entonces

Nadie sabe qué podemos encontrarnos en el tercer campamento, ni siquiera si habrá un tercer campamento. Como Tack y Hunter no regresaron al hogar, no tenemos forma de saber si consiguieron enterrar provisiones en las afueras de Hartford, Connecticut, a unos doscientos setenta kilómetros al sur de Rochester, o si les sucedió algo por el camino. El frio ya había clavado sus garras en el paisaje. Es implacable y no va a remitir hasta la primavera. Estamos cansados, hambrientos y derrotados. Ni siquiera Raven consigue mantener la apariencia de fortaleza. Camina despacio, con la cabeza inclinada, sin hablar.

No sé qué vamos a hacer si no hay comida en el tercer campamento. Raven también está preocupada, aunque no hable de ello. Nadie lo menciona. Simplemente avanzamos a ciegas.

Pero el miedo sigue ahí. A medida que nos aproximamos a Hartford, abriéndonos paso entre las ruinas de antiguas ciudades y esqueletos de casas bombardeadas como caparazones de insectos secos, no hay sensación de alegría. En lugar de eso hay ansiedad. Es como un murmullo que nos recorre a todos, haciendo que el bosque nos parezca un sitio de mal agüero. La puesta de sol esta llena de malicia, las sombras son largos dedos puntiagudos, un bosque de manos oscuras, mañana alcanzaremos el tercer campamento, si esta ahí. Si no, algunos de nosotros moriremos de hambre antes de llegar al sur.

Y si no está ahí, podremos dejar de preguntarnos que les habrá sucedido Tack y Hunter: con toda probabilidad, significa que están muertos.

La mañana amanece débilmente, cargada de una extraña electricidad, como el sentimiento de espera que suele preceder a una tormenta. Aparte del crujido que produce nuestro calzado en la nieve, caminamos en silencio.

Finalmente llegamos al lugar donde tendría que estar el tercer campamento, pero no hay señales de que Tack y Hunter hayan estado aquí: no se ven marcas en los árboles ni trozos de tela atados a las ramas, ninguno de los símbolos que usamos para comunicarnos. No vemos indicación alguna de que aquí se hayan enterrado comida o suministros. Eso es lo que todos temíamos, pero aun así la decepción es casi física.

Raven suelta una breve exclamación de dolor, como si la hubieran abofeteado. Sarah se derrumba ahí mismo, en la nieve, y repite «¡No, no, no, no!», hasta que Lu le ordena que se calle. Yo siento que algo se me ha desprendido del pecho.

—Debe de haber algún error —digo. Mi voz suena demasiado alta en mitad del claro—. Nos habremos equivocado de sitio.

—No —insisto—. Tenemos que haber cogido el camino equivocado. O Tack habrá encontrado un sitio mejor para las provisiones.

—Calla, Lena —exige Raven. Se frota las sienes enérgicamente. Veo que sus uñas tienen el borde morado—. Tengo que pensar.

—Hay que encontrar a Tack —sé que no estoy ayudando; sé que estoy medio histérica. Pero el frio y el hambre me embotan las ideas y es lo único que soy capaz de decir—. Tiene nuestra comida. Hay que encontrarle. Tenemos…

Me interrumpo cuando Bram dice:

—Chist. Sarah se pone en pie de un salto. De repente nos tensamos, vigilantes. Todos los hemos oído: el chasquido de una ramita en los arboles, agudo como una detonación de rifle. Mientras lanzo una mirada a los demás y observo sus caras alerta y ansiosas, me acuerdo de un ciervo que vimos hace dos días en el bosque, de la forma en que se quedo inmóvil y se puso en tensión justo antes de salir corriendo.

El bosque está totalmente tranquilo: pinceladas de arboles negros, derechos y sin hojas, extensiones de blanco, maderos caídos y troncos podridos encorvados bajo la nieve.

Y en ese momento, uno de los maderos —desde lejos es solo una masa gris y parda— se mueve. Entonces me doy cuenta de que algo va mal, muy mal. Abro la boca para decirlo, pero en ese mismo instante, todo estalla: los carroñeros salen de todas partes sacudiendo la ropa y las pieles con las que se cubren: los arboles se convierten en gente que se transforma en armas y en cuchillos y lanzas, y nos dispersamos, corremos gritando en todas las direcciones.

Eso es por supuesto, lo que quieren: que estemos aterrorizados, débiles y separados.

Así es más fácil matarnos.