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Como una gran perla entre las dos mitades de la concha, el lujoso apartamento de Bertlef está cerrado a ambos lados por habitaciones menos lujosas, en las que están Jakub y Klima. Pero en las dos habitaciones de los extremos reina hace tiempo ya el silencio y la tranquilidad, mientras Ruzena gime aún en brazos de Bertlef, en su último goce.

Después se tiende en silencio a su lado y él le

acaricia la cara. Al cabo de un rato se pone a llorar. Llora durante mucho tiempo, hundiendo la cabeza en el pecho de él.

Bertlef la acaricia como a una chiquilla y ella se siente realmente pequeña. Pequeña como nunca hasta entonces (nunca se había escondido de ese modo en el pecho de nadie), pero también mayor como nunca hasta entonces (nunca ha gozado tanto como hoy). Y el llanto se la lleva con movimientos entrecortados hacia una sensación de deleite que tampoco había conocido nunca.

¿Dónde está ahora Klima y dónde está Frantisek? Están en algún sitio lejano en medio de la niebla, son figuras que se alejan hacia el horizonte, leves como plumas. ¿Y dónde está su obstinado deseo de hacerse con uno de ellos y librarse del otro? ¿Dónde están sus rabias tensas, ese silencio ofendido en el que se encerró hoy desde la mañana como en un caparazón?

Está acostada, aún gimotea y él le acaricia la cara. Le dice que duerma, que él se acostará en su cama de la habitación contigua. Y Ruzena abre los ojos y lo mira: Bertlef está desnudo, entra en el cuarto de baño (se oye correr el agua), después vuelve y abre el armario, saca una manta y la pone con suavidad encima del cuerpo de Ruzena.

Ruzena ve las varices de sus muslos. Cuando se inclinó sobre ella, advirtió que sus cabellos canos y ondulados eran escasos y que por debajo se veía la piel. Sí, Bertlef es un cincuentón, un poco barrigudo incluso, pero a Ruzena no le importa. Al contrario, su edad la tranquiliza, su edad ilumina con luz radiante la juventud de ella, hasta ahora gris e inexpresiva, de modo que se siente llena de vida, siente que está al comienzo mismo de su camino. En su presencia, descubre de pronto que aún será joven durante mucho tiempo, que no tiene por qué darse prisa ni temer el tiempo. Bertlef vuelve a sentarse junto a ella, la acaricia y ella tiene la sensación de que, no sólo está escondida en el tranquilizador roce de sus dedos, sino también en el consolador regazo de sus años.

Y luego, de repente, se pierde, atraviesan por su cabeza las confusas imágenes del primer intento de sueño. Vuelve a despertarse y le parece que toda la habitación está inundada por una extraña luz azul. ¿Qué extraña radiación es ésa que nunca ha visto? ¿Acaso ha descendido la luna hasta aquí, envuelta en un manto azulado? ¿O sueña con los ojos abiertos?

Bertlef le sonríe y sigue acariciándole la cara.

Y ella cierra ahora ya definitivamente los ojos llevada por el sueño.