En el primer campamento nos quedamos cuatro días. La noche antes de que nos volvamos a poner en marcha, Raven me lleva a un lado.
—Es el momento —me dice.
Sigo enfadada con ella por lo que me dijo junto a la trampa, aunque la rabia ha sido sustituida por un resentimiento sordo, apagado. Ella siempre lo ha sabido todo sobre mí. Me siento como si se hubiera introducido en mi interior, hasta lo más profundo, y hubiera roto algo.
—¿El momento de qué? —pregunto.
A mi espalda, el fuego del campamento arde suavemente. Blue, Sarah, y algunos otros se han quedado dormidos a la intemperie en un enredo de mantas, pelo y piernas. Han empezado a dormir así, revueltos, formando un edredón de retales humanos para conservar el calor. Grandpa charla con Lu en voz baja mientras masca un poco del último tabaco que le queda. Se lo mete y se lo saca de la boca y a veces escupe a la hoguera, provocando que se eleven algunas llamas verdes. Los demás se han debido de meter en las tiendas.
Raven me ofrece la más leve de las sonrisas.
—De hacerte la operación.
El corazón me da un salto. Hace un frío intenso y me duelen los pulmones si inspiro profundamente. Raven me conduce lejos del campamento, unos treinta metros río abajo, hasta la orilla ancha y llana donde rompemos la gruesa capa de hielo para coger agua cada mañana.
Bram nos espera ahí. Ha encendido otra hoguera, que arde con buena llama y da calor. Me pican los ojos por la ceniza y el humo, aunque aún nos encontremos a un par de metros de distancia. La madera está colocada en forma de tipi indio y las llamas azules y blancas intentan lamer el cielo. El humo actúa como un borrador que difumina las estrellas.
—¿Todo listo? —pregunta Raven.
—Casi —dice Bram—. Cinco minutos más.
Está agachado junto a un cubo de madera torcido, que han apoyado contra varios troncos a un lado de la hoguera. Lo habrá remojado en agua para que no se queme, porque está tan cerca del fuego que al final el agua romperá a hervir.
Veo que saca un instrumento pequeño y delgado de una bolsa que tiene a los pies. Parece un destornillador con el mango redondo y fino y la punta afilada y reluciente. Lo echa dentro del cubo, se pone de pie y contempla cómo el mango de plástico describe lentos círculos en el agua que ya empieza a hervir.
Me siento mal. Miro a Raven, pero ella observa fijamente el fuego con un gesto indescifrable.
—Toma —Bram se aparta de la hoguera y me pone en la mano una botella de whisky—. Te conviene beber un poco.
No me gusta el sabor del whisky, pero le quito el tapón cierro los ojos y doy un buen trago. El alcohol me quema la garganta y tengo que luchar contra las ganas de vomitar.
Al momento, me sube un calor desde el estómago que me adormece la boca y la garganta y me protege la lengua, así que bebo otro trago y un tercero.
Cuando Bram dice: «Estamos listos» ya me he pulido un cuarto de la botella. Por encima, a través del humo, las estrellas describen lentos movimientos, brillantes como puntas de metal. Parece como si tuviera la cabeza separada del cuerpo. Me siento pesadamente en el suelo.
—Con cuidado —aconseja Bram. Sus blancos dientes destacan en la oscuridad—. ¿Cómo te encuentras, Lena?
—Bien —respondo; me cuesta más de lo normal pronunciar la palabra.
—Ya está listo —sentencia Bram—. Raven, coge la manta, ¿vale?
Raven se desplaza detrás de mí, y entonces Bram me pide que me tumbe. Obedezco, agradecida. Noto que se mitiga la sensación de atontamiento, de encontrarme en un barco que se balancea.
—Sujétale tú del brazo izquierdo —ordena Raven, arrodillándose junto a mí. El pendiente que lleva de la oreja derecha, una pluma y un colgante de plata, se mece como un péndulo—. Yo cojo el derecho.
Me agarran fuerte y entonces me entra el pánico.
—Oye —lucho por incorporarme—. Que me hacéis daño.
—Es importante que te quedes muy quieta —Raven hace una pausa—. Te va a doler un poco, Lena. Pero se pasa enseguida, ¿vale? Confía en nosotros.
El miedo me provoca un nuevo incendio en el pecho, Bram sujeta el instrumento metálico que acaba de esterilizar, y la hoja atrapa toda la luz de la hoguera y desprende un brillo horrible, azul y blanco. Me da tanto pavor que no intento luchar, sé que no serviría de nada. Raven y Bram son demasiado fuertes.
—Muerde esto —Bram me mete en la boca una tira de cuero que huele al tabaco de Grandpa.
—Espera —trato de protestar, pero no puedo hablar por culpa del cuero. Bram me pone una mano en la frente y me sube la cabeza hasta que la barbilla apunta al cielo. A continuación se inclina sobre mí, con el instrumento metálico en la mano. Noto la presión de la punta justo detrás de mi oído izquierdo. Me gustaría gritar, pero no puedo; me gustaría salir corriendo, pero tampoco puedo.
—Bienvenida a la Resistencia, Lena —me susurra—. Intentaré que sea rápido.
El primer corte es profundo. Me invade una sensación quemadora. Luego recupero la voz y grito.