6

A Jakub ya no le queda más que despedirse de Olga y de Skreta, pero antes quiere pasear un momento a solas (por última vez) por el parque y mirar con nostalgia los árboles que parecen llamas.

Salió al pasillo en el momento en que cerraba la puerta de la habitación de enfrente una mujer joven cuya esbelta figura le llamó la atención. Al verle la cara, se quedó maravillado de su belleza.

—¿Es usted amiga del doctor Skreta? —le preguntó.

La mujer le sonrió amablemente:

—¿Cómo lo sabe?

—Porque sale de la habitación que el doctor Skreta utiliza para sus amigos —dijo Jakub y se presentó.

—Encantada. Soy la señora Klima. El doctor le dejó esta habitación a mi marido. Precisamente lo estoy buscando. Seguramente estará con el doctor. ¿No sabe dónde podría encontrarle?

Jakub miraba con insaciable deleite el joven rostro de la mujer y se le pasó por la cabeza (¡una vez más!) que, siendo su último día aquí, todos los acontecimientos adquirían una significación especial y se convertían en un mensaje simbólico.

Pero ¿qué debía transmitirle aquel mensaje?

—Puedo acompañarla a ver al doctor Skreta —dijo.

—Se lo agradecería mucho —respondió ella.

Eso, ¿qué debía transmitirle aquel mensaje?

Ante todo que no se trata más que de un mensaje. Dentro de dos horas Jakub se irá y de este hermoso ser no le quedará nada. Esta mujer ha venido a mostrársele como privación. La ha encontrado sólo para darse cuenta de que no puede ser suya. La ha encontrado sólo como imagen de todo lo que pierde con su partida.

—Es curioso —dijo—. Hoy será probablemente la última vez en la vida en que hable con el doctor Skreta.

Pero el mensaje que esta mujer le trae dice algo más. Llegó para anunciarle, en el último momento, la belleza. Sí, la belleza, y Jakub se dio cuenta, casi asustado, de que en realidad nunca había sabido nada de ella, de que no le hacía caso y no vivía para ella. La belleza de esa mujer le fascinaba. De pronto tuvo la sensación de que en todas sus decisiones siempre había cometido algún error. De que había olvidado contar con determinada magnitud. Le pareció que, si hubiese conocido a esta mujer, hubiera tomado otra decisión.

—¿Cómo es que va a hablar con él por última vez?

—Me voy al extranjero. Y por mucho tiempo.

No es que no hubiese tenido a mujeres guapas, pero su encanto siempre había sido para él algo complementario. Lo que lo impulsaba a conquistar a las mujeres era el deseo de venganza, era la tristeza y el descontento o la compasión y la lástima, el mundo de las mujeres se confundía para él con su amargo drama en este país, en el que había sido perseguidor y perseguido y donde había vivido muchas peleas y pocos idilios. Pero esta mujer se le mostraba de pronto separada de todo aquello, separada de su vida, había llegado desde fuera, había aparecido, se le había aparecido no sólo como mujer bella, sino como la belleza misma y le venía a decir que aquí se podía vivir de otro modo y para otra cosa, que la belleza es más que la justicia, que la belleza es más que la verdad, que es más real, más indudable y hasta más alcanzable, que la belleza está por encima de todo y que en este momento ya está definitivamente perdida para él. Que sólo había venido a mostrársele en el último momento, para que no pensase que lo había conocido todo y que había vivido su vida hasta el fondo de todas las posibilidades.

—Le envidio —dijo ella.

Luego atravesaron juntos el parque, el cielo estaba azul, los arbustos del parque amarillos y rojos, y a Jakub se le volvió a ocurrir que aquélla era la imagen del fuego en el que se consumían todas sus historias pasadas, sus recuerdos y sus oportunidades.

—No tiene nada que envidiarme. En este momento tengo la sensación de que no debería irme a ninguna parte.

—¿Por qué? ¿Le ha empezado a gustar esto en el último momento?

—Usted me ha empezado a gustar. Me ha empezado a gustar terriblemente. Es enormemente hermosa.

Lo dijo sin saber ni cómo y pensó inmediatamente que se podía decir todo, porque dentro de un par de horas ya no estaría aquí y sus palabras no tenían consecuencia alguna para él ni para ella. Aquella libertad repentinamente descubierta le embriagaba.

—He vivido como si estuviera ciego. Como ciego. Hoy he comprendido por primera vez que existe la belleza. Y que se me ha escapado.

Ella se le fundía con la música y los cuadros, con ese reino en el que nunca había penetrado, se le fundía con los colores de los árboles a su alrededor y de pronto no vio en ella mensajes y significados (la imagen del fuego o la consunción), sino única y exclusivamente el éxtasis de la belleza misteriosamente despertada por el contacto de sus huellas, por el golpear de su voz.

—Haría cualquier cosa para conseguirla. Me gustaría tirarlo todo y volver a vivir la vida de otro modo y sólo por usted y para usted. Pero no puedo, porque en este momento en realidad ya no estoy aquí. Debía haberme ido ayer y aquí ya no soy más que mi propio retraso.

Claro que sí, ahora comprendía por qué había podido encontrarla. Este encuentro se desarrollaba al margen de su vida, en alguna parte escondida de su destino, en el revés de su biografía. Pero eso mismo le permitía hablarle con mayor soltura, hasta que de pronto sintió que ni aun así era capaz de decirle todo lo que hubiera querido.

Le tocó la mano y le indicó:

—Aquí es donde atiende el doctor Skreta. Suba al primer piso.

La señora Klima le miró prolongadamente y Jakub absorbió su mirada, húmeda y blanda como la distancia. Volvió a tocarle la mano, dio media vuelta y se alejó.

Pero después lanzó una mirada hacia atrás y vio que la señora Klima seguía inmóvil mirándole. Se giró varias veces más y ella seguía mirándole.