¿Cómo hizo ella por fin, para atreverse?
Desde que se sentó junto a él en el bar, Jakub le pareció distinto de como solía ser. Estaba silencioso y sin embargo afable, distraído, y sin embargo dócil y obediente, sus pensamientos estaban en otra parte y sin embargo hacía todo lo que ella quería. Y precisamente su distracción (ella se la atribuía a su inminente partida) le gustaba: ella le decía sus palabras al rostro ausente de él como si se las dijera a una distancia desde la que no podía ser oída. Por eso podía decirle lo que nunca le había dicho.
Ahora, cuando le pidió que se besaran, le pareció que lo había interrumpido y asustado. Pero eso no le dio miedo, al contrario, hasta eso le resultaba agradable: por fin sentía que era aquella mujer valiente y provocativa que siempre había deseado ser, la mujer que domina la situación, que la pone en movimiento, que observa con curiosidad a su compañero y le hace dudar.
Siguió mirándolo con firmeza a los ojos y dijo con una sonrisa:
—Pero aquí no. Sería ridículo que nos besáramos por encima de la mesa. Ven.
Le dio la mano, lo condujo al diván, disfrutando de la gracia, la elegancia y el sereno dominio con que actuaba. Después lo besó, comportándose con un apasionamiento que hasta entonces no había conocido. Pero no era el espontáneo apasionamiento del cuerpo que no puede contenerse, era un apasionamiento cerebral, un apasionamiento consciente y deseado. Quería arrancarle a Jakub el disfraz de su papel de padre, quería dejarlo atónito y al mismo tiempo excitarse viendo su confusión, quería violarlo y ver cómo lo estaba violando, quería averiguar a qué sabía su lengua y sentir cómo sus manos paternales iban atreviéndose lentamente a cubrirla de caricias.
Le desabrochó el botón de la chaqueta y ella misma se la quitó.