Por fin se decidió a hacer algo. Le pagó al camarero y le dijo a Olga que se marchaba y que la vería antes del concierto.
Olga le preguntó qué tenía que hacer y Jakub sintió la desagradable sensación de estar siendo interrogado. Le respondió que tenía que ver a Skreta.
—Bueno —dijo—, pero eso no te puede llevar tanto tiempo. Voy a vestirme y te espero aquí mismo a las seis. Te invito a cenar.
Jakub acompañó a Olga hasta el Edificio Marx. Cuando desapareció por el pasillo que conducía hacia las habitaciones, se dirigió al portero:
—Por favor, ¿está la enfermera Ruzena en casa?
—No está —dijo el portero—. Tiene aquí la llave.
—Tengo que hablar con ella. Es importante —dijo Jakub—. ¿No sabe dónde podría encontrarla?
—No lo sé.
—La vi hace un momento con ese trompetista que toca hoy aquí.
—Sí, a mí también me dijeron que tiene algo que ver con él —dijo el portero—. Seguro que ése está ahora ensayando en el Centro Cultural.
Cuando el doctor Skreta, que estaba en el escenario sentado detrás de su batería, vio a Jakub entrar por la puerta de la sala, le hizo inmediatamente un gesto con la cabeza. Jakub le sonrió y miró entre las filas de sillas, en las que estaban sentados unos diez aficionados (sí, Frantisek, convertido en la sombra de Klima, también estaba entre ellos). Después se sentó a esperar por si aparecía la enfermera.
Se puso a pensar adónde podía ir a buscarla. En este momento, podía estar en los sitios más insospechados. ¿Debía preguntarle al trompetista? Pero ¿cómo preguntárselo? ¿Y si mientras tanto le ha ocurrido algo? Jakub había caído hace un rato en la cuenta de que la hipotética muerte de la chica sería absolutamente inexplicable y de que un asesino que asesina sin motivo es imposible de identificar. ¿Debe, entonces, hacer algo que puede llamar la atención? ¿Debe dejar huellas y convertirse en sospechoso?
Pero luego se reprochó su actitud. Cuando hay una vida humana en peligro, no puede ser tan cobarde. Aprovechó el descanso entre dos piezas y entró en el escenario por la parte trasera. El doctor Skreta se dirigió hacia él con una sonrisa y él se llevó un dedo a los labios y le pidió en voz baja que le preguntase al trompetista dónde se hallaba en aquel momento la enfermera con la que había estado hace una hora en el bar.
—¿Qué os pasa a todos con ella? —dijo Skreta con disgusto—. ¿Dónde está Ruzena? —le pregunto después, en voz alta, al trompetista, que se ruborizó y dijo que no sabía.
—Entonces, no hay nada que hacer —se disculpó Jakub—, seguid tocando.
—¿Qué te parece nuestra orquesta? —le preguntó el doctor Skreta.
—Fabulosa —dijo Jakub y volvió a sentarse en su fila.
Sabía que estaba actuando mal desde el comienzo. Si realmente le importase la vida de ella, debía haber dado la alarma y haber llamado a todos para que la encontraran en seguida. Pero él sólo había ido a buscarla para tener una coartada ante su propia conciencia.
Volvió a recordar el instante en que le dio el tubo que contenía el veneno. ¿De verdad había ocurrido antes de que tuviese tiempo de darse cuenta? ¿De verdad había ocurrido todo sin que tuviera conciencia de ello?
Jakub sabía que eso no era verdad. Su conciencia no estaba dormida. Volvió a ver aquella cara que estaba debajo del pelo amarillo y comprendió que no había sido casualidad (su conciencia no estaba dormida) el que le diese el tubo que contenía el veneno, que había sido, por el contrario, un viejo deseo suyo que desde hace años había estado esperando una oportunidad y que era tan fuerte que al final él mismo la había provocado.
Se estremeció de horror y se levantó de la silla. Volvió deprisa al Edificio Marx. Pero Ruzena seguía ausente.