Ruzena atravesó cabizbaja la sala de espera y no vio a Frantisek hasta que se dirigió a ella en el pasillo.
—¿Dónde estuviste?
Se asustó de la expresión de furia que tenía él y apretó el paso.
—Te pregunto dónde estuviste.
—A ti ¿qué te importa?
—Ya sé dónde estuviste.
—Si lo sabes, no preguntes.
Bajaron por la escalera y Ruzena iba muy deprisa porque quería librarse de Frantisek y de la conversación.
—Era la comisión de abortos —dijo Frantisek.
Ruzena callaba. Salieron del edificio.
—Era la comisión de abortos. Lo sé. Y tú te quieres deshacer de él.
—Haré lo que me dé la gana.
—No harás lo que te dé la gana. También es cosa mía.
Ruzena se daba prisa, casi corría. Frantisek corría tras ella. Al llegar al portal de la Casa de Baños, le dijo:
—No te atrevas a seguirme. Tengo que trabajar. No puedes interrumpirme mientras trabajo.
Frantisek estaba indignado:
—¡No te atrevas tú a decirme nada!
—¡No tienes derecho!
—¡Tú eres la que no tenía derecho!
Ruzena entró corriendo en el edificio y Frantisek tras ella.