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Aún estaba oscuro cuando Klima se despertó de un sueño muy ligero. Quería encontrar a Ruzena antes de que fuese a trabajar. Pero ¿cómo explicarle a Kamila que va a alguna parte antes de que se haga de día?

Miró el reloj: eran las cinco. Sabía que, si no quería que Ruzena se le escapase, tenía que levantarse ya, pero no se le ocurría ninguna disculpa. El corazón se le aceleraba por la excitación, pero no había nada que hacer, se levantó y empezó a vestirse, en silencio, para no despertar a Kamila. Cuando se estaba abrochando la chaqueta, se oyó su voz. Era una vocecita aguda que hablaba entre sueños:

—¿Adónde vas?

Se acercó a la cama y la besó suavemente en la boca:

—Duerme, vuelvo en seguida.

—Te acompaño —dijo Kamila, pero volvió a quedarse dormida.

Klima salió rápidamente por la puerta.