Estaba sentada en el sillón, con las piernas apoyadas en la mesa, mirando una novela de detectives que había comprado para combatir el aburrimiento del balneario. Pero leía sin concentrarse, porque volvían permanentemente a su cabeza las situaciones y las palabras de la noche anterior. Ayer le había gustado todo, pero más que nada ella misma. Por fin había sido tal como siempre había querido ser: no era una víctima de las decisiones de los hombres, sino la artífice de su propia historia. Se había deshecho radicalmente del papel de ingenua protegida, que Jakub le había asignado, y lo había transformado ella misma a su gusto.
Se encontraba elegante, independiente y audaz. Estaba mirando sus piernas, apoyadas en la mesa, enfundadas en unos vaqueros blancos ajustados y, cuando llamaron a la puerta, respondió con alegría:
—¡Pasa, te estaba esperando!
Jakub entró con cara de tristeza.
—Hola —dijo y mantuvo por un momento las piernas encima de la mesa.
Le dio la impresión de que Jakub estaba perplejo y eso la alegró. Se acercó a él y le dio un beso en la cara:
—¿Vas a quedarte un momento?
—No —dijo Jakub con voz triste—. Esta vez ya me despido de verdad. Me marcho dentro de un rato. Pensé que te podría acompañar a la Casa de Baños por última vez.
—Muy bien —dijo Olga con alegría—, podemos dar un paseo.