yo tragué saliva—. Grace, no te lo tomes como algo personal. Es un hecho. Cuanto antes lo asumas, mejor para ti. Y ahora deja de pensar en eso. ¿Por qué quieres hablar con Rachel?
Parpadeé hasta que se me aclaró la vista. Me alegraba de que Colé no estuviese presente; él me tenía por una especie de dama de hierro y yo no quería convencerlo de lo contrario. Sam era el único al que le permitía verme hecha polvo, porque Sam me conocía tan bien como yo misma.
—Porque es mi amiga y no quiero que piense que estoy muerta. ¡Y porque me gustaría hablar con ella! No es tan tonta como piensas.
—Qué sentimental eres —repuso Isabel, pero no en tono peyorativo—. Me has preguntado por qué era una mala idea y yo te he contestado. No pienso cambiar mi respuesta.
Solté un suspiro que resultó más triste de lo que pretendía.
—Pues vale —me espetó Isabel como si le hubiese gritado—. Habla con ella. Si no es capaz de asimilar la verdad, a mí no me eches la culpa —se echó a reír por algún chiste que solo ella había entendido, y luego añadió—: Yo no le contaría que eres medio loba, solo le diría que estás viva. Bueno, eso suponiendo que me hagas caso.
—Siempre te hago caso. Menos cuando no te lo hago.
—Hombre, la Grace de siempre. Eso está mejor: empezaba a pensar que te habías vuelto completamente tonta.
Sonreí para mis adentros; aquello era lo más parecido a una verdad emotiva que iba a sacarle a Isabel. Entonces se me ocurrió otra cosa.
—¿Puedes hacerme un favor más?
—Les das la mano y se toman el brazo…
—Si no, no sé cómo enterarme. Ni siquiera sé si tú puedes averiguarlo sin que la gente empiece a sospechar. Pero si hay alguien que puede, esa eres tú.
—Sigue haciéndome la pelota, Grace. Todo ayuda.
—También tienes un pelo muy bonito —dije, y soltó una carcajada—. Quiero saber si aún podría graduarme yendo a clases de verano.
—Para eso tendrías que ser humana. Aunque algunos de los ceporros de mi clase no lo parecen, la verdad.
—A eso voy —repuse—. Hace un tiempo que no me transformo. Creo que podría funcionar. Guando vuelva a aparecer claro.
—¿Sabes qué es lo que necesitas? —preguntó Isabel—. Un buen abogado.
Ya lo había pensado. No estaba segura de qué decía la ley del estado de Minnesota sobre los menores que se escapaban de casa, que es lo que suponía que dirían que había hecho. Me parecía increíblemente injusto acabar con una mancha en mi expediente por culpa de aquello, pero ya vería cómo me las arreglaba.
—Conozco a una chica cuyo padre es abogado.
Isabel soltó una carcajada estrepitosa.
—Me enteraré —dijo—. Solo a ti se te ocurriría preocuparte por acabar el instituto, cuando en tu tiempo libre te dedicas a transformarte en animal. Resulta reconfortante ver que hay cosas que nunca cambian. Eres una empollona. El ojito derecho de los profes. Un bicho raro… Ah, mira, ahora tiene más gracia lo de «bicho».
—Me alegra servirte de diversión —dije haciéndome la ofendida.
Isabel volvió a reírse.
—A mí también me alegra.