CAPÍTULO QUINCE

Grace

Hojas

Era una pesadilla.

Todo estaba oscuro a mi alrededor. No era la oscuridad de mi habitación por la noche, llena de contornos, sino la oscuridad absoluta e insondable de un lugar sin luz. Primero me salpicó el agua en la piel desnuda y sentí las picaduras de una lluvia torrencial; luego fue una tromba de agua que caía de algún lugar por encima de mi cabeza.

A mi alrededor, la lluvia empapaba el bosque.

Era humana.

No tenía ni idea de dónde estaba.

De pronto estalló un resplandor. Me puse en cuclillas, temblando, justo a tiempo de ver las bifurcaciones de un rayo más allá de las ramas negras que tenía encima, mis dedos mojados y sucios extendidos delante de mí y los fantasmas amoratados de los troncos a mi alrededor.

Y luego, oscuridad.

Esperé. Sabía que estaba a punto de llegar, pero aun así no estaba preparada para aquello.

El trueno sonó como si se hubiese originado dentro de mí. Retumbó tan fuerte que me tapé las orejas con las manos y pegué la cabeza al pecho, antes de que la lógica me tranquilizase diciéndome que solo era un trueno y que los truenos no podían hacerme daño.

Pero en los oídos resonaban mis propios latidos.

Me incorporé a oscuras —tanta oscuridad hacía daño en los ojos— y me abracé el cuerpo. Mi instinto me decía que debía encontrar refugio y ponerme a salvo.

Otro relámpago.

Vi fugazmente el cielo violáceo, unas ramas retorcidas y unos ojos.

Contuve la respiración.

Todo se volvió oscuro.

Negro.

Cerré los ojos, pero pude seguir viendo la figura en negativo: un animal grande a unos metros de distancia, mirándome fijamente.

El vello de los brazos se me erizó poco a poco, una advertencia lenta y silenciosa. De pronto solo pude pensar en aquella ocasión, con once años, en que estaba leyendo sentada en el columpio. Miré hacia arriba y vi unos ojos… y luego se me llevaron a rastras.

Un trueno ensordecedor.

Me tensé al oír que el animal se acercaba.

Un relámpago volvió a iluminarlo todo. Dos segundos de luz y allí estaban: unos ojos sin color en los que se reflejaba el relámpago. Una loba. A tres metros.

Era Shelby.

Todo volvió a oscurecerse.

Eché a correr.