9

Jakub estaba repleto hasta el borde de la imagen de la hermosa señora Klima y tuvo que hacer cierto esfuerzo para venir a despedirse de Olga, que ayer le había dejado el alma confusa y turbia. Pero por nada en el mundo hubiera permitido que ella lo notase. Estaba dispuesto a comportarse con el mayor tacto, para que ni siquiera se le pasase por la cabeza lo escasos que habían sido el placer y la alegría que había encontrado ayer al hacer el amor con ella, para que pudiera guardar de él los mejores recuerdos. Ponía cara seria, pronunciaba con acento melancólico frases que nada querían decir, tocaba suavemente su mano, de vez en cuando le acariciaba el pelo y, cuando ella lo miraba a los ojos, trataba de mirarla con añoranza.

Mientras caminaban, ella le propuso ir a tomar un vino, pero Jakub quería acortar al máximo el último encuentro, porque le resultaba agotador.

—Despedirse es algo demasiado triste. No quiero que se prolongue —dijo.

Junto a la entrada de la Casa de Baños le cogió las dos manos y la miró profundamente a los ojos.

Olga dijo:

—Jakub, eres muy amable por haber venido. La de ayer fue una noche preciosa. Estoy contenta de que hayas dejado de portarte como si fueras mi papá y te hayas convertido en Jakub. Fue fantástico. ¿A que fue fantástico?

Jakub comprendió que ella no entendía nada. ¿Es posible que una chica sensible como ésta no haya visto en el acto amoroso de ayer más que una simple diversión? ¿Que el alegre recuerdo de una noche de amor pese más que la tristeza de una despedida para toda la vida?

Le dio un beso. Ella le deseó buen viaje y se encaminó hacia el amplio portal de la Casa de Baños.